Mary Kingsley

Esta página es de poesía pero también queremos dar presencia a algunas mujeres que, aunque no escribieron poesía, o no destacaron por ser poetas, su voz como mujeres, pioneras y/o escritoras es tan importante en la historia que creemos deben ser incluidas.

Este es el caso de  la fascinante Mary Kingsley, “La reina de África”.

Una de nuestras Imprescindibles.

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Mary Henrietta Kingsley (Islington ,Londres, Inglaterra, 13 de octubre de 1862 – Simon’s Town, Ciudad del Cabo, Sudáfrica – 3 de junio de 1900). Escritora y exploradora. Conocida como “La reina de África”, fue una de las primeras etnógrafas precursoras de la antropología cultural. Activista proafricana, escribió crónicas sobre sus experiencias. Criticó el actuar de los misioneros católicos por tratar de reformar a los africanos, habló de “la carga del hombre blanco” sobre el continente.

Era hija de George Kingsley ( médico y también escritor de viajes) y Mary Bailey y sobrina del novelista y reformador Charles Kingsley. George Kingsley era un médico  conocido por sus terapias viajeras. Como parte de los tratamientos prescritos, recorrió con sus pacientes España, el Pacífico y acompañó a Custer en la expedición contra los sioux en la que se basó Murieron con las botas puestas. Su crónica de viajes Burbujas de los Mares del Sur logró un gran éxito editorial.

Mary fué autodidacta, aprendió a leer sola y tuvo la fortuna de tener acceso a la bien provista biblioteca paterna. Cuando alcanzó la madurez, Kingsley no pudo dejar de plantearse el porqué de la diferencia entre la educación de su hermano, que estudió derecho en Cambridge, y la suya, que se limitó al aprendizaje del alemán y cursos de enfermería que abandonó cuando su madre cayó enferma. La madre de Mary se quedó inválida y el destino de su hija, en plena época victoriana, parecía que iba a ser permanecer en el hogar familiar cuidando de ella. Pero la vida tenia otros planes para Mary y su padre murió en febrero de 1892 y su madre cinco semanas más tarde. Sin cargas familiares, y con una renta de 500£ anuales, con 30 años, Mary pudo finalmente viajar. Inició su travesía navegando primero hasta Las Palmas en las Islas Canarias y posteriormente a Sierra Leona.

Mary llegó a Sao Paulo de Luanda en Angola en agosto de 1893. Vivió con gente local que le enseñó a pescar con redes hechas de fibra de piña. Después de aprender las habilidades necesarias, aprendió a sobrevivir en la jungla, se aventuró sola en zonas peligrosas. Sus aventuras incluyeron un cocodrilo que atacó su canoa y quedó atrapado en un tornado. En la primera incursión llegó hasta la región de Calabar. Allí conoció a Mary Slessor, misionera que, en solitario, había asumido las costumbres locales. Acogía a las mujeres que, por haber dado a luz a mellizos, eran asesinadas junto a sus hijos por creer que habían yacido con un espíritu maligno. Con ella, Mary luchó contra una epidemia de tifus.

Al reflexionar sobre sus primeros meses en suelo africano, Kingsley escribió:

“Una por una tomé mis viejas ideas derivadas de libros y pensamientos basados ??en conocimientos imperfectos y los sopesé con la vida real que me rodeaba, y los encontré inútiles o deficientes”.

Kingsley regresó en 1895 para estudiar las tribus caníbales. Durante el largo viaje a África el capitán del barco la introdujo en el arte de la navegación de veleros y de buques de vapor. Ella nunca olvidaría la experiencia de pilotar un bajel de dos mil toneladas y, más tarde en sus libros, reconocería el gran valor de las enseñanzas que recibiera del capitán Murray.

Viajó en canoa por el río Ogowe, donde recolectó especímenes de peces hasta entonces desconocidos. Varias veces su canoa volcó en los peligrosos rápidos del río. Mary también viajó a través de densos bosques infestados de serpientes y escorpiones venenosos y vadeó pantanos tratando de evitar las atenciones de los cocodrilos. Después de conocer a las tribus caníbales Fang, escaló el monte Camerún de 13.760 pies de altura por una ruta no conquistada por ningún otro europeo. Recolectó flora y fauna para el Museo Británico.

En esta época recorrió la zona del Golfo de Guinea y visitó Fernando Póo, entonces española y hoy en la actual Guinea Ecuatorial, adentrándose, a menudo sola, en regiones peligrosas. Esta es la descripción que hace de la isla de Fernando Póo:

“Vista desde el mar o desde el continente, parece como una montaña inmensa que flota en el mar. Es bien visible en los días claros (y en particular muy visible en la claridad extraña que se produce después de un tornado) un centenar de kilómetros mar adentro, y nada más perfecto que Fernando Póo cuando se mira, como hacen de vez en cuando desde la lejana Bonny Bar, en la puesta de sol, flotando como una isla encantada hecha de oro o de amatista; no puede concebirse. Es casi igual de encantadora de cerca, desde la parte continental en Victoria, a diecinueve millas de distancia. Con su aire de belleza infinita, es casi siempre dulce y hermosa, pero yo he visto su silueta duramente recortada contra nubes tormentosas y grandiosamente sombría desde la parte alta de su hermano mayor Mungo [Monte Camerún]. Y en cuanto a Fernando Póo con luna llena… bien, es mejor ir a verlo uno mismo.” (Viajes por el África occidental)

Tras llegar al puerto de Freetown, en Sierra Leona, Kingsley se integró en el tejido de la sociedad de África occidental de una manera inusual para una inglesa de la época. Para empezar, llegó como comerciante mercantil acreditada a la firma Hattson and Cookson, llevando consigo a África la tela habitual, el tabaco y los anzuelos para cambiarlos por marfil y caucho. (Las pocas mujeres europeas que se aventuraron a África occidental en ese momento llegaron como esposas de misioneros y administradores). Viajó como comerciante llevando telas que vendía por caucho y marfil, así financió sus travesías. Las noticias sobre sus aventuras llegaban a Londres, los periodistas estaban ansiosos por entrevistarla. Al volver dictó durante tres años conferencias por todo el país sobre la vida en África.

Mary Kingsley disgustó a la Iglesia de Inglaterra por sus criticas a los misioneros por su empeño en cambiar a los africanos. Habló acerca de —y de hecho defendió— varios aspectos de la vida africana que conmocionaron a muchos ingleses, como la poligamia. Dijo : 

…furiosas masas de infamia, degradación y destrucción se expanden por toda la costa nativa… [como] la consecuencia natural del abandono de una poligamia ordenada por una monogamia desordenada». Argumentaba que un «hombre negro no es un blanco menos desarrollado,  como un conejo no es una liebre subdesarrollada. Ella se había mostrado escéptica con respecto a los misioneros incluso antes de sus viajes, señalando que la literatura misional en realidad no describía el país, sino que hablaba de “cómo estaba avanzando para ser lo que debería ser”. Ella veía la obra misional en África (matar el alma de un hombre para salvar su vida) como una práctica insoportable, y en sus escritos y conferencias lo dejó muy claro.

Quiso crear un foro donde todas las personas comprometidas con respetar y proteger las culturas tradicionales africanas se juntaran. Aunque en vida nunca organizó una reunión, un año después de su muerte se formó la “Real Sociedad Africana” con el objetivo de dar a conocer las “leyes y costumbres de los africanos” y promover una mejor comprensión.

Además afirmó que ella no consideraba a «los nativos como ‘inferiores’… sino con un tipo de mentalidad diferente de la del hombre blanco —un tipo de mentalidad muy aceptable, a su manera».

La Sociedad de Templanza también estaba enojada por la defensa de Kingsley del comercio de alcohol en África. El africano, argumentó, «no es de ninguna manera el idiota borracho que sus supuestos amigos, los misioneros protestantes, están ansiosos por besar, como excusa por no haber tratado con él».
Reconoció, a pesar de su educación protegida, que los africanos que conoció estaban más preparados para ser amigos que enemigos. “Pertenecímos a ese mismo sector de la raza humana con el que es mejor beber que pelear”, escribió.

Kingsley consideraba que los gobiernos coloniales británicos eran extremadamente ignorantes; no creía que África necesitara ser reformada de acuerdo con las creencias de los forasteros. Dicho esto, no argumentó contra el colonialismo en sí, sino más bien contra la forma en que se manejó. Kingsley todavía consideraba a los europeos como los más avanzados de los dos pueblos, pero pensaba que se estaban implantando en África por razones equivocadas.

No apoyaba el movimiento del sufragio femenino. Ella argumentó que el sufragio femenino podría permanecer en un segundo plano mientras la atención se centraba en los hombres aún privados de sus derechos. Muchos ven el rechazo de Kingsley al feminismo como una táctica de autoconservación: la etiqueta de “feminista” casi con seguridad habría restado valor y desacreditado su trabajo en los círculos académicos y las sociedades geográficas. Su batalla personal tenía un único objetivo: la protección de las culturas de África Occidental. A pesar de ello fue consciente de su vulnerabilidad como mujer y científica. Fue atacada por asumir una actitud masculina en sus investigaciones sobre los fang. Negó la acusación de haber vestido pantalones en sus expediciones y, cuando su editor comentó que su estilo en Viajes en África Occidental no era femenino, se mostró ofendida. Ella argumentó que el sufragio femenino podría permanecer en un segundo plano mientras la atención se centraba en los hombres aún privados de sus derechos. Muchos ven el rechazo de Kingsley al feminismo como una táctica de autoconservación: la etiqueta de “feminista” casi con seguridad habría restado valor y desacreditado su trabajo en los círculos académicos y las sociedades geográficas.

Al estallar la Guerra de los Bóers, Kingsley se ofreció como voluntaria para trabajar como enfermera. Cuando el editor del Morning Post se enteró de que ella iba, le pidió que informara sobre la guerra. Sin embargo, su trabajo como enfermera en Simonstown la mantuvo completamente ocupada. En una carta a una amiga en Inglaterra, Kingsley explicó cómo la fiebre tifoidea mataba diariamente a cuatro de cada cinco de sus pacientes. También describió a otras enfermeras que murieron a causa de la enfermedad y añadió que pensaba que era poco probable que ella sobreviviera. Desafortunadamente, su predicción fue precisa y murió de fiebre tifoidea en una pequeña localidad al sudeste de Ciudad del Cabo, el 3 de junio de 1900.

Según sus deseos, sus cenizas fueron echadas al mar con todos los honores militares.

Kingsley escribió dos libros sobre sus experiencias: Travels in West Africa (Viajes en África Occidental, 1897), que inmediatamente se convirtió en un best-seller, y West African Studies (Estudios sobre África Occidental, 1899).

En Travels in West Africa, Kingsley narra como salvó una vez de una muerte espantosa gracias a su adecuada y resistente falda victoriana. Kingsley, que entonces tenía 31 años, había estado intentando un atajo a través del bosque cerca de la aldea de Efoua, en África occidental, cuando de repente se encontró en el fondo de un pozo de caza lleno de púas.“Si hubiera prestado atención al consejo de mucha gente en Inglaterra… y hubiera adoptado prendas masculinas, me habrían clavado pinchos hasta los huesos y habría acabado. Mientras que, salvo por muchos moretones, aquí estaba yo, con toda mi falda doblada debajo de mí, sentada sobre nueve púas de ébano de unas treinta pulgadas de largo, con relativa comodidad, aullando vigorosamente para que me sacaran.“Es en esos momentos cuando te das cuenta de la bendición de una buena falda gruesa”,

En West African Studies (Estudios sobre África Occidental, 1899), describió las leyes y costumbres de la gente de África y explicó la mejor manera de gobernarlas. Joseph Chamberlain, secretario colonial del gobierno, le escribió a Kingsley pidiéndole consejo. Sin embargo, Kingsley era una figura tan controvertida que le pidió que mantuviera sus reuniones en secreto. Las descripciones de Kingsley sobre el comportamiento de los misioneros y comerciantes en África inspiraron al joven periodista E. D. Morel a realizar su propia investigación sobre el problema. Esto dio lugar a una serie de artículos titulados El escándalo del Congo (1900) que finalmente tuvo un impacto en la política gubernamental.

Hoy en día, Kingsley es recordada en gran medida por sus firmes opiniones y (entre los ictiólogos) por el pez que lleva su nombre. Al final de su vida, Kingsley se enorgullecía de dos cosas: su habilidad, obtenida con tanto esfuerzo, para remar en una canoa como los nativos, y la aceptación de sus especímenes de peces por parte de los científicos.

“Es simplemente que tengo el poder de resaltar en mis semejantes, blancos o negros, sus virtudes, de una manera honorable para ellos y afortunada para mí”, escribió en 1899, un año antes de morir.

Como curiosidad hay que añadir que Mary Kingsley realizó todos sus viajes por Africa vestida con la misma ropa que habría llevado en la Inglaterra victoriana y portando una sombrilla. Sus aventuras inspiraron el personaje de Rose Sayer, interpretado por Katherine Hepburn en La reina de Africa.

Katherine Hepburn junto a Bogart en La reina de Africa.

Equatorial West Africa, described to Kingsley by British doctors as “the deadliest spot on earth.” The map is from Kingsley’s second 1897 book, West African StudiesCOURTESY JACQUELINE BANERJEE


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