Clases Sociales
Los pobres son príncipes que tienen que reconquistar su reino.
Agustín Díaz-Yanes. Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.
Con seis años, mi padre trabajaba
de primavera a primavera.
De sol a sol cuidaba de animales.
El capataz lo ataba de una cuerda
para que no se perdiera en las zanjas,
en las ramas de olivo, en los arroyos,
en la escarcha invernal de los barrancos.
Ya cuando oscurecía, sin esfuerzo,
tiraba de él, lo regresaba níveo,
amoratado, con temblores
y ampollas en las manos,
y alguna enredadera de abandono
en las paredes quebradizas
de sus pulmones rosas
y su pequeño corazón.
En sus últimos años volvía a ser un niño:
se acordaba del frío proletario,
porque era ya substancia de sus huesos,
del aroma de salvia, del primer cine mudo
y del pan con aceite que le daban al ángelus,
en la hora de las falsas proteínas.
Pero su señorito, que era bueno,
con sus botas de piel y sus guantes de lluvia,
una vez lo llevó, en coche de caballos,
al médico. Le falla la memoria
del viaje: lo sacaron del cortijo sin pulso,
tenía más de cuarenta de fiebre
y había estado a punto de morirse,
con seis años, mi padre, de aquella pulmonía.
Con seis años, mi padre.
Mayo de 1997, mes y año de su muerte. Nadie estudiará esta fecha
De: Cartas de amor de un comunista (Valencia, 1999)
Infancia
Aprendre
que, si un infant mata, la meva mà
no és massa estranya.
Lluís Llach. Aprendre
Conocí mi infancia muy tarde,
cuando no me quedaba
más que el febril deseo
de recordarla o de inventarme
mis hogares, la inclusa,
los sucesos y mis orígenes
felices, si existieron. O la pena transida,
sepultada en lo estéril.
Perdido casi todo. Canciones escolares,
mi gusto por los mapas,
el sabor de las moras blancas,
las primeras lecturas, la lana de los lechos
y el trajecito de domingo
cuando había visita al manicomio.
Perdido casi todo,
supe que existió como se recibe
un golpe inesperado, con dolor,
sabiendo que era ya irrecuperable.
La perdí muchas veces, me imagino.
Cuando cambiaba en los recreos
mi bocadillo de queso y jamón
por los de mortadela que traía
un compañero, pobre y bizco.
O aquel día en que vi alejarse
los ojos del amor desde la ventanilla
de un tren con recorrido norte-sur.
Supe que fue verdad mi niñez cuando
aprendí a controlar la angustia por los piojos.
De: Cartas de amor de un comunista (Valencia, 1999)
Revolución
Compañera, sábana tendida al sol:
El porvenir será refugiarme en tus labios.
El porvenir es perder la memoria.
.
Con feroces pancartas creímos en la industria,
las consignas a gritos, subidas salariales
que llevaban carcoma y concesiones
al acero de nuestros sindicatos.
Hicimos muchos planes, profecías,
estudios de dialéctica
sobre aquella república marxista,
promesas de un elástico futuro
de reparto, cultura y amor libre.
Todos iguales en derechos,
para todos caviar y frutas tropicales.
.
Pero ahora las calles son nostalgia,
cementerios de smoking y sexo telefónico,
látigos y silicios de diseño
en bellas pasarelas parisinas.
Y un comercio de putas caribeñas.
.
Me acuerdo de otras calles. Lisboa,
terra da fraternidade.
En la boca de los fusiles
la gente plantaba claveles.
El día 3 de noviembre de 1992, Bill Clinton llega al poder en EEUU, metrópoli de su imperio.
De : Cartas de amor de un comunista. (Edit. Germanía, 1999)
La señora
Cuando niña volvía de las clases
con un enjambre de susto en el pecho.
Volvía de los lápices, del asombro feliz
por las palabras y la historia.
Y de lejos ya olía la enfermedad y el humo:
la casa ardiendo de odio,
la casa agonizante de ansiolíticos.
Llegaba y al entrar, en la penumbra,
eran sus ojos dos cubos de fango
volcados en mi cara.
Aquellos ojos nunca maternales
de madre sustituta, que eran préstamo estéril,
me amputaron la dicha y la inocencia.
Su mirada perdida en la neurosis,
el violento oleaje de desorden
que hería sus pupilas, y el gris turbio de alcohol
que me enlodaba hasta las noches.
Recuerdo veinte años después
el miedo a regresar que me invadía.
Por el camino, una rata parásita
me iba comiendo el corazón.
La ceniza en cascada me iba manchando el babi.
Y entraba en la casa temblando,
con un nido de avispas en la sienes
y un motor quejumbroso en las rodillas.
La ignoré cuanto pude.
Me escondí de sus golpes, y los otros
la apartaron a veces de mis juegos.
Me acuerdo de sus lágrimas tan tristes
que un día me cayeron por los brazos
mientras inútilmente intentaba peinarme:
se me caía a madejas el pelo
que ella antes me había arrancado.
Ni su muerte ha logrado deshacer
todo el barro y el liquen
que gestaba al mirar sin darse cuenta.
Al saber su final,
sentí sorda una lástima sin cauce
por su vida sin vida,
por su empeño imposible en la ternura,
por el dulce refugio que no fue para mí.
Ahora vivo sola.
No hay nadie enfurecido ni enfermo que me espere.
Mi casa es la trinchera de una paz laboriosa.
Sin embargo, sucede alguna vez, de pronto,
un resplandor de miedo que sale de su tumba.
Y antes de abrir la puerta siento un clavo
rozando el corazón, dispuesto a hundirse.
La misma pesadumbre,
la lombriz arrastrándose en la piel,
el mismo surtidor de abejas en ataque,
como quien vuelve de cometer un crimen
y sabe que sus manos lo delatan.
Es un instante que no dura,
pero golpea igual que un puñado de nieve.
Parece que mi casa estuviera invadida
y aguardaran sus ojos detrás de la madera,
como cubos de fango
que van a volcarse en mi cara.
De Los muertos nómadas (Soria, 2001)
La herencia El frío inconsolable de los pobres. No basta la abundancia para arropar el frío que se hereda en los genes y nace del escombro. No hay leña que derrita tanta nieve embrionaria. Se encienden chimeneas. Con la lana se teje un sol, un armario de soles, un paño de artificio. Se adquieren edredones como un nido de pájaros. Y el frío, por debajo, permanece. De la médula vuelve la trastienda del hielo a cubrirme los ojos como sangre reseca. Ya todo es negritud, glaciar y sangre. Por mis venas se espesa la eutanasia de un río, el brutal abandono de la mano paterna, los hermanos perdidos en la prisa de un puente. La enfermedad congénita me vigila larvada, se burla de mi huida cuando cambio de nombre y usurpo los derechos de otra vida. Ya todo es cicatriz, hospital y alacranes. Se conquistan los barrios, la blancura de las liendres y el suero. Se aprende la costumbre. Se accede a la oficina, al ropaje, a la fiebre, al calor esponjoso de los cuerpos. Y el frío, sin embargo, permanece. De Los muertos nómadas (Soria, 2001)
Puente romano
He tardado treinta años
en nombrarte sin miedo ni vergüenza.
Treinta años sin saber
cómo quererte o cómo hablarte
Sin acertar ni atreverme siquiera
a decir me has abandonado, madre.
Pero nunca te odiaba.
Me decían que habías muerto
en el centro de un río,
que te arrojó tu propio impulso
desde un puente romano hasta el caudal.
Y yo, que era muy niña,
me conformaba entonces.
Porque los niños ignoran la muerte.
Sólo notan la ausencia
y aprenden a borrar con goma blanca
el lápiz de la risa y el abrigo.
Luego crecí deprisa. Con la herrumbre
me salieron el pecho y los demonios.
Y fuí para buscarte a un cementerio
¿en zona no sagrada, prevista para herejes?
y no encontré tu lápida tan limpia,
pues te habían sacado de tu tumba
mucho antes de que yo llegase.
Que ya nadie pagaba tu reposo
y sin aval los muertos se confiscan,
pierden su propiedad y sus derechos.
No obstante, conseguí un certificado
oficial de difunta con la fecha incorrecta:
por él me concedieron una beca de estudios.
Sin vida me has servido
como un seguro contra incendios.
Desde tu fosa común me mirabas
tomar apuntes y comprarme libros,
y tal vez te sentías complacida
como cualquier madre al final de un curso
cuando su hija le trae buenas notas.
Me pregunto por qué te quisiste morir
tan de pronto y tan joven todavía,
qué síndrome o locura
nubló la transparencia del camino
y te condujo a los barrancos,
al término interior de los relojes
y a las profundidades
de una corriente caprichosa.
¿Por qué? ¿Por qué aquella mañana
te despertó el estrépito y la furia?
¿Fue mi llanto de niña enloqueciéndote
el que te abrió la puerta de la calle?
¿Fue mi llanto la luz al fin de un túnel?
¿Quién alumbró tus pasos por el frío
y te indicó el lugar exacto de caer?
¿Quién te quitó la ropa y te subió al pretil?
¿Quién te empujó?
¿Quién me empujó al río de la orfandad?
He tardado treinta años de preguntas
en pensar demasiado y sin hacerlas,
ya que nunca has venido a contestarme.
He tenido vergüenza de estar sola.
Y he mentido y he dicho
que eran otras las causas de tu muerte.
Con infantil tijera recortaba
a mi medida tu memoria estéril.
Y no puedes culparme
por la amnesia de ti, por mi mal modo
de inventar tu silencio vagabundo.
Soy grande ahora. Tu adulta presencia
ya no me haría un daño irreparable.
He bajado a las minas más profundas,
al anónimo lecho de los muertos más pobres,
a la cripta más honda de los parias.
He bajado a sacar tu cadáver sin rostro,
a extraer tu dolor,
tu corazón herido y putrefacto
y el útero que nueve meses fué mi hogar.
Porque, como un forense,
podría examinar tus restos
de madre y de mujer suicida,
y deducir las pruebas semiocultas.
Pero nadie investiga.
He querido saber, he preguntado.
He visitado el barrio y la náusea
donde vivimos: la casa pequeña,
el mundo todavía más pequeño,
la libertad pequeña en la cocina.
Así he visto el cansancio tirando de tus brazos,
el hormigón de las horas tapiando el horizonte,
y cerca el río como una autopista
en la que hundirse y estrellarse.
Pero nadie investiga, nadie recuerda ya
los días y el escombro
oscureciéndose en los cuartos,
la cena escasa, el sueño intermitente
de los hijos, la fiebre y el hombre lejos.
Te desentierro igual que a un fósil,
te recompongo, retiro los líquenes
y abrazo con cuidado tu esqueleto
Que tu osamenta diga lo que tú no dijiste:
los motivos de fuga y de abandono
sepultados durante tantos años
de orgullo olvidadizo.
¿Es que te golpeó tan brutal la desgracia?
¿Es que tus hijos talaron los árboles
de tu cordura y tu alegría?
Madre, ¿acaso sin dientes yo mordí
tu placenta con tal desolación
que no cicatrizó tu vientre nunca?
Si como dicen me parezco
a ti igual que una sombra,
¿vas a llevarme por tu río
hasta el mar que vierte en la noche?,
¿vas a decirme alguna vez
qué hicimos mal tus huérfanos
que mereció un castigo tan injusto?.
Porque tú desconoces esta herencia
de oscuridad sin fin que nos dejabas.
Y antes de abandonar el nido,
a través de las lágrimas miraste
que tus niños dormían
con la respiración convulsa y débil
que precede al espanto más terrible
¿Estaba tu mirada tan violeta de invierno
que no notaste la espesura gris
de nuestro desamparo?
No oías nuestros gritos hundiéndose
en el pozo de nieve de aquel amanecer?
Tú ignoras que el propio padre esparció
un puñado de niños por la extensión del tiempo,
caídos a su suerte, como granos
diseminados por los surcos.
Yo aparecí de improviso un mal día
en la resaca grande de una guerra,
en la gran casa de unos combatientes
vencidos cara al sol,
en la última cosecha de una familia grande.
Yo no te quise nunca, ya que tú no existías,
pero tampoco pude odiarte.
En el temblor del agua te imagino
muriéndote, muy pálida,
abandonada al cauce y la tragedia,
lavando tu tristeza en la rutina
caudalosa del fondo
Me dejaste viviendo en los márgenes negros
de la lluvia perpetua y de la pólvora
como en un vertedero de criaturas.
Para siempre humillada, me quedé
quieta en la orilla, viéndote morir.
Con siete años estuve a punto
de ahogarme en un afluente de tu río.
¿Fueron tus brazos desde el fango
los que tiraban de mi cuerpo frágil
hacia abajo, negándome el oxígeno?
¿O me salvaste tú, sosteniéndome a flote
para que no sufriera el plomo de la asfixia?
Rescatada de la corriente,
fui sólo un bulto que arrojaron
sobre cerezas de hule, encima del mantel
extendido en la hierba.
Mientras volvía a la vida, alguien dijo
que mi destino era el agua: la búsqueda
o el accidente del agua, la caja
y la sepultura del agua.
Muchas veces soñé pesadillas de fiebre
cuando el aire pautado me faltaba.
Y en medio de lo oscuro abrí los ojos
y no estabas delante ni detrás
ni aparecida entre los muertos.
Madre, yo no sé perdonar
ni rezar por las noches ni creer
que existes invencible en otra vida,
inmaculada de golpes rabiosos
y anestesiada como un ángel.
No lo creo y por eso no han bastado
treinta años de extravío,
desnuda a la intemperie de los ácidos,
para apartarme de treinta mil fuegos
provocados con tu mecha de ausente..
No te maldigo. Cuento ahora
el peligro en el tiempo y las lentejas
maternas que jamás tuve en mi plato.
Cuento cosas tendidas de un alambre
con descargas eléctricas. Soy la nocturnidad.
Y bebo leche que no es tuya.
Y me pregunto qué lluvia láctea
te sedujo en el frío de noviembre,
en ese día equivocado y cruel.
En ese día, ¿qué santa oración
de funerales cantaron los tuyos,
si ni la Iglesia quiso concederte
sagrada sepultura y paz cristiana?
¿Porqué no me contestas?
Por lo visto mi voz no es tan hermosa
como la de la muerte. Y no la escuchas.
Porque no hay madres resurrectas.
No es verdad el consuelo de los rezos.
No es posible saldar toda la culpa
errante de las ánimas benditas.
Y yo no te recuerdo ni al mirar
tus fotos o las mías: no apareces
como un fantasma al trasluz de la tarde,
no me desvela el sueño tu murmullo.
No llegas y me dices niña,
mírame, porque nunca te he dejado.
No es verdad que te quiero sobre todo.
Es mentira la sangre.
De Los muertos nómadas (Soria, 2001)
Te conozco incluso mejor de lo que tú mismo
te conoces a ti mismo.
Ya no estaré cuando te llegue esta carta. Todo se derrumba.
Pequeños equívocos sin importancia, tinta o caligrafía de ayer,
hoy se recobran en espuertas de grandes errores.
El muro en el espejo antecede a la noche del decreto.
Mi casa de muñecas se vende como una reliquia.
Todo verdor o cualquier íntimo trópico perecerán en un instante.
Ya todo sugiere la segunda guerra fría alrededor,
ya lo privado se oculta en los latidos fin de siglo
y lo más público se dice en la escritura invisible. Sin leyes,
el pronombre personal alcanza el grado fiero de la escritura.
No me llames, no me alguiles, no me esperes en arbril;
rastréame más próxima y mestiza en el recipiente de mayo.
Porque sé que te pareceré una extraña que no estuvo allí,
en las armas secretas de tu tiempo y tus papeles,
porque fui también incómoda huésped en mi tiempo.
Me creerás una espía que surgió del frío,
rescoldo y ceniza entre las cenizas rojas de Gramsci,
presunta usurpadora de Cándido o el optimismo,
pues cuánto dura cuanto , pequeño y grande amor,
corazón tuyo que late en el piano de mis costillas,
magma que abrasa y tintero como sangre de mi sangre
donde se moja el punzón de cuanto escribo,
fuego preso definitivamente mío sin que lo notes.
De : Siberia propia ((Bartleby Editores, Madrid, 2007)
Informe Semanal
Hay semanas vencidas por el cáncer,
reportajes de vida sin umbral,
tronera a la violencia de la herrumbre
asiática, africana: mundo en sucio
que si siquiera sabe que es dinero
limpio de informativos sin bandera.
Noticias de la bronca y la bandera
van enfermando los ojos de cáncer
terrorista y de crimen por dinero
hasta el llanto más caro, hasta el umbral
de la sangre que corre por el sucio
torrente de los días como herrumbre
apenas soportable. Tanta herrumbre,
sobredosis de muerte cual bandera
que ondea por las ondas, velo sucio
tirado al vertedero donde el cáncer
se desnuda debajo del umbral
que conduce a la ciencia del dinero.
Imágenes que compran más dinero,
anuncio-anzuelos y un montón de herrumbre.
Pero no un pase de futuro umbral
que detone en revuelta, esa bandera
que a todos represente, incluso al cáncer,
a la guerra y la paz del niño sucio
con su liendre mascota, ombligo sucio
que ilumine pantallas, mal dinero
que cualquier mando encienda apague el cáncer
como un fundido en blanco, blanca herrumbre
o documento retal de bandera
ya inservible para otro fin: umbral
que descierre confines, limpio umbral
hacia el cuerpo y caricia que en el sucio
cielo extienda su azul como bandera
contra reyes y dioses del dinero,
contra la Bolsa ciega de la herrumbre
financiera y valores casi cáncer.
Porque hay cáncer y días, más umbral
en la herrumbre del plato más que sucio,
más dinero variable y más bandera.
De Animal ma non troppo (Huelva, 2008)
Documentos TV.Bangkok
No se despierta nadie en medio de la noche
aterrado por cosas de cerca y a lo lejos;
asuntos del insomnio que sabe y que no sabe
porque sobre ellos ha volcado toneladas de sueño.
Y sin embargo pasan las cosas mientras duerme.
En los días lectivos y en las fiestas
se enumeran los modos, se vocean
los colores primarios de la técnica mixta
que ofertan en racimo proxenetas sensibles:
travestidos y jóvenes de múltiples tarifas;
prostitutas novicias, antes niñas de aldea,
con sus vulvas anémicas y dulces,
con el pecho liviano sin vaivén,
con sus vaginas féretro futuro
y etiqueta de inmunodeficientes.
En los días lectivos, en las aulas nocturnas
de la impaciencia y un poco de daño
se suceden los crímenes, es verdad.
Y nadie se despierta hemorrágico,
asmático de llanto, desbocado de llanto,
desangrado de lágrimas y orines,
descompuesto en bacterias, defecándose,
cableado de picanas, vomitando la cena.
Es así. Nadie. Nunca. Investiguen el cuarto:
la colectiva sábana amanece muy limpia.
De Animal ma non troppo (Huelva, 2008)
La Supervivencia
¿Es que ya no te acuerdas? Del derecho político,
del autobús tan frío amaneciendo
por donde los establos del tráfico y la fiebre.
.
No renuncies. Acuérdate de entonces,
de respirar la pringue en las cocinas,
de aquel olor a furia y camposanto;
y de las comuniones, del salario de abril,
de platos y más platos en jabón corrosivo,
de las manos con cortes y durezas.
Aquel mundo se abría y se cerraba
mientras pelar patatas inspiraba un poema
con que iniciar la búsqueda subversiva de un nido.
.
Y dónde estabas tú, por el abrazo
de qué amante mortal y migratorio,
sobre cuál sembradura te dormías,
qué noche de borrasca la cuna provisoria
no soportó ya el peso de plumas y reptiles,
y en el fondo de qué bendito estercolero
te sorprendió de pronto esa hora de morir
o el día soleado de la resurrección.
.
Sí, me acuerdo. Remuevo los escombros,
la oxidada hojalata de los años,
y en los tiempos de escasas proteínas,
de chispa y minifalda de estraperlo,
estaba yo nublada en la extensión
de las piernas y al borde de lo oscuro,
precipitada al filo en los apuntes,
mordida por la anemia y la humedad;
toda la piel un gélido archipiélago
de pecas con las playas sin camino.
.
Estaba, pero no era todavía.
Huidiza del contacto y de las clases,
entre la disciplina y el incendio,
entre los canapés y el medio bocadillo,
entre la nicotina y la cordura,
estaba pero no era. Sólo fingía ser.
Aunque a veces de golpe estuve y fui
por el domingo ocaso de llovizna,
sola en salas de cine también solas:
Redford sobrevolaba las praderas de África,
moría sin saber que yo lo esperé siempre.
Un cadáver lleno de mundo, Hiperión, Madrid, 2010
Un mar en remolino
Para la niña Julia Alberca Monzón
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
José Agustín Goytisolo. Palabras para Julia
Surges con la niñez intacta todavía:
la risa más perenne cada tarde,
en las manos algún trozo de bosque
y un montón de preguntas sobre el mundo reciente.
Tú no lo sabes, Julia, pero el mundo
tiene un sabio asignado a cada niño,
un sabio que se enferma y tose en ti.
Le gusta destaparse en sueños
para que tú lo cubras
o vigiles su fiebre y el calibre del frío.
Maestro con temor de esclavo
que, a punto de ser libre, se intuye solo y frágil
y busca un amo para siempre.
.
He visto que crecían tus ojos en tres años
como dos faros fijos en la costa,
dos señales simétricas de esperanza y refugio
dando entrada a las naves extranjeras.
En ellos resucito y leo como en libro cifrado
en clave de futuro misterioso.
Adivino una historia, el alimento
que das a un caracol,
los amores de paso que vendrán
a enseñarte distancias, besos, dudas, andenes
donde decir adiós. Y noches en las que no decir.
.
Pero no quiero hablar de cosas venideras,
pues se han roto las bolas de cristal
y ya no, no hay profetas ni verdades
que resistan enteras la explosión
de un misil enemigo en su tejado.
Te escribo porque pienso en las cosas que ignoras.
Y siempre que apareces frente a mí
me acuerdo de la forma en que crecemos
y dejamos la infancia abandonada
en baúles sin llave, con todos los vestidos
que no supieron ajustarse
al crecimiento, a las edades,
al destino del cuerpo.
.
Yo sé que tú no sabes, niña,
que alguna vez la vida es un tiovivo
con los caballos muertos a pedradas,
que nos suben a dar vueltas y vueltas
de frenético espanto y resistencia.
Los humanos entonces, desde islotes
cercados por un mar en remolino,
observamos que un mundo afuera gira
ajeno a nuestro giro.
.
No siempre se parecen los días a los días,
como una lata idéntica a otra lata
de pescado en conserva.
De pronto un viento malo y corrosivo
derrite los metales, y de las latas salen
los peores microbios para infectar lo fresco.
Y una misma palabra casi nunca es lo mismo.
Por ejemplo, conoces la palabra gusano:
gusanitos de seda o comestibles.
Pero a veces gusano se refiere
a un miembro de tu especie, a cualquier hombre
que practica el oficio canalla de no serlo.
Porque hay personas asombrosas
que se comen las frutas podridas y renacen.
.
Pero yo, cuando miro la belleza en tu rostro,
y noto que a cada centímetro
te haces dueña del tiempo y de sus trampas,
quisiera poseer la magia de los cuentos,
tener todas las fórmulas
para que tú nunca sufrieras,
para que encuentres al instante
un resquicio de huida si un puño te acorrala,
para que nadie te obligue a buscar
las piezas que no encajan en el puzle
que construyen tus manos impacientes,
con los ojos y algún trozo de bosque.
.
Si pudiera dejarte un manual de uso,
una guarida en medio de la nieve.
Si tal vez aprendiera a convertirme
en el vigía de los niños
como el guardián entre el centeno.
Así que estoy pensando en algo grande:
dar un tiro de gracia a la injusticia.
Pero no acertaré, seguramente.
Verás que los adultos se repiten
incansables en cárceles y muerte,
en errores iguales y en luchas desiguales,
en amores sin causa y violencia entre hermanos.
Se desorientan en la incertidumbre
de los años sin norte, como en un laberinto,
los adultos, yo misma.
.
Hoy te escribo para mañana,
para que puedas perdonarnos
la inercia de ir muriendo sin darte explicaciones,
Por las respuestas torpes, por la herencia maltrecha.
Cuando el dolor te lance sus cuchillos
y sientas que un amigo te ha fallado;
cuando adviertas en sombra una alambrada
que tienes que saltar pues te persiguen,
acepta lo difícil como un guante
que te arroja la vida, un desafío.
Que jamás el cansancio te sorprenda sin fuerzas.
Nunca digas qué largo es el camino,
no puedo más y aquí me quedo
De : El frío proletario . Ed. Visor, 2019
Frontera del cielo
Me dicen que ya no ves el telediario, que no admites
el rostro nuevo de la política
y la cotidiana sucesión de asesinatos;
que confundes la tarde y la mañana, me dicen,
y que el tiempo es un niño travieso que te esconde
las horas en los desvanes altos de la casa.
Y a veces no recuerdas aquel cortejo de novias
que aguardaban en las verbenas
a que llegaras con tu uniforme de soldado republicano.
Pierdes la orientación y los residuos del frío
empañan tus manos;
ya no sales a pasear por as calles de Córdoba, al acecho
del latido de las piedras,
y dialogas con el silencio
en el idioma mudo del olvido.
Me dicen, en fin, que vaya preparándome
para el final: desciendes despacio
por la escalera del sueño, dejando un rastro
de ataduras y de aquellos ramos secos de margaritas
que yo recogía en nuestras excursiones al campo.
¿Recuerdas, padre?: en la carreras, siempre te ganaba.
De : El frío proletario . Ed. Visor, 2019
Ritornello
Lejanísimo amor, pequeño amor,
ni imaginabas cuando yo vikinga,
cuando joven o niña algo quijote,
espera y esperanza todavía,
reloj de cuerda nuevo todavía,
yo te quise sin regla o condiciones.
Quise cuidar jardines en tu pelo,
abonar primavera con sus flores futuras
en la columna helena de tu espalda,
y mimar un talento, un sexo, un brillo.
Porque amaba contar en tu piel olas
igual que una utopía o mar posible.
Confiaba en cada curva, cada lunar, la risa
en primer plano o plano contraplano.
Vivía en ti para sobrevivir
y en mí también para sobrevivirte.
Pero tú, libertario y protestante,
rastreabas los dardos de otra flecha fantasma,
detrás de una asamblea, de otra tesis
y ojalá un porvenir en que asentar un nido.
Así, aprendiz de Ícaro, te di alas y adioses,
extensión y la brújula de orientarte a tu Arcadia.
Un amor minusválido que calló atropellado
en la autopista de la sangre infiel,
casi muerto entre el tráfico y la duna;
un amor abdicante de dormir alma a carne
en mutua eucaristía hasta hacerse muy viejos.
Cuando yo al toque, cuando yo vikinga,
cuando reloj sin cuerda, yo te amé.
Y tú ni imaginabas.
De : Vikinga. Ed. Visor, Madrid 2020
Isabel Pérez Montalbán (Córdoba, 1964). Poeta y profesora. Graduada en magisterio y es licenciada en Ciencias de la Información.
La infancia de Isabel transcurrió en Cordoba y estuvo marcada por el suicidio de su madre y por el abandono del padre, circunstancias que la llevaron a una familia de acogida. Su experiencia vital queda reflejada en algunos de sus poemas.
En 1981 se trasladó a Málaga, en donde realizó los estudios universitarios de Magisterio y de Comunicación Audiovisual, simultaneándolos con diferentes trabajos , colaboraciones en la prensa y en la gestión cultural y administrativa.
Isabel Pérez Montalbán ha publicado los siguientes libros y recopilaciones :
No es precisa la muerte (1992); Pueblo nómada (1995); Puente levadizo (1996); Fuegos japoneses en la bahía (1996); Cartas de amor de un comunista (1999); Los muertos nómadas (2001); El frío proletario (antología, 2002); Siberia propia (2007); La autonomía térmica de los pingüinos (2008); Animal ma non troppo (2008) y Un cadáver lleno de mundo (2010). En 2018 recoge parte importante de su obra en la Antología El frío proletario (Visor, Madrid, 2019). Su último libro Vikinga, (Visor, Madrid, 2029) ganador del XLI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla (2020), que consolida este itinerario de “poesía de la conciencia crítica” (acuñado por García-Teresa), donde a menudo se la ha incluido con total acierto.
Asi mismo ha publicado Puta, reputa (piensa, reflexiona) (Con María Eloy-García), (Ediciones Imperdonables, Málaga, 2016) y El sexo de la palabra. Literatura y género (Con Juana Castro y Octavio Salazar), (Colección La Montaña Mágica, Delegación de Cultura de la Diputación de Córdoba, 2017).
Su obra ha sido incluida en varias antologías, entre las que cabe destacar :
Feroces. Radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española. DVD, Barcelona, 1998, Poesía y conciencia. Voces del extremo, Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer, Huelva, 2000, Una mano tomó la otra, Comunidad de Madrid. 2002, 11-M: Poemas contra el olvido. Bartleby Editores, Madrid, 2004, Con voz propia. Estudio y antología comentada de la poesía escrita por mujeres (1970-2005), de María Rosal. Renacimiento, Sevilla, 2006, Once poetas críticos en la poesía española reciente, Enrique Falcón, coord., Ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2007 o 23 Pandoras, Baile del Sol, Tenerife, 2009.
De sus libros cuatro han merecido otros tantos premios:
El internacional de poesía de la Revista Barcarola por Puente levadizo; el Leonor de la Diputación de Soria a Los muertos nómadas, el XVII Premio Ciudad de Córdoba, “Ricardo Molina” por Un cadáver lleno de mundo y el XLI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla (2020) por Vikinga.
Textos suyos han sido traducidos al francés, inglés, magiar, portugués, árabe y esperanto. Dentro de la actividad literaria ha sido miembro de jurado de premios literarios, presentadora, moderadora o participante en mesas redondas, ponente, tertuliana o conferenciante en diferentes congresos, festivales, talleres, recitales y jornadas literarias, organizados por entidades privadas y sobre todo públicas.
Según palabras de Manuel Alberca, catedrático de Literatura de la Universidad de Málaga, sobre la trayectoria de la poética de Isabel :
“…su obra compone una veraz y escalofriante autobiografía en verso. Para ella, a diferencia de los poetas de la experiencia, el ‘yo’ autobiográfico no es una mera figura retórica ni una impostura ficticia con la que componer un personaje literario para ponerlo en escena. Al contrario, por la poesía de I. Pérez Montalbán corre la vida auténtica, una vida hecha de dramas personales y de historias verdaderas, una materia tan contundente que no permite ni invenciones ni imposturas ni juegos.
En segundo lugar, la obra de Isabel nos devuelve una visión crítica de la historia reciente. Su poesía radiografía un mundo de injusticia social, un mundo del que por lo general se nos ocultan sus razones profundas tras los códigos y los silencios impuestos por los poderosos. Isabel desnuda la realidad y los argumentos con que el neoliberalismo depreda nuestras vidas y explota nuestras magras haciendas…
… Cuando Isabel comenzó a escribir, hace ya casi treinta años, predominaban en la poesía española los epígonos culturalistas de los novísimos, los neo-clasicistas de versos tan perfectos como caducos, los decadentismos venecianos y la ficción de la poesía de la experiencia, y estaba muy mal visto hacer poesía de compromiso social y autobiografismo crítico. Fue la suya por lo tanto una poesía pionera y solitaria muy mal entendida, y a veces peor juzgada, por algunos críticos y determinados poetas, los mismos que pasados unos años han copiado tácitamente sus postulados creativos sin reconocerlo.
Pero hoy sabemos que la voz de Isabel Pérez Montalbán es única e inconfundible no sólo por la calidad de sus versos, sino porque es también un ejemplo de supervivencia a todos los fríos proletarios…”
Enlaces de interés :
http://isabelperezmontalban.blogspot.com/2013/09/sobrevivir-al-frio-proletario-sobre-la.html
https://www.nodo50.org/mlrs/Biblioteca/isapm/cartas.pdf
https://anikaentrelibros.com/entrevista-a-isabel-p-rez-montalb-n-por-su-poes-a
https://es.wikipedia.org/wiki/Isabel_Pérez_Montalbán
https://revistascientificas.us.es/index.php/CulturasyLiteraturas/article/view/21664/20915
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