Niño de invierno
En la cesura del invierno, la casa.
Por las hendijas el animal helado
hunde sus lenguas con vocación de sierpe.
Adentro junto al fuego se recrea
el mito del hombre primitivo
ante las nacientes hogueras.
La estufa combate al enemigo
y condensa vapor en las ventanas:
surge el rostro infantil que me legaste.
Escrito con un dedo el dibujo se acuna
a sí mismo, resucita y mira.
Su levedad durará poco.
Así las marcas de tu paso
quedan en cada rincón de la caverna
y en todo pliegue hasta que un día
se revelan, efímeras.
El niño desde el vidrio recuerda
mi temor a ser madre, mi temor a ser yerma.
Y un trapo de franela lo sepulta.
Duda
de dejar esta piedra en la orilla o llevarla conmigo.
Una lengua de luz la dora, otra hace brillar la mica.
El agua devora los contornos.
¿Puede la mano alzar de su cuna milenaria
un pequeño gajo desprendido del continente?
Duda de alterar el destino del mundo, el curso
universal de las cosas perfectas. Sin embargo
tanto la deseo: nuevas e invisibles membranas
nacen en el cuerpo.
El aura en ascuas inquieta todo.
Vocación de atesorar lo ajeno, de no permanecer
indiferente. Creer que por levarla la poseo; no
conformarse, en fin, con el recuerdo.
Opresión en sepia
Cuando la casa reposa de sus ruidos y hechuras
los relojes traman estrategias.
Durante el día cualquier cosa los oculta
y aquieta. Viento en los cristales, puertas
que los espíritus abren, pájaros y niñas
al lado en disputa
por el color más bello del mundo.
Si la naturaleza calla y los monstruos urbanos
por derrota o cansancio se repliegan,
bajo los techos acometen
con sus espadas los relojes.
Es preciso por azar despertarse
a la hora que la serenidad invade y las terrazas
se manifiestan apenas por el paseo de un gato,
para descubrir el unísono. Irrefrenable
coro, letanía perfecta.
Un minuto tras otro cae a ningún sitio, lejos,
mientras en el lecho tranquilos olvidamos
la traición que se acentúa cada noche.
Los relojes se alimentan del silencio y el descuido
de los humanos
para correr su eterna carrera contra el universo.
Nosotros, convidados de piedra.
Víctimas de antiguos y nuevos mecanismos,
de lo que en la pared pende o en la mesa de luz
poco a poco
nos horada y despoja.
Ya las niñas no dicen turquesa o azulado.
Son mujeres retratadas en sepia, el color que los relojes
inventaron
La cicatriz
Un hilo atraviesa el campo,
de poste a poste corta
el cielo con su filo. Tanza
indómita desangra el progreso
del próximo pueblo.
Noche de estrellas perfectas
a la salida de la ciudad.
Fuimos a comer lejos del ruido,
se hizo tarde sobre el negro mar
sin horizonte ni puntos cardinales.
Dónde buscar ya no el daño
sino la cicatriz.
El color de las luces
Tan fácil nombrar las cosas sin nombre,
¿pero qué palabra del aire o de la tierra
dar al cuenco de tus manos?
Pasa algo sin existencia en el lenguaje.
Lo verdadero se revela.
Me inclino.
Llovizna sobre las mieles
del verano. Y no aparece
esa palabra.
Para qué explicar
el color de las luces
si por fin relumbran.
Bajo su halo, en silencio,
esperaré
a que termine la lluvia.
Exilio
Llegaron desde tierras áridas
y amaban tanto lo suyo que, con el tiempo,
la sangre en los pedruscos
se convirtió en semillas de granada.
Por redimirlos
recojo cada una
con exactitud de ángel.
Al arquearme, se riega aquel jardín
y es más fácil olvidar lo perdido.
Lejos de la planicie y de la pampa,
de los mundos que deben ser dejados
para empezar de nuevo.
Todo abandono es un exilio y viceversa.
Milagro
A la abuela Eufrecina
Tantas cuentas (para qué)
este rosario a los dedos toca
con su teclado de nácar. Rezo
y cálculo en las yemas de la noche.
(Para qué) scrabel del dolor, ubicuo
inquilino atesta la habitación.
Las palabras siempre ahogan. Pero
es necesario llamar a Dios en su idioma.
(Para eso) cuentan los ave maría, llagan
los dedos a sus uñas, las rodillas piden
permiso si se apoyan en la oración.
(Para eso) la letanía de la vigilia.
Y el milagro, quién sabe.
Gallina ciega
Antes de comenzar el juego conoció el fulgor.
Pero le quitaron el brillo, las brasas. Se reveló
entonces la ajenidad de las aureolas: la luz
no es de nadie, la oscuridad
de todos.
No importa quién vendó, de dónde
la recomendación de la tiniebla.
Es hora de (vol) ver.
Esta gallina se rebela a la ceguera, al titubeo.
Otros fuegos se esparcen en la noche.
Doloroso tendal traman los pasos,
y sin embargo a su través se atisba
el final del túnel.
Hoy nadie puede la indiferencia
ante semejante voluntad
de abjurar La Sombra.
Ama de casa
Cocer la masa, excusa
para golpearla antes, retorcerla
como al cuello de la gallina sacrificada,
a la trenza de una hija pequeña.
Cocer la masa, epílogo
de mazazos que derraman harina
en toda la alacena. Marcas dejan,
como las caricias del hombre de la casa.
Cocerla y ver su forma
henchiéndose caliente, torturada
por perder su condición de cosa cruda.
Por la tarde, servirla en un plato con flores
pintadas en la losa blanca. El té
hirviente sobre el mantel de lino.
Y que admiren mis serenos modos
de revolver
con la cuchara el azúcar.
Alicia Salinas.( Rosario, Santa Fe, Argentina, 21 de septiembre de 1976). Poeta, periodista y docente. Licenciada en Comunicación Social por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario.
Trabaja en el área de Comunicación del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe, en el Instituto de Periodismo Rosario (ex TEA Taller Escuela Agencia de Periodismo), donde está a cargo de la cátedra de Taller de Redacción II, y colabora con el suplemento Cultura y Libros del diario “La Capital” de Rosario. Se ha formado en dramaturgia y actuación. Es autora de obras de teatro, monólogos y piezas breves, algunas de las cuales fueron representadas.
Participó en el Festival Internacional de Poesía de Rosario en 1997 y 2005. Sus poemas aparecieron por primera vez en Colombia en la Revista Arquitrave (No. 38, Agosto, 2008), selección de la novísima poesía argentina a cargo de los poetas Graciela Ester Zanini y César Bisso. Como cronista escribió Crisis social, medios y violencia. A 10 aí±os de los saqueos en Rosario (1999).
Poemarios publicados: “La sumergida” (2003; 2ª edición, en formato electrónico, 2016), “Gallina ciega” (2009) y “Tierra” (2017).
Ha sido publicada en diversas antologías y traducida al Inglés y Francés.
Enlaces de interés :
Alicia Salinas: “Nací bajo el halo de la dictadura argentina más sangrienta”
https://www.lexia.com.ar/Reportaje_Alicia_Salinas.html
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