12 Poemas de Amalia Iglesias Serna

Itaca no existe


Tres vueltas de llave y un olor a silencio,
la luz súbitamente estrangulada en el lecho sin fondo
y la humedad de quince o más otoños
y esta locura
y esta oscura gangrena de embriagada penumbra,
tres o cuatro macetas con esquejes de olvido
o esa vela gastada en noche de tormenta.

Las puertas columpian el llanto de sus goznes.
Hace ya tiempo que no hay golondrinas al borde del tejado.

Asciendo lentamente
                                     aquella escalera de los sueños freudianos,
subo a los altares mínimos
                                              de mi propia insuficiencia.

¡Cuánto ayer empozado,
cuánta breve mortaja,
cuánto leve recuerdo!

Sobre la cal de esta pared escribo un verso:

He regresado y nada me esperaba.

Quizá se vuelve como a la patria o al padre
con un algo de herida
y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.
Quizá se vuelve tarde,
se vuelve ya sin tiempo.
Desde el suelo
una muñeca muerta me contempla,
                                            -una muñeca serenamente muerta-

Me alejo
con la desagradable sensación de haber profanado una tumba.

De «Un lugar para el fuego» 1984

Desde nunca te quiero y para siempre…

Desde nunca te quiero y para siempre,
desde todo y quizá y para siempre,
desde el rotundo rayo que sube por la acequia de las horas
al látigo crecido en mis pupilas ponientes,
veloz mi voz, mi viento:
vértigo de desembocadura
y el más ingrato delta para acabar el viaje.

Hasta la nada espero,
hasta lo lejos de la memoria inútil y el cráter sin crepúsculo,
hasta la duda embriagada de rótulos celestes,
en la fiebre y la luna imantada de agosto.

De «Un lugar para el fuego» 1984

Ceniza

Sólo aguas en tregua
nacidas para ser ceniza múltiple del viento.

Ya ves qué paradoja
                                     amor, qué despropósito,

quería ser ave fénix,
                                   amor, qué engaño,
                                              qué fraude sustentaba mi proyecto,

quería volver como un corcel glorioso,
                                               como un crepúsculo de llama
                                                                                        recurrente
y amanecer contigo en lo absoluto.

Me he muerto tan despacio como el humo
y mis alas de barro no sabían volar.

De «Un lugar para el fuego» 1984

De luna acuática y ballenas

                                                                                               A Unica Zürn
                                                                                             y Luisa Castro

Noche profunda de luna acuática y ballenas.

Escuchas
cómo nutre a las piedras esta luz aturdida;
el viento tiembla
-tremor de lecho sobre el lomo del mar-
entre sus lentas fauces
otras voces rozan apenas tu pozo de ansiedad,
                                                                    leve murmullo.

Profunda luna de noche acuática y ballenas.

La claridad renace como una grieta en la penumbra,
tal vez desciende del otro lado
                                                     de unas manos abiertas para ti,
la densa irrealidad que tibia ondea
                                                       tu sueño más anónimo.

Y aún seguirás en la playa
a la hora en que se duerman los albatros,
predestinada a recoger eternamente la lujuria del agua
y un laberinto de algas ascendiendo a tus sienes
cuando toda la sed es muerte inaplazable.

Oyes tu desnudez,
oyes nadar más lejos su imperio ensimismado
-la luna está besando sus grandes ojos tristes-
y susurras un nombre: «Moby Dick»
con el agua en los labios,
ahora que todavía sabe a sal su piel de luna

más profunda de noche acuática y ballenas.

De «Memorial de Amauta» 1988

El sueño de los caballos muertos

                                                                                             A Sylvia Plath

La noche esconde espuelas, atesora secretos
para el viajero que se aventura a solas hacia rutas insomnes;
cuando el sueño se acuesta a la deriva
y una embriaguez antigua vuelve a cercar los ojos
-caballos que se despeñan cada noche
y luego recobran vida para volver a suicidarse- .

Alta bóveda abierta
sobre la cicatriz que deja el golpear de los cuerpos remotos
y el galopar penúltimo pradera adentro,
semejante al ruido aquel de las puertas abatidas contra el otoño.

Y preguntar a dónde van cada día sus ojos aún calientes,
el alucinado mirar de los adioses
si desde algún lugar
suplicando su gemido inaudible.

Por la grieta del aire
-cerradura del mundo donde la muerte acecha
apostada en el umbral del sueño útil-
el galopar de los caballos que van a despeñarse
y caen desfiladero abajo,
arrastran la impotencia,
la ingravidez de mis muslos apretados.

Por el alma se adensan los recuerdos en ámbar,
la resina que desprenden pesadillas de entonces,
sólidas como la sangre del cristo crucificado
donde se clavaban mis ojos de niña al salir de la siesta;
gigantescos helechos golpeándome el rostro
mientras mis manos temblorosas apartaban las nubes
para encontrar el mundo
que nunca estaba al otro lado de la niebla.

Detrás vendrá el abismo con su imán desatado,
presiento en el galope su voz más poderosa:
la palabra embrujada, las palabras rotundas
y el galopar constante en los cristales,
su galopar constante…

Luego el vacío, el cenit.

Por la órbita de los caballos muertos
un sopor sin escrúpulos me conduce hasta el alba.

De «Memorial de Amauta» 1988

Cuando quise leer la caligrafía de las brasas…

Cuando quise leer la caligrafía de las brasas,

las palabras sin certezas hacían un ruido de celofán

entre los dedos, ya entonces alguna brecha abierta,

arrugas que no supe interpretar. Las manos de un

alfarero loco modelaban mi sombra y el orfebre puso

a secar mi corazón encima de la empalizada.

De «Dados y dudas»  1996

Patio interior

Patio interior.
Un niño pronuncia notas de saxo,
notas de níquel y nácar
para interiores urbanos.
Desde el sexto se precipitan
sonidos de Pork Pie Hat.
Un niño llora canicas blandas
sobre las horas de hormigón:
aullido en cuatro metros
                                           patio interior
                                           cuadrado.

En el quinto visillos sin persianas,
                                                        esquejes de geranios,
                                                        ollas express
zumbidos bullir de aspiradores.

En el cuarto las pilas anuncian detergentes.
La mujer del tercero iza las velas
en la tercera ventana.

El gato negro ensaya por séptima vez
el salto al vacío.
Un sol de mayo indescifrable
                  baja a suicidarse en las antenas.

A treinta metros
otro niño contesta notas de saxo,
enredaderas blancas, interiores urbanos.
Desde el sexto se precipitan
sonidos de Pork Pie Hat.
Un niño llora canicas blandas
                                                  cuatro metros
                                                  patio interior
                                                  cuadrado.

De «Dados y dudas» 1996

Tótem I

Entre
tótem y
autómata,
una zozobra
de marioneta,
virutas de tiempo
invisibles hilos
de oro tiran
de ti hacia
los bosques
sagrados de los druidas. Desde los serbales milenarios,
el muérdago llega hasta tus brazos, se hace resina y ritual
para ahuyentar a la muerte. Entre
tótem y autómata la puerta propicia
para cambiar de ángel, el gigante de Cerne
Abbas tumbado en el campo de Dorset,
las cabezas vigilantes de los Moáis
en Rapa Nui, los cuerpos silueteados
al abrigo de las rocas, los monigotes
de la infancia y la caverna, y los
robots que aprenden a mirarte.
Entre tótem y autómata el
espantapájaros crucificado en el
inmenso mar de trigo, el que siempre
te espera allí donde todo lo modela
el viento y tus pasos de niña no se
apagan. Dentro de ti, tu icono y
escondite y madriguera.

De «Tótem espantapájaros». Abada, 2016

Tótem LIX

Antropoceno.

Dicen que hay chatarra

suficiente acumulada,

polímeros, estratos

de hormigón, un bazar de

residuos de colores

sedimentos de extinción

muy

asentados.

Dicen que hay basura tecnológica y restos

radiactivos de pruebas nucleares y aluminio

que ya no brilla entre las bolsas de gases

de efecto invernadero. Dicen que existe un nuevo

mineral: plastiglomerado, amasado con

neumáticos, árboles de plástico y botellas,

cepillo de dientes, caparazones de moluscos

y arena entre desechos humanos. Dicen

que el Pacífico flota un continente

fantasma a la deriva, una isla de casi dos

millones de kilómetros cuadrados y diez

metros de profundidad, desperdicios de nadie

en aguas internacionales, arrastrada por el 

vórtice de las corrientes marinas. Dicen que

no hay más norte a dónde ir en esta nueva 

era geológica, que el éxodo termina en

la frontera. Dicen que somos muchos,

que ya no hay sitio para todos ni siguiera 

en ese nuevo continente. Hablan de la

cascada trófica y de imágenes que podrían

herir la sensibilidad del ser humano.

Poética de los Cuatro Elementos

No describir el fuego

sino hacer

que arda en el poema.

No decir el agua
sino saciar la sed
en cada verso del poema.

No definir el aire

sino sentir el aliento
que alguien respira en el poema.

No descifrar la tierra
sino enterrarse

y brotar en el poema.

De: La sed del rio.Reino de cordelia(2016) XIX PREMIO DE POESIA CIUDAD DE SALAMANCA

Decir una guerra

No se oxidan las latas de conserva
en los gabanes de los soldados muertos.

Alguien escondido en la despensa
raciona el azúcar a los niños,
sigue encendida la hoguera donde arden las cosas de la casa.

Apenas quedan pedazos memorables,

sus labios dicen palabras como estraperlo,

pólvora, racionamiento, maquis, milicianos.

Las trincheras casi intactas más arriba del monte, 
círculos de piedra sobre piedra,
parecen restos de crómlech o improvisadas cabañas infantiles
y más lejos un campo de regaliz, retamas, manzanillas
y grandes serpientes plegadas como una bola,

uróboros deslizándose por las linderas.

Escondidos en la cueva,
escucharon durante horas aullar al perro sobre una tumba.
La figura del santo atravesaba los pastizales
para cambiar de bando cada noche.
En El Dueso un hombre con los dedos mutilados
gritó su nombre para llevarlo a fusilar,
pero los presos dijeron que ya no estaba.

Muchos años después
quedaban leyendas de tesoros abandonados en la huida,
polvorines enterrados en lugares secretos,

casas en ruinas, y campos de cultivo regados de metralla.

Alguien sembró patatas a oscuras en un rincón del huerto,

alguien las desenterró pocas horas después.
A escondidas robaban el arroz a las gallinas.
El pan era muy negro.
Se alimentaba de cortezas de naranja.
Cómo perdura el hambre en la memoria.

De: La sed del rio. Reino de cordelia(2016) XIX PREMIO DE POESIA CIUDAD DE SALAMANCA

Retrato de madre con sombrero

Entonces tendrías la edad que yo ahora tengo
y eran eternidad tus treinta y tantos años.

En el azul de julio tus brazos de hierba

en lo alto del cielo, deletreando nubes.

Y nunca escaleras bastantes
para imitar el vuelo de tus venas,
Madre-selva y madriguera
y campo abierto
y techo intacto en la cima del mundo.

La voz del viento dejaba entre los chopos
la oración del verano:
aún el río murmuraba nuestros nombres,

sus años sucesivos.

Entonces tendrías la edad que yo ahora tengo,
los días de la liturgia y de la grama,
en tu cedazo las briznas del orbe.
Ya entonces yo quería escribir un libro de aforismos
solo para decir
“cribar como escribir”, “escribir como cribar”.

El resto es un cuadro de Millet o Van Gogh,

la luz de los trigales para siempre estrellada
y tus brazos de entonces incendiados de espigas.

Por las montañas aún regresan al alba
segadores de sombras.

De: La sed del rio. Reino de cordelia(2016) XIX PREMIO DE POESIA CIUDAD DE SALAMANCA

Amalia Iglesias Serna (Menaza, Palencia, España; 1962). Poeta, filóloga y periodista.

Desde muy pequeña comenzó a escribir poemas y a los 10 años ya ganó un concurso de poesía en la escuela de Menaza. 

Desde 1970 se trasladó con su familia a Bilbao donde se licenció en  Filología Hispánica por la Universidad de Deusto. En Bilbao formo parte del grupo Poetas para el Pueblo, editores de la revista Zurgai, donde publicó su primer poema. Vivió unos años en Madrid y después en Salamanca. Es una gran conocedora de la obra de María Zambrano.

Iglesias  codirigió, junto a César Antonio Molina, la revista de poesía La alegría de los naufragios (Huerga & Fierro), y coordinó la página de poesía Contemporáneos, del suplemento cultural de ABC, así como la Revista de Libros, de la Fundación Caja Madrid. Con anterioridad trabajó como coordinadora del suplemento Culturas de Diario 16. En los últimos años ha colaborado como crítica literaria en diversos medios de comunicación: El Correo EspañolEl Pueblo VascoABC, COPE, Artículo 20, etc. Ha publicado sus poemas en revistas como Sibila, Sileno, Zurgai…

En 2007 fue nombrada Presidenta Ejecutiva de la Comisión Nacional para la Conmemoración del Centenario de Machado en Soria.

Obra poética: «Un lugar para el fuego» 1984, premio Adonáis en 1984; «Memorial de Amauta» (Endymion, 1988), premio Alonso de Ercilla del Gobierno Vasco en 1987; «Mar en sombra» (Málaga, 1989); Dados y dudas (Pre-Textos, 1996), accésit del premio Jaime Gil de Biedma en 1995; «Tótem espantapájaros», «Lázaro se sacude las ortigas»(Abada 2006), «La sed del río» 2016, XIX Premio de Poesía Ciudad de Salamanca; Tótem espantapájaros (Abada, 2016) y Tampoco yo soy un robot, Vaso Roto. Finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León (2025).

En 2004 la Real Academia de Poesía de Córdoba le concedió la Medalla de Oro Don Luis de Góngora y en 2006 obtuvo el premio Villa de Madrid «Francisco de Quevedo» por Lázaro se sacude las ortigas. En 2007 fue nombrada Presidenta Ejecutiva de la Comisión Nacional para la Conmemoración del Centenario de Machado en Soria. Es co-guionista, junto con Julia Piera, del documental: «Antonio Gamoneda: Escritura y alquimia» (2009).

Enlaces de interés :

https://es.wikipedia.org/wiki/Amalia_Iglesias

https://www.ucm.es/poeticasdelamodernidaducm/amalia-iglesias

https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/poesia/20250305/robot-poesia-amalia-iglesias-serna-ldelirica-ambito-cultural/928907549_0.html

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