A Juan de Yepes
En su celda, Juan de Yepes, espera.
Los prelados de la orden delCarmelo
ahora se reúnen. Juan incurrió en falta grave:
puso en lengua común el cántico divino.
Sus hermanos de hábito ceden unos minutos
(ellos, cargados de trabajos)
a la ardua inspección de unas cuartillas.
Diseccionan el texto
para extirpar las sílabas malignas.
Tan comedidos (sálvelos Dios)
respecto a la salud espiritual
de la feligresía, se afanan
en descubrir el mal, para ahuyentarlo
del inocente gremio de la gleba.
Sonríen satisfechos, mientras Juan, en su celda,
vive la soledad del amor herido.
Brillan los dientes de los magistrados
que el queso, el vino y las manzanas lustran,
mientras Juan, en su celda,
el pan y el agua cena sin demora.
Los prelados de la orden del Carmelo
han cumplido. Regresan a sus coches,
mientras Juan, en su celda,
sufrirá la dolencia de amor que no se cura.
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