15 Poemas de Beatriz Vallejos

En la punta del bambú un tordo

Flexible la caña

cimbra la proximidad

de la tormenta. Intenso

sobre el gris

el pájaro asentado prueba,

entre las últimas hojas

un extraño amor al viento.

De : El collar de arena (Colmegna, Santa Fe, 1980)

Sin evasión

bajo la nube tóxica

escribo poemas

bajo la nube tóxica

escribo poemas

poemas sin palabras

bajo la nube tóxica.

De : Sin evasion (Delanada, Santa Fe, 1992)

Corazón de árbol

Nave de un cántico

El invisible entorna

                     arias

         de una lejanía.

¿ocultas gemas?

para irisar

la humana transfiguración?

lejanos cánticos

lejanos cánticos

 míticas parcelas de la dicha

es aún la ofrenda

es aún la ofrenda

Esplendor de los pétalos

Esplendor de los frutos

Toda perfección de inocencia.

Amados rostros

juegos del sol

Amados rostros.

De : Sin evasion (Delanada, Santa Fe, 1992)

Un picaflor asentado en una rama 
                 bajo la llovizna

Largo tiempo estuvo así.
Bebimos el tenue
silencioso tornasol.
Y recién entonces
levantó vuelo.

Si entonces

Y el zorzal del amanecer
¿todavía asiste? Trae la hebra
y llama, o es el vidrio
de la ventana del oeste,
cerrada ya, si escucho su reflejo
del rectángulo como una hendidura.

Existe, o es su enviado,
o relaciona nuestro recuerdo común
para ese cofre de infancia
de ceremonia cotidiana
¿confinada ya?

El sirirí emigra

Con gritos de júbilo
¿despedida o retorno?

Tanta seguridad
para sus pequeñas alas.
¿Por qué me compadezco?

Vibraba de abejorro la mañana

y era un sentido
de la vida

a la sombra de las hojas
miraba pasar

qué hermosa flor separaban
un gajo

esta mañana 
es demasiado pronto

Serena conexión

Una pequeña mujer china

como sería yo

bordó esta pequeña pantalla

de rafia y de colores

como lo haría yo

Leo sus manos

Leo su absorto perfil

bordando un pequeño detalle:

“Yo soy”

Atardece

apaisado profundo


Rocío

Permanece;
no ha cesado el amanecer.

Mudanza

en un cajón de manzanas

puse libros

en un cajón de abejas

poemas sueltos

tanto empeño

por no partir

Del mismo atardecer

la blusa avioletada
del mismo atardecer
dispersaba los gritos

llamaban de lejos
o lloraban?

o escondían el juego
motas del basural

Mamá teje

Sólo existen tus manos,

la hebra que trae, a cadencias

el murmullo de un dialecto lejano.

Más allá del mar.

Al pie de la mecedora,

con la muñeca de ojos fijos

viajo contigo en tu ovillo.

Yo que soy una flor

en tus laderas de esmeralda

entiendo mirándote

el lenguaje de la bruma

El cántaro, Ediciones en danza, Buenos Aires, 2001

La pianola

La pianola del Viejo Chaleco, contrabandista del puerto, teclea desdentada. Una tecla para el cigarro. El humo desbarata el humo en verdes algas melodiosas. La pianola gargula canciones de Popey. El Viejo camina a pequeños pasos, mudo. Acaso sea chino.
Tira del río y entran por la ventana amarillos y sábalos.
Dice no querer río; tirar del mar dice. Y tira de la cola al mar. El Viejo mide el salón a grandes piernas de pared a pared y se planta en el medio, a dos botas, a escuchar el mar. Acaso sea cosaco. Manivela en vaivén.
El Viejo salta al estaño y baja con un balón de chopp y una bomba redonda. Encendida.
Los dos monos sabuesean el rastro por encima de las mesas de patas de dragón; por debajo de las pilas de los posavasos de corcho. 
Caramba,
han pasado cien años.
El Viejo, en la puerta de su cafetín, saluda al barco. La ronca sirena sopla contra el viento. Encalla.
Caramba,
han pasado cien años.

Colastiné entonces

Con el vestido de anchas franjas Georgina estaba en la ventana. Y en el arenal el caballo bayo y mis hermanos.
Escribe, decía mi madre: ultramar, ultramarino. Colastiné era un puerto. Santa Fe una ciudad sin puerto de ultramar (el verdeazul y una idea de espuma de sal de olas y sirenas me llevaba para allá cuando yo todavía no había nacido). Pero ella quería que lo escribiera de este otro modo real.
Y señalaba las banderas multicolores de los barcos sobre el acerado Colastiné junto a la calle ancha de casas de madera. Los vagones del ferrocarril cargados de trigo y de quebracho.
Y orillando, los bares de puertas de vaivén; mujeres en ondulantes boas de plumas.
Llegaba algarabía de acordeones y el afincado idioma de los peones correntinos. 
También me recordaba: “era una esterlina contra un peso fuerte”.
Creo precisar los colores circundantes. Algo, al parecer, de rosados y celestes. Y punzó. El negro austero de los atuendos del paisano y el blanco cribado, blanquísimo junto al reflejo de quinqué y alguna guitarra vidalitera, una tonada llegando de lejos. 
Y del entreluz cercanísimo de impronta familiar, sobre los estantes de roble tallado un brillo de alquimia en los frascos de cristal y en potes de porcelana esmaltada de la “Farmacia del pueblo”, de José Leonidas Vallejos, mi padre.
Aquí Georgina dejó de mirar el espejo de sus recuerdos en mi cuaderno y cerró la ventana de la fotografía sepia… porque la ventana la borró el agua —undular del agua—. Obstinación del río en cambiar lo que cambia. Y anotó como testimonial de referencia: alrededor de 1902. Colastiné entonces.

Beatriz Vallejos (Santa Fe, Argentina, 7 de mayo de 1922 – Rosario, Argentina, 12 de julio de 2007). Poeta y pintora.

Hija de un farmacéutico que hablaba en lengua “guaraní” y disfrutaba leyendo a los clásicos de la literatura francesa del siglo diecinueve. No menos poderosa es la influencia de la madre, una italiana que a los quince años debe afrontar la travesía oceánica con destino a estas tierras.

Así es como su padre -jardinero además por vocación-, y la madre, ‘maga en la cocina y diestra en el manejo de las agujas’, influye en la futura creadora.

Estudió en la Escuela Normal Nacional de su ciudad natal. En 1944 obtuvo el primer premio en el “Concurso poeta joven inédito” por su poemario “Alborada del canto”.  Residente en Rosario, durante el bienio 1948-1949 estudió en la Facultad de Filosofía y Letras.

Junto al artista plástico Carlos Valdés Mujica fallecido en 1961, había aprendido la técnica “laquista” y en 1962 presentó en Rosario sus primeras lacas, al año siguiente con auspicios de la “asociación de Arte”, en el “X Salón de Arte Moderno” de esa ciudad, en el Museo “Carlos Castagnino”.   En 1965 presentó varias muestras individuales en Rosario y su serie “Del viento y del agua”, en el “Simposio Nacional del Folclore” de Cosquín (provincia de Córdoba), donde dialogó junto al investigador y escritor Lázaro Flury acerca de la “Influencia del viento y del agua en la creación folklórica.”  Desde entonces, expuso en ciudades de distintas provincias, en el Salón Cultura de Goya y en el Museo de Bellas Artes de Corrientes, donde en 1967 habló sobre “Transparencia y misterio de las lacas”.  

En 1984, expuso sus poemas en el Centro Cultural General San Martín de la ciudad de Buenos Aires. Sus obras fueron difundidas por distintos medios periodísticos, entre ellos los diarios “El Litoral” de la capital santafesina; “La Capital” de Rosario; “La Gaceta de Tucumán” y en la revista “Criterio”.

Su obra y su pensamiento revelan un particular interés hacia la filosofía y la escritura orientales. Prologó un trabajo sobre el zen en la literatura y la pintura.

Editó los siguientes libros de poesía: Alborada del canto (1945), Cerca pasa el río (1952), La rama del seibo (1963), María un corderito tenía (1967), Otros poemas (1970), El collar de arena (Colmegna, Santa Fe, 1980), Espiritual del límite (La Ventana, Rosario, 1980), Pequeñas azucenas en el patio de marzo (Juglaría, Rosario, 1985), Anfora de Kiwi (Juglaría, Rosario, 1985), Horario corrido (Juglaría, Rosario, 1985), Lectura en el bambú (Fundación Banco Bica, Santa Fe, 1987), Sin evasión (Delanada, Santa Fe, 1992), Donde termina el bosque (Del Taller, Rosario, 1993), Del río de Heráclito, (edición de la autora, Santa Fe, 1999), Del cielo humano (Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2000) y El cántaro (Ediciones en Danza, 2001). Publicó también dos ediciones plegables y una plaqueta: Está de ceibo la sombra del timbó (Delanada, Santa Fe, 1987), Al ángel (Delanada, Santa Fe, 1989) y Cuadernos de Magoaire.

En el año 2012 la Editorial Municipal de Rosario y la Universidad Nacional del Litoral presentaron El collar de arena, volumen que reúne la obra poética de Beatriz Vallejos y una serie de prosas que habían permanecido inéditas. 

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