15 Poemas de Carilda Oliver

“Yo no espero la muerte, yo espero la vida”

Carilda Oliver

Carilda

Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.
Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.
Guardo una cinta inútil y un abanico roto.
Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.

Cualquier música sube de pronto a mi garganta.
Soy casi una burguesa con un poco de suerte:
mirando para arriba el sol se me convierte
en una luz redonda y celestial que canta…

Uso la frente recta, color de leche pura,
y una esperanza grande, y un lápiz que me dura;
y tengo un novio triste, lejano como el mar.

En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,
y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;
y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!

Con desdén y oro

Voy a verle
en cualquier sitio,
él pedirá un ron para mezclarlo con mis pupilas;
yo, el crepúsculo.
y me traerán una lágrima.

Voy a verle:
a las seis de la tarde,
cuando los combatientes repasan sus fusiles
y los adúlteros se acuestan con mariposas;
a las seis de la tarde,
sin luna,
cuando por los cines naufragan las divorciadas
y los obreros comienzan a bañarse.
A las seis,
con temblor y relente,
con bochorno,
ciega como leche y sed,
voy a verle.
Azogue en su mano,
una extraña,
qué poco de suerte,
subterráneo para reírme a carcajadas.
Con un traje amarillo como si renunciara a la tristeza
voy a verle.

Tendré cuidado
no sea, que, al abrirme, estalle el sollozo
Y comprenda que delinco.

Seré cauta,
debo mentir: «adiós, alguien espera».
y al levantarme con desdén y oro
crecerán los pulmones donde le respiro
y para que no muera del todo
lo atraparé en mi verso.

Voy a verle
-he dicho en la hermosura-
mientras recupero el ala que no sirve
y llueven los nísperos,
divagan las márgenes rumorosas:
voy a verle
y nos desbaratábamos a besos
y el libro se quedaba a medias
y luego quién creía en los relojes
si aquí se olvidó su boca del binomio de Newton.

Declaración de amor

Haz el amor, no la guerra…

Pregunto si llevo corazón 
cuando despierto el peligro entre sus muslos, 
si me equivoca 
cuando preparo la única trinchera 
en su garganta. 

Yo sé que la guerra es probable;
sobre todo hoy 
porque ha nacido un geranio. 

Por favor, no apuntéis al cielo 
con vuestras armas: 
se asustan los gorriones, 
es primavera, 
llueve, 
y está el campo pensativo. 
Por favor, 
derretiréis la luna que da sobre los pobres. 

No tengo miedo, 
no soy cobarde, 
haría todo por mi patria; 
pero no habléis tanto de cohetes atómicos, 
que sucede una cosa terrible: 
lo he besado poco.

Vísperas de boda

Voy perdiendo los días de estar sola conmigo,
los días recién buenos ahora descubiertos,
ahora que se van,
y una tristeza hija de mi tristeza grande
me borra lentamente las ganas de soñar;
y nace como un miedo,
un miedo a ser distinta, un miedo a ser normal,
un miedo a ser como otras: calladas y domésticas,
bondadosas, saludables quizás;
un miedo contra esposos, contra cortinas puestas,
un miedo incontenible de tener un dedal.

No sé de qué me escondo, de qué males escapo
ni qué lágrima extraña me llama desde el mar;
pero es que quiero ahora tener el mundo dentro,
volverme sólo tinta sobre el papel cordial,
caer como centella, parir como una araña
y amar, amar, amar.
Pero es que quiero ahora cubrirme con la noche,
crecer en la ternura, ser astro o animal
pues brama el infinito sobre mi propia carne
y siento como un beso de la inmortalidad.

Cuando tomo la pluma ya estoy acompañada
de alguna estrella absurda que no se va a apagar;
así, llena de gente, de historias increíbles,
de ramos de violetas,
de duendes que no hablan, de nubes y retratos
me reúno conmigo como algo natural.
Todo me deja entonces lejana, distraída,
especialmente tonta,
y a veces en la cama puedo no ser verdad.
Y estoy casi feliz y apenas me sonrío,
bailando como lluvia y amable como el pan…
Por eso en estas vísperas del día de mañana
(adiós, mi libertad)
hago como quien rompe promesas y contratos
y muere de jamás
pues soy una criatura ajena a compromisos
y temo por mis alas que sí saben volar.

Elegía de abril

Andaba yo volando por el suelo,
sin zapatos,
sin mi traje de nube de las nubes;
sola para tus manos,
patética,
inviolada,
pobre,
sola para tus manos,
sola,
y me empinaba hasta rozarte el ángel.
Andaba yo
-noche sobre la noche-
distraída en tu voz de inconfundibles dalias;
andaba yo como entre acosos de belleza,
clásica,
lírica,
absoluta,
y en las paredes profanadas por otros sin el sueño
rebotaban lejanías, pedazos de palabras,
besos
que guardaré mañana.
Mi boca dio en la tuya
como un ave de paso.
Pensé en abril
y en que las noches de amor son breves como 
                                                      fósforos negros
De qué serán los versos sino de aquella sombra 
que hicimos sobre el lecho?
Su enredadera me arroja en la inocencia
y otra vez soy la misma
que demoraba su salud de novia.

Me he preguntado hoy si tú entendías la media luz
si hallaste el todo,
si te faltaba piel, no quiero, entraña, como a mí.
Me he preguntado si asumes la ternura de memoria,
si odias tu trabajo, los relojes, mi ómnibus,
el alba fiera, insobornable…
¡Ay, tantas cosas…
(¡Qué trastorno hace aquí si te recuerdo,
qué venas tengo nuevas si me ayudas 
a duplicar el alba
otra vez en mi frente!)
Y las preguntas pasan inalterables, con verano,
ayer, ahora, siempre,
siempre, ahora, ayer,
y quedo muda sobreseyendo un pájaro,
la fiebre, el mar,
la arena que debe estar contigo,
todas las soledades,
el desayuno triste como un acuerdo impronunciado.
¡Ay, qué palabra diré para ignorarte,
en cuál silencio no hablaré tu nombre
que ya supe!
Mira, te quejas y el amor instala
la agonía,
el tiempo,
la casa extraña donde empecé tu carne
hecha de estalactitas y misterios.
Mira, te quejas,
y yo me acojo a un zumo de azucenas porfiadas,
a niños que desean intervenir mi vientre.
Mira, te quejas,
y estoy yo sola con tu voz
-nelumbio, amarillez, cauto cristal-
viviendo el alarido de la noche muerta
que resucito en el poema.

Yo me pregunto hoy cómo aplacar el cisne,
lo inefable de tu tedio,
la marca de mi alma,
esto que no es morirme aunque me muero.
Y sigo oscura, oscura, oscura,
por gusto derramada,
como esos sauces que nos dicen llantos
que no oímos,
como esas olas que se acaban tan cerca y no miramos,
como esos cánceres horribles que ni duelen,
como esa luz que aunque es la luz porque es la luz
nos deja ciegos…

Yo me pregunto,
llama que no se dijo,
cerrada puerta,
óxido,
hueso maldito,
sed;
yo me pregunto cómo saberte a toda la sorpresa,
a adolescencia,
a naufragio por fin,
a vértigo,
a imposible;
cómo salir de pronto a condenar tu sangre,
a dividirte en truenos,
a ser otra
metida en tus gavetas de estudiante.
Pregunto,
y me socorren todos los incendios del mundo
y vuelvo sola,
y sola vuelvo
y vuelvo sola.
No sé qué tengo. Digo que es jueves
y me asesina un miércoles.
Llega el frío.
Paseo entre callados árboles
sin otro aviso
que el que me traen las horas que nos vieron.

Hablo con todos

Hablo con todos: ciegos y morados,
malditos, simples, buenos, envidiosos.
¿Quieren oírme?
No vendo mi palabra.
Cójala el podrido, el triste,
el cándido.
Hablo con todos:
con obreros, damas,
enfermos, rebeldes, prisioneros, vagos;
con repartidores de la harina
y con maromeros de la sien.
¡Vengan a decirme qué cosa es lo que quieren!
Será fácil. Al carpintero le daré el rocío,
al de la carne un girasol,
una broma celeste al funerario.
Dejo la punta del mar al estudiante,
temblores a la monja,
para la viuda el pez,
al panadero un libro,
mi anillo a la ramera.
Hablo con todos…
Si se asustan, si sollozan
me abro el pecho y los pongo en el tumulto
revuelto de la gracia,
y aquí se quedan
llenándome de amor con sus arterias
de combatientes clandestinos,
de partidarios de la luna,
de comerciantes, jueces o mineros.
Hablo con todos,
porque soy esta muchedumbre convergiendo,
esta gente que come calabaza
y orina desconsuelo,
estos desamparados que transitan por la calle
en una paz augusta que conmueve,
estos necesitados que no piden
sino que alguna vez al fin les llueva,
éstos que ni lo saben
pero son
enamorados, fundadores, héroes.
Hablo con todos,
sí,
con todos;
con los que burlan el fisco
y la azucena,
con los que tocan el violín,
con los que rezan para que les caiga un testamento.
Hablo con todos.
Y mientras digo todos también hablo conmigo
porque yo soy nosotros

Cuento

Yo era débil,
rubia, poetisa, bien casada.
Tenía deudas 
y una salud de panetela blanca. 
Hicimos una casa pobremente, 
muchas ventanas:
para enseñar nuestros besos a las nubes,
para que el sol entrara. 

La casa era tan bella 
que tú nunca dormías. 
Ya no eras abogado ni poliomielítico
ni nada.
Nunca dije:
¿cuándo vas a poner esa demanda?
porque yo tampoco
cocinaba.

Fueron días
como no quedan otros en las ramas.
Yo me empeñaba en sembrar algo en el patio:
tus gatos lo orinaban,
pero era tan feliz que no podía
decir malas palabras.
Ay, una tarde…
( Septiembre tomó parte en la desgracia ),
Ay, una tarde
( Dios estaría sacando crucigramas );
ay, una tarde
pusiste tantas piedras en mi saya
que desde entonces
ando inventándome la cara.
El cuchillo
tenía la forma de tu alma;
yo quería ser otra, hablar de las estrellas…
( sobraron noche y cama ).
Yo me empeñaba en sembrar algo en tu pecho: 
tus gatos lo orinaban,
y era tan infeliz que no podía 
decir buenas palabras. 

Tarde en otoño. 
Miré las sábanas amargas, 
el jarro de la leche, 
las cortinas, 
y el crepúsculo me convirtió en su mancha. 
( Yo era un clavel podrido de repente, 
un canario botado ). 
Con empujones que lo gris me daba, 
entre temblores, 
volví a la falda 
de mi madre. 

Pasaron tantas cosas 
mientras yo me bebía la soledad a cucharadas… 

Un viernes 
-un viernes en que tu olvido me enterraba- 
llegué a la esquina 
deja casa. 
Estaba allí como una tumba diferente, 
se veía otra luz por las ventanas. 
Tuve miedo de odiar… 
(Ya era hasta mala). 

Pasaron tantas cosas; 
el tiempo fue cosiendo mi mirada. 

Ahora no pueden asustarme con los truenos 
porque la luz me alza.
Ahora no pueden confundirme con un libro.
Soy la palabra recobrada.
¡Ríanse,
agujas que en mi carne se desmandan;
ríanse,
arañas que me tejen la mortaja;
ríanse,
que a mí, también, carajo, me da gracia!

Discurso de Eva

Hoy te saludo brutalmente:
con un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja loca
de corazones,
con el reguero de pólvora que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos los sueños
o en esa telaraña donde cuelgan
los huérfanos de padre?

Te extraño,
¿sabes?
como a mí misma
o a los milagros que no pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé de qué alegría,
de qué cosa imprudente.

¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada,
por decirte: «mi vida»
y que los truenos nos humillen
y las naranjas palidezcan en tu mano.
Tengo unas ganas locas de mirarte al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, parece en llama.

De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como la bruja clara donde pienso.
De verdad que no te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que soy.
Te quiero, 
no te quiero.
Sortearemos estas palabras 
y una que triunfe será la mentirosa. 
Amor… 
( ¿Qué digo? estoy equivocada,
aquí quise decir que ya te odio. )
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin compromiso con el fuego?
¿Cómo es posible que seas austral
y paranoico
y renuncies a mí?

Estarás leyendo los periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida.
Estarás con tus problemas de acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto desplomado;
yo que te apruebo la melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a matarme a salivazos,
héroe?
¿Cuándo vas a molerme otra vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llamarme pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo, 
el tiempo, 
y ya no se me aparecen ni los duendes,
y ya no entiendo los paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta…

Si te demoras,
si se te hace un nudo y no me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame, imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.

Ayer soñé que mientras nos besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.
Este es un amor
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos para ampararlo.
Por eso, cuando nos mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.
Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas que se salvan
atados por una flor incomparable.
Ya la mañana siguiente cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en la cama.

Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme otra vez una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para sIempre.
Ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la manzana.

Está bien

No digo: amo,
no develo mi historia esta mañana,
respeto a los felices,
voy al bufete,
hago la cama,
me sostengo,
robo una estrella aliada de tus dientes.

Lo disimulo,
vivo entre ómnibus locales,
compro periódicos y sedas.
Llegó visita. (Pintaré mis labios 
con la sangre del lunes.)

Me quedan cortos: la locura,
el clamoreo verde del ovario,
la herida que me mandas.
Está bien.
Hoy no puedo derrotarte:
hoy colecciono ácidos y manchas,
hoy esta pena me azoró por dentro.

Mañana trataré de ser como cualquiera,
mañana iré a la exposición de flores
con un vestido nuevo
y me pondré la sombra de oro.
(Tú dirías: ha parpadeado en el champán.)
Mañana bajaré de tanta nube,
miserable, carnal.
No importa que los sueños se despierten
ni que quizás olvide
esta página absurda que ya es del siglo veinte.

Ernesto Guevara, tú

La vicuña, el ventisquero
te vieron nacer total;
argentino, vertical
Don Quijote, guerrillero.
No te importaba el dinero.
La libertad era el agua
para tu sed. Aconcagua
de América y su indio triste.
(¡Ay, cuántas veces tosiste
en un bohío de yagua!) 
Saben el Plata y la Sierra,
saben la Pampa y el Charco,
sabe el tango que machaco
con el son y hago tu tierra,
que establecías la guerra
contra el mal y el poderoso.
Tigre perfecto en acoso
de tiranos y bandidos;
por salvar pobres y nidos
gastabas vena y reposo. 
Desde Oriente a Santa Clara
-boina, barba, Comandante,
médico, gaucho- adelante,
dando el pecho, al sol la cara
no hubo hiel que te amargara.
Luego el triunfo, la victoria,
tu marca eterna en la historia.
(¡Qué pluma vuelta laurel!)
La suerte siéndote infiel
y tú educando la gloria. 
En Octubre, al ver un río,
me da el tiempo casi oscuro
de la Quebrada del Yuro
y amparo tu cuerpo frío.
Entre sueño y desvarío,
estremecida, en secreto,
busco tu voz, tu esqueleto:
te pongo cabeza, brazos,
uno todos los pedazos
para guardarte completo.

Sin garrapatas ni piojos,
lavado de sangre y miasma,
libre al fin de asfixia y asma,
vienen de nunca tus ojos
y un horizonte de rojos
claveles funda el verano,
hombre del monte y del llano,
Ernesto Guevara, tú
vuelves del Ñancahuazú
con el futuro en la mano.

Guárdame el tiempo

Vuelves a renovarme el don perpetuo.
Otra vez eres ése
que me enseñó las señales del alba,
el que salvó una hormiga en el borde del vaso.

Vuelves para pedirme que reúna
la corte de los gatos,
que te ampare de aquel golpe en la nuca,
que te dé mi tristeza como un sorbo,
que te recorte alguna uña,
que me moje de ti,
que te alcance el café,
que no oscurezca,
que me case contigo esta noche otra vez.

Se nos quedaron muchas cosas sin hablar,
Necesitamos una cita,
porque
¿a quién le doy tantas caricias
que sobraron,
aquellas que olvidé ponerte sobre el pecho?
¿A quién le cuento
que he planchado, creyendo que era tela,
tu perfil de muchacho?

¿A quién convido ahora con mis piernas
y le enseño el jazmín que nació anoche,
y le pongo una abeja a que lo pique,
y le saludo la inocencia?

¿A quién le miento y juro,
a quién le tiro un pan contra la oreja,
a quién le digo que lo odio,
y luego, que lo amo?

¿A quién le digo hijo,
y me lo paso por dentro como un trapo?
Sé bien que estás metido en nuestros átomos,
que te mueves en ese aire que espantó estas páginas
que observas desde los retratos,
que te has caído hoy contra mi pecho
y para que seamos uno solo
hasta este propio corazón
me lo has parado;
sé que estoy muerta
soñando que te busco por el cuarto.

Guárdame el tiempo.
Guárdamelo.
Estoy segura de que puedes.
Así no ha de caer la luna
ni tendrás que morirte en la mañana
y el jueves será eterno
y te besaré siempre como el veinticuatro
de septiembre
de mil novecientos ochenta y uno.
Guárdame el tiempo,
guárdamelo.

¡Qué no pase ni un minuto,
que nada ciego nazca,
que no se invente un aparato de tortura
ni estalle otra contienda contra el hombre;
que no cacen más pájaros,
que no se malogre la pureza,
que vuelvas
a ser
y aquel esplendor tuyo se mezcle, poderoso,
a mis harapos!

Guárdame el tiempo,
guárdamelo.
Te lo pido con rabia,
con ternura,
con todo lo que no es palabra.
Para que siempre seamos lo estupendo:
hombre y mujer
girando,
nueva especie del mundo;
ya casi un milagro.
Pues me han salido en la cara tus ojos
y a ti en el rostro mi boca,
y no sé cuando te miro si eres tú quien me mira
ni cuando tú me besas
si soy yo quien te ha besado.

Carilda y Fidel Castro, foto Ramón Pacheco

Canto a Fidel

No voy a nombrar a Oriente,
no voy a nombrar la Sierra,
no voy a nombrar la guerra
-penosa luz diferente-,
no voy a nombrar la frente,
la frente sin un cordel,
la frente para el laurel,
la frente de plomo y uva:
voy a nombrar toda Cuba:
voy a nombrar a Fidel.

Ese que para en la tierra
aunque la luna lo hinca,
ese de sangre que brinca
y esperanza que se aferra;
ese clavel en la guerra,
ese que en valor se baña,
ese que allá en la montaña
es un tigre repetido
y dondequiera ha crecido
como si fuese de caña.

Ese Fidel insurrecto
respetado por las piñas,
novio de todas las niñas
que tienen el sueño recto.

Ese Fidel -sol directo
sobre el café y las palmeras-;
ese Fidel con ojeras
vigilante en el Turquino
como un ciclón repentino,
como un montón de banderas.

Por su insomnio y sus pesares
por su puño que no veis,
por su amor al veintiséis,
por todos sus malestares,
por su paso entre espinares
de tarde y de madrugada,
por la sangre del Moncada
y por la lágrima aquella
que habrá dejado una estrella
en su pupila guardada.

Por el botón sin coser
que le falta sobre el pecho,
por su barba, por su lecho
sin sábana ni mujer
y hasta por su amanecer
con gallos tibios de honor
yo empuño también mi honor
y le sigo a la batalla
en este verso que estalla
como granada de amor.

Gracias por ser de verdad,
gracias por hacernos hombres,
gracias por cuidar los nombres
que tiene la libertad.

Gracias por tu dignidad,
gracias por tu rifle fiel,
por tu pluma y tu papel,
por tu ingle de varón.
Gracias por tu corazón.
Gracias por todo, Fidel.

(marzo de 1957

Se me ha perdido un hombre

Se me ha perdido un hombre.

Y lo busco por cifras y guitarras,
por hierbas y entrepisos,
en el cielo,
en la tierra,
dentro de mí.

Se me ha perdido un hombre.

Y me quedo temblando
como quien no come sino polvo,
como quien ya extravió la sombra.

Pero no,
que no,
que no me ayudan a buscarlo.
¿A quién le importa si su mirada ha derrotado el
tiempo?
¡A quién le importa aquella piel
con ganas
de la luz?
¿A quién le importan unos labios transparentes
que no tuvieron hambre,
unas piernas que sólo corrían al amor?

Se me ha perdido un hombre.

Y todos ríen,
se entretienen,
sudan,
mastican
se desenvainan por las noches;
despreciativos,
inefables,
maromeros,
unánimes,
como si sólo se hubiese caído un alfiler
o la hoja más seca
del árbol del bien y del mal,
como si la muerte no hubiera entrado
a destiempo
en nuestra casa.
Y yo pensando que era demasiado joven,
que reunía láminas y piedras,
pedacitos de mundo,
hierros,
cosas del mar.
Yo pensando en su grandeza
de criatura,
en cómo miraba a Venus al atardecer,
en cómo cayó en la trampa.

Yo pensando
en dónde está la mitad del cuerpo mío,
en quién va a cantar ahora para quitarme el miedo,
en las veces que no nos besamos
y en las que nos besamos,
en sus ojos coléricos frente a la injusticia,
en ese silencio con que me responde,
en la herida que nunca le cosí,
en sus manos.

Se me ha perdido un hombre.

¡Ayúdenme a buscarlo!
Pronto…
Siento frío.

Aquí no hay lámparas ni claves,
no tengo redes
ni computadoras.
no tengo flechas ni radares.

¿Dónde estás?
¿Intenta ser mi sombra el desvalido?
¿Se me ha vuelto invisible entre gusanos?

Carilda y su ultimo marido Raidel Hernández

Una mujer escribe este poema

Una mujer escribe este poema
donde puede a cualquier hora de un día que no importa
en el siglo de la avitaminosis
y la cosmonáutica
tristeza deseo no sabe qué
esperando la bayoneta o el obús
una mujer escribe este poema
sin atributos
a desvergüenza y dentellada
fogosa inalterable arrepentida pudriéndose
caemos por turno frente a las estrellas
todos tenemos que morir
no hay nada más ilustre que  la sangre
una mujer escribe este poema
qué estúpida la línea que divide sol de sombra  
el crepúsculo pasa
acumulándose al final de las azoteas
supimos de pronto de una trombosis coronaria
existe soledad
sonó una bomba
vean si se me han roto los lentes de contacto
una mujer escribe este poema
separa quince pesos para el alquiler
mi amigo viejo
se desprende del mediodía por la  próstata
bailamos
sigue la preparación combativa
no pasarán
una mujer escribe este poema
como quien ha perdido el tiempo para siempre
creo en el corazón  de Denise Darval
hemos ganado porque morimos muchas veces
parece que tengo un derrame de sinovia
no hay tiempo para la poesía
de veras que los frijoles se han demorado en  
hervir
te juro que mañana presentaré el divorcio
una mujer escribe este poema
como hay fantasmas a las siete en mi pecho  
entablillé  una rama  a la areca  que está triste
mamá tu no sabes la falta que me haces
si suena  la alarma aérea
recojan  a los niños que duermen en la cuna  
voy a guardar este retrato del Che
como calló el canario traje un tenor a casa
una mujer escribe este poema
cargada de ultimátums
de pólvora
de rimmel
verde contemporánea lela
entre el uranio
y  
el cobalto
trébol de la esperanza
convalesciente de amor
tramposa hasta el éxtasis
tonta como balada
neurótica metiendo
sueños en una alcancía
ninfa del trauma
novia de los cuchillos
jugando a no perder la luz en el último tute  
una mujer escribe este poema.
Premio excelencias 2018 a Carilda Oliver

Me desordeno amor, me desordeno

Me desordeno, amor, me desordeno

cuando voy en tu boca, demorada;

y casi sin por qué, casi por nada,

te toco con la punta de mi seno. 

Te toco con la punta de mi seno

y con mi soledad desamparada;

y acaso sin estar enamorada;

me desordeno, amor, me desordeno. 

Y mi suerte de fruta respetada

arde en tu mano lúbrica y turbada

como una mal promesa de veneno;

 y aunque quiero besarte arrodillada,

cuando voy en tu boca, demorada,

me desordeno, amor, me desordeno.

Encuentro con… Carilda Oliver Labra Centro Cultural Dulce Maria Loynaz 5 Agosto 2005Foto Liborio Noval

La tierra

Cuando vino mi abuela

trajo un poco de tierra española,

cuando se fue mi madre

llevó un poco de tierra cubana.

Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:

la quiero toda

sobre mi tumba.

Carilda Oliver Labra (Matanzas, 6 de julio de 1922 – Matanzas, 29 de agosto de 2018).Poeta, Doctora en Derecho Civil por la Universidad de La Habana, ejerció como abogada y fue profesora de dibujo, escultura y pintura.Participó en la Campaña Nacional de la Alfabetización.Fue directora de Cultura del municipio de Matanzas. Ocupó el cargo de secretaria de la Coordinación Provincial de Actividades Culturales del Ministerio de Educación. Es considerada una de las mejores poetas Cubanas del siglo XX.Casada tres veces, primero con el abogado Hugo Amia, de quien se divorció; posteriormente con el tenor Félix Pons Cuesta que murió después de una larga enfermedad y por ultimo con 69 años Carilda se casó con Raidel Hernández con quien vivió hasta su muerte.

Premios y reconocimientos:

Premio Nacional de Poesía en 1950, Primer Premio y Flor natural en el Certamen Nacional, ganadora del Certamen  
Hispanoamericano
 organizado por el Ateneo Americano de Washington para conmemorar el tricentenario del 
nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, Premio Nacional de Literatura en 1997 y Premio Internacional José de 
Vasconcelos
 en el año 2002.

En 1980 se creó en Madrid el Concurso Internacional de Poesía Carilda Oliver Labra por el poeta Roberto Cazorla. Se convoca anualmente y premia con placa de oro y remuneración económica al mejor poema presentado por un autor de cualquier nacionalidad. En 1989 fué elegida como miembro del Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.En 1994 recibió el galardón Federico García Lorca, otorgado en reconocimiento a su obra, por la Asociación Andaluza de La Habana.En 2005 se le otorgó el título de miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Cubana.En 2013 recibe el título de Doctora Honoris Causa en Ciencias humanísticas por la Universidad de Matanzas.En 2018 se le otorgó el Premio Excelencias por su fecunda obra en la séptima edición de la entrega de este galardón en Cuba, que reconoce a personalidades, organismos e instituciones que contribuyen al desarrollo de la Isla en diversos sectores.


Entre sus obras se destacan:

Preludio lírico, Casas y Mercado (1943), Al sur de mi garganta (1949), Canto a la bandera, plegable (1950), Canto a Martí (1953), Canto a Matanzas (1955), Memoria de la fiebre (1958),Versos de amor (1963),Tú eres mañana (1979), La ceiba me dijo tú (1979), Desaparece el polvo (1984),Calzada de Tirry 81 (1987), Los huesos alumbrados (1988),Se me ha perdido un hombre (1993), Discurso de Eva (1997), Sonetos (1998),Libreta de la recién casada (1998), Todos los días. Acta lírica (2012), Una Mujer Escribe (2013).

Enlaces de interés :

Carilda Oliver Labra, la más sensual de las poetas cubanas

http://www.trabajadores.cu/20200706/carilda-oliver-labra-no-hay-nada-mas-importante-que-el-tiempo-de-nuestras-vidas/

https://elcoloquiodelosperros.weebly.com/entrevistas/carilda-oliver-labra

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