9 Poemas de Cristina Campo

Estate Indiana

Ottobre, fiore del mio pericolo —
primavera capovolta nei fiumi.

Un’ora m’è indifferente fino alla morte
— l’acero ha il volo rotto, i fuochi annebbiano —
un’ora il terrore di esistere mi affronta
raggiante, come l’astero rosso.

Tutto è già noto, la marea prevista,
pure tutto si ottenebra e rischiara
con fresca disperazione, con stupenda
fermezza…

La luce tra due piogge, sulla punta
di fiume che mi trafigge tra corpo
e anima, è una luce di notte
— la notte che non vedrò —
chiara nelle selve.

Verano Indiano

Octubre, flor de mi peligro —
primavera boca abajo en los ríos.

Ahora me es indiferente hasta la muerte
—el arce ha roto el vuelo, la niebla de los fuegos—
ahora al terror de existir me afrenta
radiante, como el astro rojo.

Todo es ya conocido, la marea prevista,
pero todo se entenebra y se enciende
con fresca desesperación, con admirable
firmeza…

La luz entre dos lluvias, en la punta
del río que me atraviesa cuerpo
y alma, es una luz de noche
—la noche que no veré—
clara en las selvas.

De: Passo d’addio (Paso de adiós)(1959)

Ora tu passi…

Ora tu passi lontano, lungo le croci del labirinto,
lungo le notti piovose che io m’accendo
nel buio delle pupille,
tu, senza più fanciulla che disperda le voci…

Strade che l’innocenza vuole ignorare e brucia
di offrire, chiusa e nuda, senza palpebre o labbra!

Poiché dove tu passi è Samarcanda,
e sciolgono i silenzi, tappeti di respiri,
consumano i grani dell’ansia –

e attento: fra pietra e pietra corre un filo di sangue,
là dove giunge il tuo piede.

Ahora tú pasas…

Ahora tú pasas lejos, a lo largo de las cruces del laberinto,
a lo largo de las noches lluviosas que yo me enciendo
en la oscuridad de las pupilas,
tú, ya sin niña que disperse las voces…

Calles que la inocencia quiere ignorar y arde
de ofrecer, cerrada y desnuda, ¡sin párpados o labios!

Puesto que donde tú pasas es Samarcanda,
y disuelven los silencios, alfombras de respiraciones,
consumen los granos del ansia –

y atento: entre piedra y piedra corre un hilo de sangre,
allí donde llega tu pie.

Amor, hoy tu nombre

se me escapó de los labios

como del pie el último escalón…

Ahora el agua de la vida está derramada

y hay que volver al pie

de la larga escalinata.

Te troqué, amor, con las palabras.

Oscura miel que hueles

desde adentro de las diáfanas tinajas

bajo mil seiscientos años de lava –

te reconoceré por el inmortal

silencio.

La Neve…

La neve era sospesa tra la notte e le strade
come il destino tra la mano e il fiore.

In un suono soave
di campane diletto sei venuto…
Come una verga è fiorita la vecchiezza di queste scale.
O tenera tempesta
notturna, volto umano!

(Ora tutta la vita è nel mio sguardo,
stella su te, sul mondo che il tuo passo richiude).

La Nieve…

La nieve estaba suspendida entre la noche y las calles
como el destino entre la mano y la flor.

En un sonido suave
de campanas amado has venido…
Como una vara ha florecido la vejez de estas escaleras.
¡Oh tierna tempestad
nocturna, rostro humano!

(Ahora toda la vida está en mi mirada,
estrella sobre ti, sobre el mundo que tu paso encierra.)

Moriremo Lontani

Moriremo lontani. Sarà molto
se poserò la guancia nel tuo palmo
a Capodanno; se nel mio la traccia
contemplerai di un’altra migrazione.
Dell’anima ben poco
sappiamo. Berrà forse dai bacini
delle concave notti senza passi,
poserà sotto aeree piantagioni
germinate di sassi…
O signore e fratello! Ma di noi
sopra una sola teca di cristallo
popoli studiosi scriveranno
forse, tra mille inverni:

“Nessun vincolo univa questi morti
nella necropoli deserta”.

Moriremos distantes

Moriremos distantes. Ya bastante 
si apoyo mis mejillas en tus palmas
en Año Nuevo. Si en el mío ves
la huella de otra migración.
Sobre el alma muy poco
sabemos. Quizás bebe de las cuencas
de las cóncavas noches ya sin pasos
o descansa bajo aéreos cultivos
germinados por piedras…
¡Señor y hermano!, pero sobre nosotros
en un aparador de cristal solitario
pueblos estudiosos escribirán
quizás, después de mil inviernos:

“ningún vínculo unía a estos muertos
en la necrópolis desierta”.

Il Maestro d’arco


(Giardino Bonacossi, ottobre ’54, a B.B.)

Tu, Assente che bisogna amare…
termine che ci sfuggi e che ci insegui
come ombra d’uccello sul sentiero:
io non ti voglio più cercare.

Vibrerò senza quasi mirare la mia freccia,
se la corda del cuore non sia tesa:
il maestro d’arco zen così m’insegna
che da tremila anni Ti vede.

El maestro del arco

Tú, Ausente que ha de ser amado …

término que huyes y nos persigues

como sombra de pájaro sobre el camino:

ya no te quiero buscar más.

Vibraré sin casi apuntar mi flecha,

si la cuerda del corazón no está tensa:

esto me enseña el maestro del arco zen,

él, que desde hace tres mil años, Te ve.

de La tigre Assenza (Adelphi Edizioni, Milano, 1991)Traducción de Zingonia Zingone

È rimasta laggiù, calda, la vita

È rimasta laggiù, calda, la vita,
l’aria colore dei miei occhi, il tempo
che bruciavano in fondo ad ogni vento
mani vive, cercandomi…

Rimasta è la carezza che non trovo
più se non tra due sonni, l’infinita
mia sapienza in frantumi. E tu, parola
che tramutavi il sangue in lacrime.

Nemmeno porto un viso
con me, già trapassato in altro viso
come spera nel vino e consumato
negli accesi silenzi…

Torno sola
tra due sonni laggiù, vedo l’ulivo
roseo sugli orci colmi d’acqua e luna
del lungo inverno. Torno a te che geli
nella mia lieve tunica di fuoco.


Se ha quedado ahí abajo, cálida, la vida,

el aire color de mis ojos, el tiempo

en el que ardían en el fondo de cada viento

manos vivas, buscándome…

Se ha quedado aquella caricia que no encuentro

más que entre dos sueños, infinita

mi sabiduría hecha trizas, y tú, palabra

que convertías la sangre en lágrimas.

Ni siquiera me llevo conmigo

un rostro, ya traspasado en otro rostro

como confía en el vino y consumido

en silencios encendidos …

Vuelvo sola

entre dos sueños ahí abajo, veo el olivo

róseo, sobre jarras llenas de agua y luna

del largo invierno. Vuelvo a ti que mueres de frío

en mi ligera túnica de fuego.

Devota come un ramo

Devota come un ramo
curvato da molte nevi
allegra come falò
per colline d’oblio,

su acutissime lamine
in bianca maglia d’ortiche,
ti insegnerò, mia anima,
questo passo d’addio…


Devota como rama

encorvada por tantas nieves,

alegre como hoguera

en las colinas del olvido,

sobre hojas muy afiladas

con camisa blanca de ortigas,

te enseñaré, alma mía,

este paso de despedida…

Passo d’addio, que fue publicado en vida de la autora por la editorial Scheiwiller; Milán, 1956.

Cristina Campo, nombre literario de Vittoria Maria Angelica Marcella Guerrin (Bolonia, Italia, 29 de abril de 1923 – Roma,Italia, 10 de enero de 1977). Poeta, escritora, y traductora. Otros pseudónimos secundarios fueron Pisana, Puccio Quaratesi, (con el que firmaba sus intervenciones en Il Mondo),Bernardo Trevisano, Giusto Cabianca, Benedetto P. D’Angelo, Massimiliano Putti. Está considerada en la actualidad como una de las escritoras más destacadas de la literatura italiana del siglo XX. 

Hija de Emilia Putti y de Guido Guerrini, compositor.  Debido a una malformación congénita del corazón, Cristina siempre padeció una salud precaria.

Hasta 1925 la familia Guerrini vivió en la residencia del profesor Putti, en el parque del Hospital Rizzoli de Bolonia. Más tarde la familia se mudó a Parma.

En 1928, tras pasar tres años en Parma, su padre asume la dirección del conservatorio Cherubini de Florencia, ciudad en la que Cristina vivió la primera mitad de su vida, hasta su definitivo traslado a Roma.

Los médicos prohíben a la pequeña Vittoria ir a la escuela, por lo que estudiará con su padre y con profesores privados. Se inicia su pasión por la lectura.

En la adolescencia establece una fuerte amistad con Anna Cavalletti, con la que compartiría lecturas y pasión por la literatura. La muerte de Anna en un bombardeo el 25 de septiembre de 1943 fue un duro golpe. Diez años más tarde, en marzo de 1953, Cristina publicó una antología de sus diarios, «Diario di Anna», en el número dos de la Posta letteraria del Corriere dell’Ada e del Ticino.

Tras la muerte de Anna, y mientras aún sigue la guerra, conoce al traductor de latín, griego y especialmente del alemán, Leone Traverso, que le presenta a los principales escritores y críticos que viven en Florencia, ligados muchos de ellos a lo que algunos críticos han llamado la Escuela hermética o Segunda generación del hermetismo, movimiento poético italiano en el que se incluye como precursor a Dino Campana, y a los poetas Giuseppe Ungaretti y Eugenio Montale. Traverso también le enseñó la figura que para ella sería uno de sus pilares básicos, Hugo von Hofmannsthal. Con Traveso tuvo una relación sentimental (la correspondencia entre ambos fue publicada por la editorial Adelphi con el título Caro Bul. Lettere a Leone Traverso 1953-1967)

Colabora con el poeta, filósofo y escritor Gianfranco Draghi, más tarde psicoanalista y pintor, en el suplemento cultural Corriere dell’Adda e del Ticino, gratificante experiencia que le animará a probar en el campo del ensayo y donde publica traducciones de Hofmannsthal, E. Barrett Browning, Emily Dickinson. 

En el grupo florentino Cristina tambien entabla amistad con Mario Luzi, Piero Bigongiari, Oreste Macrì, Carlo Bo, Tommaso Landolfi… Famosas eran las reuniones en los cafés literarios de Piazza della Repubblica, Giubbe Rosse y Paszkowski, a las que se uniría Jorge Guillén de la mano de Oreste Macrì. Cristina se siente atraída por Mario Luzi pero en ese momento Mario está casado.

Es entonces cuando Cristina intensifica sus relaciones con la poesía hermética. La une a los herméticos el rechazo a cualquier intención de oratoria ético-política, la redefinición de los vínculos lógico-sintácticos, pero su poesía anhela una metafísica que va más allá. Por otro lado, parece sentir una cierta aversión por determinada poesía hermética de influencia francesa, tal y como se lee en una carta a su padre después de la muerte de su amiga, con apenas veinte años, donde le pide la opinión sobre sus poesías: «Ahora me consume el deseo de saber por ti (cuando tengas el tiempo y la amabilidad de indicármelos) cuáles son los pasajes que te han parecido herméticos ¡y (¡un escalofrío recorre mi espina dorsal!) con reminiscencias francesas! Nada más lejos de mi intención, lo sabes, la idea de haberlo hecho conscientemente, aunque todavía más lejos de mí permanecer pura a todas esas influencias».

De 1943-1944 son las primeras traducciones de CristinaConversaciones con Sibelius de Begnt von Törne (1943) y Una taza de té y otros relatos de Katherine Mansfield (1944).

Cristina se siente alejada de la literatura del momento, salvo de los pocos amigos con los que establece un diálogo intenso. La crítica y amiga personal Margherita Pieracci Harwell, «Mita», con la que mantuvo correspondencia epistolar hasta la muerte de la escritora, puso de manifiesto cómo Cristina establecía las relaciones personales utilizando la literatura como elemento de unión, pero «No porque la Campo redujese la vida a la literatura, sino al contrario, porque la literatura era para ella vida en el más alto grado de intensidad y de transparencia».

En 1947 Mario Luzi le regala el libro de Simone Weil La gravedad y la gracia, Cristina queda fascinada, encuentra en Weil afinidades profundas e idéntica visión de la vida, poseedoras de una inflexible coherencia en la búsqueda por descifrar las señales y los misterios ocultos en la realidad. Se procura todos sus libros en francés, convirtiéndola en su autora de cabecera. Durante seis horas leerá de un tirón La condición obrera. Escribe sobre ella y en 1959 traduciría su drama Venecia salvada. A Simone le dedica su poesía «Elegía de Portland Road», ultima residencia deSimone Weil en Londres («Cosa prohibida / oscura la primavera // Yo voy bajo las nubes, entre cerezos / tan ligeros que ya están casi ausentes / ¿Qué cosa no está casi ausente salvo yo, / de tan poco muerta, llama libre?»).

El tema de la llama será consustancial a la figura de Cristina. La amiga y filósofa María Zambrano, tras su muerte, le dedicó un capítulo, precisamente titulado «La llama», en su libro De la aurora. La dedicatoria muestra la duplicidad del nombre de su amiga: «A Vittoria-Cristina, in memoriam», y el texto nos lleva a la mente los puntos comunes de sus pensamientos. Escribe Zambrano:

«Luz que al encenderse anuncia su extinción, su darse únicamente en identidad que se hace al par que se consume […] Y se eleva así la llama como una pregunta que es en su arder la respuesta […] Y ella misma restituida a su ser de criatura indefinida, pálida, indeciso balbuceo de la palabra, lábil y diáfano vaso donde la concepción del Verbo tomaría el tiempo, ese tiempo que para eso, por eso solo habría de estar. La palabra única que consume todo tiempo, todo fuego antes de que el fuego exista por su cuenta». Según recoge Maria Pertile, en la introducción a su precioso libro sobre las cartas de Cristina a María, Cristina y María Zambrano se habían conocido en casa de Elena Croce, la hija de Benedetto Croce, en el prestigioso barrio de Parioli, en via Tre Madonne 16, lugar de múltiples encuentros hispano-italianos, donde también iban escritores como Jorge Guillén y pintores como Ramón Gaya.

En el epistolario de Cristina encontramos su opinión sobre María Zambrano en la carta del 24 de noviembre de 1961 a la amiga Anna Bonetti: «María Z., que conocía y admiraba a Rafael [Lasso de la Vega, marqués de Villanova], es una mujer de altísima calidad, una filósofa ilustre y una de esas criaturas que sobre la tierra hacen de intermediarias porque no hay en ella nada (inspiración, energía, riqueza) que ella no regale inmediatamente a los demás». De su obra El hombre y lo divino escribirá entusiasmada Cristina a María el 9 de noviembre de 1971:

«Es maravilloso tener entre las manos, como un pequeño precioso icono, cargado de vivencias y de afectos, el volumen de El Hombre y lo Divino. ¡Cómo lo ha enriquecido el tiempo, en todos los sentidos, María! (¿Hay algo en el mundo más bello que la madurez?) […] tu libro le ha dado [a Elémire Zolla] las palabras perfectas, que encontrarás en un ensayo suyo dentro de poco».

Son años en los que va aumentando el distanciamiento de Traverso, el cual marcha a Urbino para impartir clases en la universidad de la que su amigo Carlo Bo es rector. Es entonces cuando Cristina establece una fuerte amistad con Margherita Pieracci. Les une la pasión por Simone Weil, tanto es así que les gustaría ir a París para ver a la madre de Simone y los documentos existentes en su casa. Ante la imposibilidad de viajar Cristina por motivos de salud es Margherita la que va. En la casa deWeil visita a la madre de la escritora y conoce al pastor protestante afroamericano Dwight Harwel que estudiaba los textos de Simone. Con él se casaría más tarde Margherita, yendo a vivir a los Estados Unidos, e impartiendo clases de Literatura en la Universidad de Illinois de Chicago. Las cartas de Cristina a Margherita se publicarían con el título Cartas a Mita.

En 1952 Mario Luzi publica el libro de poesía Primicias del desierto que ejerció una gran influencia sobre Cristina.

Mario Luzi nunca olvidó a la amiga. En conversación con Giorgio Tabanelli sobre escritoras recordaba décadas después: «No hay que olvidar a Cristina Campo, a la que yo conocí en Florencia; tuve ocasión de regalarle un libro sobre Simone Weil, que se convirtió para ella en figura predilecta.

Sobre los sentimientos de Cristina por Luzi es significativo este fragmento de una carta de ella escrita el 30 de diciembre de 1958:

«Recuerdo una nota tuya de hace dos años: cómo me acompañó durante el año, lo ayudó a florecer. Quisiera de nuevo ese talismán, la silenciosa protección de tu pensamiento: lo querría hoy como siempre, hoy más que nunca».

En 1953 comienza Cristina el ensayo «Atención y poesía» que posteriormente se publicaría en L’approdo letterario en 1960 y lo recogería en Fábula y misterio.

Su padre hacía años que había sido destinado a Roma, donde había sido nombrado director del conservatorio de Santa Cecilia y presidente del Colegio de Música; fa il pendolare, esto es, vive entre las dos ciudades, hasta que en 1955 convence a su esposa y a su hija para trasladarse a la capital, decisión que había sido postergada por miedo a las consecuencias que podía tener en la salud y estado de ánimo de Cristina.

A Cristina le cuesta acostumbrarse a la ciudad, siente agorafobia, la inmensidad de sus plazas y de la propia ciudad le agobia. Por otro lado, allí encuentra a nuevos y viejos amigos: María Zambrano, Francesco Tentori, Gabriella Bemporad, Ignazio Silone, Corrado Alvaro, el psicoanalista Ernst Bernhard… Mantiene contactos con Pasolini, Manganelli, el poeta Bertolucci (padre de los dos directores de cine), entre otros.

En 1956 comienza a colaborar con la RAI, la televisión pública italiana. Ese año se desarrolla el proceso contra Danilo Dolci, el llamado Gandhi de Sicilia o el Gandhi italiano. Danilo Dolci fue acusado de desórdenes públicos. Cristina le apoya y se implica en la lucha a favor de los pobres que llevan a cabo ciertas comunidades de base del cristianismo, reprochando que se dejara la defensa de Danilo —y por extensión de los desfavorecidos— a socialistas y comunistas.

En 1956 la editorial Vanni Scheiwiller de Milán publicó su primer libro, el poemario Passo d’addio (Paso de adiós), editorial que también publicaría a Guillén (La Fuente. Suite italienne).

En el verano de 1957, durante unas vacaciones con sus padres en el lago Bracciano, Cristina Campo descubre los poemas del poeta estadounidense William Carlos Williams que trabaja como pediatra en Nueva Jersey. Aprecia especialmente su lado ritual, la capacidad de describir la naturaleza con las palabras simples y esenciales de un monje. Inmediatamente comienza a traducirle. A partir de ese día, el anciano poeta la considerará su mejor traductora – «una hechicera, o quizás un ángel» – y le dará carta blanca para toda su obra. “Siempre es difícil creer que aquellos a quienes amamos realmente existen. Tu carta en mis manos es una certeza deliciosa”. Se escribirán hasta su muerte en 1963. Las cartas fueron publicadas posteriormente por Vanni Scheiwiller en 2001. Scheiwiller publicó en 1958 quince poesías de Williams traducidas por Cristina con el título La flor es nuestra señal. En 1961 la editorial Einaudi amplió la antología con el título Poesías, traducidas y presentadas por Cristina y el poeta Vittorio Sereni.

Cada vez más le atrae todo lo relativo a la espiritualidad, a la mística. En 1959 comienza una relación que duraría hasta su muerte con Elémire Zolla quien estaba muy interesado por la mística y las literaturas orientales. En aquellos años Zolla trabaja en una antología de Místicos de Occidente (Garzanti, 1963) para la que Cristina traduce junto con él poesías de Herbert, Crashaw, Vaughan. Las de San Juan de la Cruz se le atribuyen enteramente a ella porque así se lo cuenta a una amiga, pues aparecieron bajo el pseudónimo de Giusto Cabianca.

El 15 de febrero de 1959 el poeta Jorge Guillén está en Catania, donde recibe el prestigioso Premio Etna-Taormina por Luzbel desconcertado. El premio es difundido en toda Italia, lo que lleva a Cristina a escribirle el 1 de marzo 1959: «Queridísimo don Jorge: / Quería escribirle para contarle mi alegría, tras el Premio Taormina. Pero estoy destinada, siempre, a verme precedida por su bondad. // Le he visto en la televisión, una noche por casualidad. Leía un libro, con el Etna a sus espaldas. Incluso a través de los aparatos más monstruosos se pueden recibir hermosas y preciosas imágenes. / Le envío William Carlos Williams. Quisiera que le alegrara. Los poetas italianos han quedado conmovidos. Pero si un día tiene media hora de tiempo para leer a Cristina (y hablarle severamente) seré feliz. / Con el afectuoso recuerdo de la Pisana, le saluda su amiga Vittoria».

Entre las amistades españolas de Cristina Campo se halla el poeta modernista y epicentro de las vanguardias Rafael Lasso de la Vega, marqués de Villanova. Años después, al saber que había muerto, Cristina le escribe a Anna Bonetti el 9 de enero de 1960: «¡Qué dolor! Después de años de silencio, esta noticia me hace sentir a Rafael más cerca que nunca —es más horrendamente escuálido este mundo, del que desaparecen los hombres de su talla. El Caballero se presenta a su Rey, del que ha llevado su estandarte a tantos países extraños. Y la Mesa Redonda queda vacía. // Quisiera escribir a su hermana pero no sé en qué lengua. Intentaré hacerlo en español, dentro de un día o dos. Quisiera tanto saber algo de los últimos años de Rafael, desde que cesó nuestra correspondencia».

En aquellos años Cristina publicó en la prestigiosa revista Paragone el ensayo sobre Jorge Luis Borges (abril de 1960) y sobre Chéjov (diciembre de 1960), además de traducciones de poemas de John Donne (agosto de 1960) y de Héctor Murena (1961).

En 1962 se publica su primer volumen de ensayos Fábula y misterio con la editorial Vallecchi de Florencia y en 1963 la traducción de Venecia salvada de Simone Weil, con algunas apostillas exegéticas. En este momento están muy presentes las figuras de T. S. Eliot y de T. E. Lawrence. El 3 de febrero de 1964 publica «Homenaje a Borges», en Elsinore.

La noche de Navidad de 1964 muere su madre. Entre quienes le mandan sus condolencias están Jorge Guillén e Irene Sismondi, su segunda esposa. A ellos escribirá el 12 de enero de 1965:

«Queridos amigos: / Todo duele en estos días. Incluso hablar, escuchar. / En silencio, os agradezco vuestras silenciosísimas palabras, delicadas palabras. / Afectuosamente / Vittoria Guerrini». En junio de 1965 moriría también su padre.

Es un periodo difícil, a la muerte de sus progenitores se unen las conclusiones del concilio Vaticano II, que cercena la liturgia en latín. Ella prefiere el rito oriental y añora cada vez más el canto gregoriano que poco a poco va desapareciendo de las abadías y monasterios. Consigue que el funeral de su padre se celebre en la abadía de San Anselmo en Roma con una misa de réquiem cantada por los monjes.

El 5 de febrero de 1966, junto con Zolla, dirigió una carta-manifiesto al Pontífice Pablo VI, abogando por la preservación del canto latino y gregoriano, al menos en los conventos, y cuestionando el desmantelamiento del legado católico provocado por el Concilio Vaticano II y la Nueva Misa. Al pie figuraban las firmas de Auden, Borges, Bresson, Britten, De Chirico, Montale y Quasimodo, entre otros.

En «Notas sobre la Liturgia», bajo el seudónimo de Bernardo Trevisano, Cristina explicó que la manifestación de la divinidad implica una acción contemplativa, como en el caso de los Reyes Magos que visitan al niño pobre y necesitado, a quien traen bienes que no son esenciales, sino que celebran la triple dignidad de Profeta, Sacerdote y Rey. Por esta razón, concluyó, cualquier modificación arbitraria de la Forma es más que arriesgada; es mortal.

Seis meses después de la pérdida de su madre, Cristina se retiró al monte Aventino, eligiendo como hogar espiritual la Abadía de San Anselmo, que podía ver desde las ventanas de su casa, en el número 3 de la plaza homónima. Después, siguió la Iglesia católica rusa en el monte Esquilino (donde aún se celebra el rito bizantino-eslavo), el Colegio Ruso (su «esmeralda») y la Biblioteca del Pontificio Instituto Oriental, donde se refugió «como un gorrión bajo el ala de un águila».

Para el otoño de 1967, afirmaba leer únicamente textos teológicos, aunque Proust, Pasternak y James estaban a su lado. El mundo social y literario le es cada vez más ajeno, se siente atraída por el rito, por el misticismo, por la vida de los monjes cistercienses, de los trapenses, consciente de que es un mundo en extinción. Recibía llamadas telefónicas de cardenales, abades, sacerdotes, y comentaba: “Cuando hablaba con los escritores, ¡qué desierto!”.

Desde su aparición en 1969 y hasta su muerte en 1977, publica en la revista fundada por su compañero Elémire ZollaConoscenza religiosa.

En 1971 colabora con la editorial Rusconi y publica La flauta y la alfombra. Su interés por los autores místicos aumenta y se fortalece, interesándose por textos religiosos de Oriente y Occidente a los que realiza introducciones para la citada editorial: El hombre no está solo de Heschel (1970), Relatos de un peregrino ruso (1973) y Dichos y hechos de los padres del desierto (Apophtegmata Patrum) de 1975.

Tras cinco años de trabajo intermitente, a veces intenso, y otras, abandonado por falta de fuerza física, consigue entregar exhausta su traducción e introducción de los poemas de John Donne. La editorial Einaudi la publicó en 1971 con el título Poesías amorosas y teológicas. Su salud se agrava, pasa épocas terribles. Una muestra de ello la tenemos en la carta que envía a Mita en 1973: «Hay días en los que no puedo ni tan siquiera coger  el bolígrafo de lo que sufro. Hoy es menos violento (¿hasta qué hora?) y quiero decirle hasta qué punto la quiero, cómo deseo que estuviera, cómo le hablo, a veces durante horas. Esta misteriosa y tremenda purga que Dios ha destinado para mí debería serme querida: sé hasta qué punto tenía necesidad. Pero hay momentos en los cuales ‘solo la flor de la presencia’ puede limpiar el sudor de la sangre». Su vida se ve afectada por la constante enfermedad y la fuerte melancolía que a veces la inundaba.

Cada vez más aislada, se distancia incluso de Zolla como pareja, aunque él estará junto a ella hasta el final. Su vida se ciñe a sus lecturas y a las visitas a la iglesia con su rito ancestral, símbolo de la belleza, la belleza en la forma.

Cristina Campo muere en Roma, tras un infarto, en la noche del 10 al 11 de enero de 1977. Tenía 53 años. Está enterrada en el cementerio de la Cartuja de Bolonia.

Se publica póstumamente, en el número de enero-marzo de Conoscenza religiosa, su Diario bizantino e altre poesie.

De ese último periodo es su poesía «Misa romana» donde expresa el ansia de inocencia: «Dónde va / este Cordero / que a nosotros los matadores no nos es dado / seguir con los señalados / ni huir / sino sollozando suavemente concebir / en el oscuro regazo de la mente / usque ad consummationem mundi? / / No se puede nacer pero / se puede morir / inocentes».

Poco propensa a publicar, ha sido el joven alumno de Zolla, hoy famoso escritor y alma de la editorial Adelphi de la que fue presidente, Roberto Calasso, el que ha ido paulatinamente publicando su obra y la correspondencia. En su editorial aparecieron Los imperdonables (1987) donde se recogen sus ensayos publicados; La tigre ausencia (1991) que comprende los treinta poemas editados por ella y los inéditos, así como las traducciones de poesía, incluido san Juan de la CruzBajo falso nombre (1998), ensayos y escritos publicados con diferentes pseudónimos ilocalizables hasta entonces; Cartas a Mita (1999), las cartas a Margherita Pieracci Harwell; Caro Bul. Cartas a Leone Traverso (1953-1967) (2007); Mi pensamiento no os dejaCartas a Gianfranco Draghi y a otros amigos del periodo florentino (2011) comprende las cartas a Gianfranco Draghi, Piero Draghi, Mario Luzi, Anna Bonetti, Venturino Venturi, Giorgio Orelli, e incluye la carta al padre anteriormente citada. El epistolario con Alessandro Spina fue publicado parcialmente por Vanni Scheiwiller con el título Lettere a un amigo lontano y posteriormente en 2007 por la editorial Morcelliana de Brescia con el título Carteggio.

Publicaciones en español:

 En 2014 se publico: Cristina Campo. Si estuvieses aquí. Cartas a María Zambrano, 1961-1975. Ed. Maria Pertile. Nexofía. Libros electrónicos de La Torre del Virrey. (Ajuntament de l’Eliana, 2014).

En 2020 la editorial Siruela publicó en español «Los imperdonables» con prologo de Victoria Cirlot y traducido por M.ª Ángeles Cabré.

Vida secreta de Cristina Campo. Cristina De Stefano. Edición de Introducción de Pedro Luis Ladrón de Guevara. Traducción de Laura Muñoz Villacañas. (Trotta Editorial, febrero, 2020).

Enlaces de interés :

http://www.cristinacampo.it Sitio web en italiano. Selección de escritos, poemas y ensayos de o sobre Cristina Campo, recopilados por el profesor Arturo Donati.

https://www.trotta.es/libros/vida-secreta-de-cristina-campo/9788498798159

https://axismundi.blog/es/2023/04/29/la-intransigencia-de-la-gracia-en-memoria-de-cristina-campo-a-cien-años-de-su-nacimiento

https://www.artapartofculture.net/2023/10/12/la-silenziosa-protezione-del-pensiero-il-fascino-discreto-di-cristina-campo

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