«No pasarán muchos años antes de que hayamos puesto el pie o la quilla en los últimos rincones del planeta, ni antes de que nuestra palabra se oiga a un tiempo, semejante a la de Dios, en todas partes.»
Rafael Barrett
Mi hijo
Hace algunas horas que ha nacido; es uno de los seres más jóvenes del universo.
Es el más hermoso: su naricilla apenas se ve.
Es el más fuerte; temblamos en su presencia, y apenas nos atrevemos a tocarle.
Ha nacido y ha llorado; ¡admirable lección, fenómeno extraordinario!
Ha bostezado después: ¡inteligencia profunda!
Mamá, reuniendo todas sus energías, ha sabido expresar en un solo gesto los gestos dispersos de la humanidad.
Desde que él vino al mundo, el mundo es otro.
Un soplo de primavera refresca las cosas, reanima las marchitas flores y renueva el cielo.
Él ha salido a la vida, y ha explicado la vida.
Ha abierto los ojos, y ha creado la luz.
Ahora comprendo lo que ha resistido a los esfuerzos de los filósofos.
He descubierto que los hombres son buenos, que los crímenes más infames no lo son sino en apariencia.
Sólo el bien existe.
La realidad es buena; la realidad es feliz.
El mal y la desesperación no son más que impaciencia.
Todo marcha; todo se arreglará.
Mi hijo, promesa infinita, duerme; él salvará a los desgraciados.
El es el niño-Dios; los Reyes Magos contemplan su sagrado sueño.
Una probabilidad virgen ha entrado en la tierra.
Yo no soy quien la ha traído, no somos quienes la hemos traído.
No existo, no existimos desde que él nació.
Nació y ya no es nuestro hijo, sino hijos suyos nosotros; discípulos y servidores suyos.
Nuestro padre, nuestro maestro.
Bajó a decirnos lo que ignoramos, lo que escucharemos religiosamente.
Tomo mi pluma para anunciaros la buena nueva, para hacer el elogio de mi hijo.
Podéis reíros, no os oigo.
Estoy deslumbrado por el Mesías, y no distingo vuestra indiferencia.
¿Indiferencia?, ¡oh, no!
¿Qué nos queda, qué queda al destino si no viven nuestros hijos, si no son Dioses en nuestro corazón y en nuestra mente?
Ellos lo son todo, toda la belleza, toda la verdad, toda la esperanza.
Por eso estoy seguro de que festejáis conmigo el nacimiento de nuestro hijo, de nuestro querido hijo que duerme.

Rafael Barret
Decadente
¡Oh vírgenes desnudas!
¡Oh cabelleras de color de otoño!
¡Oh rocío inocente
Que luce en la sonrisa de los ojos,
Ojos silvestres, ágiles y nuevos,
Los más dulces de todos!
¡Oh pies desnudos, caricia de la tierra,
Pies que besa el arroyo
Temblando! ¡Oh senos en capullo, dond,
El sol hace bailar sus manchas de oro
Debajo de las hojas! ¡Oh muchachas!
Jugad. Os reconozco,
Tropel de mis lejanas primaveras…
Dejadme contemplaros. Ya no corro
Con mi pasado a cuestas tras vosotras,
Y a la sombra que baja me abandono.
Huisteis, maliciosas, con las alas
De mi propia ilusión, dejando plomo
En mis plantas cansadas, y en mi vida
Amargura sin fondo…
¡Oh vírgenes desnudas!
¡Oh cabelleras de color de otoño!

Retrato de Barret por Mario Casartelli. Poeta, músico y dibujante paraguayo.
Margarita
MARGARITA era una niña ingenua.. .
Juan fue su primer enamorado. Con el corazón lleno de angustia, el afán en los ojos y la súplica temblorosa en las manos, Juan la confesó su amor profundo y tímido. Margarita riendo le contestó: «Eres feo y no me gustas». Con lo que Juan murió de sentimiento. Margarita era una niña ingenua.
Pedro se presentó después. Tenía bigotes retorcidos y mirada de pirata. Al pasar dijo a Margarita: «¿Quieres venir conmigo?» Margarita palpitante le contestó: «Eres hermoso y me gustas. Llévame». Se poseyeron en seguida, y Margarita quiso desde entonces amar a Pedro a todas horas, sin sospechar que su pasión era exagerada. Pedro no pudo resistir, y murió extenuado en poco tiempo. Margarita era una mujer ingenua.. .
La entusiasmaba lo que brilla, el sol, el oro, el rocío en las perfumadas entrañas de las flores y los diamantes en las vitrinas de los joyeros. Como era bella, un viejo vicioso la dio oro y diamantes. El rocío y el sol no estaban a la venta. Margarita, volviendo la cara contra la pared, entregaba al vicio del viejo su cuerpo primaveral. El viejo sucumbió pronto, dejando pegada para siempre a la fresca y pura piel de Margarita una enfermedad vergonzosa. Margarita era una mujer ingenua…
Creía en los Santos. La exaltaban las místicas volutas del incienso, las mil luces celestiales que centellean en el altar mayor, tragaba a su Dios todos los domingos, y una mañana de otoño le dio su alma, adornada con la bendición papal. Margarita era una viejecita ingenua…
La gran cuestión
EL BANQUERO dio en el cigarro, para desprender la ceniza, un golpecito con el meñique cargado de oro y de rubíes.
—Supongo —dijo— que aquí no nos veremos en el caso de fusilar a los trabajadores en las calles.
El general dejó el cóctel sobre la mesa, y rompió a reír:
—Tenemos todo lo que nos hace falta para eso: fusiles.
El profesor, que también era diputado, meneó la cabeza.
—Fusilaremos tarde o temprano —dictaminó—. Por muy poco industrial que sea nuestro país, siempre nos quedan los correos, el puerto, los ferrocarriles. La huelga de las comunicaciones es la más grave. Constituye la verdadera parálisis, el síncope colectivo, mientras que las otras se reducen a simples fenómenos de desnutrición.
El general levantó su índice congestionado:
—Sería vergonzoso limitar el desarrollo de la industria por miedo a la clase obrera.
—La tempestad es inevitable —agregó el profesor—. Las ideas se difunden irresistiblemente. ¡Y qué ideas! Cuanto más absurdas, más contagiosas. Han convencido al proletariado de que le pertenece lo que produce. El árbol empeñado en comerse su propio fruto… Observen ustedes que los animales suministradores de carne son por lo común herbívoros. El Nuevo Evangelio trastorna la sociedad, fundada en que unos produzcan sin consumir, y otros consuman sin producir. Son funciones distintas, especializadas. Pero váyales usted con ciencia seria a semejantes energúmenos. Los locos de gabinete tienen la culpa, los teorizadores y poetas bárbaros a lo Bakunin, a lo Gorki, que pretenden cambiar el mundo sin saber siquiera latín. Se figuran que el proletario tiene cerebro. No tiene sino manos; las ideas se le bajan a las manos, manos duras, que aprietan firmes, y que, apartadas de la faena, subirán al cuello de la civilización para estrangularla.
—¡Qué tontería, los pobres obstinados en ser ricos! —suspiró el banquero—. ¡Como si los ricos fuéramos felices! Estamos agobiados de preocupaciones, de responsabilidades. La fortuna es un obstáculo a nuestras virtudes. Nos es muy difícil entrar en el paraíso, cuando tan fácil les sería a ellos si se resignaran. Y no se resignan, no creen ya en Dios. Sin Dios, todo se desquicia. ¿Por qué no se conforman los pobres con su suerte, como nosotros los ricos nos conformamos con la nuestra?
—Ya no les basta el sufragio universal —dijo el profesor—. No les satisface esa ilusión que tan útil nos era. Ahora quieren arreglar por sí mismos sus asuntos. Nada más peligroso.
—Las leyes son deficientes —exclamó el general—. La ley debe asegurar el orden, y no hay orden posible sin trabajo. La asociación de agitadores, la huelga, son delitos. El trabajo no puede cesar. En el instante en que el trabajo cesa, el orden se destruye. El trabajo es santo, es una plegaria, como leí ayer. ¿Acaso el espectáculo de Buenos Aires sin pan, peor que si la sitiara un ejército, es un espectáculo de orden? Yo, militar, hubiera hecho fuego sobre los huelguistas. Los hubiera considerado extranjeros, enemigos de la patria. ¡Sacrilegos! A mí, sin la patria, no me sería posible vivir.
—Lo terrible no es que se nieguen a respetar y defender el orden establecido —dijo el profesor—, sino que, con el pretexto de que no tienen patria, viajen por otras patrias, llevando consigo la rebelión y la dinamita. Buenos Aires está plagado de anarquistas rusos. Y sigamos elevando salarios, y disminuyendo horas de labor, para que el obrero ¡maldita cultura superflua!, compre libros o aprenda a fabricar bombas.
—En lo que hicimos bien —notó el banquero—, fue en no autorizar aquí mítines contra la nación amiga, o contra las autoridades amigas. Es equivalente.
—Sí —apoyó el general—. Cualquier autoridad será amiga nuestra. Seamos lógicos. Lo confieso, yo estaré del lado de los cañones. No es sólo mi oficio, sino mi doctrina. Y si los rebeldes se resisten a construir cañones, obliguémosles a cañonazos. ¿Verdad?
Un criado anunció que el almuerzo se había servido. Los tres personajes pasaron al comedor, donde les esperaban las ostras y el vino del Rhin.

Gallinas
Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario…

«MI ANARQUISMO” (Ensayo) Me basta el sentido etimológico: «ausencia de gobierno». Hay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo. Será la obra del libre examen. Los ignorantes se figuran que anarquía es desorden y que sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas. Pero si se fijaran en la evolución de la ciencia, por ejemplo, verían de qué modo a medida que disminuía el espíritu de autoridad, se extendieron y afianzaron nuestros conocimientos. Cuando Galileo, dejando caer de lo alto de una torre objetos de diferente densidad, mostró que la velocidad de caída no dependía de sus masas, puesto que llegaban a la vez al suelo, los testigos de tan concluyente experiencia se negaron a aceptarla, porque no estaba de acuerdo con lo que decía Aristóteles. Aristóteles era el gobierno científico; su libro era la ley. Había otros legisladores: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Anselmo. ¿Y qué ha quedado de su dominación? El recuerdo de un estorbo. Sabemos muy bien que la verdad se funda solamente en los hechos. Ningún sabio, por ilustre que sea, presentará hoy su autoridad como un argumento; ninguno pretenderá imponer sus ideas por el terror. El que descubre se limita a describir su experiencia, para que todos repitan y verifiquen lo que él hizo. ¿Y esto qué es? El libre examen, base de nuestra prosperidad intelectual. La ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién será el loco que la tache de desordenada y caótica? La prosperidad social exige iguales condiciones. El anarquismo, tal como lo entiendo, se reduce al libre examen político. Hace falta curarnos del respeto a la ley. La ley no es respetable. Es el obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir. Las leyes y las constituciones que por la violencia gobiernan a los pueblos son falsas. No son hijas del estudio y del común asenso de los hombres. Son hijas de una minoría bárbara, que se apoderó de la fuerza bruta para satisfacer su codicia y su crueldad. Tal vez los fenómenos sociales obedezcan a leyes profundas. Nuestra sociología está aún en la infancia, y no las conoce. Es indudable que nos conviene investigarlas, y que si logramos esclarecerlas nos serán inmensamente útiles. Pero aunque las poseyéramos, jamás las erigiríamos en Código ni en sistema de gobierno. ¿Para qué? Si en efecto son leyes naturales, se cumplirán por sí solas, queramos o no. Los astrónomos no ordenan a los astros. Nuestro único papel será el de testigos. Es evidente que las leyes escritas no se parecen, ni por el forro, a las leyes naturales. ¡Valiente majestad la de esos pergaminos viejos que cualquier revolución quema en la plaza pública aventando las cenizas para siempre! Una ley que necesita del gendarme usurpa el nombre de ley. No es tal ley: es una mentira odiosa. ¡Y qué gendarmes! Para comprender hasta qué punto son nuestras leyes contrarias a la índole de las cosas, al genio de la humanidad, es suficiente contemplar los armamentos colosales, mayores y mayores cada día, la mole de fuerza bruta que los gobiernos amontonan para poder existir, para poder aguantar algunos minutos más el empuje invisible de las almas. Las nueve décimas partes de la población terrestre, gracias a las leyes escritas, están degeneradas por la miseria. No hay que echar mano de mucha sociología, cuando se piensa en las maravillosas aptitudes asimiladoras y creadoras de los niños de las razas más inferiores, para apreciar la monstruosa locura de ese derroche de energía humana. ¡La ley patea los vientres de las madres! Estamos dentro de la ley como el pie chino dentro del borceguí, corno el baobab dentro del tiesto japonés. ¡Somos enanos voluntarios! ¡Y se teme el caos si nos desembarazamos del borceguí, si rompemos el tiesto y nos plantamos en plena tierra, con la inmensidad por delante! ¿Qué importan las formas futuras? La realidad las revelará. Estemos ciertos de que serán bellas y nobles, como las del árbol libre. Que nuestro ideal sea el más alto. No seamos prácticos. No intentemos mejorar la ley, sustituir un borceguí por otro. Cuanto más inaccesible aparezca el ideal, tanto mejor. Las estrellas guían al navegante. Apuntemos enseguida al lejano término. Así señalaremos el camino más corto. Y antes venceremos. ¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el libre examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la desprecien! [Publicado en La Rebelión, Asunción, el 15 de marzo de 1909. Recogido en Obras Completas, RP-ICI, Asunción, vol. II, p. 132. Edición digital para Proyecto Ensayo Hispánico de Francisco Corral Sánchez-Cabezudo, Instituto Cervantes] |

Rafael Ángel Jorge Julián Barrett y Álvarez de Toledo, conocido como Rafael Barret (Torrelavega, Cantabria, España, 7 de enero de 1876 – Arcachón, Francia, 17 de diciembre de 1910). Poeta, narrador, ensayista y periodista— español que desarrolló la mayor parte de su producción literaria en Paraguay, por lo que es considerado una figura destacada de la literatura paraguaya a principios del siglo XX.
Hijo de una adinerada familia hispano-inglesa. Su madre María del Carmen Álvarez de Toledo y Toraño, natural de Villafranca del Bierzo, León, familiar del Duque de Alba, y su padre George Barrett Clarke, natural de Coventry(Inglaterra) que estaba encargado de diversos negocios de la Corona británica como ferrocarriles, minas y bancos.
Con sus padres viajó por diferentes países, en una época en la que muchos españoles, incluidos los más poderosos, apenas salían de su provincia. Además hablaba el castellano, el inglés y el francés, tocaba el piano y estaba al día de la cultura europea en diferentes campos como la filosofía, la música, el arte y la ciencia.
Con veinte años se trasladó a estudiar ingeniería a Madrid, donde trabó amistad con Valle-Inclán, Manuel Bueno, Ricardo Fuente, Ramiro de Maeztu y otros miembros de la Generación del 98.
Además de esa vida bohemia, Rafael frecuentaba aficiones más sofisticadas para los rústicos españoles de la época. Por ejemplo, acudir a conciertos de música sinfónica y a la ópera. Suficiente como para que un maledicente de la corte, el abogado José María Azopardo y Camprodón, comenzase a correr la voz de que era homosexual, aunque seguramente empleando otro término.
Según cuenta Gregorio Morán, cuando ese calificativo llegó a sus oídos, Barret decidió acudir a nada menos que a seis médicos para que certificasen que no era homosexual, algo que el interesado y los especialistas consideraron que había que hacer mediante una exploración anal que negase cualquier acto de sodomía. Con sus seis dictámenes en la mano, Barrett retó a duelo a José María Azopardo que, lejos de asumir su responsabilidad, se amedrentó. Además de escritor, músico, políglota y pensador, Barrett era un magnífico tirador de florete y pistola, razón por la cual el ofensor recurrió a una artimaña para evitarse el trance del duelo: convocar un tribunal de honor.
Escuchadas las partes, el tribunal de honor, formado por amigos del ofensor, entre ellos el Duque de Arión, sentenció que «En virtud de todo lo expuesto, el tribunal de honor a que tenemos el honor de dirigirnos considera al Sr. D. Rafael Barrett y Álvarez de Toledo digno de reparar las ofensas a él inferidas por el Sr. D. José María Azopardo Camprodón en el terreno donde ventilan los suyos y los caballeros». Sin embargo, añadía el tribunal, «Que, conforme a su honor y conciencia, el tribunal unánime declara que D. Rafael Barrett y Alvarez de Toledo no es digno de acudir en ningún caso al terreno del honor a ventilar como caballero las ofensas por él recibidas o por él inferidas. Ambas representaciones dan por terminado el asunto, para el que habían recibido poderes, declarando al propio tiempo que el señor D. José María Azopardo ha procedido como corresponde a un perfectísimo caballero».
En otras palabras, que si bien Barret había sido ofendido y tenía derecho a ser resarcido en su honor por Azopardo, no podía hacerlo a través de un duelo porque no era suficientemente digno para ello, no como el ofensor, al que se le calificaba expresamente de «caballero».
La sentencia no podía ser más humillante para Barrett que, después de haber intentado resolver el problema recurriendo a los métodos ordinarios, decidió hacerlo a su manera, vengándose en la persona del presidente del tribunal: el Duque de Arión.
El 24 de marzo, mientras el aristócrata asistía una representación en el Circo Parish –que era el nombre que adquirió el Circo Price tras la muerte de su fundador–, Barrett irrumpió en el local. Según relataba El Imparcial del 25 de abril de 1902:
«Anoche, cuando estaba dando término la función de la plaza del Rey, penetró en el local un joven elegantemente vestido preguntando a uno de los acomodadores por el señor duque de Arión.
»El empleado le indicó el palco donde se hallaba y a él se dirigió el joven aludido; llamó al duque, que acompañaba a unas señoras, y al volver aquel la cabeza le descargó dos bastonazos que le produjeron dos heridas en la frente y en la nariz, por las cuales manaba abundante sangre.
»El duque quedó aturdido un momento por lo brutal de la agresión; pero repuesto de la impresión primera, corrió tras el agresor, que se había puesto en fuga por el pasillo de palcos.
»Entre el público, que se había dado ya cuanta de lo ocurrido, se produjo la confusión consiguiente, formándose un compacto grupo en la puerta por donde el agresor trataba de salir a la calle.
»Cuando el duque de Arión se hallaba a punto de dar alcance a su agresor, el Sr. Barroso, que se halaba en su palco, se dirigió hacia la puerta interponiéndose entre el perseguido y el perseguidor, evitando así que este desahogara su furor contra el primero. La sangre que manaba de las heridas del señor duque de Arión salpicó las manos del Sr. Barroso».
Cuando llegó la policía, Barret fue detenido y trasladado a comisaría donde prestó declaración y posteriormente permaneció en el calabozo antes de ser trasladado a la cárcel Modelo. Al día siguiente todos los periódicos de la ciudad se hacían eco del suceso y, al igual que toda la sociedad madrileña, se posicionaban claramente a favor del aristócrata.
El periódico El Día, publicaba el 25 de abril:
«El señor duque de Arión continúa en cama por prescripción facultativa, habiéndole recomendado los médicos el más absoluto reposo a consecuencia de la conmoción cerebral que no ha desaparecido.
»El número de personas que han acudido al hotel del Paseo de la Castellana, donde reside el simpático aristócrata es incalculable.
»Puede Asegurarse que todo Madrid ha querido demostrar, de un modo ostensible, la protesta e indignación que ha causado el lamentable suceso».
»La prensa, con rara unanimidad, ha condenado severamente el atentado.colocándose al lado de la razón y la justicia».
La prensa ayudó a propagar una versión distorsionada del enfrentamiento que Barret había tenido con Azopardo que había dado lugar a los bastonazos. De ese modo, el diario La época afirmaba:
«Hace algún tiempo, el Sr. Barrett fue presentado por tres personas distinguidas, que gozan justas simpatías en el aristocrático Círculo de la Gran Peña. Antes de ser admitido como socio diéronse informes que favorecían poco al Sr. Barrett en cuestión de índole muy delicada, y las tres personas que le presentaron retiraron sus firmas, por lo cual el Sr. Barrett fue rayado del cuadro de la Gran Peña. Cosa análoga se dice que había sucedido en otra sociedad. A consecuencia de los antecedentes del asunto, se originó una cuestión personal entre el Sr. Barrett y el Sr.Azopardo. Después vino la reunión del tribunal de honor».
Aunque desde la cárcel Modelo Rafael Barrett escribió una carta a La Época exponiendo su versión de los hechos, el periódico excusó su publicación argumentando que en ella se exponían hechos que «se hallan bajo la acción de los tribunales».
Pocos meses después aparece en varios periódicos madrileños una sorprendente noticia: Rafael Barrett se ha suicidado. Evidentemente la noticia es falsa, pero tiene todo el aspecto de un símbolo: un acta de defunción para consumo interno.
Rechazado y expulsado de la sociedad madrileña, Barrett decide emprender una nueva vida y en 1903, decide viajar primero a Argentina – donde comenzó a escribir para distintos periódicos – y luego a Paraguay, el país en el que se asentó finalmente a los 29 años.
En el año 1904 en el mes de octubre llega a Villeta (Paraguay) como corresponsal del diario argentino El Tiempo para informar sobre la revolución liberal que en aquel país se estaba produciendo. Enseguida conecta con los jóvenes intelectuales que en su mayoría se habían sumado a la revolución. En diciembre de 1904 Barrett se instala en Asunción donde ha llegado junto con las huestes revolucionarias. Trabaja en la Oficina de Estadística.
En 1905 contrae matrimonio con Francisca López Maíz, participa en la creación del grupo y tertulia literaria «La Colmena», y manifiesta los primeros síntomas de la tuberculosis.

En 1907, nace en Areguá su único hijo, Alejandro Rafael. En Mayo de 1908 Inicia una serie de «Conferencias Populares» dirigidas a las organizaciones obreras. En Junio publica en El Diario el suelto «Lo que son los yerbales paraguayos» denunciando la situación de esclavitud a que son sometidos los «mensús» (peones yerbateros) en el Alto Paraná. La presión de las empresas yerbateras consigue que se le cierren las páginas de El Diario.
En julio de 1908, da un golpe militar del mayor Albino Jara. Barrett organiza la atención a los heridos por las calles de Asunción. El 3 de octubre del mismo año, Barrett es apresado como consecuencia de las denuncias sobre abusos y torturas que publica en Germinal (un periódico anarquista de su autoría) y el día 13 de octubre, gracias a las gestiones del cónsul inglés, Barrett es liberado. Se le destierra a Corumbá en el Matto Grosso brasileño.
En noviembre de 1908 llega a Montevideo donde sus costas, su viento y el aire le ayuda, según las costumbres de la época, con su enfermedad. Comienza a escribir para El Liberal que dirigía la librepensadora española Belén de Sárraga; y poco más tarde también para La Razón dirigido por Samuel Blixen, y otros periódicos uruguayos. Frecuenta el café Polo Bamba y conecta enseguida con los activos grupos de intelectuales uruguayos.
El 3 de enero de 1909 ingresa en el Hospital de Caridad (Maciel) como consecuencia de una crisis con fuertes vómitos de sangre y el 7 de enero – El mismo día que cumple 33 años es dado de alta en el Hospital Maciel y trasladado al Fermín Ferreira para una cura de aislamiento y reposo.
El 26 de febrero sale mejorado del Hospital pero los médicos le recomiendan un cambio de clima por lo cual el 28 de febrero deja Montevideo y see embarca con destino a Corrientes.
Desde Corrientes cruza clandestinamente el río Paraná y se instala de nuevo en Paraguay, en la estancia Laguna Porá, cerca de Yabebyry. Mantiene sus publicaciones en la prensa uruguaya. En el mes de Julio su mujer y su hijo se reúnen con él en la estancia. Revisa las pruebas de su libro Moralidades Actuales que se editará en Montevideo.
En 1910 viajó a Francia para intentar un nuevo tratamiento. Embarca en Asunción y llega a Montevideo donde es objeto de un jubiloso y cariñoso recibimiento, parte finalmente a Europa.
El 17 de diciembre de 1910 muere a las cuatro de la tarde en el Hotel Regina Forêt en Arcachón, asistido por su tía Susana Barrett. Tenía 34 años. Murió alejado de su familia y de la que él consideró su única patria, Paraguay. La noticia de su muerte genera una gran cantidad de artículos en los periódicos de Uruguay y de Paraguay. A raíz de estas publicaciones se produce una acalorada polémica sobre su obra entre el diario conservador católico El Bien y el diario liberal La Razón, ambos de Montevideo.
Durante su vida solo vio publicado un libro, «Moralidades actuales», que cosechó un gran éxito en Uruguay, cuya intelectualidad siempre conectó con Barrett.
La estela luminosa de Rafael Barrett reaparece brevemente en el firmamento madrileño de 1919 cuando la Editorial América de Rufino Blanco Fombona edita algunas de sus obras. La publicación de esos libros hace desempolvar viejos recuerdos de quienes lo conocieron en su juventud madrileña.
En Paraguay, Augusto Roa Bastos ha dicho:
«Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y al mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la «realidad que delira» de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales. Rafael Barrett fue un precursor, no sólo en el sentido del que precede y va adelante de sus contemporáneos, sino también en el del que profesa y enseña ideas y doctrinas que se adelantan a su tiempo.»
En Argentina, Jorge Luis Borges decía en una carta de 1917 a su amigo Roberto Godel:
Ya que tratamos temas literarios te pregunto si no conoces un gran escritor argentino, Rafael Barrett, espíritu libre y audaz. Con lágrimas en los ojos y de rodillas te ruego que cuando tengas un nacional o dos que gastar, vayas derecho a lo de Mendesky -o a cualquier librería- y le pidas al dependiente que te salga al encuentro un ejemplar de «Mirando la vida» de este autor. Creo que ha sido publicado en Montevideo este libro. Es un libro genial cuya lectura me ha consolado de las ñoñerías de Giusti, Soiza O’Reilly y de mi primo Alvarito Melián Lafinur.
En Uruguay, José Enrique Rodó, que coincidió con Barrett en Montevideo y quedó deslumbrado por sus artículos en la prensa, escribía:
[…] hace tiempo que, apenas tropiezo con persona a quien se pueda pedir ese género de albricias, le pregunto, venga o no venga a cuento -¿Lee usted La Razón? Se ha fijado en unos artículos firmados por R. B.?.
Cuando falleció su padre, Alex Barret apenas tenía tres años. Como recordaba su madre Francisca en una carta:
«”Alex Rafael realizará lo que yo no he podido hacer”, decía su padre después de caer enfermo, y mi hijo siempre fue digno del hombre noble que le dio el ser. Como este, preocupado por su pueblo, todo sacrificio y toda dedicación que hace para defenderlo son pocos para él. Es como su padre, un estudioso de las matemáticas. Vive de la enseñanza de esta materia. Se ha casado y tiene muchos hijos, todos excelentes jóvenes; uno es ingeniero militar, otro es un pintor de gran porvenir, y los demás son estudiantes destacados…».
Enlaces de interés:
https://www.rafaelbarrett.org/index.html
https://ensayistas.org/antologia/XXE/barrett
Descubre más desde Poiesis/ποίησις
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Deja un comentario