14 Poemas de Louise Glück

Amante de las flores

En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.

Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.

No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…

De Ararat, (1992)

El iris salvaje

Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.

Lago en el cráter

Entre el bien y el mal hubo una guerra.
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.

Eso hizo que el mal fuese la muerte,
que el alma se volviera
completamente en contra de la muerte.

Como un soldado que desea
servir a un gran señor, el alma
desea cerrar filas con el cuerpo.

Se puso en contra de la oscuridad,
en contra de las formas de la muerte
que reconocía.

De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice

y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.

De Averno,(2006)

Las siete edades

En mi primer sueño el mundo parecía
lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce
en mi segundo sueño descendía,

era humana, no veía nada de nada
bestia como soy

debía tocarlo, contenerlo

me escondí en la arboleda,
trabajé en los campos hasta que quedaron yermos

un tiempo
que nunca volverá-
el trigo seco en gravillas, cajones
de higos y aceitunas

Hasta amé alguna vez, a mi manera
repugnante, humana

y como todo el mundo llamé a ese logro
libertad erótica,
por absurdo que parezca

El trigo cosechado, almacenado; seca
la última fruta: el tiempo
que se acumula, sin usar,
¿también termina?

(Las siete edades,2001)

El deseo

¿Te acuerdas de cuando pediste un deseo?

Yo pido muchos deseos.

Cuando te mentí.
Sobre lo de la mariposa. Siempre me pregunté
qué pediste.

¿Qué crees que pedí yo?

No sé. Que volvería,
que al final de alguna manera estaríamos juntos.

Pedí lo que siempre pido.
Pedí otro poema.

La espada en la piedra

Mi psicólogo levantó un momento la vista.
Como es lógico yo no alcanzaba a verlo
pero había aprendido, a lo largo de los años,
a intuir estos movimientos. Como de costumbre,
se negó a reconocer
si yo tenía o no razón. Mi ingenuidad contra
sus evasivas: nuestro jueguecito.

En tales momentos, sentía que el psicoanálisis
surtía efecto: parecía sacar de mí
una traviesa vivacidad que tendía
a reprimir. La indiferencia
de mi psicólogo ante mis actuaciones
resultaba entonces sumamente relajante. Entre nosotros

había crecido una intimidad
parecida a un bosque alrededor de un castillo.

Las persianas estaban bajadas. Rayas
vacilantes de luz avanzaban por la moqueta.
A través de una pequeña franja sobre el alféizar,
veía el mundo exterior.

Todo este tiempo había tenido la vertiginosa sensación
de estar flotando sobre mi propia vida. Muy lejos
esa vida había sucedido. ¿Pero seguía
sucediendo? Esa era la cuestión.

Finales de verano: la luz era cada vez más débil.
Jirones desprendidos bailaban sobre las macetas.

Era el séptimo año de psicoanálisis.
Había empezado a retomar el dibujo…
pequeños bocetos modestos, esporádicas
creaciones en tres dimensiones
inspiradas en objetos funcionales…

Y sin embargo, el psicoanálisis exigía
gran parte de mi tiempo. A qué
le robaba este tiempo: esa
también era la cuestión.

Me quedaba tumbado, mirando la ventana,
durante largos intervalos de silencio que se alternaban
con reflexiones un tanto apáticas
y preguntas retóricas…

Mi psicoanalista, me pareció, me observaba.
Así, me imagino, mira una madre a su hijo dormido,
con un perdón que precede a la comprensión.

O, más probablemente, así debió de mirarme mi hermano…
quizás el silencio entre nosotros prefiguraba
este silencio, en el que todo lo que se queda sin decir
se comparte de algún modo. Parecía un misterio.

Luego la hora de la sesión terminó.

Descendí igual que había ascendido;
el portero abrió la puerta.

El día seguía siendo un día agradable.
Sobre las tiendas habían desplegado toldos de rayas
para proteger la fruta.

Restaurantes, tiendas, quioscos
con los últimos periódicos y cigarrillos.
Los interiores brillaban cada vez más
a medida que el exterior se oscurecía.

¿Quizás los fármacos habían hecho efecto?
En algún momento las farolas se encendieron.

Tuve, de repente, una sensación de cámaras que giraban;
era consciente de los movimientos a mi alrededor, mis prójimos
impulsados por una obsesión irracional por la acción…

Hasta qué punto me resistía a esto!
Me parecía superficial y falso, o quizás
parcial y falso…
Mientras que la verdad… Bueno, la verdad como yo la veía
se expresaba en la quietud.

Caminé un rato, parándome a contemplar los escaparates de las galerías:
mis amigos se habían hecho famosos.

Distinguía el ruido del río a lo lejos,
del que procedía el olor del olvido mezclado
con las macetas de plantas aromáticas de los restaurantes…

Había quedado para cenar con un viejo conocido.
Allí estaba en nuestra mesa de siempre;
el vino estaba servido; enzarzado con el camarero,
comentaba el cordero.

Como de costumbre, se desató una pequeña discusión en la cena, supuestamente
en relación con la estética. Lo dejamos pasar.

Fuera, el puente brillaba.
Los coches corrían de un lado a otro, el río
brillaba a su vez, imitando al puente. La naturaleza
reflejaba el arte: algo en este sentido.
Mi amigo juzgó que la imagen era potente.

Era escritor. Sus muchas novelas, por aquel entonces,
recibían muchos elogios. Eran muy parecidas entre sí.
Y sin embargo su autocomplacencia escondía sufrimiento
como quizás mi sufrimiento escondía autocomplacencia.
Nos conocíamos desde hacía varios años.

Una vez más, lo había acusado de pereza.
Una vez más, me atacó con la misma palabra…

Alzó su vaso y lo puso del revés.
Esta es tu pureza, dijo,
este es tu perfeccionismo…
El vaso estaba vacío; no dejó ninguna marca en el mantel.

El vino se me había subido a la cabeza.
Caminé despacio de vuelta a casa, pensativo, algo borracho.
¿El vino se me había subido a la cabeza, o se trataba
de la noche misma, la dulzura del final del verano?

Son los críticos, dijo,
los críticos los que tienen ideas. Nosotros los artistas
(me incluía)… nosotros los artistas
somos solo niños que juegan con sus cosas.


Noche fiel y virtuosa (2014)

El jardín

No puedo hacerlo nuevamente,

dificilmente suportaria verlo.

Bajo la tenue lluvia del jardín

la joven pareja siembra

un surco de guisantes, como si

nadie lo hubiese hecho nunca;

los grandes problemas

todavía no han sido enfrentados ni resueltos.

Ellos no pueden verse

en el polvo fresco, aun

empezar sin ninguna perspectiva

con las colinas al fondo, verdes y pálidas

nubladas de flores.

Ella desea detenerse

él llegar hasta el fin

permanecer en las cosas.

Mírala a ella tocar su mejilla

pedirle una tregua, los dedos

adheridos por la lluvia primaveral;

en el pasto tierno estallan rojos azafranes

aún aquí, aún en los comienzos del amor

su mano al abandonar la cara

da una impresión de despedida

y ellos se creen capaces

de ignorar esta

tristeza.

De : El Iris salvaje

(Otra versión del poema el jardín)

Madre e hijo

Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.

Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.

Soñamos; no recordamos.

La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.

Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.

Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.

Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.

Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:

¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?

(Las siete edades 2011)

El límite

Una y otra vez, una y otra vez, ato

mi corazón a la cabecera de la cama

mientras mis acolchonados lamentos

se endurecen contra su mano. Está aburrido,

me doy cuenta. ¿Acaso no me trago sus engaños,

no pongo sus flores en agua? Lo miro cortar los trozos de carne

sobre el encaje de mamá,

distribuir magras porciones piadosamente… Puedo sentir sus muslos

contra mí por amor a los niños.

¿La recompensa? Por las mañanas, destrozada

por esta casa, lo miro tostar su pan

y probar su café, evadiéndose.

Las sobras son mi desayuno.

La terquedad de Penélope

Un pájaro llega a la ventana. Es un error

considerarlos solamente

pájaros, muy a menudo son

mensajeros. Por eso, una vez

se precipitan sobre el alfeizar, se quedan

perfectamente quietos, para burlarse

de la paciencia, alzando la cabeza para cantar

pobrecita, pobrecita, un aviso

de cuatro notas, para volar luego

del alfeizar al olivar como una nube oscura.

¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana

a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas

y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad

cuando tengo humanidad? Aquellos

que tienen el corazón más diminuto son dueños

de la mayor libertad.

Como un hombre y una mujer construyen

un jardín entre los dos como

un lecho de estrellas, ellos

se demoran en la tarde estival

y su terror enfría

la noche: todo

podría terminar, la devastación

es posible. Todo, todo

puede perderse, por el aire perfumado

las columnas angostas

ascienden en vano, y más allá,

un mar revuelto de amapolas

Silencio, amado. No me importa

cuántos veranos tenga que vivir para volver:

en éste hemos entrado a la eternidad.

Sentí cómo tus manos

me enterraban para soltar el fulgor.

De Lirios blancos

El dilema de Telémaco

Nunca me decido

sobre qué poner

en la tumba de mis padres. Sé

lo que él quiere: él quiere

‘amado’, lo que ciertamente resulta

muy exacto, sobre todo

si contamos a todas esas

mujeres. Pero

eso dejaría a mi madre

en la intemperie. Ella me dice

que en realidad no le importa

lo más mínimo; ella prefiere

ser descrita

por sus logros. No tendría yo mucho

tacto si les recordara

que uno

no honra a sus muertos

perpetuando sus vanidades, sus

auto-proyecciones.

Mi propio criterio me recomienda

exactitud sin

palabrería; son

mis padres y, en consecuencia,

los visualizo juntos,

a veces me inclino por

‘marido y mujer, a veces por

fuerzas contrarias’.

El Vestido

Se me secó el alma.
Como un alma arrojada al fuego,
pero no del todo,
no hasta la aniquilación. Sedienta,
siguió adelante. Crispada,
no por la soledad sino por la desconfianza,
el resultado de la violencia.

El espíritu, invitado a abandonar el cuerpo,
a quedar expuesto un momento,
temblando, como antes
de tu entrega a lo divino;
el espíritu fue seducido, debido a su soledad,
por la promesa de la gracia.
¿Cómo vas a volver a confiar
en el amor de otro ser?

Mi alma se marchitó y se encogió.
El cuerpo se convirtió en un vestido demasiado
grande
para ella.
Y cuando recuperé la esperanza,
era una esperanza completamente distinta.

De Vita Nova, (1999)

Puesta de Sol

En el mismo instante en que se pone el sol, 
un granjero quema hojas secas. 

No es nada, este fuego. 
Es cosa pequeña, controlada, 
como una familia gobernada por un dictador.

Aun así, cuando arde, el granjero desaparece; 
es invisible desde el camino.

Comparados con el sol, aquí todos los fuegos 
son breves, cosa de aficionados; 
se acaban cuando se consumen las hojas. 
Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.

Pero la muerte es real.

Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer, 
hubiera hecho crecer el campo y entonces 
hubiera inspirado la quema de la tierra.

Así que ahora puede ponerse.

(Una vida de pueblo)

Louise Elisabeth Glück (Nueva York, 22 de abril de 1943) Poeta y ensayista. Premio Nobel de Literatura 2020. Es la primera poeta laureada por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

Se licenció en 1961 por la George W. Hewlett High School en la ciudad de Hewlett, Nueva York. Posteriormente asistió al Sarah Lawrence College en Yonkers (Estado de Nueva York), y a la Universidad de Columbia. El 8 de octubre de 2020 se anunció que había ganado el premio Nóbel de Literatura.

Nieta de judíos húngaros emigrados a Estados Unidos. Desde niña tuvo claro que quería escribir. Tuvo una conflictiva relación con su madre, a la que se enfrentó de una manera traumática, manifestada en una anorexia nerviosa de la que escribiría en los versos de Dedicación al hambre. Llegó a pesar 34 kilos. Entró en terapia en la adolescencia y fue el psicoanálisis, lo que le acabó salvando la vida. Descubrió la poesía, en especial, con, Dickinson, William Blake, T. S. Eliot y W. B. Yeats, que dejarán posteriormente huella en su obra. “Sentí que ellos no eran sólo mis maestros, sino las personas con las que podría hablar”, escribió. “Mis primeros escritos fueron un intento de comunicarme con ellos”. Pudo encauzar su vida, normalizarla hasta cierto punto.

Glück se casó, tuvo hijos, regularizó su educación y se empleó como profesora universitaria de literatura y nunca dejó de escribir.

En los años ochenta se quema su casa y pierde todo.

Glück comenzó a escribir en la década de 1960, su debut en la literatura fue con Primogénita (1968) pero consolidó su reputación en los ochenta y principios de la década de 1990 con una serie de libros, entre ellos El triunfo de Aquiles (1985), que le valió el National Book Critics Circle Award, y a partir del cual Glück empezó a tener un grupo cada vez más fiel y numeroso de lectores, tanto en Estados Unidos como fuera de su país de origen. Ararat (1990), que se basó en el dolor que experimentó por la muerte de su padre; y  El iris salvaje (1992).

Ha escrito numerosos libros de poesía por los que ha recibido prestigiosos premios .

En el año 1993 se alzó con el Pulitzer de poesía por su poemario The Wild Iris, que también le valió el premio William Carlos Williams de la Poetry Society of America. En 1994 ,su colección de ensayos Proofs and Theories: Essays on Poetry se alzaría con el PEN Martha Albrand. Ganó el premio Nacional de Poesía Rebekah Johnson Bobbit por su obra Ararat, el National Book Critics Circle Award por su obra The triumph of Achiles , el Academy of American Poet’s gracias a su obra Firstborn , el Premio Bollingen, por Vita Nova ,el Premio L. L. Winship/PEN New England, por Averno (2006) y  el Premio Tomas Tranströmer en 2020.

En el 2015 se le otorgó la Medalla Nacional de Humanidades de EE UU.

Es una mujer alérgica a los focos, y no le gustan las entrevistas. Hizo una rara excepción la mañana de octubre de 2020 en la que recibió una llamada desde Suecia para comunicarle que era la primera escritora estadounidense en recibir el Nobel de Literatura desde 1993 (Toni Morrison). Atendió al entrevistador un par de minutos ; no quería aplazar más el placer matutino de tomarse un café caliente. Le dijo: “Lo primero que pensé fue: ‘Me voy a quedar sin amigos, porque muchos son escritores”. “No sé lo que significa esto. Sé que es un gran honor”. También confió en que al fin podría pagar la casa que quería comprarse en Vermont. Se mostró preocupada por si la fama iba a apartarle de sus rutinas. Después, el entrevistador le pidió que desgranara la relación en su obra entre experiencia vital y escritura. Glück se excusó: “Ese un tema demasiado grande y aquí es muy temprano por la mañana, apenas son las siete”.

Recogió el Nobel en diciembre, en su casa de Cambridge (Massachussets), tras una mascarilla oscura. El suyo será recordado como el Nobel del confinamiento.

Glück es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras.

Glück ha publicado 12 poemarios y dos ensayos. En España siete de los libros de Glück han sido traducidos por la Ed. Pre-Textos.

Obra poética :

Firstborn (New American Library, 1968), The House on Marshland (Ecco Press, 1975),The Garden (Antaeus, 1976), Descending Figure (Ecco Press, 1980), The Triumph of Achilles (Ecco Press, 1985), Ararat (Ecco Press, 1990), The Wild Iris (Ecco Press, 1992), The First Four Books of Poems (Ecco Press, 1995), Meadowlands (Ecco Press, 1997), Vita Nova (Ecco Press, 1999), The Seven Ages (Ecco Press, 2001), Averno (Farrar, Straus and Giroux, 2006). Su último libro, de 2021, lleva por título Recetas invernales de la comunidad (traducido al español por Andrés Catalán).

Enlaces de interés :

https://americanuestra.com/no-estaba-preparada-louise-gluck-sobre-poesia-envejecimiento-y-un-sorprendente-premio-nobel/

https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2020/11/26/5fbe69e321efa0f4208b45ad.html

Nota : Esta entrada ha sido actualizada el 13 de octubre de 2023 debido al fallecimiento de Louise Elisabeth Glück.

Louise Glück recogiendo el Nobel de literatura en su casa, diciembre de 2020, durante el confinamiento

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