Algo le duele al aire
Algo le duele al aire,
del aroma al hedor.
Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.
Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.
Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.
Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.
Algo le duele al aire (2011)
La tierra está sonando
La tierra está sonando
y yo estoy desolada,
hueca por dentro, triste.
Mi juventud se tiende como el ala
rígida y negra de una golondrina.
Se me estremecen muy espesos árboles
y me duelen las aguas más tranquilas.
La tierra está sonando.
Llora de amor y hiere
mientras ama.
Y mata y acaricia.
¡Quién nos encierra duro
como la flor en su rojo silencio
de párpados ahogados
o de cerrados pétalos!
La tierra está sonando:
Aguas, espesos árboles:
¡Tierra sobre mi cuerpo!
Foto tomada del archivo Tomás Montero Torres
Sequía
En espera, tendida como yerba
que apresura su flor en la sequía,
oigo el viento quebrado,
el espiral, la seña.
Quiero decir ahora,
que yo amo la vida:
que si me voy sin flor,
que si no he dado fruto en la sequía,
no es por falta de amor.
Quiero decir que he amado
los días de sol, las noches,
los árboles, el viento, la llovizna.
Cantares de vela( 1960)
Foto tomada del archivo Tomás Montero Torres
Siete
I
Salgo de aquel espacio
grávido de sonido, de luz y de sentido,
pero nada recuerdo:
era en la antigua noche de los siglos.
Algo traigo en la piel
-que no pudo lavarme toda el agua
cuando cayó en el barro de mi cuerpo-
y apagará mi sangre lentamente.
Pasarán los ríos,
callarán algún día para siempre.
Nuevos caminos abrirán nuevos caminos,
y todas nuestras vidas,
unidas en un solo luminoso haz,
irán por el camino de único sentido.
Ahí recordaré la exacta fórmula de mi estructura
y sabré de las arcas donde vibran los eternos sonidos
de la muerte, que ya nunca perseguirá mis noches.
De la vida, hilo temporal de mis recuerdos.
Cerraré los ojos y aún correré por las suaves praderas,
me cercarán a veces olores de manzana.
En medio de la paz de este silencio,
contrastarán más bellas las luchas que ahora palpo.
II
Amo, vida, la fuerza cotidiana
en tu raigambre, fruto de ceniza,
y la sed desprendida de la lucha
que has vencido,
al vibrar como fuego en un instante.
Te amaré como agujas de mis huesos
cuando rompan
esta dulce prisión de fuego y carne
y te amaré en la mano que retuvo
la ceniza caliente de otra sangre,
y en lo que fue constante afirmación
de nuestra estancia.
Amo la estancia que será ceniza
pero ocupó su ritmo en el espacio
y acarició la tierra con su paso.
Amo el paso en la tierra:
vértigo que amanece en cada nueva
sensación de tu presencia.
Con los ojos abiertos a tus ansias,
con las venas abiertas a tu savia
que resbale en la hiedra derretida,
te cantaré en el polvo
desde el olvido de mi antigua forma:
en la última fibra de los tallos
en la altura de un árbol, construida
por dolorosa herida de sus vetas.
III
Volverá el polvo al polvo,
caerán desmenuzados los cabellos
como último baluarte de mi cuerpo.
Te esperaré a la orilla,
en los maderos rotos de mi cuerpo.
Al tomarte la mano, pobre muerte,
tan antigua, tan niña,
palpitará en tu sangre
la madura inquietud de cada día.
Romperás secos lazos
recostada en la hierba de tu sueño,
te embriagarás en angustioso canto
de la noche primera.
Te llegará en latidos de mis ansias,
la frescura del agua tan lejana
la voz, y el sonido
de la vida que evita tu llamada.
Y morirás de amor,
del mismo amor que apagará la hierba.
Y morirás de viento y de tristeza,
cuando fría mi sangre
no transmita a tu cuerpo,
el calor que robamos a la fragua.
Y cuando de nosotros
no quede ya en la tierra
más huella que la ardiente de tu estancia,
volveremos al polvo
que al cubrir este canto
lo perderá en la noche de su huella.
Tríptico
I
Detén este cordel mientras los ato. Deben atarse bien
de dos en dos
dedos pulgares.
Sólo te digo que tengas el cordel,
no que lo mires a los ojos.
Sólo se trata de colgarlos de los dedos
y que hablen.
II
¿Y qué quieres?
Éste no habla. Éste
es de esos desgraciados
que se tragan el miedo
de un bocado.
III
Duelen los dedos, duelen
los pulgares.
Y sigue este dolor hasta los dedos
de los pies.
Y duele
que se acerquen a ver cómo nos duele
y duele
que esto
ya no le duela
a nadie.
Soles (1977)
La sangre derramada
Al borde del camino
lo encontramos
el mismo pantalón, la blusa blanca:
sobre su espalda
amapola de sangre.
Llaman de gracia al tiro
que enmudeció su boca,
ahogó su amor
y me dejó baldada.
El estallido
de aquel tiro de gracia
aún retumba
y aúlla en el aire, aúlla.
Nocturno
Aquí voy en el río
desconocida, larga.
Y cabeceo en el viento
como el toro,
que en éxtasis levanta
la llama de sus ojos,
brillantes por la sed
de oscuras aguas.
Y me hundo en la noche
como en el conocido pecho
de mi madre,
húmedo y sin palabras.
Muerdo el fruto del día
y en el silencio voy
como la rama
enamorada y muda
que danza.
Ahí van mis sentidos
prendidos en el vientre de la noche como siete cabritas
palpitantes y fijas.
Sola me quedo,
junto al que se oculta hollando a sus creaturas.
Entre las ramas
flotando van estrellas
como frutillas duras.
Bajo este cielo, ay, todas las cosas,
van hablando entre dientes
solas y presurosas.
Bajo este cielo, ay,
me voy rendida
como la hierba hollada.
Y queriendo cantar,
y sin hallar palabras.
Cantares de vela (1960)
Reflejos
Bullir, palabra antigua como mi recuerdo.
Búllete, decía la madre de mi madre, mujer traslúcida
y bullente como el hervor del agua.
Esa palabra del español antiguo
parecía elevarse, fluir en el espacio
de la niña
que observa como vuelan las moscas
en vez de acomedirse
a servir.
El vuelo de las moscas,
el vuelo de las niñas, con espacio más amplio pero sin alas, huye por los aromas,
intenta no caerse del nido
y elevarse
mientras escucha,
o se contempla
en el charquito que dejó la lluvia
en el patio.
¡Búllete, niña, acomídete, búllete.
No te quedes allí!.
¿Bullirse, o reflejar el torrente del mundo?
Oleajes (2003)
Foto: REFORMA / Héctor García.
El corazón transfigurado
Es tiempo de las sombras,
de las bocas que caen ávidamente
en los pájaros, ojos de los hombres;
sobre los hombres, pájaros de Dios.
Viento menudo, pasajero ciego
al rumor de los árboles, al cielo
abierto inmensamente como un ojo
de Dios, certero y duro:
Yo soy un pobre pájaro dormido
en la tierra de Dios,
bajo sus ojos he perdido las alas
y mi canto es el canto de las mutilaciones.
Habito en una casa transitoria,
a la que el viento lleva eternamente
como al silencio mismo,
en un canto desgarrado y profundo.
He quedado tan pobre como el viento
que toma y lleva y abandona todo,
he quedado tan pobre como el eco
bajo los cuatro muros apagado.
Ha gastado la lluvia mis angulosos bordes,
mis huesos han bebido de las constelaciones
habito como musgo en las manos del tiempo
y siento mi ceniza que se desprende y cae.
Soy un pájaro roto que cayera del cielo
en un molde de barro;
soy el juego de un niño;
apenas soplo, lodo y su saliva;
soy el barro que guarda
este pájaro herido en la caída;
soy el caído pájaro que canta
en su dolor y en sus limitaciones;
soy todo lo que vuela, la ceniza,
el muro, el viento, el pájaro, el olvido.
Hundido, por inasible viento de sus manos
hiriendo en las entrañas del vacío,
en el principio el verbo.
Arranca la dolorosa flor de sus criaturas,
en el principio el verbo,
su corazón el mar, y herida
de su corazón el cielo.
EI tiempo y el espacio balando su belleza,
la música de esferas afianzada
en el dolido corazón del hombre,
que es su vida la música de un viento,
las sombras desgarradas bajo su voz alienta
que le dio la envoltura
de su mortal figura,
en el principio el verbo.
El aire lame mis heridos huesos
como enorme animal enloquecido;
el cielo, espada azul sobre mis ojos,
penetra desmembrado y fugitivo.
Mis manos se hundirán en el silencio
y he de caer filtrada
en el intimo torso de las aguas.
Porque el silencio es sembrador de espuma
sobre el haz de las cosas;
en su pausada siesta, mis oídos
florecerán hundidos,
y ya pronto,
tórtola abandonada el corazón,
dando pequeños saltos de ceniza
en su gris perecer, doblando el cuello,
ha de saltar eternamente ciervo
sobre la yerba humilde.
Porque el silencio es sembrador de espuma
sobre el haz de las cosas,
hemos de fermentar en el silencio;
y ya mis ojos, desolados ciervos,
también del corazón irán huyendo
con el espacio por hermano ciego.
El tiempo niño de la voz de vuelo
tomó mi cuerpo, trompo de ceniza,
sobre sus muslos, ríos escapándose
junto a mi fe burlada.
Más allá de la duda,
quedó mi corazón en voz de queda
afianzado en el aire, sordo y mudo,
con sordera de mar que apenas grita,
con sordera de fugaz condición perecedera,
sonidos deslenguados
que le han dado a mi cuerpo
el visionario amor y la ternura ciega
del tiempo niño del afán que rueda.
El tiempo niño de la voz de vuelo
tomó todas las flores de la sangre.
La rosa pisoteada bajo el caballo negro
alzó sus rotos pétalos
y gira con los ojos delirantes
reposada y eterna.
Las cuencas deshojadas de su voz
son pétalos girando eternamente.
Toda la eternidad es la paloma
suspendida de un hilo sin principio
y persigue su sombra
hacia el fondo, escondida
en la rota figura de los cuerpos,
toda la eternidad una paloma.
El tiempo niño de la voz de vuelo
quiso dejar su viento y detenerse,
abandonó mi mano en su carrera.
Ahora, y sin calor, a la distancia,
la manzana veloz de su latido
es una sola y desprendida flor
de una desconsolada primavera.
Un fino viento toca dulcemente
adormecida flauta de los días;
reverdecen los álamos, el viento,
y aquí mi corazón, junto con ellos.
Toda la eternidad una paloma
suspendida de un hilo sin principio,
toda la eternidad ya no le basta
al corazón para su inútil vuelo,
ya no mide los muros
si es para limitar sus esperanzas.
Una estrella que llora su soledad de espejo,
un puñado de plumas temblorosas,
así mi corazón, el viento llega
a dormir por las noches en su cuenca.
Mi corazón espejo caído de la noche
es costilla de Adán iluminada;
ha encontrado el lugar de su costado
y espiga los sentidos en raíz de tu nombre.
Toda la eternidad aposentada
y el hueco de tus venas mi aposento.
Toda la eternidad en el pequeño
ademán de tu paso;
la fruta de tu voz es mi alimento
y toda mi figura desgarrada
es rota flor, abierta primavera
que en la tierra angustiosa de tu nombre
bebe desde sus hojas una lluvia de fuego.
Toda mi eternidad aposentada
y el hueco de tus venas mi aposento.
Porque el amor es el dolor del viento,
todo un viento de llanto se me ahoga
en ardoroso grito;
porque el amor es el cantar del viento
que en un desorbitado remolino
muestra su corazón de polvo y fuego;
porque mi corazón es el sendero
herido de tu paso
que florece en el fuego de tu viento,
y mi canto tu aliento que florece
en un regocijado remolino de fuego.
En un viento de vides se deshoja
la soledad de todos los caminos
este sueño es un sueño desprendido
con raíz de humildad
y fuerza de árbol vivo,
y este sueño es la sombra que se muere
con la primera estrella matutina.
En el aire un perfume
Abre con gentileza
el aire
una gran cauda de aroma:
toma de aquí el suspiro
de la yerba
que florece,
del retoño
en las ramas,
y el verdor.
Atesora en su caudal
flor y canto
en vuelo por parejas
de pájaros,
abejas zumbadoras
palomas en zureo
y amantes que bendicen
la salida del sol.
El aire vuela
y como que canta,
pero algo le duele:
del aroma al hedor
algo le duele.
Semilla estéril
Si con arrodillarse
cayera de mí la noche
que se cierne sobre mi cabeza.
Si con arrodillarse
esta semilla estéril
se abriera.
Si con llorar
pudiera salir
como los ríos,al mar.
Hoy me arrodillaría
a llorar sobre la tierra.
Cantares de vela (1960)
Volverá el polvo al polvo
Volverá el polvo al polvo,
caerán desmenuzados los cabellos
como último baluarte de mi cuerpo.
Te esperaré a la orilla,
en los maderos rotos de mi cuerpo.
Al tomarte la mano, pobre muerte,
tan antigua, tan niña,
palpitará en tu sangre
la madura inquietud de cada día.
Romperás secos lazos
recostada en la hierba de tu sueño,
te embriagarás en angustioso canto
de la noche primera.
Te llegará en latidos de mis ansias,
la frescura del agua tan lejana
la voz, y el sonido
de la vida que evita tu llamada.
Y morirás de amor,
del mismo amor que apagará la hierba.
Y morirás de viento y de tristeza,
cuando fría mi sangre
no transmita a tu cuerpo,
el calor que robamos a la fragua.
Y cuando de nosotros
no quede ya en la tierra
más huella que la ardiente de tu estancia,
volveremos al polvo
que al cubrir este canto
lo perderá en la noche de su huella.
Dolores Castro Varela (Aguascalientes, México, 12 de abril de 1923-Ciudad de México, 30 de marzo de 2022). Poeta , narradora, ensayista y crítica literaria mexicana.
Realizó sus estudios de licenciatura en Derecho y la Maestría en Literatura Española en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Además estudió Estilística e Historia del arte en la Universidad Complutense de Madrid; También estudió Lingüística y Literatura en la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior, y Radio en el Instituto Latinoamericano de Comunicación Educativa.
Ha sido profesora de literatura en la Universidad Autónoma de México, la Universidad Iberoamericana, y en las escuelas de Bellas Artes de Veracruz, Cuernavaca, Estado de México, la Escuela de Escritores de la SOGEM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, entre otras instituciones.
Fue fundadora de Radio UNAM y productora de programas radiofónicos. También condujo el programa Poetas de México en el Canal 11 con Alejandro Avilés.
Colaboró en la dirección de Difusión Cultural de la Universidad. Fue redactora jefa y colaboradora de Barcos de Papel.
Fue miembro del consejo de redacción de Suma Bibliográfica. Fuensanta, La Palabra y El Hombre, Nivel, Poesía de América, Suma Bibliográfica, y Revista de la UIA.
Su poemario ¿Qué es lo vivido? Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Mazatlán en 1980. Ganó el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lingüística, 2014.
En 2008, el INBA le rindió un homenaje por sus 85 años de vida. En 2014, el INBA le rindió homenaje con la presentación editorial Dolores Castro, 90 años: palabra y tiempo.
Ha sido durante décadas maestra de muchas generaciones de poetas. Formó también parte del grupo Ocho Poetas Mexicanos, integrado por Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo, Javier Peñalosa,( con quien se casó y tuvo siete hijos), Honorato Magaloni Duarte, Efrén Hernández, Octavio Novaro y Rosario Castellanos.
Obra publicada:
El corazón transfigurado, 1949
Dos nocturnos, 1952
Siete poemas, 1952
La tierra está sonando, 1959
Cantares de vela, 1960
Soles, 1977
Qué es lo vivido, 1980
Las palabras, 1990
Poemas inéditos, 1990
No es el amor el vuelo, 1995
Tornasol, 1997
Sonar en el silencio, 2000
Oleajes, 2003
Íntimos huéspedes, 2004
Algo le duele al aire, 2011
El corazón transfigurado/The Transfigured Heart (Edición bilingüe) Traducción Francisco Macías, 2013.
Sombra domesticada, 2013
Tiene entre otros premios:
Premio Nacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz.
Premio Nacional de Poesía, Mazatlán, en 1980.
Premio III Nezahualcóyotl (junto con José Emilio Pacheco) en 2004.
Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde en 2013.
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Nota: Esta entrada ha sido actualizada el 1 de abril de 2022 debido al fallecimiento de la poeta.
Dolores Castro Varela dejó de existir la mañana del miércoles 30 de marzo a los 98 años de edad, según informó su hija, Dolores Peñaloza Castro, a la prensa de su país. Se mantuvo activa hasta sus últimos días y seguía impartiendo sus talleres de poesía en la Escuela Carlos Septién y en su casa.
Enlaces de interés :
https://www.elnorte.com/todos-merecemos-ser-escuchados-dolores-castro/ar2376578
https://www.cronica.com.mx/notas-la_poetica_de_dolores_castro-1145405-2020.html
https://www.jornada.com.mx/2015/01/05/cultura/a06n1cul