14 Poemas de María Mercedes Carranza

Arte poética

Igual que la imagen de mi cara en el espejo
me recuerda cómo me ve la luz,
en mis palabras busco oír el sonido
de las aguas estancadas, turbias
de raíces y fango, que llevo dentro.

No eso, sino quizás un recuerdo:
¿volver a estar en uno de aquellos días
en los que todo brillaba, las frutas en el frutero,
las tardes de domingo y todavía el sol?
El golpe en la escalera de los pasos
que llegaban hasta mi cama en la pieza oscura
como disco rayado quiero oír en mis palabras.
O tal vez no sea eso tampoco:
solo el ruido de nuestros dos cuerpos
girando a tientas para sobrevivir apenas
el instante.

Yo escribo sentada en el sofá
de una casa que ya no existe, veo
por la ventana un paisaje destruido también;
converso con voces
que tienen ahora su boca bajo tierra
y lo hago en compañía
de alguien que se fue para siempre.

Escribo en la oscuridad,
entre cosas sin forma, como el humo que no
vuelve,
como el deseo que comienza apenas,
como un objeto que cae: visiones de vacío.

Palabras que no tienen destino
y que es muy probable que nadie lea
igual que una carta devuelta. Así escribo.

Precedentes de la philips

“Como en los cuadros de Turner,

donde la luz piensa”. 

Octavio Paz

Las investigaciones de la Philips prueban

que la luz no la creó Dios en el primer

día. Fue Turner –desvelado en una noche

de

Venecia– el que dijo hágase la luz y

la luz fue hecha. En el principio

fue su pincel y hasta las nieblas de

Londres lo reconocieron. Luego

hubo un hombre llamado Monet que

vino a dar testimonio de la luz

entre los suyos y los suyos sí

le recibieron. Desde entonces la luz

habita entre nosotros llena

de Van Gogh con sus tristezas y todo.

Aquí entre nos

Un día escribiré mis memorias, ¿quién

que se irrespete no lo hace? Y

allí estará todo. Estará el esmalte

de las uñas revuelto

con Pavese y Pavese con las agujas y

una que otra cuenta de mercado. Donde

debieran estar los pensamientos

sublimes pintaré

tus labios a punto de decirme

buenos días todos los días. Donde

haya que anotar lo más importante

recordaré un almuerzo

cualquiera llegando al corazón

de una alcachofa, hoja a hoja.

Y de resto,

llenaré las páginas que me falten

con esa memoria que me espera entre cirios,

muchas flores y descanse en paz.

Quiero bailar con Ulises

“Heureux qui comme Ulysse

a fait un beau voyage”. 

Joachim du Bellay

Quiero invitar a bailar a Ulises,

quiero beber con él y que me cuente

de qué color eran los ojos del joven Aquiles.

Quiero que me cante el canto de las sirenas

y me diga de sus noches de insomnio

sobre las aguas del Mediterráneo.

Quiero saber de su complicidad con Circe

en la isla de Ea y de sus extrañas

ceremonias y encantamientos.

Quiero que Ulises me haga el amor

y en la cama me cuente

cómo eran los vestidos de Helena

y si Paris fue como lo pinta Rubens.

Quiero saber qué vio en el país de los Lotófagos,

de qué color eran las montañas de Eólide.

Quiero que me cuente por qué regresó a Itaca.

Retrato de María Mercedes Carranza por Hernán Díaz.

La misma historia

No sé si se trata de un tema más

de escritores sin oficio.

¿Era Shakespeare un fabulador?

¿Tolstoi desvariaba

cuando Ana Karenina?

¿Inventó Adriano su amor con Antinoo?

¿Imaginó la historia a Paris y a Helena?

¿Wilde, acaso, era un farsante?

¿Mentía Calixto a Melibea?

¿Inventó Flaubert a Madame Bovary?

¿Por qué murió Eloísa?

¿Soñaba Rimbaud cuando soñaba Verlaine?

No sé si se trata de un tema

de escritores sin oficio

o de la vida que, otra vez,

puede sorprendernos.

Tengo miedo

“…Todo desaparece ante el mie-

do. El miedo, Cesonia; ese bello

sentimiento, sin aleación, puro y

desinteresado; uno de los pocos

que saca su nobleza del vientre”.

Albert Camus (“Calígula”)

Miradme: en mí habita el miedo.

Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que

ama: el miedo.

El miedo al amanecer porque inevitable el

sol saldrá y he de verlo,

cuando atardece porque puede no salir mañana.

Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que

se derrumba,

ya los fantasmas, las sombras me cercan y

tengo miedo.

Procuro dormir con la luz encendida

y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.

Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel

para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.

Nada me calma ni sosiega:

ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,

ni el espejo donde se ve ya mi rostro muerto.

Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.

El oficio de vivir

He aquí que llego a la vejez y nadie ni nada

me ha podido decir

para qué sirvo.

Sume usted

oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones:

la cosa no es conmigo.

No es que me aburra,

es que no sirvo para nada.

Ensayo profesiones,

que van desde cocinera, madre y poeta

hasta contabilista de estrellas.

De repente quisiera ser cebolla

para olvidar obligaciones

o árbol para cumplir con todas ellas.

Sin embargo lo más fácil

es que confiese la verdad.

Sirvo para oficios desuetos:

Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua

de la Libertad, Arcipreste de Hita.

No sirvo para nada.

La patria

Esta casa de espesas paredes coloniales

y un patio de azaleas muy decimonónico

hace varios siglos que se viene abajo.

Como si nada las personas van y vienen

por las habitaciones en ruina,

hacen el amor, bailan, escriben cartas.

A menudo silban balas o es tal vez el viento

que silva a través del techo desfondado.

En esta casa los vivos duermen con los muertos,

imitan sus costumbres, repiten sus gestos

y cuando cantan, cantan sus fracasos.

Todo es ruina en esta casa,

están en ruina el abrazo y la música,

el destino, cada mañana, la risa son ruina,

las lágrimas, el silencio, los sueños.

Las ventanas muestran paisajes destruidos,

carne y ceniza se confunden en las caras,

en las bocas las palabras se revuelven con miedo.

En esta casa todos estamos enterrados vivos.

Érase una mujer a una virtud pegada

No tenía ganas de nada,
solo de vivir.

Juan Rulfo



Yace para siempre
pisoteada,
cubierta de vergüenza,
muerta
y en nada convertida,
mi última virtud.
Ahora soy una mujer
de vida alegre,
una perdida: cumplo
con todos mis deberes,
soy pozo
de bondades, respiro
santidad
por cada poro.
Interrumpo la luz,
le cierro
la boca al viento,
borro las montañas,
tacho el sol,
el cero me lo como
y enmudezco el qué.
Elimino la vida.

Una rosa para Dylan Thomas

“Murió tan extraña y trágicamente
como había vivido, preso de un caos
de palabras y pasiones sin freno… no
consiguió ser grande, pero fracasó
genialmente…”

Dylan Thomas

Se dice: “no quiero salvarme”
y sus palabras tienen la insolencia
del que decide que todo está perdido.
Como guiado por una certeza deslumbrante
camina sin eludir su abismo;
de nada le sirven ya los engaños
para sobrevivir una o dos mañana más:
conocer otro cuerpo entre las sábanas destendidas
y derretirse pálido sobre él
o reencontrarse con las palabras
y hacerlas decir para mentirse
o ser el otro por el tiempo que dura
la lucidez del alcohol en la sangre.
En la oscuridad apretada de su corazón
allí donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha
decide jugar a ser su propio héroe:
nada tocará sus pasiones y sus sueños;
no envejecerá entre cuatro paredes
dócil a las prohibiciones y a los ritos.
Ni el poder ni el dinero ni la gloria
merecen un instante de la inocencia que lo consume;
no cortará la cuerda que lleva atada al cuello.
Le bastó la dosis exacta de alcohol
para morir como mueren los grandes:
por un sueño que sólo ellos se atreven a soñar.

Extraños en la noche

Nadie mira a nadie de frente,

de norte a sur la desconfianza, el recelo

entre sonrisas y cuidadas cortesías.

Turbios el aire y el miedo

en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.

Una lluvia floja cae

como diluvio: ciudad de mundo

que no conocerá la alegría.

Olores blandos que recuerdos parecen

tras tantos años que en el aire están.

Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo

como una muchacha que comienza a menstruar,

precaria, sin belleza alguna.

Patios decimonónicos con geranios

donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;

patios de inquilinato

en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.


En las calles empinadas y siempre crepusculares,

luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro, ocurren escenas tan familiares

como la muerte y el amor; estas calles son el laberinto que he de andar y desandar: todos los

pasos que al final serán mi vida. Grises las paredes, los árboles y de los habitantes el aire de la

frente a los pies. A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno, un verde Patinir de

laguna o río, y tras los cerros tal vez puede verse el sol. La ciudad que amo se parece

demasiado a mi vida; nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia pero también la

costumbre irremplazable y el viento.

Bogotá, 1982

Oda al amor

Una tarde que ya nunca olvidarás

llega a tu casa y se sienta a la mesa.

Poco a poco tendrá un lugar en cada habitación,

en las paredes y los muebles estarán sus huellas,

destenderá tu cama y ahuecará la almohada.

Los libros de la biblioteca, precioso tejidode años,

se acomodarán a su gusto y semejanza,

cambiarán de lugar las fotos antiguas.

Otros ojos mirarán tus costumbres,

tu ir y venir entre paredes y abrazos

y serán distintos los ruidos cotidianos y los olores.

Cualquier tarde que ya nunca olvidarás

el que desbarató tu casa y habitó tus cosas

saldrá por la puerta sin decir adiós.

Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa,

reacomodar los muebles, limpiar las paredes,

cambiar las cerraduras, romper retratos,

barrerlo todo y seguir viviendo.

Patas arriba con la vida

Moriré mortal,

es decir habiendo pasado

por este mundo

sin romperlo ni mancharlo.

No inventé ningún vicio,

pero gocé de todas las virtudes:

arrendé mi alma

a la hipocresía: he traficado

con las palabras,

con los gestos, con el silencio;

cedí a la mentira:

he esperado la esperanza,

he amado el amor,

y hasta algún día pronuncié

la palabra Patria;

acepté el engaño:

he sido madre, ciudadana,

hija de familia, amiga,

compañera, amante.

Creí en la verdad:

dos y dos son cuatro,

María Mercedes debe nacer,

crecer, reproducirse y morir

y en esas estoy.

Soy un dechado del siglo XX.

Y cuando el miedo llega

me voy a ver televisión

para dialogar con mis mentiras.

Tierralta

Esto es la boca que hubo,

esto los besos.

Ahora solo tierra: tierra

entre la boca quieta.

María Mercedes Carranza (Bogotá, Colombia, 24 de mayo de 1945-ibidem, 11 de julio de 2003). Poeta y periodista. Fue una de las integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, que dio a Colombia la constitución de 1991. Es considerada  una de las poetas más importantes latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX.

Fue la segunda hija de Rosa Coronado Eduardo Carranza, poeta de gran prestigio, que en 1952 se trasladó a España como agregado cultural de la embajada colombiana en Madrid donde vivió la escritora entre los seis y trece años de edad, con temporadas en París, y bajo la influencia de la gran actividad intelectual de su padre y de su tía abuela materna, la poeta Elisa Mújica (1918-2003), que por esos años también residía en España: “La fábula de mi infancia está tejida con sus leyendas y cuentos; con ella descubrí el poder de la palabra”.

Mercedes tenia una visión de la vida muy diferente a su familia y fue honesta y fiel a sus creencias, se burlaba de ese entorno en el que había crecido, el cual enseñaba una idea de Dios sagrada, intocable, sublime y, así mismo, lo hizo con la clase social a la que pertenecía: Juro/ que Dios, Libertad y otros no son más/ que la estupidez diaria de tener/ que vivir cansada y de no llegar a conocerlos nunca, que son palabras/ con mayúscula y objeto/ de gente sin oficio”.

La familia regresa en 1958 a la capital colombiana, donde la joven María Mercedes vive un periodo de difícil readaptación a su país natal: “Cuando volví, todavía jugaba con muñecas y no sabía cómo nacían los bebés. Había salido de España y de mi niñez, y sentía una terrible nostalgia cultural que enfrenté con la decisión de pertenecer a Colombia”. Allí terminó sus estudios secundarios con secretariado bilingüe. 

A finales del 64 vuelve a Madrid y rencuentra a Juan Luis Panero, a quien había conocido en Astorga y tratado en El Escorial; visita amigos y va a Florencia, Roma y Londres. Regresa a Bogotá e ingresa a la Universidad de los Andes para cursar Filosofía y Letras, intermitentemente entre 1965 y 1978, donde se graduó con una tesis sobre la obra de su padre.

En 1965, a sus veinte años, es nombrada directora de “Vanguardia”, página literaria del diario El Siglo. Su trayectoria literaria se hace notable a partir de la década de 1970: en 1971 edita y prologa la antología Nueva poesía colombiana

En 1970 decide vivir con el escritor Fernando Garavito, subdirector del Instituto Colombiano de Cultura, con quien se casa civilmente, desafiando las normas católicas predominantes en el círculo de su familia, y con quien tuvo a su hija Melibea.. Mercedes y Garavito codirigieron la revista cultural “Estravagario” del diario El Pueblo en 1975. Poco después fue nombrada jefe de redacción de la revista Nueva Frontera, que había sido fundada en 1974 por el expresidente liberal Carlos Lleras Restrepo, cargo que desempeñó durante trece anos, y en el que tuvo una activa participación en la opinión política nacional.

 Desde 1986 dirigió la Casa de Poesía Silva en Bogotá. Fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 por la Alianza Democrática M-19.

Algunos de los puntos que quiso incluir en la nueva constitución fueron el derecho al aborto y el reconocimiento de los derechos de los indígenas. Sobre estos dos puntos, quedó incluido el último, y la despenalización del aborto hasta        la semana veinticuatro —veintiún años después—.

Así mismo, una de sus motivaciones para participar en la constituyente fue el secuestro de su hermano Ramiro Carranza. De ahí nació un movimiento por la libertad de los secuestrados,  el cual fue cobrando importancia conforme estos hechos se repetían. A partir de este acontecimiento sentó su posición política.

A Ramiro lo secuestraron por error, porque pensaban que era familiar de Víctor Carranza, el zar de las esmeraldas, cuatro años duró la tortura para su familia. Se lo llevó un comando de guerrilleros de su finca en Quetame, cerca de Bogotá en septiembre de 2001.

María Mercedes adoraba a su hermano y entregó todo lo que pudo al grupo terrorista para salvarlo, dió todo lo que tenía, pero supo y entendió pronto que su hermano no tendría salvación, y no pudo soportarlo.

Juan Carranza, el único hermano sobreviviente a la tragedia, reveló a los medios de comunicación que “A los tres meses de su secuestro, Ramiro llamó telefónicamente, muy angustiado (…) llegó a decir que estaba desesperado. Él tenía unos pequeños ahorros y entonces autorizó que los llevara la compañera de él”. Agregó que ella llevó el dinero a un lugar convenido en Cumaral, municipio del departamento del Meta, este del país, y “después Ramiro desapareció”.

Hasta el 2005 la familia no supo con certeza que Ramiro había sido asesinado y pasó a suplicar que les entregaran el cadáver, cosa que nunca ocurrió.

En 2008 alias Edgar, uno de los carceleros de Ramiro, ya enfermo el mismo de muerte y sin asomo alguno de arrepentimiento, le contó a Jineth Bedoya, periodista de El Tiempo de los últimos días de la víctima: “Estaba muy enfermo, su suerte era morirse. Había días que no recibía comida y yo creo que los pulmones los tenía reventados, porque le dio una gripa y una tos muy machas. Es que en el campamento donde estábamos hacía mucho frío y el hombre también tenía como enferma el alma”. Sobre la circunstancia precisa de su muerte solo respondió: “Se murió y punto”

Tras meses de angustia por el secuestro de su hermano, y después de sufrir una larga depresión, Mercedes Carranza se suicidó con una sobredosis de antidepresivos el 11 de julio de 2003 en Bogotá. Tenía 58 años.

En su honor, el presidente de la época, Alvaro Uribe Vélez, declaró un minuto de silencio. Junto a su lecho de muerte, yacía un poema de su padre que leía: “Todo cae, se esfuma, se despide, y yo mismo me estoy diciendo adiós”.

Un año después de su muerte, la Casa de Poesía junto con el Ministerio de Cultura y la Editorial Alfaguara, publicaron un libro editado por su hija Melibea Garavito Carranza, que contiene cinco poemas inéditos de Carranza.

Libros de poesía publicados: 

Vainas y otros poemas (1972); Tengo miedo (1983); Hola, soledad (1987); Maneras del desamor (1993); El canto de las moscas (1998; La Patria y otras ruinas (antología, selección de Francisco José Cruz, entrevista de Sandra Martínez León, col. Palimpsesto, Carmona-Sevilla, 2004)

Otros libros publicados: 

Estravagario (selección de textos 1976); Nueva Poesía Colombiana (antología), 1972; Siete cuentistas jóvenes (antología), 1972; Antología de la Poesía Infantil Colombiana (1982); Carranza por Carranza (antología y texto crítico de la poesía de Eduardo Carranza), 1985.

Enlaces de interés :

https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/6-antologia-MariaMercedesCarranza.pdf

María Mercedes Carranza: El universo poético 

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