Poemas de Juan de Castellanos

Elegías de varones ilustres de Indias

Fragmento

Iré con pasos algo presurosos

Sin orla de poéticos cabellos

Que hacen verlos dulces sonorosos

A los ejercitados en leellos,

Pues como canto casos dolorosos,

Cuales los padecieron muchos dellos,

Pareciome decir la verdad pura

Sin usar de ficción ni compostura.

Son de tan alta lista las que cuento 

Como veréis en lo que recopilo, 

Que sus proezas son el ornamento,

Y ellas mismas encumbran el estilo, 

Sin más reparos ni encarecimiento 

De proceder sin mácula el hilo,

De la verdad de cosas por mí vistas

Y las que recogí de coronistas.

Porque si los discretos paran mientes

De suyo son gustosas las verdades

Y captan la atención de los oyentes

Mucho más que fingidas variedades;

Así que no diré cuentos fingidos

Ni me fatigará pensar ficciones

A vueltas de negocios sucedidos

En índicas provincias y regiones;

Y si para mis versos ser polidos

Faltaren las debidas proporciones

Querria yo que semejante falta

Supliese la materia pues el alta

Fragmento

Año de cuatrocientos y noventa
con mil y un año mas era pasado,
cuando los argonáutas desta cuenta
iban a conquistar vellon dorado;
mas no donde Medea la sangrienta
al padre, viejo rey, dejo burlado;
pues es otra riqueza tan crecida,
que de sí sola puede ser vencida.

Callen Tifis, Jasón, Butes, Teseo,
Anfion, Echión, Erex, Climino,
Castor y Pólux, Testor y Tideo,

Hércules, Telamon, Ergino;

pues vencen á sus obras y deseo
los que trataron ir este camino,
haciendo llanas las dificultades
que pregonado han antigüedades.

Las naciones más altas y excelentes
callen con valor de la española,
pues van con intenciones de hallar gentes
que pongan piens contrios en la bola;
Espanto no les dan inconvenientes,
ni temen del dragón ardiente cola,
deseando hacer en su corrida
de mas precio la fama que la vida.

De capitanes van los tres Pinzones,
para tal cargo ninos y bastantes,
y en marear las velas y timones
muy pocos que les fuesen semejantes;
de Palos y Moguer salen varones
admirables y diestros navegantes;
con tanta prevención, con tal avío,
salieron al remate del estío.

Con gran concierto guían el armada,
inflada toda vela y extendida;
vereis espumear agua salada
a tierra van no vista ni hollada,
huyendo de la tierra conocida;
ya no ven edificioes torreados
porque por alta mar van engolfados.

Al occidente van encaminadas
las naves inventoras de regiones;
pasando van las islas Fortunadas
y Hespérides que dicen Ogorgones:
No curan de señales limitadas
que ponen las antiguas opiniones,
y el trópico, que fue duro viaje,
no quiere limitar este paisaje.

 “Elegía VI” 

(A la muerte de Juan Ponce de León, donde se cuenta la conquista del Boriquén, con otras muchas particularidades)

Canto Primero (Fragmento)

Voz de mi ronco pecho, que profesa

Grandes cosas en versos apacibles,

Desea perfeción en su promesa,

Con muertes de varones invencibles;

E ya Joan Ponce de León da priesa

Con hechos que parecen imposibles;

Pues tuvo, como fue cosa notoria,

En muy menos la vida que la gloria.

 *

Este hidalgo fue cual le convino

A la Belona fiera y a sus artes,

Y con el gran Colón hizo camino

Debajo de guerreros estandartes;

En aquella segunda vez que vino

A los descubrimientos destas partes,

Señaló grandemente su persona

En allanar la gran Anacaona.

*

En Higüey, de quien ya hecimos lista,

Por Nicolás de Ovando fué justicia,

Donde por indio que habló de vista,

Del rico Boriquén tuvo noticia;

Pidió con gran instancia la conquista,

Por ser empresa digna de codicia;

Ovando se la dio, y á muchas gentes

Condutas de conquistas diferentes.

*

Porque cuando Haytí se combatía

Había caballeros generosos,

Señaladísimos en valentía,

De mayores empresas codiciosos;

Ansí cada cual dellos pretendía

Conduta de gobiernos honorosos,

Para mejor probar su fuerte diestra

Y dar de su valor más clara muestra.

*

El comendador pues se determina

De dar do se conquiste gente rica;

A Velázquez le dio la Fernandina,

Y al capitán Garay á Jamaica:

Ser desto cada cual persona dina,

Por larga prueba ya se certifica,

Y al Ponce de León, con largo mando,

El Borinquén, a quien me voy llegando.

*

En diez y siete y diez y ocho grados

Se suele computar altura deste;

Los diámetros tienen prolongados

Cincuenta y cinco leguas leste oeste;

Rodéala por puntas y por lados

De belicosa gente brava hueste;

Hecho y fama tiene de guerrera,

Porque de los caribes es frontera.

 *

Por treinta leguas hace sus desvíos

De los Hayties ya conmemorados;

Van por su medio montes poco fríos,

Porque los aires son todos templados:

Vierten a todas partes dulces ríos,

Cuyas arenas son granos dorados,

Sus recodos, remansos, vertederos

Abundan de riquísimos veneros.

[Continúa la descripción de la banda  norte y oeste, el relato de la primera exploración de Ponce de León y su evaluación de la misma, el encuentro con Agueibaná y su madre vieja y el trato entre Los cristianos y los taínos y la conversión de Agueibaná y su madre al cristianismo, bautizados como Joan Ponce de León y doña Inés. Al iniciar la colonización, Diego Colón recupera la herencia de su padre Cristóbal Colón, envía a Puerto Rico a Cristóbal de Sotomayor y Juan Cerón como Gobernador y Miguel Díaz como Alguacil, poniendo en peligro los títulos de Ponce de León. Los versos que siguen hablan del segundo viaje de Ponce de león a San Juan Bautista.]

Volvióse pues Joan Ponce despojado

Al Boriquén que vamos allanando;

Pero muy poco tiempo ya pasado,

El rey le mandó dar el dicho mando,

Siendo de sus servicios informado

Por larga relación del buen Ovando,

Y el Sotomayor fue favorecido

Del Joan Ponce después de proveído.

*

Y ansí, con cortesano cumplimiento

De justicia mayor le dio renombre,

Y al rey Agueibaná en repartimiento.

Fundado pueblo, dicho de su nombre;

Pero después diré con lo que cuento

La grande desventura deste hombre,

Que fue causa de muchos otros daños

Que sucedieron en aquellos años.

*

Con el primer consorcio castellano,

Bien lejos de la mar y malos puestos,

A Caparra fundó, pueblo mal sano,

Donde todos andaban indios puestos:

Al cual mucho después le dio de mano

Y le buscó lugares bien compuestos,

Junto de Bayamón que lo bastece,

Y donde de presente permanece.

*

Son sus vecinos gente bien lucida,

Nobles, caratativos, generosos;

Hay fuerza de pertrechos proveída,

Monasterios de buenos religiosos,

Iglesia catedral muy bien servida.

Ministros dotos, limpios, virtuosos;

Fué su primer pastor y su descanso

Aquel santo varón Alonso Manso:

*

Varón de benditísimas costumbres,

En las divinas letras cabal hombre,

Dignísimo de más escelsas cumbres,

Merecedor de más alto renombre,

Su nombre denotaba mansedumbres,

Y ansí midió sus obras con su nombre;

Fue de menesterosos gran abrigo;

Porque lo conocí, sé lo que digo.

*

Fundó Caparra, pues, año de nueve

Joan Ponce de León, hombre bastante;

Mas cuando por lo dicho la remueve,

Serían doce años adelante;

Y por cumplir mi pluma lo que debe,

Diremos otros pueblos, Dios mediante,

Que fundaron entonces los primeros,

Aunque los menos fueron duraderos.

*

Después al noroeste de Guayama,

Río que tengo ya conmemorado,

En un sitio, que Guánica se llama,

Tuvieron otro pueblo fabricado;

Bahía, pero tal que, según fama,

Es la mejor de todo lo criado;

Fundólo don Cristóbal do decimos,

Que es el Sotomayor que referimos.

*

Más donde manifiestan mis escritos,

No comportó la gente ser poblada,

Por ser tanta la copia de mosquitos

Que nunca se vio plaga tan pesada;

Y ansí, vencido ya de tantos gritos,

La pasó don Cristóbal al Aguada,

Que es al oeste norueste desta vía

Con nombre del renombre que él tenía.

*

Aquí y en todas las demás distancias

Servían indios por repartimientos;

Había fertilísimas estancias,

Y en ellas españoles muy contentos;

Crecían cada día tas ganancias,

De oro caudalosos nacimientos,

En Quiminén, Guainea y Horomicos,

Duyey y Cabuin, ríos bien ricos.

*

Huye la chisme, cesa la conseja,

Crece contento, nace regocijo,

Sin olor ni barrunto ni semeja

De guerra ni contienda ni letijo;

Asegurándolos la buena vieja,

Y el buen Agueibaná su noble hijo;

Los indios más feroces y más bravos

Servían mucho más que los esclavos.

*

Gozaba, como digo, nuestra gente

De riquezas, contento y alegría,

Con el Agueibaná, varón prudente,

Por quién toda la tierra se regía;

Murió la madre, y él de muy doliente

Vido también su postrimero día;

Al heredero, pero, no le plugo

Sufrir ni tolerar tan duro yugo.

*

Algunos españoles mal regidos,

Fiando de las viejas amistades,

Andaban por mil partes divertidos,

En sus estancias, minas y heredades;

Casi que para siempre despedidos.

De cualesquier rebeldes novedades.

Aunque días atrás, obra de un año,

Negocio sucedió no poco estraño.

[Continúa con el relato del rapto de Juan Suárez Sevillano por el cacique Aimanio de la región del Río Culebrinas entre Quebradillas, Moca y Lares, para jugar su sacrificio en un juego de pelota. Un paje taíno reporta el hecho a Diego de Salazar cerca de Utuado, quien se acerca al juego de pelota, enfrenta a los taínos, salva a Suárez Sevillano y consigue un pacto con Aimanio quien incluso se convierte al cristianismo y obtiene el nombre de su vencedor. La descripción del combate es amplia y detallada. El intento de sacrificio de Suárez Sevillano antecede a la ejecución de Diego de Salcedo en el Río Grande de Añasco.]

Fragmento

Muchas veces el hombre con prudencia

Desastres venideros asegura,

Y muchas con tener gran advertencia

Y buscar su sazón y coyuntura,

Le vale poco buena diligencia

Por no tener propicia la ventura:

La cual cuando derrama sus regalo

Suele quitar de buenos para malos.

Porque con hombres, que razón repugna

Que hallen para bien lugar abierto,

Usa magnificencia la fortuna

Sin consideración y sin concierto;

Y suele la virtud estar ayuna

Sin que pueda gozar descanso cierto:

Y así de antojos hace leyes,

Eso me da con bajos que con reyes.

Fragmento(consideraciones en torno al gobierno de Ovando)

Unos vienen con sed de los infiernos

Y tal cosa no se les escapa.

Otros con grandes cofres de cuadernos

Que son de necedades gran solapa;

Y acontece tener buenos gobiernos

Sin letras un varón de espada y capa

Porque su buen juicio le da ciencia

Con el temor de Dios y su conciencia .

Es cosa que se vido raras veces

Y que podéis contar por maravilla

Venir a Indias hombres por jueces

Y no llevar dineros a Castilla;

Pues muchos en juguetes y belheses

Gastan más que demanda su costilla;

Montó su sueldo quince, gastó treinta

 Y al fin lo veis después con larga renta

Fragmento

No comía guisados con canela

No confites ni dulces canelones

Su más cierto dormir era la vela

Las duras armas eran los colchones

El almohada blanca la rodela

Cojines los peñascos y terrones

Y los manjares dulces regalados

Dos puños de maices mal tostados.

*

Abrir a prima noche las pestañas

Con ojo vigilante, claro, puro,

Por ver lumbres de ranchos o cabanas

A fin de saltellos con escuro;

Quebrándose los ojos por montañas

Do cualquiera pensara ser siguro,

Y aunque más se velasen los isleños

A media noche dalles negros sueños.

*

A tino caminaban y sin guias

Por setecientos mil despeñaderos

Y muchos tan destrísimos espías

Que nunca perros fueron tan rastreros;

De ramos se cubrían en los días

Si se mostraban rasos los oteros

De noche por quebradas y por ríos

Hasta que ya topaban los buhios.

*

Faltanle muchas veces acogidas

Escepto las montañas y quebradas,

Las aguas de los cielos muy crecidas,

Las más que viles ropas empapadas;

De tierra repentinas avenidas

Que escudos le llevaban y celadas

Y entonces los no tales y los buenos

Quedaban con las manos en los senos.

*

Y estando sin espadas y rodelas

Desnudos, en pañetes o vestidos,

Osaban cometer a centinelas

De indios que velaban, advertidos;

Y presas las escuchas y las velas

Robarlos descuidados o dormidos,

E ya de los trabajos olvidados

Volvíanse contentos y pagados.

*

Podríamos en estos tales cuentos

Gastar y consumir noches y días

Refiriendo cien mil atrevimientos

Hechos, hazañas, suertes, valentías,

Que solían hacer hombres hambrientos

En los antiguos y pasados días

Donde tullidos, cojos, mancos, sanos

Cada cual se valía de sus manos.

(fragmento en el que elogia a los primeros conquistadores que “no soltaban las armas de la mano”como respuesta a su propia reflexion donde se pregunta Castellanos por qué en un principio cuatrocientos españoles vencieron a millares, mientras que ahora temblaban de doscientos)

Juan de Castellanos (Alanís, Sevilla, España, 9 de marzo de 1522 – Santiago de Tunja, Colombia, 27 de noviembre de 1607). Poeta, cronista y sacerdote. Caído injustamente en el olvido, pese a ser el autor de uno de los mayores poemas jamás escritos en español (algunas fuentes apuntan a que es el más extenso), con sus 113.609 versos , la mayoría en octavas reales y endecasílabos La obra de Castellanos, ‘Elegías de varones ilustres de las Indias’, un poema, dividido en cuatro partes, conforma el proyecto más ambicioso en nuestra lengua, una crónica rimada de los primeros años de la conquista.

Hijo de campesinos, era un niño cuando abandonó el pueblo para irse a Sevilla para estudiar latín, gramática, preceptiva y poesía, bajo la tutela del bachiller Miguel de Heredia, en la Escuela de Estudios Generales de Sevilla. Posiblemente a los 15 años ya se encontraba en América. En 1541 estaba en Cubagua; en 1542 vio cómo llegaba Orellana a la isla; con Ortal y Sedeño combatió en Maracapa. Parte de los años 1542 y 1543 estuvo en Margarita; en 1544 padeció en el Cabo de la Vela los trabajos de los buscadores de perlas, y en 1545 sirvió con el capitán Luis Pardo. En Coro andaba a finales del 48 y comienzos del 49. En 1550 fundó la villa de Valledupar junto a Hernando de Santana y empezó los trámites para ordenarse como sacerdote, lo que consigue en Cartagena de Indias en 1559. Antes, en 1551 lo encontramos en Santafé; en 1552, se embarcó junto al ilustre capitán Pedro de Ursúa y Pedro Briceño, Contador de la Real Hacienda de su Majestad en el Nuevo Reino; pero lo abandonó cuando quiso pasarse al Perú, en lo que anduvo acertado, porque eso probablemente lo libró de ser asesinado por el famoso Lope de Aguirre.

Los comentaristas suelen insistir en que no fue un soldado particularmente brillante, aunque dedicó veinte años a los trabajos de la guerra y la exploración.

Como Señala William Ospina no nos será dado saber qué pensaba, ni qué pensaban de él sus compañeros; porque no debía ser un soldado normal, un brutal conquistador irreflexivo y alerta, hecho a los golpes y a los ultrajes. La delicadeza de su percepción, la riqueza de su lenguaje, la nobleza de la mirada que arroja sobre los seres humanos, la justicia con que trata a conquistadores y nativos en unos momentos y unas circunstancias en que lo más fácil sería la parcialidad y el prejuicio, hablan de un hombre singular, depositario de una grave misión que apenas entrevé, pero a la que ya se ha entregado totalmente, dejando de lado cualquier otro interés humano.

Después de 20 años de campaña por el territorio de Venezuela y la Nueva Granada, Juan de Castellanos se retiró del oficio de soldado. Recibió las órdenes eclesiásticas y celebró en Cartagena su primera misa. Entre 1557 y 1560 fue canónigo en aquella ciudad y luego en Riohacha, después se fué a Santafé. Buscaba un lugar adecuado para su reposo y su misión; nada podía convenirle más que la fortaleza de un claustro, y obtuvo finalmente el beneficio del curato de Tunja ya que en 1562 se le nombró cura de la Catedral de Tunja y en 1569 beneficiado de la misma por real provisión de Felipe II. Por su manera de mirar el mundo, es claro que no estamos en presencia de un eclesiástico convencional. El conocimiento de las letras, la afición por los clásicos latinos y veinte años de tropeles y aventuras, deben marcar a un hombre. 

Lo que movía a Castellanos no era seguramente la piedad, sino la búsqueda de las mejores condiciones para el cumplimiento de su otra aventura. Tuvo que afrontar hasta un proceso inquisitorial, del que fue absuelto en 1562. De allí en adelante su vida no tuvo más objeto que el de «sacar del sepulcro del olvido» a esos notables hombres que él había conocido, cuyas hazañas había presenciado o le habían sido relatadas por testigos. 

Consagró pacientemente la última mitad de su vida a rescatar de la tiranía del olvido la minuciosa historia de la conquista, en una suerte de reposada cordillera de versos. Versos tersos y diáfanos, llenos de intensidad y de precisión, haciendo de la lengua castellana, no la lengua culta y culterana de los letrados, sino la lengua viva y espontánea que se hablaba en las cocinas, las cubiertas de los barcos, las cabalgatas de los cazadores y los diálogos nocturnos junto al fuego, bajo un rumor de selvas desconocidas, el instrumento de una alta poesía y el monumento perdurable de una época como no volverá a ver la humanidad.

La labor de Juan de Castellanos fue titánica. Durante más de cuarenta años recogió, ordenó y finalmente redactó una dilatada relación de aventuras de Indias. Finalmente se aplicó a fijar en verso aquella desmesurada cantidad de información, y dejó escrito el más extenso poema de la lengua castellana, y uno de los más extensos de la literatura universal. Es como si un solo hombre hubiera levantado, piedra a piedra, una catedral gigantesca. Los primeros versos de la obra sugieren que apenas en su vejez comenzó la tarea: 

«A cantos elegiacos levanto

Con débiles acentos voz anciana

Bien como blanco cisne que con canto

Su muerte soleniza ya cercana».

Su labor fue múltiple: inventó la poesía heroica de América, reseñó innumerables y altos episodios de nuestra historia, introdujo la lengua hablada de entonces en el orbe de la poesía y recogió para la lengua castellana numerosas palabras de las lenguas nativas del Caribe, de las costas y de los Andes; supo juzgar con severidad las impiedades y el salvajismo de los conquistadores y poner en labios de los indios palabras a menudo llenas de nobleza y sabiduría, que evidencian un respeto por lo distinto, totalmente insólito en semejante siglo y semejantes circunstancias.

A continuación compartimos extracto del libro de WILLIAM OSPINA “Juan de Castellanos cuatro siglos después” :

“…Cuando su poema llegó a España, en España nadie entendió nada. Estaba lleno de términos que nadie entendía, y era demasiado temprano para que se pudiera leer el poema de Juan de Castellanos en España.

Pero no sólo era temprano en el siglo XVI, también era temprano en el siglo XIX; y para saberlo basta leer a Marcelino Menéndez y Pelayo, el polígrafo, el gran erudito y crítico literario español de la segunda mitad del siglo XIX (y hay que reconocerle a don Marcelino que leer completas las Elegías de varones ilustres de Indias: el poema más extenso de la lengua española, eso ya es un mérito). Don Marcelino leyó las Elegías y escribió sobre ellas un texto importante y valioso. Era inagotable la fecundidad de Castellanos para construir endecasílabos, las octavas reales estaban magníficamente construidas, los versos estaban bien acentuados, el relato era vívido, Castellanos era un gran contador de historias pero –siempre hay un pero en estos casos y este iba a ser muy grande– Castellanos había llenado su poema de palabras bárbaras y exóticas que afeaban la sonoridad clásica de la lengua castellana, de modo que en realidad no había hecho un poema sino un engendro monstruoso. Y ese juicio monstruoso de don Marcelino Menéndez y Pelayo, era el juicio de una cultura que había sido capaz de conquistar un mundo, que había sido capaz de verlo, que incluso había sido capaz de encontrar unas culturas, de valorarlas y de celebrarlas, pero que no estaba intelectualmente a la altura de su propia hazaña, y finalmente no era capaz de reconocerse en sus propias obras. 

Esa actitud era solamente un costado del alma española, porque el alma española fue muy compleja. Castellanos era español y tuvo esa grandeza de mirada, esa sensibilidad extraordinaria, que las tuvieron también muchos otros españoles de aquel tiempo, pero desafortunadamente quienes tuvieron que valorar el poema en España lo consideraron sólo un engendro monstruoso, sobre todo porque estaba lleno de palabras incomprensibles, América estaba para ser dominada pero no para ser comprendida, y las palabras incomprensibles eran casi siempre los nombres de esos indígenas que habían dejado sus vidas en las lanzas de España. Porque Castellanos se permitió llamar a cada indio muerto por su nombre y a los conquistadores les era más fácil matar a los indios que pronunciar sus nombres.

Y no digo estas cosas como una censura al pasado sino como una censura al presente, porque entre nosotros, americanos, después de la conquista los indios no volvieron a tener nombre propio, perdieron individuación. “¿Quién hizo eso? Un indio”. “¿Quién es ese? Un indio”. Y con los hijos de África ocurrió lo mismo: dejaron de ser individuos. Para Castellanos no, Castellanos era un hombre civilizado: él siempre los llamó por su nombre. Él decía Carex, Anacaona, Guaramental, Guayacamo, Coanabo, Yuldama. Él llamó por su nombre a todos los indígenas que habían muerto atravesados por las lanzas españolas, pero eso fue un crimen para la crítica española, desde la perspectiva en que la consideraba don Marcelino. Pero lo verdaderamente grave no es que Marcelino Menéndez y Pelayo desde tan lejos no hubiera podido valorar el poema: porque en últimas tiene la justificación de que vivía en un mundo en el que no hay canoas, ni ceibas, ni bohíos, ni iguanas, ni anacondas, tiene razón de sentirse extraño leyendo ese poema y de sentir que eso no es castellano desde la perspectiva de lo que él considera su lengua. Pero ¿cómo nombrar América sin nombrar los seres y las cosas de América? Lo raro es que los lectores de don Marcelino estas tierras americanas, donde sí había caimanes y canoas, donde sí había bohíos e iguanas, donde sí hay huracanes y anacondas, donde no se pueden nombrar esas cosas sino con las palabras indígenas, las palabras originales de todo eso, hayan creído más en la sentencia del juez español que en la belleza del poema americano.

A a lo largo del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX la leyenda de que Juan de Castellanos era un poeta mediocre y un poeta ilegible y un poeta sin mayor importancia cundió sólo por esos prejuicios del colonialismo. A Juan de Castellanos, le ha tocado esperar cuatro siglos para que empiece a valorarse su obra, para que se lo mencione siquiera como un autor importante, pero la verdad es que Juan de Castellanos es el fundador de la poesía en por lo menos siete u ocho naciones de América Latina. Todavía no lo sabemos lo suficiente, a pesar de que fue aquí donde escribió toda su obra, y por eso es tan importante reconocerlo y valorarlo, por eso es tan importante recordarlo cuando ya se han cumplido cuatro siglos de su muerte, en una época que le es adversa por muchas razones.

La humanidad casi no lee poemas ahora, y si los lee, por lo menos casi no lee octavas reales del siglo XVI. En su tiempo Castellanos no fue leído por prejuicios culturales, pero ya en el siglo XX se fue dejando de leer a Ariosto, se fueron dejando de leer muchos libros clásicos porque estaban escritos en verso, y ésta no es una época muy propicia para que se lea a Castellanos. Hasta Ítalo Calvino, de una manera que no sé si deba ser celebrada, viendo que sus italianos ya leían poco a Ariosto, decidió hacer una versión en prosa del Orlando Furioso. Repito que no sé si sea una buena decisión.

Más de treinta y cinco años estuvo Juan de Castellanos haciendo su poema. Hizo muchas otras cosas: era el beneficiado de la catedral de Tunja. Al lado de esa catedral, cuya construcción fue dirigida por él, está la casa de Gonzalo Suárez Rendón, fundador de la ciudad, y en el extremo de la misma manzana, hacia abajo, está la casa de Castellanos. También en el marco de la plaza de Villa de Leyva está la casa donde Juan de Castellanos vivió tantos años y donde escribió tantos versos. Fue el animador de las tertulias literarias de Tunja, la ciudad literaria de la época; fue el alma de la cultura de esa ciudad durante mucho tiempo, y allí murió al comenzar el siglo siguiente, dejando esos libros que ya se temía que nadie llegaría a conocer jamás. 

Juan de Castellanos le había sido fiel a su lengua, le había sido fiel a su época, había construido un monumento asombroso a una época irrepetible, y para quienes le reprochaban que hubiera sido tan minucioso, que hubiera contado las cosas con tanto detalle, que se hubiera detenido en el modo como queda impresa la dentellada del caimán en el flanco de la canoa, que se hubiera detenido en cuánto medía la serpiente que mataron los hombres de Pedro de Aranda, o en cómo el tamaño de la cabeza de esa serpiente era tan grande como la cabeza de una vaca, todas esas precisiones y detalles que tantos le censuraron como minuciosidad innecesaria, tuve de pronto una respuesta. Esa prolijidad encontró para mí un sentido cuando leía la obra del gran historiador inglés Eliot, quien dijo que la conquista de América fue un hecho tan asombroso, tan nuevo y tan irrepetible, que en esos tiempos sólo era sensato el que quería contarlo todo, porque eran hechos que no se iban a repetir jamás.

Entonces sentí que había una virtud adicional en Juan de Castellanos, que esa minuciosidad que otros le censuraban era una virtud más de ese poema interminable, de ese poema maravilloso.”

Castellanos murió en Tunja, en la actual Colombia, a una edad avanzada, ejerciendo de cura.

Pocos poetas han tomado tantas decisiones trascendentales al emprender una obra: Juan de Castellanos optó, en contra de la opinión imperante, por los endecasílabos itálicos en lugar de los octosílabos del monocorde romancero español; optó por un tono conversado y narrativo, contra las interjecciones y las obligaciones de la epopeya convencional; y optó por incorporar al patrimonio de la lengua numerosas palabras tomadas de los idiomas indígenas, principalmente de la región del Caribe. Así ingresaron los manglares, las hamacas y los huracanes al reino de la poesía occidental y comenzó el largo proceso de mestizaje del castellano y su paso de lengua local a lengua planetaria.

Toda la obra está escrita con la misma reposada intensidad, con la misma vivacidad, minuciosidad y sentido de la observación, con el mismo tono austero, firme, comprometido y a menudo lúcidamente irónico, que le es característico.

Como señala Cecilia Hernandez de Mendoza en su obra JUAN DE CASTELLANOS, POETA AMERICANO:

“...De su cultura humanística, de su conocimiento del latín, nadie puede dudar. Lo dicen no sólo las largas tiradas de versos latinos, la introducción de frases latinas y de palabras en las octavas, sino la cantidad de reminiscencias clásicas y mitológicas, como lo anota el doctor Pardo y el doctor Rivas Sacconi . Y lo dice sobre todo su visión de humanista que da vastedad a su mirada, amplitud y comprensión e interés a cuanto contempla. Nada para él es desdeñable y “nada de lo humano le es ajeno”.

“…Las dos vertientes de su estilo, la culta y la vulgar, dan en gran parte la clave de su criollismo, de su americanismo. Vivió en el suelo americano con la naturaleza primitiva y con Virgilio, con plantas y ríos exóticos y con Horacio, con- templando hazañas heroicas de razas amarillas, negras y blancas, tratando de entender lenguas no conocidas, obser- vando nuevas costumbres, hablando del endecasílabo, escu- chando relatos de la fastuosa vida renacentista y viendo las lastimosas vestiduras de baquianos y de indígenas. Asiste a la dificultosa creación de ciudades, el ansia de oro le lleva de uno a otro sitio y no le arredran los combates ni los largos viajes. Esa vida agitada no le hace olvidar ni los sitios donde estuvo, ni su organización social, ni las personas a quienes conoció. Todo lo miró con atención y todo revivió en su memoria cuando a los cuarenta y siete años comenzó a escribir su gran libro.

Doble visión de humanista culto y de baquiano —no ajena tampoco a la literatura del siglo xv— que se afianza en América y se agita en la desigualdad de su estilo. Ora invoca a los héroes mitológicos, algunas veces se detiene en la Biblia como en la Elegía examinada , otras llama a la Virgen como Musa, se eleva magistralmente en descripciones de hombres y de combates, adquiere fuerza de hondo senti- miento y de ternura, escoge y selecciona “con buen gusto” las voces o habla directamente en latín. Otras, emplea voces americanas, o refranes, o frases populares, o palabras poco seleccionadas, con la familiaridad del conquistador y del labrador. Otras, detiene el ímpetu poético para decaer forzadamente al final de la octava. Después de todo, lo importante no es el “cómo se dice” sino el “qué se dice”. Y lo que dice no sólo tiene importancia regional sino importancia universal; no sólo la importancia momentánea sino importancia permanente pues habría de robar al olvido las hazañas españolas:

Op. cit., “Dedicatoria al Rey Felipe II”, pág.4

El realismo español tiene por eso honda expresión en Juan de Castellanos. El hecho y el respeto al hecho vale más que los elogios que se den. Las letras, cree el autor, se enriquecen con la verdad; para él, la verdad poética es simplemente mentira.

Obra :

 Elegías de varones ilustres de Indias de 113.609 versos endecasílabos agrupados en octavas reales

Publicado en 1589 se divide en cuatro partes compuestas de diversas elegías que a su vez contienen diversos cantos.

  • La primera narra los viajes de Cristóbal Colón, la conquista de Trinidad, Cubagua y Margarita y la exploración del Orinoco. Fue la única parte impresa en vida del autor.
  • La segunda habla sobre Venezuela, el Cabo de la Vela y Santa Marta.
  • La tercera, habla sobre Cartagena de Indias, Popayán y Antioquia.
  • La cuarta constituye la Historia del Reino de Nueva Granada, sobre la conquista de Bogotá, Tunja y pueblos aledaños.

Juan de Castellanos escribió primero la obra en prosa y luego la redujo a verso, esta última tarea le llevó diez años, dedicando finalmente su obra al Rey Felipe II.

Posteriormente son muy pocas las ediciones completas que se han hecho de “Las Elegías de varones ilustres de Indias” de Castellanos después de que fuera publicada por primera vez, de un modo incompleto, en Madrid, en 1589.

 Una de ellas son las que fueron publicadas por la Presidencia de la República de Colombia en 1955, bajo el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, por primera vez completas en cuatro tomos, y quefueron reeditadas en Colombia, en un solo volumen, hacia 1999, por Gerardo Rivas, en una edición que todavía se consigue. 

Juan de Castellanos escribió también Historia del Nuevo Reyno de Granada Discurso del Capitán Francisco Drake. Se le atribuyen, además, otras dos: Historia Indiana y Libro de octavas rimas de la vida, muerte y milagros de San Diego de Abalá, cuyos manuscritos han desaparecido.

Enlaces de interes. :

https://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/52/TH_52_123_336_0.pdf

https://www.ellibrototal.com/ltotal/

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