¡Cantad Hermosas!
Las que sintáis, por dicha, algún destello
del numen sacro y bello,
que anima la dulcísima poesía,
oíd: no injustamente
su inspiración naciente
sofoquéis en la joven fantasía.
Si en el pasado siglo intimidadas
las hembras desdichadas,
ahogaron entre lágrimas su acento,
no es en el nuestro mengua,
que en alta voz la lengua
revele el inocente pensamiento.
Do entre el escombro de la edad caída,
aun la voz atrevida,
suena, tal vez, de intolerante anciano,
que en áspera querella
rechaza de la bella
el claro ingenio, cual delirio insano.
Mas ¿qué mucho que sienta la mudanza
quien el recuerdo alcanza
de la edad en que al alma femenina
se negaba el acento,
que puede, por el viento,
libre exhalar la humilde golondrina?
Aquellas mudas turbas de mujeres,
que penas y placeres
en silencioso tedio consumían,
ahogando en su existencia
su viva inteligencia,
su ardiente genio, ¡cuánto sufrirían!
¡Cuál de su pensamiento la corriente,
cortada estrechamente
por el dique de bárbaros errores,
en pantano reunida,
quedara corrompida
en vez de fecundar campos de flores!
¡Cuánto lozano y rico entendimiento,
postrado sin aliento,
en esos bellos cuerpos juveniles,
feneció, tristemente,
miserable y doliente–,
desecado en la flor de los abriles!
¡Gloria a los hombres de alma generosa,
que la prisión odiosa
rompen del pensamiento femenino!
¡Gloria a la estirpe clara
que nos guía y ampara
por nuevo anchurosísimo camino! (…)
Los quince años
Dejas apenas la risueña infancia;
juegos, placeres de su edad dejaste.
Ya el dulce brillo de los quince mayos
cerca tus sienes.
Niña aún graciosa, la infantil sonrisa
bulle en tus labios, como el aura tenue.
Juega en el seno de entreabiertas rosas
fresca y fugace.
Tinta ligera de carmín suave
vase tendiendo por tu tez de nieve.
Como de luna sonrosado cerco
brilla en tu rostro.
Virgen, tu bella juventud al mundo
muéstrase alegre, candorosa y pura.
Tal entre rocas cristalina fuente
brota en la sierra.
Vesla que nace sosegada y tersa,
clara tendiendo sus dorados hilos.
Sigue su curso: caminando, mira
cómo se enturbia.
¡Ah, que tu bella juventud al mundo
muéstrase alegre, candorosa y pura!
Mas ¡ay! ¡cuán presto la serena vida
tuerce su paso!
Ya el adormido corazón despierta
voz misteriosa, que de amor le inflama.
Virgen, ¿no sientes palpitar tu seno
más agitado?
Ya las mejillas de encarnado vivo
tiñe la nueva confusión del alma.
Fijos en tierra los turbados ojos
lágrimas brotan.
¡Ay de la hermosa libertad perdida!
¡ay del sosiego de perdida infancia!
¡Ay del tranquilo corazón tan libre,
ya aprisionado!
Ansias, cuidados, agitadas horas,
largos afanes tras ventura escasa
por solo y triste galardón espera
virgen amante.—
A una gota de rocío
Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;
Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:
Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente
las lágrimas amargas que devoro
mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío…!
La rosa blanca
Antes que por la lluvia fecundada
arde la tierra al sol de primavera,
que apresurando su veloz carrera,
muestras la luz de mayo anticipada;
queda la yerba mísera abrasada
antes de desplegarse en la pradera
y, como niño que en la cuna muere,
seco el pimpollo al rayo que lo hiere.
Para su breve curso el arroyuelo:
la fuente agota su caudal mezquino;
de la desnuda acacia al muerto espino
lleva la joven mariposa el vuelo;
el polvo lame del estéril suelo
la oveja hambrienta, y fijo en el camino.
A lo lejos contempla los sembrados
el labrador con ojos desolados…
¿A qué viene la niña de la aldea
a recorrer los campos cuidadosa
si no ha de hallar en ellos ni una hermosa
flor, que de su cabello ornato sea?
Siempre cuando la mansa luna ondea,
al acabarse el día, presurosa
desciende murmurando a la ribera
y se mira en el agua placentera.
Y alza de entre los juncos de su orilla
una flor de blancura reluciente
y una por una cuenta ansiosamente
las hojas de su corola sencilla:
y cuantas menos son, más gozo brilla
en la faz de la niña, más latiente
siente su pecho, y en el onda pura
mira con más cuidado su hermosura. (…)
El marido verdugo
¿Teméis de ésa que puebla las Montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?…
¡más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!
Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.
No allá a las lides de su patria fueron
a exhalar de su ardor la inmensa llama;
nunca enemiga lanza acometieron,
que otra es la lid que su valor inflama.
Nunca el verdugo de inocente esposa
con noble lauro coronó su frente:
¡Ella os dirá temblando y congojosa
las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello
por sus manos de bronce atarazado,
y a veces el finísimo cabello
por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno trasparente
cárdenas huellas de sus dedos halla;
que a veces brotan de su blanca frente
sangre las venas que su esposo estalla.
¡Y que ¡ay! del tierno corazón llagado
más sangre, más dolor la herida brota,
que el delicado seno macerado,
y que la vena de sus sienes rota!
Así hermosura y juventud al lado
pierde de su verdugo; así envejece:—
así lirio suave y delicado
junto al áspero cardo arraiga y crece.
Y así en humanas formas escondidos,
cual bajo el agua del arroyo el cieno,
torpes vivientes al amor uncidos
la madre sociedad nutre en su seno.
La poetisa del pueblo
“¡Ya viene, mírala! ¿Quién?
– Esa que saca coplas.
–Jesús que mujer más rara.
–Tiene los ojos de loca (…)”.
“Más valía que aprendiera
a barrer que a decir coplas.
-Vamos a echarla de aquí.
-¿Cómo? -Riéndonos todas.”
¡Oh, cuál te adoro!
¡Oh, cuál te adoro! Con la luz del día
tu nombre invoco, apasionada y triste,
y cuando el cielo en sombras se reviste
aun te llama exaltada el alma mía.
Tú eres el tiempo que mis horas guía,
tú eres la idea que a mi mente asiste,
porque en ti se encuentra cuanto existe,
mi pasión, mi esperanza, mi poesía.
No hay canto que igualar pueda a tu acento
cuando mi amor me cuentas y deliras
revelando la fe de tu contento;
tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,
y quisiera exhalar mi último aliento
abrasada en el aire que respiras.
Carolina y su esposo J.H.Perry
Los cantos de Safo
Como el aura suavísima resbala
de placer en placer fácil mi vida:
entre el amor y gloria dividida,
¿cuál es la dicha que a mi dicha iguala?
Al lado de Faón, su amor cantando;
con la luz de sus ojos fascinada;
dicha inmensa es de Safo bienhadada
perder sus horas en deliquio blando.
Dicha inmensa es de Safo venturosa
que su amante en el aire que respira
beba el acento de la tierna lira,
que tan sólo por él suena amorosa.
¡Cómo a mis ojos inefable llanto
gota por gota el corazón destila,
si un instante su faz dulce y tranquila
brilla gozosa al escuchar mi canto!…
¡Si de su boca en lisonjero arrullo
la voz desciende a celebrar mi lira,
y hálito vago que su labio expira
mis sienes cerca entre el falaz murmullo!
Siento, Faón, tu delicado aliento
bullir entorno de la frente mía,
y en deliciosos tonos de armonía
herirme el corazón tus voces siento.
El corazón sus golpes precipita
al eco de tu voz apasionada:
a un suspiro, a un acento, a una mirada
como el seno de tórtola se agita.
No temo entonces que por bella alguna
perjuro olvides tu feliz cantora,
ni atractiva beldad venga en mal hora
a destrozar mi plácida fortuna.
¿Y quién la flor de la ventura mía
osará marchitar con mano aleve?
¿Quién a usurpar tu corazón se atreve
y a reinar donde Safo reinó un día?
¡Ah! no soy bella: su preciosa mano
en mi rostro los Dioses no imprimieron;
más al alma benignos concedieron
de los genios el numen soberano.
Y cítara en mis manos peregrina
las hermanas de Febo colocaron,
y de entusiasmo el corazón llenaron
de amor ardiente e inspiración divina.
Goza de triunfos la beldad un día,
que el porvenir destruye rigoroso;
cuando el genio entre aplausos victorioso
de la inmortalidad al templo guía.
Lecho de tierra y silencioso olvido
sólo del mundo la hermosura alcanza:
el estrecho sepulcro a do se lanza,
los rayos borrará de haber nacido.
Cual sueño pasará, si el genio alzando
la poderosa voz no la eterniza,
su cantar que a los siglos se desliza
vida preciosa a sus cenizas dando.
Yo también cantaré: también mis voces,
tierna Faón, tu nombre repitiendo,
con tu amor y mi amor sobreviviendo,
al porvenir sin fin irán veloces.
Yo a esa Grecia opulenta, sabia y justa
arrancaré un aplauso duradero,
una corona como el grande Homero
a mis sienes tal vez ceñiré augusta.
Y mírala ¡oh Faón! y tu sonrisa
premie el esfuerzo de tu Safo amada,
más plácida a su ser que en la alborada
place a las flores la naciente brisa.
A la soledad
Al fin hallo en tu calma
si no el que ya perdí contento mío,
si no entero del alma
el noble señorío,
blando reposo a mi penar tardío.
Al fin en tu sosiego,
amiga soledad, tan suspirado,
el encendido fuego
de un pecho enamorado
resplandece más dulce y más templado.
Y al fin si con mi llanto
quiero aplacar ¡ay triste! los enojos
del íntimo quebranto,
no me dará sonrojos
el continuo mirar de tantos ojos.
Danme, sí, tierno alivio
la soledad del campo y su belleza,
y va el dolor más tibio
su ardiente fortaleza
convirtiendo en pacífica tristeza.
Plácenme los colores
que al bosque dan las luces matutinas:
alégranme las flores,
las risueñas colinas
y las fuentes que bullen cristalinas.
Y pláceme del monte
la grave majestad que en las llanadas
como pardo horizonte
de nubes agolpadas,
deja ver sus encinas agrupadas.
Allí con triste ruido
de las sonoras tórtolas, en tanto
que posan en el nido
bajo calado manto,
de una a otra encina se responde el canto.—
—Tal vez mis pasos guío
por los sombrosos valles, escuchando
al caminante río,
que con acento blando
se va por los juncares lamentando.
Ya entonces descendiendo
de su altura va el sol, cansada y fría
claridad esparciendo,
y a poco entre armonía
cierra sus ojos el señor del día.
Y los míos acaso
alguna vez, del sueño sorprendidos,
dejaron que en su ocaso
pararan confundidos
afanes del espíritu y sentidos.
Si sola y retirada,
aún me entristece más noche sombría,
la luna con rosada
faz, por oculta vía
sale a hacerme amorosa compañía.
Y al fin hallo en tu calma,
¡Oh soledad! si no el contento mío,
si no entero del alma
el dulce señorío,
blando reposo a mi penar tardío.
Una despedida
Escuchad mis querellas,
recinto y flores del placer abrigo,
imágenes tan bellas
como ese cielo que os protege amigo.
Asilo de inocencia,
consuelo del dolor, bosque sombrío,
ir quiero a tu presencia,
y tu césped regar con llanto mío.
Y el agua de tu fuente
beber acaso por la vez postrera,
y respirar tu ambiente,
besar tus flores, la gentil palmera.
Que tu dintel guarnece
de lejos saludar entre congojas,
y a la que en torno crece
modesta acacia de menudas hojas.
Y a los álamos graves
el postrimer adiós dar afligida,
y cantar con las aves
tristísima canción de despedida.
Y en tu graciosa alfombra
reposar halagada de ilusiones
bajo la fresca sombra
de tus frondosos sauces y llorones…
Sus hojas se estremecen
y errantes sombras a mi planta evocan,
que en el viento se mecen,
y mis cabellos con blandura tocan.
Desde aquí la pintura
es más bello admirar de ese tu cielo,
los visos y frescura
de las nubes cercanas a tu suelo;
Y al través de las ramas
mirar el sol que su lumbrera humilla,
y cual de rojas llamas
el Occidente retocado brilla.
¿Ni qué música iguala
al sordo vago suspirar del viento
con que armonioso exhala
un bello día su postrer aliento?
¡Ah! ¡si mi vida entera,
mi cara soledad, recinto amado,
consagrarte pudiera
el mundo huyendo y su falaz cuidado!
Mas ¡ay! que la alegría
de contemplaros con la luz perece
del presuroso día
que a mis ansiosos ojos desparece.
Esas aves cantoras
que de gozar la tarde fatigadas,
en tropas voladoras
retornan gorjeando a sus moradas;
Cuando una sola estrella
con apagada luz brille en el cielo;
cuando la aurora bella
ciña el espacio con purpúreo velo,
Y el nuevo y claro día
con sus tintas anime la pradera;
ellas con alegría
volverán a girar por tu ribera.
En turba bulliciosa
los bosques poblarán… y yo entretanto
lejana y silenciosa
las horas contaré de mi quebranto.
¡Ay! ¡ellas tu hermosura
gozarán y tu paz y sus amores!
yo gusté harta ventura
bebí en tus fuentes y besé tus flores.
“Yo de niña en mi espíritu sentía
vaga melancolía
de secreta ansiedad, que me agitaba;
mas, al romper mi canto,
cien veces, con espanto,
en la mente infantil lo sofocaba.
Que entonces, en mi tierra, parecía
la sencilla poesía
maléfica serpiente cuyo aliento
dicen, que marchitaba
a la joven que osaba
su influjo percibir sólo un momento.”
Victoria Carolina Coronado y Romero de Tejada (Almendralejo, España, 12 de diciembre de 1820-Lisboa, Portugal, 15 de enero de 1911). Poeta y escritora española del Romanticismo, coetánea de Gertrudis de Avellaneda, Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer. Fue pionera de la igualdad y abrió las puertas del mundo intelectual a las mujeres. Amante del progreso y de los inventos, amiga de la reina Isabel II y cortejada por la élite política y literaria.
Era hija de Nicolás Coronado y Gallardo y de María Antonia Eleuteria Romero de Tejada y Falcón, una familia acomodada pero de ideología progresista.
Desde una muy corta edad, Carolina demuestra ser una niña diferente, con habilidades peculiares que eran ya eran notorias en su infancia.
El sufrimiento llegó a su vida desde temprana edad con el encarcelamientode su padre, quien estaba profundamente involucrado con la política de España. Por este motivo, la familia Coronado se ve obligada a mudarse a la región cercana de Badajoz cuando Carolina tenía apenas unos 4 años de edad.
Allí fue educada según la tradición de las niñas de su época: costura, labores del hogar… Pese a lo cual, ya desde pequeña muestra un acusado interés por la literatura, lee libros de cualquier género u obra que podía conseguir y de manera autodidacta, comienza a componer versos con mucha facilidad, pero con errores léxicos.
“Mis estudios fueron todos ligeros porque nada estudié sino las ciencias del pespunte y del bordado y del encaje extremeño…” (Fragmento de una carta escrita en 1909.)
“Sin conocer el castellano, aprendí, sola, el francés y el italiano, y subí de un vuelo a leer a Tasso, Petrarca y Lamartine”.
Su fascinación por la literatura continuó creciendo a lo largo de su niñez, elaborado su primera obra literaria a los diez años de edad: una composición poética titulada A la palma ; y tenía trece cuando Espronceda le dedicó unos versos:
A CAROLINA CORONADO.
DESPUÉS DE LEÍDA SU COMPOSICIÓN
A la Palma
Dicen que tienes trece primaveras
y eres portento de hermosura ya,
y que en tus grandes ojos reverberas
la lumbre de los astros inmortal.
Juro a tus plantas que insensato he sido
de placer en placer corriendo en pos,
cuando en el mismo valle hemos nacido,
niña gentil, para adorarnos, dos.
Torrentes brota de armonía el alma;
huyamos a los bosques a cantar;
dénos la sombra tu inocente palma,
y reposo tu virgen soledad.
Mas, ¡ay!, perdona, virginal capullo,
cierra tu cáliz a mi loco amor,
que nacimos de un aura al mismo arrullo,
para ser, yo el insecto; tú, la flor.
Carolina busca un mentor para su poesía: Juan Eugenio Hartzenbush. En estos años asistimos al florecimiento de escritoras dedicadas a la poesía. A las mujeres empiezan a abrírseles las puertas de liceos, tertulias y ateneos, como clara señal de la democratización de la cultura, pero no de la Real Academia. A la mujer se le concedía un espacio muy restringido dentro de la poesía; se aceptaba tan solo que el objeto de sus composiciones poéticas fuera el de los afectos personales, la expresión del dolor ante la muerte de un ser querido, el afecto hacia la madre o el hermano (la llamada poesía de circunstancias) y todo ello en un tono recatado. Nada de explosión de pasiones humanas, nada de expresión de la subjetividad. De hecho, se acuñó un término que las distinguía de sus colegas masculinos: poetisa.
Fue en 1843 cuando la escritora consigue publicar la primera edición de sus Poesías, lo que supone el espaldarazo definitivo para entrar en el mundo de las letras. Su nombre figuraba en todos los periódicos literarios de Madrid y provincias y era admitida sucesivamente en El Instituto Español y en casi todos los liceos de España (incluso el de Madrid) y también en La Habana.
En es época de juventud, Carolina estableció relaciones amistosas con otros personajes de la literatura española de gran notoriedad, como el poeta Quintana y la poeta Robustiana de Armiño.
En 1844 se publica la noticia de su falsa muerte. Entonces escribe “Dos muertes en una vida”, que se publicaría tras su fallecimiento. Ya entonces había sido admitida en el Instituto Español y en casi todos los Liceos de España.
La enfermedad llega a la vida de la joven escritora con una condición que le provocó una parálisis parcial, obligándola a mudarse a Madrid para ser tratada.
Luego de esto, continúa sus estudios y conoce al diplomático Justo Horacio Perry que formaba parte importante de la embajada española, con quien contrae matrimonio en 1852.
Su hogar junto a Perry ubicado en la calle de Lagasca de Madrid se convirtió en lugar importante de la vida literaria madrileña, famosa por las tertulias de escritores que en ella se realizaban y fue también refugio de políticos en esos años convulsos del XIX.
Años más tarde, Carolina Coronado y Justo Perry deciden mudarse a Poco do Bispo, cerca de Lisboa, residiendo en el palacio de la Mitra.
La pareja tuvo un hijo, Carlos Horacio (1853-1854), que muere meses más tarde víctima de unas fiebres tifoideas, y dos hijas , Carolina,(1857-1873) y Matilde (1861-…)
En 1854 publica La Sigea (narración seudobiográfica basada en la vida de Luisa Sigea, latinista y musicóloga del siglo XVI, una de sus novelas largas más importantes). Se trata realmente de la segunda parte de la obra, ya que la primera había sido publicada en 1851 en El Semanario Pintoresco.
Es muy probable que influyera en su temperamento romántico la afección de catalepsia crónica que padecía, llegando a «morir» varias veces, lo que hizo que se obsesionase con la idea de poder ser enterrada en vida.
En 1873 muere su hija Carolina. La escritora se niega a darle sepultura y el cadáver es embalsamado y custodiado por las monjas de un convento en Madrid. Y su obsesión por la muerte la llevó hasta tal punto que, cuando su marido murió en 1891, embalsamó el cadáver, negándose a enterrarlo e incluso dirigiéndose a él con el apelativo de “el silencioso” y “el hombre de arriba”. Esta reacción ante la muerte se debe en parte al espanto que sentía Carolina ante la posibilidad de ser enterrada viva. No olvidemos que sufría de catalepsia, y que durante sus crisis quedaba totalmente postrada, pudiendo dar la sensación de que estaba muerta.
Ya en 1899 se celebra en Lisboa la boda de su hija Matilde con Pedro María de Torres-Cabrera, hijo del marqués de Torres-Cabrera, noble extremeño de Villanueva de la Serena, que se encontraba refugiado en la capital portuguesa después de la tercera guerra carlista. Al parecer, Carolina se opuso a esta boda e incluso se negó a que su hija abandonara su habitación (que compartían desde la muerte del padre) ni tan siquiera la noche de bodas. Y es que, Carolina, caprichosa y dominante según sus biógrafos, aumenta sus rarezas y desequilibrios a medida que pasan los años y se acerca a la vejez. Sin embargo con este matrimonio la familia suavizó, en parte, su dura situación económica, ya que al final de su vida, la escritora (que ya había sido ayudada por las hermanas de su marido) no era propietaria ni de la casa donde vivía, que se encontraba hipotecada.
Carolina Coronado falleció el 15 de enero de 1911 en el palacio de la Mitra y como dos de sus hijos habían fallecido y su hija Matilde —que murió poco después— no tuvo descendencia, todas sus pertenencias, escritos y muebles del palacio pasaron a la familia de Torres Cabrera, hoy conde de Canilleros.
Posteriormente los restos de la poeta, junto a los de su marido, fueron trasladados a Badajoz donde están enterrados.
?Carolina Coronado se enfocó en escribir con un enfoque igualitario, expresando la intensidad de una pasión sin límites, causando controversia, pero, a su vez, recibiendo elogios por sus metáforas del rol de la mujer en aquel momento social.
A diferencia de otras escritoras, Carolina Coronado destacó por su humildad, e incluso luego de su fama, dedicó parte de su vida a apoyar a las escritoras aspirantes de su localidad.
Famosa por su belleza y elegancia (lo prueba el retrato que le pintó Federico Madrazo y que se conserva en el Museo del Prado), su talento y sus ideas anticonformistas. Con sus escritos y con la denuncia de sus versos, se rebeló ante las injusticias. Y su voz pudo oírse al otro lado del océano cuando, simpatizando con la causa del presidente Lincoln, abanderó la abolición de la esclavitud en América. En 1868 se fechan los versos A la abolición de la esclavitud en Cuba, poesía que provocó un escándalo político al ser declamada en público el 14 de octubre, poco después de estallar la Revolución de 1868, con la que simpatizaban Coronado y su marido.
Sus poemas fueron recogiéndose poco a poco en revistas. Sus poemas mas conocidos fueron recogidos en Poesías (1843) o Poesías de la señorita Carolina Coronado (1850).
En prosa escribió un total de quince novelas y algunas obras teatrales.
Enlaces de interés :
https://es.wikipedia.org/wiki/Carolina_Coronado
https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/centenario-quijote/carolina-coronado-hermosura-desmesura-20230225112954-nt.html
https://docs.google.com/document/d/12ezppqMofZ1ICuqECUQzD5pn8brLndx3ZisqlalaWZ8/preview?hgd=1
https://www.abc.es/archivo/periodicos/blanco-negro-19110122-31.html
Deja un comentario