10 Poemas de Ana Inés Bonnin

¡Si yo no pido tanto!

¡Si yo no pido tanto!

Amor es lo que pido.

Briznas de amor para esta sed del mundo,

tan grande y tan sumisa.

Un diminuto amor, pero constante,

que dé su mano al que su mano tienda,

que limpie las miradas y los ojos

llene de dulcedumbre.

Algo de amor en esos corazones

que no aman a los niños,

que son capaces de cegar a un pájaro,

de aplastar las hormigas.

Algo de amor; apenas un murmullo

de amor en cada pecho de criatura

hacia todos los seres,

hacia todas las cosas.

¡Si yo no pido tanto!

Briznas de amor para esta sed del mundo.

Hombres descalzos

Grávida luz, me hiere tu silencio;

quéjate, grita, rómpeme la sangre

con un feroz escalofrío.

Será la muerte, sí, pero no importa.

¡Morir hasta que el mundo resucite!

Morir hasta que sean en el mundo

los hombres recorriéndolo descalzos:

¡la humanidad por fin enriquecida!

Hombres descalzos;

por su planta desnuda, justos, buenos.

Hombres que al ir andando en carne viva.

sintieran el dolor de cada hombre

latir en cada piedra que rozaran;

sintieran cada gota de rocío

temblar a cada sed, a cada lágrima,

morir a cada muerte, y gota a gota,

encadenando así nuevos rocíos.

Hombres descalzos;

por su planta desnuda,

sobre la tierra lentos y seguros,

como una enredadera sorprendente,

como si Dios sus águilas postrase,

y fueran en el mundo las palomas.

Tú venías

Tú venías.

Sobre un mar infinito de lumbre venias soñando.

Y en tus ojos, despierta, venía la flor en su nieve.

Tantos pájaros eran contigo, que arpegios gozosos

imantaron la seca llanura, ¡y todo fue vuelo!

Fue en el aire canción de azucena tejiendo su encaje.

Fue una danza de luz en espigas fervientes, despacio.

Fue clamor de rocíos abiertos a grávidas lunas

que soñaban tu aurora imposible, tu ansiado rescoldo.

Pude verte, sin ti, junto al eco de aquella «fontana»,

tu «bendita ilusión» abrazándote ya sin huida.

¡Pude verte!

Qué umbral te retrajo de mí? ¡Qué desiertos

sobre el mundo mis ojos, poetas! Y, oí tu mirada.

La escuché, derrotando caminos, abriéndome cauces

donde ardía la gota de agua, minúscula, y firme,

donde todo, la tierra y el cielo, mi nombre y tu mano,

era, ¡y eran! por ser con ternura de rosa y de nieve.

Uno a uno se alzaron los nidos.

¡Uno a uno! ¡Qué amor en tus ojos, poeta, qué amor!

¡Cuántos pájaros eran volándote!

Y venías.

Sobre un mar infinito de lumbre venías soñando.

Y nunca sin amor fueron los nidos

Amor llena mis ojos,

que con amor yo quiero mirar todas las cosas.

Yo sé que si las miro con amor resplandecen;

yo sé que si las miro con amor se me entregan.

Jamás donde hubo amor los mundos se agotaron;

jamás donde hubo amor cesaron las palomas.

Y nunca sin amor fueron los nidos,

y si el nido no fuera la vida no sería.

¡Oh, qué gozo, los nidos, por tan desamparados!

¡Qué alegría saberlos, muy cerca de nosotros,

alzándose en el alba!

¡Qué alegría saberlos!  

Amor llena mis ojos.

Iré dándote, amor, como a río invencible,

y nunca gota a gota, a manantiales.

Llegarás a lo seco,

llegarás a lo árido;

recorrerás la sed viva y eterna;

florecerán contigo las raíces

y del surco se dará lleno de flores.

Esmaltarás la tierra ¡toda! sin mesura,

y hasta el rincón más mísero y pequeño

tendrá el amanecer que le otorgaron.

Amor llena mis ojos;

que en la inmensa amapola de tu luz me derrame

sobre el reseco nido, y así los nidos sean.

Escuela de danza

Estamos inaugurando

nuestra temporada de este año.



De junio a noviembre

usted puede aprender

los giros suaves

del danzón sensual

de un cocotero

y una tormenta tropical.



O si prefiere, las emociones fuertes

y los ritmos violentos

aprenda la rumba

que ejecutan

un huracán

y una ciudad entera.



La matrícula es gratis.



Venga a nuestra Escuela de Danza

Caribean Aerobics

y disfrute de entrada

del mambo peligroso

que bailan

el turismo de lujo

y la pobreza.

Vergüenza

                                                                        (Ante una muerte)

Cae tu muerte en mi corazón, llenándolo de vergüenza.

Le grito a mi corazón: «¡Nunca!»

Pero él levanta una nota y me contesta:

«Siempre», murmuro. «¡Siempre!»

El eco repite sobre el mundo: «¡Siempre, siempre!»

y todos los poetas,

con tu muerte doliéndoles, avergonzándolos,

responden: «¡Siempre!»

Porque, mientras tú morías,

mientras tus manos que morían aún intentaban volar

todos los poetas abrazaban su canción.

¡Y oyeron su vergüenza!

La oyeron viva, con sangre y nervios,

como humana criatura

contra humana criatura.

Y esa vergüenza gritó señalándonos:

«¡Vosotros!»

No, no pudimos huir:

espigas, árboles, flores, se desbordaron,

una pared de alas se amontonó.

Senderos y caminos,

el mar,

enredaderas azules,

el agua de las fuentes,

luchaban, se oponían.

¡Amor! ¡Amor!

«¡Vosotros!»

Fue inútil; no, no pudimos huir:

notas, notas, notas, cubriéndonos, amarrándonos.

Nuestra muerte diaria,

¡qué parecida a la tuya!

¡Perdónanos!

Ya que como tú, mientras morimos,

aún nuestras manos intentan morir.

 Y la pequeña sombra se hará más descuidada

Seré para mí lo que otros fueron.

Y mi mano impiadosa no me mitigará.

Ni mis ojos sabrán verme.

Ni dulzura me daré sin regateármela.

Y me arrancaré toda moneda y toda luz.

Me haré pobre con el designio milenario

de la maldad del mundo.

Apretaré mis manos que lucharán por desasirse.

Cerca, el mar, acechará algo muy querido.

Y soñaré que grito y no gritaré.

Y gritaré más hasta romperme el corazón de angustia,

hasta poder ver mis manos cómo salen de sí mismas.

Muchas manos veré mientras las mías quedan atadas.

Y con tremenda lentitud volveré a quererlo.

A querer mis manos dos y libres,

dispuestas a mi voluntad, obedientes.

Cerca, el mar, por primera vez sin horizonte y sin color,

Su color estará en las manos que me dejan.

Que las que queden conmigo no tendrán color,

                                                              como el mar.

Y las convertiré en ávidas e impiadosas,

en capaces de ahogar algo muy querido.

Una pequeña sombra blanca y sumisa

seguirá junto al mar.

El mar me pedirá su color y yo se lo negaré.

Y la pequeña sombra se hará más descuidada.

Volveré a querer mis manos dos y libres.

Y ellas seguirán atadas como las manos de los muertos.

Pero las manos de los muertos se liberan.

Las libera Dios que retrocedió el mar.

Así liberará Él las mías,

que quedarán dos y libres.

Y aquellas que salieron de mí me perdonarán

porque serán perdonadas;

por toda moneda que les robé,

por toda luz que les mentí.

Y sonreirán ante las manos suyas obedientes

que sufrieron atadas hasta que Dios las separó.

Lejos, el mar.

Lejos, el designio milenario

de la maldad del mundo.

Cerca, mis manos, dos y libres,

generosas, azules, obedientes.

Y, otra vez, ¡el horizonte!

Y nunca sin amor fueron los nidos

Amor llena mis ojos,

que con amor yo quiero mirar todas las cosas.

Yo sé que si las miro con amor resplandecen;

yo sé que si las miro con amor se me entregan.

Jamás donde hubo amor los mundos se agotaron;

jamás donde hubo amor cesaron las palomas.

Y nunca sin amor fueron los nidos,

y si el nido no fuera la vida no sería.

¡Oh, qué gozo, los nidos, por tan desamparados!

¡Qué alegría saberlos, muy cerca de nosotros,

alzándose en el alba!

¡Qué alegría saberlos! 

Amor llena mis ojos.

Iré dándote, amor, como a río invencible,

y nunca gota a gota, a manantiales.

Llegarás a lo seco,

llegarás a lo árido;

recorrerás la sed viva y eterna;

florecerán contigo las raíces

y del surco se dará lleno de flores.

Esmaltarás la tierra ¡toda! sin mesura,

y hasta el rincón más mísero y pequeño

tendrá el amanecer que le otorgaron.

Amor llena mis ojos;

que en la inmensa amapola de tu luz me derrame

sobre el reseco nido, y así los nidos sean.

Carta de Ana-Inés Bonnin Armstrong a Melchor Fernández Almagro en la que le dice que le haga saber cuándo llega su libro. 1960-02-22 (Creación)

¡Oh buen amor!

¡Oh, ternura divina siempre en llamas!
¡Oh buen amor, paciente, generoso!
Llegas a mí, brindándome reposo;
no me impones tu afán, porque me amas.

¡Oh ternura divina! De tus ramas
presiento el florecer maravilloso.
Tú quieres que yo sea fruto hermoso,
cosecha de tu huerto. Me reclamas.

Escucho conmovida la voz tuya.
Me llega triste; no le doy consuelo;
rechazo su dolor y su agonía.

Perdóname, Señor. Cuando destruya
las ansias que me clavan en el suelo,
entonces iré a Ti sin rebeldía.

Pequeñamente muerto

mi pájaro encontrado

allí, sobre la tierra,

y después, en mi mano,

las patitas al aire…

Siempre así lo he dejado:

las patitas al aire,

pequeñamente muerto: luz de blanco.

Si yo le hubiera dicho,

date vuelta en mi mano,

para sentir su pecho,

tan dulce, resbalándome,

él no me hubiera dicho,

-lejos ya- te he volado

y, ahora tú,

pequeñamente muerta: luz de blanco.

De : Luz de blanco (1932)

No me dejes amor, en la añoranza

No me dejes, amor, en la añoranza.
Dame, por fin, seguro y alto vuelo.
Desarráigame, fíjame. Recelo
que aquí no lograré paz ni bonanza.

Mi sed inextinguible se abalanza
y busca un ancho río, paralelo
de un mísero y exhausto riachuelo.
¡Amor! Sacia mi sed; dame pujanza

para volcarte en molde sin orillas.
¿Por qué, por qué te ciñes y encastillas
cuando posees fuerza de coloso?

Quisiera derramar esta ternura,
que rebasa mi pecho, en la mesura
de un pecho inmensamente generoso.

Y la pequeña sombra se hará más descuidada

Seré para mí lo que otros fueron.

Y mi mano impiadosa no me mitigará.

Ni mis ojos sabrán verme.

Ni dulzura me daré sin regateármela.

Y me arrancaré toda moneda y toda luz.

Me haré pobre con el designio milenario

de la maldad del mundo.

Apretaré mis manos que lucharán por desasirse.

Cerca, el mar, acechará algo muy querido.

Y soñaré que grito y no gritaré.

Y gritaré más hasta romperme el corazón de angustia,

hasta poder ver mis manos cómo salen de sí mismas.

Muchas manos veré mientras las mías quedan atadas.

Y con tremenda lentitud volveré a quererlo.

A querer mis manos dos y libres,

dispuestas a mi voluntad, obedientes.

Cerca, el mar, por primera vez sin horizonte y sin color,

Su color estará en las manos que me dejan.

Que las que queden conmigo no tendrán color,

                                                             como el mar.

Y las convertiré en ávidas e impiadosas,

en capaces de ahogar algo muy querido.

Una pequeña sombra blanca y sumisa

seguirá junto al mar.

El mar me pedirá su color y yo se lo negaré.

Y la pequeña sombra se hará más descuidada.

Volveré a querer mis manos dos y libres.

Y ellas seguirán atadas como las manos de los muertos.

Pero las manos de los muertos se liberan.

Las libera Dios que retrocedió el mar.

Así liberará Él las mías,

que quedarán dos y libres.

Y aquellas que salieron de mí me perdonarán

porque serán perdonadas;

por toda moneda que les robé,

por toda luz que les mentí.

Y sonreirán ante las manos suyas obedientes

que sufrieron atadas hasta que Dios las separó.

Lejos, el mar.

Lejos, el designio milenario

de la maldad del mundo.

Cerca, mis manos, dos y libres,

generosas, azules, obedientes.

Y, otra vez, ¡el horizonte!

 Ana Inés Bonnin Armstrong (Ponce, Puerto Rico, 1902- 1969).Poeta, escritora y pintora.

Hija de padre español y madre puertorriqueña de ascendencia escocesa.
Cuando era pequeña su familia se trasladó a Mallorca y posteriormente a Barcelona, donde estudió música y pintura, y posteriormente llegó a la poesía. Cultivó también el teatro y el ensayo, habiendo sido destacada varias veces por el Instituto de Artes Teatrales de Puerto Rico.

En el año 1948 publicó su primer libro, Fuga, prologado por Juan Estelrich, le siguieron «Poema de las tres voces» en 1949, «Luz de blanco» en 1952, Un hombre, dos corbatas y un perro (1956), «La calle», inédito y «Compañeros de ruta».

Una de sus obras de teatro “La difícil esperanza” se representó en Puerto Rico en 1965, bajo la dirección de Angel F. Rivera.
Obtuvo los premios «Juan Alcover» en 1963 y el «Ciudad de Palma» editado por el Ayuntamiento de Mallorca. 

Posteriormente se publicó una antología de su obra, La esperanza del amanecer, edición al cuidado de María Payeras Grau de Sefarad Editores.

Juan Estelrich dijo en una ocasión: «Textos admirables de hombres de letras no me suscitan un solo comentario, y, en cambio, un solo verso de un poeta como Ana Inés provocan en mí una verdadera catarata de comentarios estéticos».

Artista:Rafael Tufiño (Brooklyn, Nueva York, 1922- San Juan, Puerto Rico, 2008)Fecha: 1965

Enlaces de interés :

https://archivo.rae.es/bonnin-armstrong-ana-ines-s-xx

Hola, 👋
Bienvenid@s a PoetryAlquimia.org. Un espacio donde las voces poéticas del mundo resuenan con fuerza.

Suscríbete a nuestro boletín para recibir las nuevas aportaciones poéticas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Proudly powered by WordPress | Theme: Baskerville 2 by Anders Noren.

Up ↑