15 Poemas de Stella Díaz Varín

La casa

Dejaban mi cabellera colgando desde el tronco de la

puerta como trofeo.

Sin precedente en la historia de los indios manantiales,

y una cuenca abierta, para la mirada

de los ojos indiscretos colocada a la acera del abismo…

Y esta era mi morada.

Una víbora, encerrada en la jaula,

destinada a cualquier pájaro,

y una piedra caída temporalmente desde la cima,

una piedra nómade en busca de aventuras servía de puerta,

de mesa de comedor…

Qué queréis que se haga con estos materiales.

Nada. Sino escribir poesía melancólica.

Acaso, cuando la noche se despierte

debajo de los murciélagos,

no haya otra cosa sino una sensación,

y a estas vertientes

que a uno le aparecen desde el

fondo de los ojos.

No haya

sino un alud de hijos de piedra,

de hijas de agua de hijos de árboles.

Entonces escribiré mi biografía

al uso de los poetas indecisos.

Miraré a través de una llama de cobalto

y distinguiré objetos olvidados;

como cuando dormía adosada a la pared

y todo parecía bello sin serlo.

Tomaré una de mis pequeñas flautas colgantes

y entonaré la canción del amor.

Crédito de la foto: Gentileza Archivo familiar de la autora

Razón de ser

De la mujer que desparramó las larvas milenarias

de sus pechos en el dintel del tiempo;

de la mujer que se envolvió a sí misma

dentro de una madrépora en su mundo de algas

y desanduvo su agonía decisiva junto con las estrellas…

de la mujer que amaba las palomas en éxtasis de virgen, 

y amamantaba lirios por la noche con su pezón dormido;

de la mujer que supo antes que dios del clavo y del silicio. 

De ella, la tentadora de la muerte durante ocho siglos, 

la que en sus manos tiene dos trigales y en sus sienes de niña

una rama florecida de lágrimas, 

de ella la novia que tendió sus velos por sobre los abismos 

de ella vencedora, la cercana, 

de esa mujer soy hija.

Crédito de la foto: Archivo familiar de la autora

Ven de la luz, hijo

Que te ciegue la luz, hijo.
Ven de la luz;
Desde donde la pupila sueña
y vuelve atormentada,
como un escombro vivo,
como especie de flor, como pájaro.
Carbón de víscera terrestre,
así como víscera de árbol.

Deja que se ensañe la luz, hijo,
Desciende como los antiguos ángeles,
como los malos discípulos,
ardiendo en su pasión, desheredados.
Así como las fieras, hijo.

Incomprendidas del río, intocadas
absolutas, tristes.
Ese será el día
-presentimiento que no quise,
tú sabes, los conoces-
que tomaré la forma deseada.

Ojo de estiércol, húmedo;
aprisionaré tu llama,
tu superficie extraceleste
tu mirada de centro obscuro,
tu trigal;
la tibia voluntad de tu piel
me ayudará y seremos.

Nunca antes pudimos.
Yo era como esas pequeñas fuentes secas.
Desciende, hijo, de la luz;
avizora el espacio,
avizora el horizonte.
La curva que deja el corazón de un muerto,
la mano que se esconde,
la mano que nadie quiso acariciar.

Seremos.
Tú y yo venidos
irremisiblemente;
unidos como dos tallos jóvenes aún;
Queriendo apenas lo que no se nos dio.
Amando
lo que la luz aconseja:
el vértigo, la hondonada, el silencio.
el color de las piedras;
tantas cosas simples y distintas.
Llegaremos a amar la contextura de Dios
tan difusa;
tan perfecta como tus pequeños ídolos.
La madera de Dios
tan bella y roja
como el corazón de los árboles.
Tan bella y roja
como el corazón del veneno.
Que te ciegue la luz, hijo.
Que te atormente.
Ven de la luz, inúndate;
Ten la luz y desmiente la tiniebla.
Ven, hijo, arrodíllate.
Cree en los amaneceres.
En la luz son más bellos los ojos de Dios.

Crédito de la foto: Gentileza Archivo familiar de la autora

La palabra

Una sola será mi lucha

Y mi triunfo;

Encontrar la palabra escondida

aquella vez de nuestro pacto secreto

a pocos días de terminar la infancia.

Debes recordar

dónde la guardaste

Debiste pronunciarla siquiera una vez…

Ya la habría encontrado

Pero tienes razón ese era el pacto.

Mira cómo está mi casa, desarmada.

Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.

Y mi huerto, forado permanente

Y mis libros cómo mi huerto,

Hojeado hasta el deshilache

Sin dar con la palabra.

Se termina la búsqueda y el tiempo.

Vencida y condenada

Por no hallar la palabra que escondiste.

Somnolencia inaudita

Yo digo
La llaga del tiempo es profunda,
que cada apertura de las horas
en que suena el derrumbe de los cálices
es desolación para el espíritu.

Mas, no interpretes a tu sexo
como el desentenderse de la imagen,
no pretendas buscarme en la redoma de mi sed interior;
has de saber
que el sacrificio de mi mundo triangular,
motivó la ira de los hombres,
mas, los dioses bendijeron mi osadía.

Ya lo sé que pulsaba mi lira en tus rodillas
y ardí de soles en tu boca,
y no fui feliz.
En la estructura gris de tus milenios
no existió la remota eucaristía,
ni en el soberbio impulso de tu mano
radicaba mi dicha.

Anduve y fui a mis reinos interiores
para verificar mi pensamiento.
mi planta, en el sarmiento y en la roca,
y en el pezón oscuro de la sombra
fue dormido,
y tú, ibas tras de mí siguiéndome
y yo oía desde mí que me llamabas,
y sentía el cantar de las espigas en el campo de sol,
meciendo pájaros.
mas, tú, ibas con tus lobos tras mi huella
mordiéndome en las sienes tus deseos
torvos, en el espasmo de tu sangre.
¿Sabes cuánto duró mi marcha al caos?
Hasta el dominio de las madreselvas.

Mis pies de bailarina
De tanto torturarse no sangraban,
Y una visión de la región del sueño
Envolvía mis tules amarillos.

¡Cómo deben dolerme las ojeras en la vigilia azul!
Tanto quedarme a solas me hace daño,
tanto sentirme mía ya no siento.
Suma benevolencia de los cielos
el poder  empaparme de rocío,
suave puñal de sabio sacrificio,
lacerante estilete mi agonía presunta.

Cómo deseo, hermano,
tu estadía en mi hora suprema,
la joya zodiacal de tu mirada
sobre la tierra blanca de mi seno,
cómo deseo el tacto de tu palma
cuando suene el derrumbe de mi cáliz.

De la sonora eternidad del níquel,
llega la vibración de mi silencio;
yo estoy conmigo,
y me recuesto en ella.

Trasluz

Que se me permita mirar por la ventana

Sólo el espinazo de la muerte

A tranco largo

Mirando fijamente

A mis ojos deslucidos.

Veo la ausencia

Doblando por la esquina

La miserable luz

De los días empañados.

Muy de tarde en tarde

Algún aprendiz de hombre

Vestido de domingo.

En estas agonías neblinosas

Estoy mirando desde una ventana ajena

Tras la luz de este rincón desconocido

Desde esta ventana hacia ningún paisaje

Hueco sin distancias

Seca pupila donde no resplandece

ni el más leve trino.

Introducción al Vértigo

Ella estaba parida tristemente
sobre una ola, también recién parida.
Y era su sustancia, de amortiguado rostro redivivo,
como la mano empuñada de rojo.
Y perennemente sola como el signo de su frente.

Ella, y el viento azul, meciéndola como un padre
con algo de brutal y algo de amoroso.

Ella tenía asida a su cintura
la acordonada mano del amigo.
Tanta enramada para tanta sangre.

Ella estaba parada como un pequeño invierno sedentario
y en los ojos le bailaba la muerte.

Para existir después de tanta primavera,
Ella debió tener un silencio estatuario
En su única arruga frontal.

De Sinfonía del hombre fósil (1953)

Del espacio hacia acá, como dos tiempos

La noche,
dislocada como ala de cetáceo herido.
Amortajada siempre que la pupila niegue su orfandad.
Mar ampuloso y de grotesco seno;
cuando la claridad se haga en mí
no necesitaré de vuestra amada boca,
no necesitaré del meloso soliloquio de tu vértigo.

Me tienes, como un pez a su escama
miserablemente uncida a ti,
llevándote como niño caníbal al pecho de su madre.
Y no he de desperdiciar hora, para maldecir
tus pariciones de planetas fosforescentes
que vomitas a mi lado sin ninguna delicadeza…

Olvidada como árbol de desierto,
donde trasplanta el viajero su éxtasis sin experiencia,
feliz de abandonar el barco,
deseando encontrar en la tierra
la veta misteriosa de la felicidad.
¡Navegante audaz,
disociador del mar y de la tierra,
veneno oscuro será tu camino hacia el infinito!

Quién, sino el olvido,
quién sino la medida de una juventud soslayada
viene en mi ayuda ahora.
Ahora que he aprendido a pronunciar palabras
contra Dios y sus signos
y me arrodillo de hipocresía ante los conocidos.
Cuando en ángulo recto junto a una puerta
espero la palabra de bienvenida.
Y sólo escucho dentro, ruidos de vasos
llenos de un vino generoso que jamás probaré…

Hay continentes simples, de un solo país
con ciudades elementales y casas de un piso
donde podría abandonarme,
y a tientas buscar el ocio y sus virtudes.
Pero el recuerdo tan sólo de tan buscado paraje,
me pinta en la cara un gesto de asco.
– Como si penetrara a la habitación del amor
y me encontrara con tres cadáveres
ante una cena inconclusa de ostras descompuestas-.

Advenimiento

Una cruz dibujada con perfiles de sombra.
Está mi cabellera ligeramente absorta
cubriéndole el estiércol a los ojos del mundo.
Está mi arquitectura de raíces informes
ahuyentando a los cuervos, dominando el silencio
y esperando su hora.

Ay, hombre de los ojos y de las manos raras,
me gusta tu demencia más que tus reflexiones.
Dime que soy la hembra de un búho alucinado,
que de contar estrellas dormidas, quedó ciego.

¿Qué quieres de mi pobre manantial escurrido?
¿Qué quieres si ya sabes repetir mi palabra?
Un gesto de mi mano sabe cantar tu angustia:
un gesto de mi mano sabe domar tus ansias.

Hombre de las inquietas pupilas de aceituna,
capitán de las rojas carabelas del alba,
sabes que el Alfarero me hizo triste, ¿qué quieres?
Yo no sabía entonces que iba tener un alma.

Llegó una luna roja con sus ojos hundidos
a besar a los cardos.
Murió un cuervo esa noche,
y empezó mi jornada.
Ya ves qué de repente puede haber una noche,
puede morirse un cuervo.
Ya ves, qué de repente puedes contar las larvas
que beben en la cuenca vacía de tus ojos.

O una luna roja con sus ojos hundidos
a fabricar los peces
Yo estaba en ese instante en la madera. El leño
crepitaba de rabia porque estaba conmigo,
yo estaba en la madera,
y el leño era mi amante.

El Alfarero vino, tomó un trozo de fuego
y modeló mi entraña.
Después, apasionada y silenciosamente
dibujó mi sonrisa
que es esta mueca absurda que me forma la cara.
¿Qué quieres, pues?
Ya estoy como yo lo quería…
Ah, me olvidaba, ¿sabes?
De la primera nota de la flauta del viento
fue modelada mi alma.

Breve historia. de mi vida

Comando soldados.

Y les he dicho acerca del peligro

de esconder las armas

bajo las ojeras.

Ellos no están de acuerdo.

Y como están todo el tiempo discutiendo

siempre traen perdida la batalla.

Uno ya no puede valerse de nadie.

Yo no puedo estar en todo;

para eso pago cada gota de sangre

que se derrama en el infierno.

En el invierno, debo dedicarme

a oxidar uno que otro sepulcro.

Y en primavera, construyo diques

destinados a los naufragios.

Así es, en fin…

Las cuatro estaciones del año

no me contemplan, sino trabajando.

Enhebro agujas

para que las viudas jóvenes

cierren los ojos de sus maridos,

y desperdicio minutos, atisbando

a la entrada de una flor de espliego

de una simple abeja,

para separarla en dos,

y verla desplazarse:

la cabeza hacia el sur

y el abdomen hacia la cordillera.

Así es

como el día de Pascua de Resurrección

me encuentra fatigada,

y sin la sombra habitual

que nos hace tan humanos

al decir de la gente.

Dos de Noviembre

No quiero

Que mis muertos descansen en paz

Tienen la obligación

De estar presentes

Vivientes en cada flor que me robo

A escondidas

Al filo de la medianoche

Cuando los vivos al borde del insomnio

Juegan a los dados

Y enhebran su amargura.

Los conmino a estar presentes

En cada pensamiento que desvelo

No quiero que los míos

Se me olviden bajo tierra

Los que allí los acostaron

No resolvieron la eternidad

No quiero

Que mis muertos me los hundan

Me los ignoren

Me los hagan olvidar

Aquí o allá

En cualquier hemisferio

Los obligo a mis muertos

En su día

Los descubro, los trasplanto

Los desnudo

Los llevo a la superficie

A flor de tierra

Donde está esperándolos

El nido de la acústica.

Narciso

Estoy ausente de la risa

y de todo lo que los hombres felices poseen.

A medida que la sangre huye como corzo,

a través de todos los paisajes

sin motivo aparente,

como creyendo que las imágenes más remotas

nos silencian el pensamiento;

erguida aún, a pesar de los soles

tan opacos en su raíz.

Me aproximo a tu figura alada,

a tus pequeños vértigos;

y te enseño a mirar

como sólo pueden hacerlo los peces,

en órbitas que tus manos desconocían.

Emerjo —pequeño dios—

desde el vientre más recóndito

para unirte con la distancia, tan precisa.

Tenemos una mirada en común,

y una puerta abierta

para endilgar conversaciones,

apoyados en el dintel y recogidos

como suelen recogerse los abandonados,

dando el pecho a una música antigua

más aún que la vida y la muerte.

Y te rebelas sabido ángel en espera de la caída.

Es el comportamiento

que la verdad prefiere.

Y es así, como vienes y vas

y te envuelves en la luz de viejos astros

para que pueda mirar tu esqueleto,

a sabiendas que no hay nada más hermoso

que el devenir de mar en huesos.

Uno al fin se acostumbra

a que nadie le diga adiós.

Y a percibir el sonido

en la palma de la mano

como los hipocampos

presienten el amor

acariciando sus espinas-vertebrales.

Embellecido en una gota de agua

mirada a través de la sed,

vienes a conocer mis primeras jornadas.

Las vertientes que indujeron a Dios

a unir nieve, corazón de árbol,

hiel, resina obscura,

vacilación, campana, eternidad,

y la noche por ojos.

de Tiempo, medida imaginaria (Obra reunida))

Origen de la soledad

Cómo es que pretendes poseer mi pensamiento
y mi mirada de estremecida fiera,
cómo es que pretendes poseer mi soledad
a través de la raquítica arquitectura del sonido,
cómo es que pretendes encontrar el origen
de mi violento mandato, más allá
de la séptima agonía de tu pecho.

Soy y seré después de los advenimientos
y de las cicatrices imborrables de tus párpados.
ay, noche, a ti te digo de mis estertores,
desparrama tu pomo de fragancias.

Aunque de opacos soles venga tu reinado de aguas
y los peces invadan mi velamen,
yo te diré del purificado peregrino
y de la hondura de su lágrima

Desde la cripta donde habita el ansia
te hablaré de mi noche y de sus astros,
del vasallaje estéril de los dioses,
y de la inútil senectud del alma.

Dices que presentías mi vertiente
cuando aún no venía,
del remoto cataclismo de amapolas,
que era grande la dicha de saberme
y era honda amargura mi llegada,
o te diré, después del primer y último
titilar de la lágrima,
que es inmensa amargura el no tenerme.

No quieras que me encuentre
en el confuso panorama de algas,
ni busques en la cuenca de las olas
mi escondida palabra.
Yo estaré lejos, lejos, solamente
donde la luz no hiera mi pupila de estanque;
estaré lejos, lejos, lejos, lejos,
mis dedos convertidos en puñales,
hurgando en los cabellos de una virgen
-raíz semi escondida de la llama-
mis propias actitudes.

Amada infiel, mi soledad, ¿me dejas?
Vuelvo a la noche. Espera, calla.
Es que quiero adorarte.

Razón de mi ser (1949)

Stella Díaz Varín junto al poeta Jorge Teillier, considerado por ella su «ángel de la guarda».
Foto: Gentileza Archivo familiar de la autora

Sinfonía del hombre fósil

Desde un mundo de carbón vegetal, me levanto,
como empujada ola, compañero.
Me vibran las acústicas marinas
y enhebro el silencio de la greda,
y escupo a la muerte por encima del hombro.

Pero nada es igual dentro del agua
sino el agua y el pez dentro del agua.

Si a cada día, si a cada espacio vengo,
por la noche mis manos enloquecen,
y el vértigo fustiga la horadada simiente.
No sólo el ritmo es propensión al canto,
pues entonces la muerte
no podría tener un significado de vocales.

El paso se acostumbra al silencio
como el agua a los muelles,
y voy cantando risas a olvidadas aceras
con detalles ambicionados por la nieve.
¿A qué viene entonces el deseo de sentirse viva?
-Así es una niña azul en su traje de verano-.
Yo tengo una cabellera de yodo
y en cada ojo un barco con forma de mirada,
y asida a un mástil sin cuidado fumo
mi cachimba de hierbas suburbanas,
y en un sonoro vientre mi corazón apoyo
y a oscuro corazón mi corazón allego.

Soledad, me acostumbro a diversas costumbres.
Eternamente verde, muerta en el alga verde,
y el sudor de los vinos agotados, me ciñe
y abandono deseos vertebrales.

En corporales nieblas,
me desvisto de sal y resinas oscuras
y asisto al panorama de besos y crujidos
y a latitudes verdes me incorporo.

Amigo, ya lo sé.
Dejaré al tiempo saber su estación olorosa.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

Iba con su hombro izquierdo en dirección al norte
y la piel erizada y oculta prometida a la pampa roja.
Ay astro mal herido por el día,
desde tu corazón te he suicidado
ayudada por tu propia luz.
El habitante de los cristales no está conmigo ahora.
A qué venir entonces a medir el espacio con el hueco de los ojos.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

Desde donde la luz inicia la distancia,
desde los puros astros montañeses,
oigo tu voz de aletargado vino,
tu esencial continencia de agua dura.
Y no soy yo en el fuego devorando crisoles
y no estoy en la fécula de sabor prohibido
ni en la silenciosa multitud.

Y así, entre advenedizos y distantes,
desastillando la mano del leñador junto a su único árbol derribado.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

Su misteriosa voz de océano,
su labranza de anillos,
su escondida raíz,
su pétrea contextura,
su esmerilada boca de diamante
agoniza en la tierra su secreto;
en ahogados espasmos de vertientes inéditas
-claras constelaciones subterráneas-
siderales ramajes suspendidos en el viento del sur.

Ay compañero;
tu rasgada piel de animal quebradizo,
ay, hombre, muriendo e inconcluso,
hombre de intentos pétreos,
de prohibidas féculas candeales.
¿De qué espiral renacerá tu canto,
de qué aullido infantil se hará tu corazón?

Qué importa tu experiencia de abdomen
envejecido y virginal,
qué tus huesos florecidos,
qué tu angustia de cineraria seminal.

Yo me levanto
sobre tu semblante de alga seca
y avizoro olas escasas de pelaje marino,
y a verticales sombras verticales me uno
como a su sombra, un ahorcado suspendido de noche

Profecía

           Las grandes ausencias amenazan
Cuando los sirlos
Esos bellos pájaros
Emigran
Y la lejanía hiere sus alas
El hombre no lo sabe
Porque duerme
Oculto por causa de la luz
Para no prever la muerte.

           Entrega el dominio de sus sueños
Y emancipa el caos
Y pierde el poder
sobre su propio río
que lo recorre en longitud.

            Los abismos se acercan
Y las múltiples aguas
Devienen creaturas de espanto.

Uncido al gran anillo
Olvidará su trayectoria astral
su fecundidad perecedera.

            Ocurrió
Que cerró las pupilas ante la luz
Y no estuvo más alláDe las cosas presentes
Ni creó una analogía superior
a la distancia entre los astros
Ni escuchó el soberano mandamiento
De crear al hombre verdadero.

Olvidado en el tiempo
Aún persistirá en creer
que fue un símil de su conciencia.

 Stella Díaz Varín, (La Serena, Chile, 11 de agosto de 1926-Santiago de Chile, 13 de junio de 2006). Poeta. Perteneciente a la generación del 50. Considerada una de las voces más originales de la poesía de mitad del siglo XX.

Nació en una familia de clase media y de varios hermanos. Su padre fue un relojero anarquista que le transmitió sólidos valores éticos y su ideal político revolucionario. La muerte de su padre, cuando Stella tenía siete años, fue un duro golpe, y en sus propias palabras” mi infancia feliz se acabó cuando murió mi padre”. Stella es una ávida lectora desde pequeña y eso la lleva a escribir y publicar muy pronto en diarios locales. En 1947 se traslada a Santiago para estudiar Psiquiatría, estudios que compagina con sus colaboraciones en diarios, pero tiene que renunciar a continuar sus estudios por problemas económicos tras el cierre de los diarios en que trabajaba y es perseguida por el gobierno de Videla, como todos los marxistas.

En 1949 publica su primer libro Razón de mi ser, que se agota rápidamente .En esa época se relaciona con Nicanor Parra, quien le dedica el poema La Víbora, y con Alejandro Jodorowsky con quien vive una intensa relación de amor platónico ; en ese tiempo Stella sufre el acoso y abuso de un tipejo, mayor que ella, quien la deja embarazada de su hijo Rodrigo.

En 1950 se casa con Luis Viveros Jacques, tienen tres hijos que mueren a las pocas semanas de nacer, lo cual conduce al matrimonio a la ruptura .

En 1953 publica Sinfonía del hombre fósil, autoeditado y en 1959 El Grupo fuego le publica Tiempo, medida imaginaria donde incluye un poema dedicado a Pablo Neruda que había escrito años antes, para celebrar los 50 años de Neruda. En 1973, con la llegada del dictador Pinochet, es perseguida, torturada y arrollada por un vehículo de vigilantes del régimen para callar su voz militante que gritaba desde su ventana a favor del PC y del Ché Guevara. Sus recorridos por el Santiago nocturno, sus poemas, su aspecto llamativo y poderoso, sus riñas y golpes en el café El Bosco con quienes la acosaban ,la convirtieron en leyenda viva .

  Stella Diaz Varín era La colorina, la poeta punk, la Bukowski chilena, la poeta boxeadora, la musa de la Mandrágora, la Princesa del célebre grupo literario “El Zócalo de las Brujas”. Compartió la bohemia de los años 50 en Il Bosco, y otros espacios de la época, en recitales memorables en el Parque Forestal junto a Pablo Neruda, Francisco Coloane, Carlos Droguet, el mítico Chico Molina, Luis Oyarzún, Humberto Díaz Casanueva, Nicanor Parra, Teófilo Cid, Alberto Romero, Diego Muñoz, Andrés Sabella, Volodia Teitelboim, Alejandro Jodorowsky, Jorge Millas, Martín Cerda, Luis Sánchez Latorre, Mario Ferrero, Mario Rojas Lobos, Cecilia Casanova, Eliana Navarrro, José Miguel Vicuña, María Elena Gertner y muchos otros colegas.

Semanas antes de fallecer, obtuvo una beca del Fondo del libro en su versión 2006, por el volumen “Stella extragaláctica”,un libro de conversaciones con la periodista Claudia Donoso, sostenidas desde 1999. Sin embargo, no sería publicado hasta 15 años después, en 2021, bajo el título La Palabra Escondida: Conversaciones con Stella Díaz Varín.

Stella Díaz Varín falleció a los 79 años en el Hospital del Salvador, en Santiago, el 13 de junio de 2006, diez años después de que se le diagnosticara cáncer de mama. Su velatorio se realizó en la Sociedad de Escritores de Chile, dos días después. En las semanas posteriores, se llevaron a cabo diversos homenajes a nivel nacional. Su tumba se encuentra en el cementerio Parque del Recuerdo Américo Vespucio, en Santiago de Chile.

Stella fue una poeta total, comprometida con la poesía, con la política, con la historia, con lo humano. Es una de las voces más originales de la poesía de mitad del siglo pasado. Su temática es universal pero desde una mirada rupturista, la negación del amor romántico, la miseria existencial, la profanación religiosa, el sinsentido de la vida… La poesía de Stella es para ser escuchada, es una poesía rítmica, impregnada de conciencia musical ,es una poesía social, metafísica existencial, ética y estética.

En 2008 se estrenó el documental La Colorina, dirigido por Fernando Guzzoni y galardonado en varios países, narra su vida, obra e impacto tanto en el ámbito literario como su carácter de figura mítica.

Obra poética:

 Razón de mi ser(1949), Sinfonía del hombre fósil y otros poemas (1953), Tiempo, medida imaginaria (1959),  La arenera(1987), Los dones previsibles (1992) obra ganadora del Premio Pedro de Oña y el Premio Consejo nacional del libro (1993). En 1994 viaja a cuba donde es homenajeada con la publicación de una antología de sus poemas titulada Stella Diaz Varin: poesía (1994). y por ultimo  De cuerpo presente(1999) . En 2011 se publicó Obra reunida . Sus poemas también han sido incluidos en varias antologías como Poesía Nueva de Chile (1953); La mujer en la poesía chilena (1963); Atlas de la poesía chilena (1958)

Enlaces de interés :

http://www.letras.mysite.com/ralc140819.html

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