11 Poemas de Carlos Bousoño

Elegía

Te he dicho que los hombres no contemplan
el puro río que pasa,
la dulce luz que invade las riberas
cuando fluye hacia el mar el agua casta.

Te he dicho ayer…Y yo veo ahora
fluyendo dulce hacia la mar lejana,
mientras los hombres ciegos, ciegamente
se embisten con furor de piedra helada.

Con desolada luz vas olvidado,
pero yo te contemplo, agua irisada,
silente amigo, y veo mi figura
triste, mirándose en tus aguas.

Amigo solitario:
esto te digo mientras pasas.
Repite luego mi voz triste
allá en las rocas desoladas.

Porque has de ver tierras estériles
y muertos sin remedio ni esperanza.

Canción para un poeta viejo

A Vicente Aleixandre

Muy cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Azotado del viento y de los años
fuiste la vida, no sus desengaños.
Tu voz sonaba a viento y caracolas,
viejo de luz, hermano de las olas,
Conocimiento fue tu reposar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Llegaste a viejo cual se llega a ser
la luz delgada del amanecer.
La luz delgada del saber callar,
del saber conocer y callar.
Del saber esperar, callar, seguir
hasta las olas del saber vivir.
Hasta las olas del saber amar
profundamente y como es quieto el mar.
Y como es quieto el mar se pone en pie
la insurrección del nunca moriré.
Y así tu ser, escrito en agua y sal
y en viento fue, y en todo lo inmortal.

Bousoño y Vicente Aleixandre

Letanía del ciego

                                                            Soy como un ciego…
                                                                             Rubén Darío

Y tú que tanto amas, tanto ríes,
tanto adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te fíes,
dónde el pañuelo de enjugar tu llanto? 

¿Dónde el camino que no veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar suprime.
¿Es ya la noche que no tiene aurora?
Dímelo, dime. 

Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura. 

Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo. 

Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas. 

Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista. 

Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte. 

Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío! 

De «Noche del sentido» 1957

El ciclón

Tú que me miras, mírame hasta el fondo.
Tú que me sabes, sábeme.
Porque falta muy poco, porque el tiempo
arrecia vendavales
que se llevan ventanas y gemidos,
besos, ruidos de calles,
este silbido agudo que ahora escuchas
en el vecino parque,
las nubes delicadas que se juntan
en los azules gráciles
y el corazón con que me miras hondo
queriendo acariciarme.

Nada puedes hacer. Nada podrías
hacer. Déjate suave.
Es más fácil así. Vayamos juntos,
llevados por el aire,
si envejeciendo en el ciclón horrible,
unidos, esenciales,
mirándonos al fondo de la vida
y viendo allí la imagen
de nuestros cuerpos paseando dulces
por huertos virginales….

Eras tan clara. Junto al aire tanto
te amé…. En la tristeza grave
tú me arrancabas la melancolía
como una espina aguda de la carne;
me acompañabas en las horas puras;
me rozabas tan suave
con tus dedos sutiles, con tu dulce
modo de acompañarme….

(…)Fuiste como una niebla, como un vaho
de amor, como un vapor imponderable
que me envolviese en cálidas vislumbres
las duras realidades,
y que después, pasadas las aristas
crudas, me rodease
y me dijese: -Existes en el mundo.
Ven ya hacia el mundo. Ámame.(…)

Reloj de arena

                                                                               A Emilio Lorenzo

Un diálogo consigo mismo es lo que consigue el hombre
al atardecer,
contemplando el reloj de la arena que cae.
Un monólogo, una susurrante confidencia,
un murmullo apenas inteligible donde se desmorona el
pasado
continuamente, perezosamente deleznable, con lentitud
cruel, con perversa demora.

Cae la arena despacio por el diminuto agujero,
el esplendor de la vasta mañana.
La luz del sol, indolente, infinita, cae.
Cae el amor, desolado, indirecto.

La atroz verdad convertida en sí misma,
la enormidad de una pequeña causa,
por el conducto mínimo,
inverosímilmente.
El horizonte interminable, la playa desierta.

Sobre mí que medito en la sombra
va cayendo muy leve, pausada
lluvia imperceptible:
una lluvia lenta de polvo exquisito
que con tacto y sutil cortesía
pone extraño, enigmático el mundo.
Polvo gris donde había otra cosa,
tan pequeña, y aún la sigues pidiendo.
Donde había una mano, una rosa.

 

Bousoño(segundo por la drcha)junto a otros poetas en 1943

Noche del sentido

El olfato no huele, ojo no mira.
Ni gusta lengua ni conoce el seso.
Eso sabemos, corazón que aspira.
Tan sólo eso.
Quién pudiera cual tú mirar tan leve
esta colina que una paz ya toma:
mirar el campo con amor, con nieve:
poder llamarlo fresca luz, paloma.

Quién pudiera cual tú tocar tu mano,
saber que es mano y conocer su sino,
saber tu hueso fatigado, humano,
pensar el viento que en la noche vino.

Saber qué es este ruido, esta nonada,
este grito que nace de un abismo,
de una tristeza tan desconsolada
como el amor que surge de ti mismo.

Saber la luz y conocerla hermosa,
mirar el cuerpo y conocer su brío,
mirar la noche que en la paz reposa,
fuente sellada al pensamiento mío…

Mirarte a ti, mirar a tu ternura
cuando contemplas mi dolor humano
y me suavizas en la noche pura
con la caricia de tu blanca mano…

Quién pudiera decirte amor, abrigo
de mi vivir, y en lenta letanía
llamarte luz, nombrarte viento amigo,
campo feliz y cielo de armonía.

 

Palabras dichas en voz baja

I
No es vino exactamente lo que tú y yo apuramos
con tanta lentitud en esta hora
pulcra de la verdad. No es vino, es el amor.
No se trata, por tanto, de una celebración
esperada, una fiesta
ruidosa, alzada en oros.
No es montañoso cántico.
Es sólo silbo, flor, menos que eso:
susurro, levedad.

II
Y esto empezó hace mucho. Unimos nuestras manos
muy apretadamente para quedarnos solos,
juntos y solos por la senda infinita
interminablemente.

Y así avanzamos juntos por la senda
tenaz. La misma senda, el mismo instante de oro,
y sin embargo, tú marchabas sin duda
siempre muy lejos, atrás, perdida en la distancia
luminosa, diminuta y queriéndome
en otra estación más florida,
en otro tiempo y otro espacio puro.
Y desde el retirado calvero, desde la indignidad arenosa
del madurado atardecer, en que yo contemplaba
tu tempranero afán,
te veía despacio, una vez y otra vez,
sin levantar cabeza en tu jardín remoto,
atareada y obstinada-
mente
¡y tan injustamente!
coger con alegría
las rosas para mí.

En este mundo fugaz

Pozo de realidad, nauseabunda
afirmación, nocturno
cerco de sombras. Todo
hasta la muerte. Somos
aciago resplandor insumiso, noche
florecida. Oh miseria
inmortal. Tú, mi alondra
súbita, mi pequeño colibrí delicado,
flor mecida en la brisa,
tú, dichosa, tú, visitada por la luz,
lavada en su jardín que desciende
despacio,
pequeñez tan querida.

Aquí estás resistiendo,
viva, lúcida,
sostenida
en el sacro relámpago,
alumbrada y dichosa
en el trueno.
tú, mi pequeña
rosa encendida siempre,
pétalo delicado,
húmeda nota,
tú, resistiendo aquí.

Tú, resistiendo,
como si fueses basa
columna, catedral,
como si fueses arco,
romana gradería, circo, templo,
como si fueses número,
incorruptible idea,
tú mi pequeña Yutca,
mi pasajera soledad, mi fugaz entusiasmo,
tú, brevedad, caricia.

Tú, con brazos
débiles como flores,
con cintura,
con quebradizo cuerpo,
con delgadez, con ojos,
con espanto, con risa,
con noche a tu mirada,
tú, mi pequeña Yutca,
tú, resistiendo aquí.

Rememoraciones de incidentes

En una cueva de la memoria, en su larga llanura oxidada,
en su estéril cardenillo verdoso, en su desolado atardecer,
lento y un poco oscurecido como si fuese ya tarde,
como si nacer no hubiera sido posible
aquel remoto día, perdido en el confín;
e imposible fuese asimismo
el otro amargo día, no puedo decirte su nombre,
algo ladeado y ya en las afueras de súbito,
en el suburbio y el terrible descampado de súbito,
lívidamente azul de pronto;

con tazas desportilladas, abanicos devorados por la ansiedad,
relicarios de madera envejecida, espejos,
miserables espejos de azogue saltado, horrendos maniquíes
sin cabeza, emisarios inmóviles de más allá del río
solitario, emisarios sin brazos y sin cabeza, inmóviles,
y por eso no pueden sonreír;

y todo subía como una marea feroz por la memoria  cárdena,
y todo subía amargamente cárdeno por el recuerdo de una noche,
trepaba por la penosa rememoración, por el jadeante ascender y acordarse
de una noche, saliendo de la sombra, un momento tan solo;
reconstruir aquella adoración
hecha de pétalos, de palabras y polen de palabras, de 
                                         cansancios o incrustaciones lamentables, quejidos,
de quemaduras y desolaciones
junto a un andén que no llegaba nunca como si fuese un tren,
un tren de súbito como si fuese aquella adoración.

Y todo en la memoria se retorcía agitado por el vendaval,
como un gran bosque movido por la ira de un huracanado renacer.
El parto terrible de la memoria era el viento,
la noche terrible de la memoria se llamaba aquilón.
Todo vibraba y era movido por una propagación llameante
que fulguraba en medio de la tempestad y se extendía y encrespaba en la música,
vibraba entre los acordes de una multitud de guitarras,
sonando en el estruendo de un día terso y limpio, destrozado
tan secamente como un espejo en una habitación.

Ay, en la oscuridad, atenazados por el deseo
dos cuerpos se buscaban a tientas como si fuese posible vivir,
como si la verdad existiese en la tiniebla oscura
y hubiese que buscarla apretando una carne duramente,
y hubiese que buscarla atravesando duramente la interminable oscuridad
de una carne, toda una noche larga, y más allá quebrase ya una luz:
el alba hermosa y pura donde todos
existen otra vez,
salvados y otra vez, vivos, salvados…

…Y he aquí que nosotros, aún no salvados, vivos,
golpeamos la sombra, en medio de la noche…

Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer…

Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer
de cigarras, cuando el calor inmóvil te impide, como un bloque, respirar.
E irás con la fatiga y el recuerdo de ti, un día y otro día,
                      subiendo a la montaña por el mismo sendero,
gastando los pesados zapatos contra las piedras del camino,
un día y otro día gastando contra las piedras la esperanza, el dolor,
gastando la desolación, día a día,
la infidelidad de la persona que te supo, sin embargo, querer
(gastándola contra las piedras del camino), que te supo adorar,
gastando su recuerdo y el recuerdo de su encendido amor,
gastándolo
hasta que no quede nada,
hasta que ya no quede nada
de aquel delgado susurro, de aquel silbido,
de aquel insinuado lamento;
gastándolo hasta que se apague el murmullo del agua en el sueño,
el agitarse suave de unas rosas, el erguirse de un tallo
más allá de la vida,
hasta que ya no quede nada y se borre la pisada en la arena,
se borre lentamente la pisada que se aleja para siempre en la arena,
el sonido del viento, el gemido incesante del amor, el jadeo del amor,

el aullido en la noche
de su encendido amor y el tuyo
(en la noche cerrada
de su abrasado amor),
de su amor abrasado que incendiaba las sábanas, la alcoba, la bodega,
entre las llamas ibas abrasándote todo hacia el quemado atardecer,
flotabas entre llamas sin saberlo hacia el ocaso mismo de tu quemada vida.
Y ahora gastas los pies contra las piedras del camino
despacio, como si no te importara demasiado el sendero,
demasiado el arbusto, la encina, el jaramago,
la llanura infinita, la inmovilidad de la tarde
infinita, allá abajo, en el valle de piedra
que se extiende despacio, esperando despacio
que se gasten tus pies, día a día,
contra las piedras del camino.

Reflexiones últimas

Mar en calma. Con energía 
desafiante asume el reto 
de entender la sabiduría 
inmortal de quedarse quieto. 
Más allá de pena y de goce, 
¡infinitud en que te enrolas!, 
el corazón, al fin, conoce 
la ciencia de no tener olas. 
La ciencia en que no vuela un ave
ni se escucha un sonido leve. 
(Luego, sin nadie, el sueño grave.
Sin nadie, la estepa, la nieve.)

Carlos Bousoño Prieto ( Boal, Asturias,España, 9 de mayo de 1923-Madrid, 24 de octubre de 2015)?. Poeta, profesor universitario de literatura y crítico literario. Vivió desde los cinco años con su familia en Oviedo. Tenía un tío materno en México donde hizo fortuna lo que le permitió a Carlos viajar a México, ya en los años 40. Bousoño empezó a cursar Filosofía y Letras en Oviedo, pero a partir de tercero se trasladó a Madrid, a la entonces Universidad Central, hoy Complutense. Terminó la carrera en 1946 con Premio Extraordinario. En ese momento –Bousoño fue un poeta al que siempre le interesó la crítica como teoría– se le consideraba discípulo de Dámaso Alonso, en el campo entonces novedoso de la estilística, que Bousoño llevaría más lejos. En 1949 presentó su tesis doctoral sobre Vicente Aleixandre. Era la primera vez que se admitía una tesis sobre un poeta vivo. Convertida en libro, «La poesía de Vicente Aleixandre» se publicó en 1950 y sigue siendo una obra capital para conocer la obra del futuro Premio Nobel. Pero para entonces Bousoño (que según su propia denominación pertenece a la 1ª Generación poética de postguerra, como Hierro o Gaos) ya hacía tiempo que había publicado -en 1945- su primer poemario con mucho de religioso, adolescente pero también existencial, titulado «Subida al amor».  En la misma línea y más cerca de cierto misticismo siguió Primavera de la muerte (1946); ambos libros reeditados juntos con el título Hacia otra luz (1950). De sus libros posteriores destacan Oda en la ceniza (1967, premio de la Crítica), Las monedas contra la losa (1973, premio de la Crítica), Metáfora del desafuero (1988, premio Nacional de Poesía) y El ojo de la aguja (1993). En todas estas obras su estilo fue evolucionando entre realismo y simbolismo y, aunque nunca abandonó su raíz existencial, su mirada se hizo más solidaria y su estilo se hizo menos sobrio.

Se casó en 1976 con Ruth Crespo, una exalumna puertorriqueña con la que tuvo dos hijos.

Enseñó Literatura española en varias universidades norteamericanas (Wellesley, Smith, Vanderbilt, Middlebury, New York University, entre otras). Impartió la materia estilística en la Universidad Complutense de Madrid, de la que fue en sus últimos años profesor emérito. Obtuvo el premio Fastenrath de la Real Academia Española en 1952 y fue nombrado miembro numerario de la misma en 1979, pronunciando su discurso de ingreso en 1980. Un año antes, había ganado el Premio Nacional de Ensayo por El irracionalismo poético y el simbolismo. En 1990 le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía por ‘‘Metáfora del desafuero’’, libro clave en su evolución desde el realismo al simbolismo y fue nombrado doctor Honoris causa por la Universidad de Turín. En 1993 obtuvo el Premio Nacional de las Letras Españolas y en 1995 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Fue además «Honorary Fellow» de la Hispanic Society of America y Presidente de honor del Premio Loewe de Poesía, uno de los más importantes de España. Además fue finalista en dos ocasiones del Premio Reina Sofía de poesía Iberoamericana (mayo de 1993 y junio de 1994) y en diciembre de 2000 fue candidato al Premio Cervantes , en el que quedó entre los cuatro finalistas, galardón para el que compitió también en 1998, 2001 y 2002. Le fue concedida la Medalla de Oro de Asturias (2001). También fue nombrado hijo predilecto de Boal (Asturias) en 2003.

Enlaces de interés :

https://www.farodevigo.es/sociedad/2016/03/09/amor-oculto-aleixandre-bousono-16676362.html

https://www.ersilias.com/discursos-de-carlos-bousono/

https://www.lne.es/mas-domingo/2009/10/18/vida-poeta-21455080.html

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