12 Poemas de Concha Urquiza

Tus ojeras*

                                                       Para mi hermana María Luisa

Hay en tus ojeras luna diluida
y olor de jazmines, y triste cantar,
la nostalgia en ellas quedóse dormida,
disuelta en las perlas de un dulce llorar…

Cuando lloras cantan tus lágrimas puras
los himnos sagrados que Eros formó,
y hay en tus arcanas pupilas oscuras
los hondos misterios que Apolo cantó.

Desmayan los sueños en sus tristes rasos
que mudos semejan pálidos ocasos…
pálidos ocasos de riente ilusión…

Mientras sus hogueras tus labios encienden
y tus dos ojeras en tu rostro prenden
el lirio azul pálido de su corazón…

México, julio de 1922

*Concha tenía 12 años cuando escribió este poema.

Concha de niña(izquierda)

Ya corre el corazón por este suelo…

Ya corre el corazón por este suelo
Como antes del remanso el agua impura:
Aún lleva tierras en la entraña obscura
Y pretende copiar la faz del cielo. 

Van creciendo el dolor y el anhelo,
La corriente se turba y se apresura, 
Y es fuente el sedimento de amargura 
Más que las alas con que intenta el vuelo.

Si tendieras la mano solamente 
Y el agua temblorosa se aquietara,
Ya, contemplando el cielo largamente,

¡Oh Deseado!, el corazón dejara
flotar sobre su sueño transparente
la divina belleza de tu cara.

15 de junio, 1937

Canciones en el bosque

Variaciones de los Cantares

Yo cantaré mi amor contigo a solas
que escuchas en el viento sosegado
sobre los vastos campos de amapolas,

pasando por los montes y collado,
soplando en las corolas encendidas,
acariciando el brote malogrado;

contigo en las veredas escondidas
donde vagan arroyos silenciosos
y están las azucenas florecidas;

contigo en los parajes nemorosos,
donde el cansado corazón se entrega
por los espesos cedros rumorosos

y sombra de dolor el alma niega;
por los ardientes valles dilatados
que el sol calienta, que la lluvia riega,

donde suenan los vientos derramados;
en caminos que suben desde el suelo,
rodeando los montes levantados,

hasta la faz clarísima del cielo;
contigo, Amor, entre las hojas de oro
donde toda la luz detiene el vuelo.

Allí tendré mi canto, allí mi lloro,
allí podré contarte mi desvelo
donde todas las aves forman coro.

*

No más la soledad aborrecida
que el corazón henchía de amargura,
no más dolerse de la paz perdida,

no más el ruido de la turba impura;
ya no en las noches el gemido triste,
el falso amigo, la compaña oscura

El corazón do entero te vertiste
tu camino forzando entre despojos,
y el duro sello de tu amor pusiste,

¿qué puede ya buscar sino tus ojos?
¿qué desear, sino morir contigo
por los caminos de tu sangre rojos?

Si no en ti, ¿dónde gozará de abrigo?
¿ni en qué ricos manjares tendrá halagos
más que en la hartura de tu pan de trigo?

Él cruzará los ondeantes lagos,
y llevándote asido dulcemente
buscará el seno de los montes vagos:

allí estará contigo tiernamente;
allí sabrá decirte que te ama;
se abrazará de ti, como la fuente

por cuyo rostro el cielo se derrama,
se abraza de ese cielo transparente
sobre su asiento de flexible lama.

*

Volvámonos, Amor, y semejante
al cervato en los bosques esparcidos
sobre las altas cumbres, vaga errante

(como vagan los pájaros perdidos,
de sus tiernos hijuelos olvidados,
en tu vuelo suavísimo mecidos).

Huye, Amor, sobre montes y collados;
yo esperaré tu paso, y entre tanto
buscaré los parajes más callados,

en soledad, para ensayar mi canto.
y tendida en praderas deleitosas
donde brota el romero y amaranto,

veré los días de oro, las graciosas
tardes, donde ya brillan los luceros,
y el giro de las noches luminosas.

¡Que vuele la canción por los oteros
y escuchen a la siesta los pastores
los gritos del deseo lastimeros;

y el  Austro, desatado entre las flores,
recoja el canto claro y armonía
que responde a la voz de los amores.

Yo desearé tus besos como el día
y diré que tus pechos son mejores
que el vino, dador nuestro de alegría.

18 de junio, 1937

Sulamita

                                                     Pues ya si en el exido
                     de hoy más no fuere vista ni hallada,
                                             diréis que me he perdido,
                                         que andando enamorada…
                                                          San Juan de la Cruz

Atraída al olor de tus aromas
y embriagada del vino de tus pechos,
olvidé mi ganado en los barbechos
y perdí mi canción entre, las pomas.

Como buscan volando las palomas
las corrientes mecidas en sus lechos,
por el monte de cíngulos estrechos
buscaré los parajes donde asomas.

Ya por toda la tierra iré perdida,
dejando la canción abandonada,
sin guarda la manada desvalida,

desque olvidé mi amor y mi morada,
al olor de tus huertos atraída,
del vino de tus pechos embriagada.

23 de junio, 1937

Aunque tu nombre es tierno como un beso…

Aunque tu nombre es tierno como un beso
y trasciende como óleo derramado,
y tu recuerdo es dulce y deseado,
rica fiesta al sentido y embeleso;

y es gloria y luz, Amor, llevarlo impreso
como un sello en el alma dibujado,
no basta al corazón enamorado
para alcanzar la vida todo eso.

Ya sólo, Amor, perdido en tus abrazos,
cabe tu pecho detendrá su empeño:
no aflojará las redes y los lazos,

verá la paz ni gozará del sueño,
hasta que tenga paz entre tus brazos
y duerma en el regazo de su Dueño.

6 de julio, 1937

Invitación al amor



(Ensayo de rima interna)

                                                           Para María del Rosario Oyarzun


Amigo, ten el paso presuroso;
mira este valle umbroso, esta pradera
donde la primavera se derrama
y su sagrada llama va agitando,
el cáliz desatando de las flores
que escondidos amores enardecen.
Mira cómo se mecen en el viento
con leve movimiento rama y nido.
Pon atento el oído al son del agua
donde el paisaje fragua un espejismo,
amándose a sí mismo en ser ajeno.
Gusta el soplo sereno de la brisa,
y la tierna sonrisa de este cielo,
y el misterioso anhelo de las cosas.

Las formas portentosas adivina
que la noche divina engendra y brota,
la música remota de los mundos
los acordes profundos y distantes
que en voces consonantes se responden
allí donde se esconden en el seno
del infinito lleno de fulgores;
los oscuros temblores de la tierra
que la simiente encierra y torna a vida,
y acaso, enardecida con la muerte,
del mismo cuerpo inerte y miserable
el fruto deleitable en sí concibe.

El aullido percibe de la fiera
que de su madriguera en noche oscura
llama con hambre dura su pareja.
Oye cómo se queja la floresta,
y en la selva repuesta y misteriosa
el ave rumorosa, a par de viento,
el grado amarillento al pico lleva
con que la flor renueva, e hinche el tallo.

Y aun los amores callo de que el hombre,
eternizando el nombre del proscrito,
pobló el tiempo infinito de su nada.
Basta que la mirada desenvuelvas
y el ámbito revuelvas de la tierra,
y cuanto el mar encierra, y a ti mismo
-si a tan profundo abismo el pie se atreve-,
luego los ojos mueve a aquella altura
do brilla la hermosura de los astros,
verás de Amor los rastros por doquiera:
Amor es ley primera, suave y fuerte,
ley que vence la muerte, y como ella,
desde la blanca estrella hasta el gusano,
nos lleva de la mano por el mundo.

En esta ley me fundo, caro amigo;
cuando en verdad te digo que no aciertas
en antes querer muertas tus lozanas,
tus briosas, tus galanas primaveras,
y tus flores primeras destruidas,
que no al amor rendidas dulcemente.
No sea que, cruelmente derrocado,
vengas por tierra echado como hiedra
que del muro de piedra no se abraza.

Y si el amor que pasa presuroso
arguyes de engañoso y deleznable,
por otro no mudable Amor lo deja,
donde no tiene queja el tiempo aleve,
ni el olvido se atreve a la mudanza,
y que, firme esperanza y llama fuerte
traspasa las fronteras de la muerte.

1 de julio, 1939

Romance de la lluvia



                                      ¡Ay, corazón quexoso, cosa desaguisada!
                           ¿Por qué matas el cuerpo do tienes tu morada?
                                                                        Libro de buen amor, 786


Corazón, bajo la lluvia
herido de amor te llevo;
te cerca el campo mojado,
la lluvia te dice versos,
el agua gime al caer
en tus abismos de fuego.
La roja tierra del monte
entreabre el húmedo seno;
en el regazo del valle
ríen los pétalos tersos,
y hacen blanco en el río
las flechas de los luceros.

Bajo la lluvia liviana
herido de amor te llevo;
muchas aguas han llovido
sobre tu herida de fuego;
muchas noches te han cegado,
muchas albas te han envuelto*,
¡tengámonos a gustar*
el dulce llanto del cielo!

Corazón, corazón mío,
descansa bajo mi pecho;
mira cómo se deshojan
las nubes de lento vuelo;
¡cierra la sangrienta boca
y dame un trago de sueño!

Descansa, viajero ardiente,
descansa, ya llegaremos
-allá detrás de la lluvia-
al claro «allá» , de tu anhelo;
ya abrevarán en tu herida
aquellos labios sedientos,
ya templarán tus ardores
aquellos ojos sin tiempo,
ya bajarás al abismo
deleitoso de su pecho,
y anudarás tus latidos
a sus latidos eternos…!

Corazón, bajo la lluvia
herido de amor te llevo:
por los labios de tu herida
silban rimando los vientos,
y el agua gime al caer
en tus abismos de fuego.

San Luis. 5 de junio, 1940

*  en otros textos aparece con estas variaciones:
muchas albas te han abierto*
* ¡tengámonos a mirar*

Cancioncilla



                                                  ¿A quién contaré mis quejas,
                                                                               mi lindo amor,
                                                     a quién contaré mis quejas
                                                                               si a voz non?…
                                                       Canción popular del s. XV


Amor, corriente escondida
que pechos adentro va,
como un manantial que está
alimentando mi vida;
en turbias aguas perdida
abreva el alma dolor:
si no te la cuento, Amor,
¿a quién contaré mi herida?

Flauta y risa, pan y abrigo,
levanten gritos de guerra;
lágrimas brota la tierra
que amargan la vid y el trigo;
zumo de dardo enemigo
la dulce vida envenena:
¿cómo lloraré mi pena
si no la lloro contigo?

Negras alas han manchado
el claro cielo de estío;
se encrespa el seno del río
de recias olas turbado:

cómo pasaré este vado
sino en tus brazos, amor?
¿Cómo beberé el dolor
si no lo bebo a tu lado?

10 de junio, 1940

Dicha

Mi corazón olvida
y asido de tus pechos se adormece:
eso que fue la vida
se anubla y oscurece
y en un vago horizonte desparece.

De estar tan descuidada
del mal de ayer y de la simple pena,
pienso que tu mirada
-llama pura y serena-
secó del llanto la escondida vena.

En su dicha perdido, 
abandonado a tu dulzura ardiente,
de sí mismo en olvido,
el corazón se siente
una cosa feliz y transparente.

La angustia miserable
batió las alas y torció la senda;
¡oh paz incomparable!
un día deleitable
nos espera a la sombra de tu tienda.

La más cruel amargura
con que quieras herirme soberano,
se henchirá de dulzura
como vino temprano
apurado en el hueco de tu mano.

hiere con saña fuerte
si sólo no desciñes este abrazo,
que aun la faz de la muerte
-con ser tan duro lazo-
pienso que ha de reír en tu regazo.

25 de octubre, 1940

Nostalgia de lo presente

Suspiro por las cosas presentísimas,
y no por las que están en lontananza:
por tu amor que me cerca,
tu vida que me abraza,
por la escondida esencia
que por todos mis átomos me embriaga.

Suspiro por el fuego que secreta-
mente consume mi alma,
por la sutil presencia
que el hondo abismo de mi ser alcanza,
sin que fuerza del cielo ni la tierra
pudiesen disiparla.

Nostalgia de lo más presente…, angustia
de no poder captar la luz cercana;
inmenso anhelo del abrazo mismo
que ya va taladrando las entrañas.

¡Oh miserable angustia de buscar lo presente
y morirse de sed mientras los labios
tocan la faz del agua!

Amor, la tierra dulce
ya me va pareciendo tan liviana,
que se desprende de los ojos mudos
desnuda de color y resonancia,
y no encuentra el sentido
línea donde posarse la mirada…
La tierra, amor, la tierra
se ha tornado hace mucho tan liviana,
que sola se desprende de los ojos
hacia un tedioso abismo en la distancia.

Ya los cambiantes lagos de mi pueblo,
las ágiles montañas,
los gloriosos crepúsculos ardientes,
la música olvidada,
el arrullo de aquellos senderillos,
no tienen resonancia,
ni hay dulce faz sobre la faz del mundo
que haga temblar el alma de mi alma.

Una sola presencia es la que anhelo,
y la poseo toda, enmimismada;
un solo amor, y es mío;
un abrazo, y en él estoy atada!
Y en el sentido frío
y el corazón de hielo, se dilata
un mundo desprovisto de sentido,
de luz, color y forma…; y en el alma,
otro desierto helado
donde estás tú…, bajo mi vida exhausta,
que sostienes y alientas,
que iluminas y abrazas,
y angustias con anhelos imposibles,
y que no te conoce… y que te ama!

Erongarícuaro, 9 de diciembre, 1941

Sed moriar

Perdido he mi soledad contigo,
mas esta noche tornaré a buscarte
-tierra los labios y en el alma trigo-,

cuando rendido en su postrer baluarte
el viejo compañero de mi vida
sepa el grito del ave que se parte.

¡Oh mar, oh vasta tierra desmedida,
luz de abismo en los ojos dilatados,
antorchas en el fondo de la herida!

Jamás con ansia cierta deseados,
jamás predichos en la misma nota,
jamás en claro verbo disfrutados!

La tensa vela al viento se alborota,
mueve el viento sus ágiles corceles,
la roja espuma de la quilla brota.

Ya cuerpo y vida te serán tan fieles
que volverán a dar, con buena tierra,
pan en tu espiga y sol en tus claveles.

Y una vez más se moverá la sierra,
en la simiente alada de algún pino,
por todos los confines de la Tierra.

Pero yo, sin vereda ni camino,
ni espacio ni color, ni franca puerta
al tiempo, turbulento peregrino.

Yo, sólo llama pura y sed alerta,
sed como roja flor transfigurada,
bajo las bocas del torrente, abierta.

He aquí que se ha mojado la enramada
de savia y temporal, y el agua fluye,
brota la vid, se hincha la granada.

Tras el grito del pájaro que huye
has venido a llamar tan tiernamente,
que nuevo amor el corazón arguye.

¡Y es tiempo, tiempo! Caiga la simiente
sobre las horas que han llegado tarde
y que van a ceñir otra corriente.

¡Nosotros hasta aquí! fruto que arde
en rojizos otoños, mi paisaje
se desprende del seno de la tarde.

El universo todo está de viaje,
resbalando por lánguidas pupilas
donde no tiene amor que lo agasaje.

Hacia los siglos donde tú cavilas
los días de mi historia gravitando,
encontraron profetas y sibilas.

Hoy, sólo encuentra el ardoroso bando
el «diuturno silencio» prometido,
las áureas pajas, y aquel pecho blando
que te dio amor, en leche convertido.

12 y 13 de diciembre, 1941

Primavera

Hoja a hoja la tierna primavera
el verdor de los campos restituye
y, desatado de los hielos, huye
el arroyo burlando la pradera.

Despierto ayer a la canción primera,
el salvaje gorrión el ala intuye
y por la luz que se derrama y fluye
sube y baja la escala pajarera.

Ya la amapola su fulgor deshoja
y el dientecillo su dorada pluma;
todo a la fiesta del color se arroja;

sólo en el claro azul, que nada bruma,
flota una nube desgarrada y floja
cual recinto brevísimo de espuma.

9 de septiembre, 1944

María Concepción Urquiza del Valle conocida como Concha Urquiza (Morelia, Michoacán, México, 24 de diciembre de 1910 – Ensenada, Baja California, 20 de junio de 1945). Poeta considerada como la mejor autora de poesía mexicana después de Sor Juana Inés de la Cruz y para la gran poeta Rosario Castellanos como la «piedra angular» del movimiento poético femenino.

Siendo muy pequeña muere su padre y la familia se traslada de Morelia a la ciudad de México. Desde sus primeras letras muestra inclinación por la literatura clásica, a tal grado que a sus once años de edad ya escribe poemas de una admirable confección.

A los 12 años publicó los poemas Tus ojeras y, a los 13, Canto del oro y Conventual en la Revista de Yucatán y Revista de Revistas. También colaboró en publicaciones como Ábside, Aula, Juventud, Labor, Logos, México al Día, así como Rueca y saber.

De 1928 a 1933 Concha vivió en la ciudad de Nueva York, periodo en el que se gesta su formación cosmopolita, donde se pone al día en lo que respecta a temas y autores de suma importancia en aquella época mientras trabaja en el departamento de publicidad de la Metro Goldwyn Mayer. Durante esos cinco años escribe una especie de novela autobiográfica, El reintegro. Perfecciona su conocimiento del inglés y lee a los clásicos de este idioma. De aquí viene una frase que Concha decía a sus amigos: «Cuando estoy en los Estados Unidos y oigo ladrar el inglés, me pongo a leer a Shakespeare. Cuando estoy en México y oigo aullar el español, me pongo a leer a Cervantes».

Fue militante del Partido Comunista hasta 1937, cuando se convirtió al catolicismo. En 1937 entró en una crisis que la llevó a romper con su pasado, ingresando en un convento de las Hijas del Espíritu Santo (monjas docentes) de donde se retiró pocos meses después para dedicarse a la enseñanza de lógica e historia de las doctrinas filosóficas en la Universidad de San Luis de Potosí. En esa etapa Concha escribió sus más bellos poemas, caracterizados por un exquisito lenguaje e imágenes erótico-amorosas, similares a los que escribieron los poetas místicos españoles Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz.

Concha rechazó toda impostura o alarde típicos en los ambientes intelectuales y, desde este punto de vista, fue tan modesta y rigurosa consigo misma que nunca le dio a sus escritos la importancia que merecían. No se preocupaba por conservar sus poemas, y no pensó en que llegaría a publicar un libro con ellos. Son múltiples las anécdotas de sus amigos y amigas en las que cuentan que, estando en alguna cafetería, Concha escribía rápidamente sobre una servilleta y la dejaba en la mesa o se la regalaba a quien le acompañaba. Lejos de las experimentaciones de la vanguardias, su poesía se apega a los cánones más clásicos del metro y de la rima.

Pese a que su obra poética no fue publicada en su momento, parte de ésta se recoge en ediciones póstumas, como en el caso de Antología (1975), Nostalgia de Dios (1987), El corazón preso (1990), Obras: poemas y prosa (1976), Poesías y prosa (1971), Junio de la lluvia (1995) y Concha Urquiza, entre lo místico y lo mítico (2010).

Concha Urquiza murió ahogada en el mar de Ensenada, Baja California Norte, el 20 de junio de 1945. Tenía 34 años.

Concha no se casó, no fue religiosa, pero en su camino de búsqueda de la Verdad, siempre estuvo presente un Cristo en el que creyó con gran fervor y al que le dedicó su gran talento poético. Unos versos que, con el tiempo, se han llegado a igualar con los de su compatriota Sor Juana Inés de la Cruz. Es una autora que se quemaba entre dos fuegos –como dice Rosario Castellanos–: el de la inteligencia y el del fervor religioso.

Tras su desaparición, su figura y su obra habrían caído en un profundo olvido si no hubiera sido por su amigo el filólogo y sacerdote Gabriel Méndez Plancarte, que hizo una importante labor de recopilación de su producción literaria.

Enlaces de interés:

https://www.academia.edu/109664526/Antonieta_Rivas_Mercado_y_Concha_Urquiza_donde_la_leyenda_rebasó_al_lenguaje

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