Mitología
«Los años son un pozo de memorias»
Mario Benedetti.
Mi padre me dijo:
«Yo nací el año
de los dientes verdes
de los dromedarios».
Ahora yo me pregunto:
¿Qué hemos hecho de nuestros años,
tan lejanos y estrechos?.
¿Cayeron malbaratados
entre el olvido de la tradición
y la sed de las dunas?
¿Se esfumaron en el aire
como haces de leña?
Buscad en la poesía,
huesos de la memoria,
como nuestros antepasados.
Nuestros años son versos,
como una lluvia de estrellas
como la hermosa yerba
o el parto de las abejas.
Estos son nuestros años
abandonados
esqueletos trágicos,
como grandes tormentas
como una lluvia roja
o un vendaval de langostas.
Y no son estos otros
incipientes y artificiales
que ahora colgamos
del almanaque
de nuestros sueños.
De : Los versos de la madera, 2004.
Yo bebí los versos de la madera
En mi infancia yo bebí
los versos de la madera.
Un almurabit me enseñó
a fundirlos en el alma.
En su mano colocó
una lisa madera
castaña de rostro bello.
Con tinta de carbón
empapaba su fina pluma.
Escribía versos
en la memoria de la madera.
Después de las lecciones
vertía agua en la poesía.
Un caudal de versos descendía.
“Tómatelo todo – dijo –
para que fecunde tu mente”.
En mi infancia yo bebí
los versos de la madera.
Un almurabit me enseñó
a fundirlos en el alma.
De : Los versos de la madera, 2004.
La última guantanamera
I
Esta noche serás la última guantanamera,
Esta noche te dedicaré un poema,
Esta noche bautizaré una estrella: Irina,
Esta noche serás, por última vez, mía.
Noche del puerto
De luna llena,
De silencio apacible,
De espejismo de sirenas
Que danzan en el espejo ondulado.
Frente a las aguas
De cualquier puerto
Y sin ti
¿podré pasar las noches?
Noches de luna llena,
De apacible silencio,
De soledad o compromiso.
II
Y yo me iré…
cual el huérfano
que, a veces, piensa en el retorno.
¿Y qué será de tu ciudad sin puerto?
¿Y qué será del puerto sin tu ciudad?
¿Qué será de tu barco sin viajero?
¿Qué será de tu barco sin nombre?
¿Qué será del barco sin tu nombre?
III
A su tierra retorna
el jinete del Sahra.
Una beduina canta;
con voz pausada canta
sus amores y desamores.
La bella Triste triste,
aún sin conocerla,
es ya mi prometida.
El año es una inédita página
para escudriñar los nombres
poéticos de una mitología.
De la nómada sombra
veo surgir
los besos del alma.
Hay una orilla
cargada de emoción
en el Corazón de cada día.
Ramos de tempestad
El niño ofrece
con sus ojos,
con el triste brillo
de su rostro,
lo único que tiene.
El niño no tiene nada,
y en medio de la nada
hay un árbol de duna,
el Dios del viento estornuda
y el niño ofrece
a su amigo
de otra cultura
un ramo de tempestad,
lo único que tiene
en esta dura vida.
La hoja verde
Hay un silencio
que quiebra la palabra.
Y la palabra quiebra
el silencio transparente
en la inmensidad del Sáhara.
En las mañanas despiertas
entre las estrofas de un poema
se filtra
el amargo vaso de la vida.
Desde el fondo de una tetera
suavemente galopa,
respira el sonido
al ritmo de un tabal de agua.
Cuando las hojas se abren
lo artificial se rompe
y se ahogan los vasos
en el jugoso manantial
engendrando dulce amor.
Cuando brota la espuma
el alma dialoga.
Los vasos con su dialecto
aportan el sensual suspiro
entre dos distintas manos
para derretirse en mensaje explosivo.
La muerte de un vaso
es un instinto de la vida.
La luz verde se entrega
al ritmo del misterio encantador,
al dulce sueño de las noches dormidas,
a las deseadas citas
en la callada esquina.
La hoja
es por fin libre y ardiente
cuando rompe la sed
en tus labios de esmeralda.
Paola De Lisboa
En el polvo de tu mirada,
en el espejo de la soledad,
descubro la inspiración
de tus doradas dunas.
En el polvo de tu mirada
el fado emociona, incluso
lejos de la portuaria taberna.
(Mi hermano repasa los códigos
de la estructura de tu cuerpo
mientras frotas una talha
para captar la esencia
de mis ancestrale espíritus).
En el polvo de tu mirada
exploro la ruta hacia
Porto Saudade,
donde existe mucho más,
que el olor de los claveles…
Galb
A mis amigos Isabel y Gonzalo
Me pregunta un viajero
qué significa galb.
Digo yo, por ejemplo,
que Miyek es un lunar
en el vientre de la tierra.
Que Ziza, por ejemplo,
es pecho en lengua bereber,
y que el ala de una duna
puede tocar el mar del cielo.
Digo yo, por ejemplo,
que en los altos picos
de prismáticos amaneceres
-frotando su piel-
hay mucha vida dormida.
Que en la piedra pasajera
hay platillos estacionados,
islas que emergen
desde el océano de la nada.
Un galb puede sr, por ejemplo,
el nombre de una muchacha
esculpida
entre las pestañas de una cueva.
Como Tiris es el ombligo del
Sahra,
Galb es un corazón,
corazón de piedra
La quinta estación
Mi ciudad está sin localizar
en la geografía del desamparo,
aúlla bajo los escombros
de castigados valles,
sus ecos estallan
contra las murallas del silencio
contra la impunidad de los televisores.
Mi ciudad tiene castillos de adobe
y vestigios de palacios
y vasijas de Cluster Bombs
y semáforos de proyectiles
y carpas con las manos alzadas
rogando justicia al más allá.
Mi ciudad, mi casta ciudad,
en su sueño fue violada,
sus aves emigraron
confundidas de estación.
En su constante penar
algunas palomas se quedaron
durmiendo la eterna siesta.
En el calendario llovió
abundancia del hambre,
el frío, desesperanza, calor.
Mi ciudad se carcome
impregnada de miedo,
huérfana de legitimidad.
En sus estériles avenidas
deambulan militares y rebaño
de mercaderes, usureros y ojeadores
aparatos de escucha y sospecha.
Mi ciudad cuenta en su pellejo
más de veinte cicatrices,
cuenta nostalgias guardadas
en las gavetas de la memoria
esperando el divino soplo
que las desempolve.
Mi ciudad será localizada,
cuando reine
su implacable fragancia
y los cartógrafos
se acuerdan de la otra
propiedad del zumo de limón.
Dos manos
Sobre las finas dunas
se dibujan dos manos.
Cuánta leyenda se arruga
en la línea de la vida.
Cuántas espinas duermen
como el niño en la cuna.
Cuántas manos aplauden
con la ausencia de otras páginas gitanas.
Cuántas manos se estampan para
despistar a los cardenales de la profecía.
Cuántos senos se acarician antes de
escuchar el primer grito de la misericordia.
Cuántos corazones esperan la vuelta para
beber en los pezones de la auténtica frontera.
Cuántos dedos separan
la verdad de la mentira.
Tuiza
Qué alegría
en el campamento, tuiza,
zerga,
mazrug,
cuando se juntan las mujeres!
Con un resplandor en sus rostros ellas se unen
en un fraternal abrazo,
y se acercan a la mujer más urgida, y la colman de bondad,
y las labores de la jaima
son un festejo
hasta acabado el día.
Tuiza,
zerga,
mazrug,
el humo del lubjur,
la tetera sobre la hoguera. (…)
Tuiza – «un día de trabajo colectivo, una expresión de solidaridad entre mujeres. Ellas se unen y ayudan a la más necesitada a coser su nueva jaima si acaba de formar familia, o a repararla y levantarla si el viento la ha descuartizado. A la enferma, le aligeran las labores diarias, y a la anciana la colman de cuidados. Tuiza es fraternidad. El ambiente laboral es festivo, siempre pletórico de energías, conversaciones y bromas». ( Ritos de Jaima,Liman Boicha)
EL MAR
…el niño pidió a su padre:
– ¡ Ayudame a mirar ¡
Eduardo Galeano. El libro de los abrazos
– Papá —preguntó Budda—
¿ Por qué el agua sólo llega hasta aquí ?
– El agua la retiene Dios, para que el mundo no se inunde- respondió el padre.
– Y ¿ Por qué hace tanto ruido ? —volvió a preguntar el niño.
– Porque está bravo —fue la escueta respuesta del padre.
Budda, quedó un rato pensativo, con la duda en la punta de la lengua, hasta que otra interrogante se deslizó por sus labios, como sin querer:
– ¿ Qué le han hecho para que esté furioso ?
Su padre sonrió por tantas preguntas, como un racimo que no acaba, y levantó a Budda por los sobacos, lo lanzó al aire, y en fracción de un segundo, volvió a agarrarlo con un abrazo. La interrogante del niño quedó en el aire, y se esparció, abandonada en su intrínseca desolación.
Fue por culpa de otra desolación, más grave y profunda, que el padre de Budda, decidió llevar su hijo, que a penas tenía seis años, a la ciudad, para ver por primera vez el mar. En la casa donde se hospedaron, el hijo de la familia, un año o dos mayor que Budda, le explicó que el mar era agua. Mucha agua. Agua azul y blanca. Esa agua , que decía el niño, no era igual a la que había en el depósito, que está en el patio de la casa, ni era la misma, que él ha visto en los pozos del desierto. ¿ Cómo puede ser azul y blanca ? —se preguntó Budda—. El otro niño buscó su pequeña pizarra escolar, y con una tiza le dibujó unas lineas mezcladas en forma de ondas.
– Estas son olas, le dijo- El mar es olas, muchas olas. Olas grandes. Altas. Más altas que tu padre y que el mio. Más altas que todos los hombres. Budda seguía sin entender. Como referencia sólo tenía la Badía, el lugar de pasto y nomadeo. Allí cuando cae la lluvia y se forman los charcos, a veces su padre y los otros hombres recogen agua para el frig (campamento). Con la ilustración del dibujo, el otro niño sólo logró despertar, todavía más, la curiosidad en Budda, y dejó de hablarle del tema, y se alegró mucho aquella tarde cuando lo vio, por fin, junto a su padre, partir hacia el mar.
Era una tarde soleada. Transparente y hermosa. Y un aire fresco y puro lo envolvía todo. La brisa del océano, la mezcla de intensos y suaves aromas, el olor del pescado, ese amasijo embriagó a Budda y le proporcionó una sensación de inefable felicidad.
Y vio el mar. Enorme. Infinito. Majestuosamente azul. Vio las olas. Las blancas espumas. Las barcas de los pescadores. Vio hombres sentados sobre neumáticos, que flotaban sobre el agua. Otros remando, peleándose palos en mano contra la furia de las olas. Vio pescadores retirar de una barca cientos de peces. Peces que tiraban sobre la arena, mientras son despojados de la vida, danzaban en medio de su última agonía. Budda soltó la mano de su padre, corrió hasta cansarse. Se detuvo y miró las olas que llegaban y volvían irritadas. Observó a Dios intentando detenerlas. El Dios de su mente, era una de aquellos pescadores, que iban recogiendo su cosecha, «su pasto», desamparado en la orilla. Lo imaginó con las manos extendidas, haciendo un esfuerzo inmortal, para no dejar que las olas pasaran más allá de la orilla. Vio una mujer, que sacaba azúcar de un pañuelo y lo esparcía sobre el mar. Budda se acodó en la arena para observarla. Se parecía tanto a su madre en la serenidad de los gestos, en la manera de inclinarse… Vio la misma sonrisa. El brillo de sus ojos. La misma voz. Y cada vez que él lloraba, ella sacaba el pañuelo que guardaba en el baúl grande de la jaima, y le colocaba un poco de azúcar en la mano, para tranquilizarlo, y una caricia que le proporcionaba enormes seguridades.Budda despertó, engañado por la nostalgia, en el mar de otra lejana tierra.
Liman Boisha Buha (Sáhara Occidental, 1973) Poeta, saharaui, miembro de la llamada Generación de la Amistad saharaui que crearon el 9 de julio del 2005 en Madrid. Licenciado en Filología Hispánica.
Nació en medio de una Guerra y como refugiado. Desde pequeño fue un lector voraz y muy pronto comenzó a escribir.
Cuando tenia 11 años Cuba ofreció becas a niños saharauis y Liman, junto con otros 500 niños saharauis, fueron a Cuba a estudiar. Las escuelas del campo funcionaban de manera que los niños trabajaban y estudiaban al mismo tiempo. Después de 13 años regresó a su tierra.
Durante la época Universitaria comienza a escribir más en serio. Su motivación para escribir es su experiencia personal y la del pueblo saharaui. Es intentar mostrar la cultura y tradiciones del pueblo saharaui y también su cultura.
«Podía haber nacido en un año hermoso, con nombre poético, por ejemplo: «El Año de la lluvia de estrellas» o «El Año del parto de abejas». Pero no, ese privilegio, sólo le correspondió a mis antepasados, padres, y dos de mis hermanos. Alguien, se le ocurrió abortar la nomenclatura de los años, según nuestra mitología, la mitología saharaui. Por tanto, cuando despunté del vientre de mi madre, los años ya eran cifras, tristes cifras, y me estamparon: 1973. No sé el día, ni el mes. Según mi madre, fue en julio o agosto. El acontecimiento ocurrió accidentalmente en la ciudad mauritana de Atar. Digo accidentalmente, porque mi madre, estando enferma, fue del Sáhara a esos famosos oasis para reponerse. Y allí nací, en una choza africana, bajo una enorme sombra protectora de palmeras, cargadas de apetitosos dátiles. Pero la serenidad de los oasis de Adrar duró muy poco, al igual que la paz en la Badía. Nadie de la familia se percató, de que ella venía. De que se arrastró en silencio como una sonámbula semilla, y sin previo aviso irrumpió, la guerra. No era una guerra extraña y lejana. Era la «nuestra», y había que sobrevivir de cualquier manera. La guerra contra Marruecos y Mauritania. Con ella sobrevino el difícil éxodo, y esa larga estación de exilio, que todavía dura.
Ya no tenía importancia, para mi familia, que el otoño sea una estación ambigua o mediocre, o que la lluvia de ese otoño, «Puede mojar el cuerno de una gacela, y el otro, ni siquiera tocarlo». Ya no tenía importancia, que los vientos del sur, son augurio de lluvia. Las nubes, el pasto, ya no tenían importancia. Ahora, sólo importaba huir, buscar refugio y sobrevivir.
El largo exilio resultó para mí, y los de mi generación, una sucesión de estaciones, para estudiar y formarnos.
Para mi padre, y los demás hombres, el combate, las batallas, y para mi madre, y las demás mujeres, levantar del milagro del adobe, escuelas y hospitales. Mi primera estación fue un internado, el «9 de junio». Volvíamos al finalizar el curso escolar a ver la familia. Con las enormes carencias de los primeros años, los veranos de la Hamada, eran de una crueldad insólita. No había -como ahora- «Vacaciones en paz». Nuestras vacaciones, eran en estado de guerra. La amenaza de los bombardeos marroquiés, era siempre una noticia inminente. Con nueve años me marché con un grupo de alrededor de quinientos niños y niñas a Cuba para estudiar. Era el año 1982. Cuba fue una estación agradable y hermosa, llena de energía y bondad y pecados. Allí contemplé por vez primera, montañas pobladas de árboles, me adentré y conocí los bosques, las selvas vírgenes. Vislumbré una infinidad de vivos colores, y probé sabrosas frutas extrañas. Descubrí la exuberante belleza de la caribeña.
El caribe y el desierto, esa extraña, dulce e inusual mezcla, es el fuego que corre ya por mis venas. Después de doce años, me licencié en Periodismo, en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. Y retorné al Sahara, a los Campamentos de Refugiados, en el sur de Argelia. El cambio fue brusco, impactante. Pero me impactó más, la rutina diaria, conocer mi familia, y ese raro sentimiento de encontrarme forastero en mi propio hogar. Me costó meses recuperar los años de incomunicación, de ausencia.
Como licenciado aporté mi granito de arena, mi ilusión al proyecto común. Trabajé varios años en la Radio Nacional Saharaui, hasta que decidí que podía ser más útil, a mi familia y a mi pueblo estando en España. Actualmente resido y trabajo en Barcelona, y el Sahara está más presente que nunca en mi corazón. Entre mis ojos revolotea la anhelada esperanza, de que la próxima estación sea, el mar de nuestra auténtica frontera».
Limam Boicha
Su primer libro, Los versos de la madera, recoge la historia de su pueblo y su memoria: su poesía, sus creencias y sus ritos. El segundo, Ritos de jaima (2012) es un diálogo entre lenguas: Hasania y castellano. Entre poesía y prosa y entre culturas. Es un libro imprescindible si se quiere comprender el alma del pueblo saharaui. Con emocionado lirismo, describe los actos ceremoniales de su comunidad: el saludo, el alzado de la jaima, la elección del nombre del recién nacido, los amuletos, la llegada de algún viajero y la bienvenida, los ritos de paso de la adolescencia a la edad adulta, la ceremonia nupcial, la despedida, el cortejo fúnebre… En la niñez, la hora mágica de los cuentos, cuando la madre empezaba “a tejer un mundo asombroso de jaimas fantásticas y campamentos oníricos…”.
Limam ha participado en varias antologías de poesía –Añoranza, Um Draiga y Aaiún, gritando lo que se siente-, en las que los poetas saharauis hablan del sufrimiento de su pueblo, expresan la añoranza de los días de su infancia a orillas del Atlántico, la libertad en la inmensidad del desierto y su difícil vida en la continua lucha por la existencia.
Obra publicada :
- Añoranza. Libro colectivo: Associació d’Amics I Amigues del Poble Sahrauí de les Illes Balears, 2002.
- Bubisher. Editorial Puentepalo, 2003.
- Los versos de la madera. Puentepalo, 2004.
- Aaiun, gritando lo que se siente. Libro colectivo: Generación de la Amistad Saharaui. UAM/Exilios, 2006.
- Ritos de jaima. Bubisher, 2012.
- Ya calló la lluvia. Kalandraka, Pontevedra, 2023.
Enlaces de interés :
http://generaciondelaamistad.blogspot.com/2015/04/entrevista-con-limam-boicha-en-revista.html
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