9 Poemas de Alicia Salinas

Niño de invierno

En la cesura del invierno, la casa.

Por las hendijas el animal helado

hunde sus lenguas con vocación de sierpe.

Adentro junto al fuego se recrea

el mito del hombre primitivo

ante las nacientes hogueras.

La estufa combate al enemigo

y condensa vapor en las ventanas:

surge el rostro infantil que me legaste.

Escrito con un dedo el dibujo se acuna

a sí­ mismo, resucita y mira.

Su levedad durará poco.

Así­ las marcas de tu paso

quedan en cada rincón de la caverna

y en todo pliegue hasta que un dí­a

se revelan, efí­meras.

El niño desde el vidrio recuerda

mi temor a ser madre, mi temor a ser yerma.

Y un trapo de franela lo sepulta.

Duda

 

de dejar esta piedra en la orilla o llevarla conmigo.

Una lengua de luz la dora, otra hace brillar la mica.

El agua devora los contornos. 

¿Puede la mano alzar de su cuna milenaria 

un pequeño gajo desprendido del continente?

Duda de alterar el destino del mundo, el curso  

universal de las cosas perfectas. Sin embargo 

tanto la deseo: nuevas e invisibles membranas 

nacen en el cuerpo. 

El aura en ascuas inquieta todo. 

Vocación de atesorar lo ajeno, de no permanecer 

indiferente. Creer que por levarla la poseo; no

conformarse, en fin, con el recuerdo.

Opresión en sepia

Cuando la casa reposa de sus ruidos y hechuras

los relojes traman estrategias.

Durante el dí­a cualquier cosa los oculta

y aquieta. Viento en los cristales, puertas

que los espí­ritus abren, pájaros y niñas

al lado en disputa

por el color más bello del mundo.

Si la naturaleza calla y los monstruos urbanos

por derrota o cansancio se repliegan,

bajo los techos acometen

con sus espadas los relojes.

Es preciso por azar despertarse

a la hora que la serenidad invade y las terrazas

se manifiestan apenas por el paseo de un gato,

para descubrir el uní­sono. Irrefrenable

coro, letaní­a perfecta.

Un minuto tras otro cae a ningún sitio, lejos,

mientras en el lecho tranquilos olvidamos

la traición que se acentúa cada noche.

Los relojes se alimentan del silencio y el descuido

de los humanos

para correr su eterna carrera contra el universo.

Nosotros, convidados de piedra.

Ví­ctimas de antiguos y nuevos mecanismos,

de lo que en la pared pende o en la mesa de luz

poco a poco

nos horada y despoja.

Ya las niñas no dicen turquesa o azulado.

Son mujeres retratadas en sepia, el color que los relojes

inventaron

La cicatriz

Un hilo atraviesa el campo,
de poste a poste corta
el cielo con su filo. Tanza
indómita desangra el progreso
del próximo pueblo.

Noche de estrellas perfectas
a la salida de la ciudad.
Fuimos a comer lejos del ruido,
se hizo tarde sobre el negro mar
sin horizonte ni puntos cardinales.

Dónde buscar ya no el daño
sino la cicatriz.

El color de las luces


                            
Tan fácil nombrar las cosas sin nombre, 
¿pero qué palabra del aire o de la tierra 
dar al cuenco de tus manos?

Pasa algo sin existencia en el lenguaje.
Lo verdadero se revela. 
Me inclino.

Llovizna sobre las mieles 
del verano. Y no aparece 
esa palabra.

Para qué explicar 
el color de las luces
si por fin relumbran.

Bajo su halo, en silencio,
esperaré 
a que termine la lluvia.

Exilio

Llegaron desde tierras áridas 
y amaban tanto lo suyo que, con el tiempo, 
la sangre en los pedruscos 
se convirtió en semillas de granada. 

Por redimirlos 
recojo cada una 
con exactitud de ángel. 

Al arquearme, se riega aquel jardín 
y es más fácil olvidar lo perdido.

Lejos de la planicie y de la pampa,
de los mundos que deben ser dejados 
para empezar de nuevo. 

Todo abandono es un exilio y viceversa.

Milagro

                                                            A la abuela Eufrecina

Tantas cuentas (para qué)

este rosario a los dedos toca

con su teclado de nácar. Rezo

y cálculo en las yemas de la noche.

(Para qué) scrabel del dolor, ubicuo

inquilino atesta la habitación.

Las palabras siempre ahogan. Pero

es necesario llamar a Dios en su idioma.

(Para eso) cuentan los ave marí­a, llagan

los dedos a sus uñas, las rodillas piden

permiso si se apoyan en la oración.

(Para eso) la letaní­a de la vigilia.

Y el milagro, quién sabe.

Gallina ciega

Antes de comenzar el juego conoció el fulgor.

Pero le quitaron el brillo, las brasas. Se reveló

entonces la ajenidad de las aureolas: la luz 

no es de nadie, la oscuridad 

de todos.

No importa quién vendó, de dónde

la recomendación de la tiniebla.

Es hora de (vol) ver. 

Esta gallina se rebela a la ceguera, al titubeo.

Otros fuegos se esparcen en la noche.

Doloroso tendal traman los pasos,

y sin embargo a su través se atisba 

el final del túnel. 

Hoy nadie puede la indiferencia 

ante semejante voluntad 

de abjurar La Sombra.

Ama de casa

Cocer la masa, excusa

para golpearla antes, retorcerla

como al cuello de la gallina sacrificada, 

a la trenza de una hija pequeña.

Cocer la masa, epílogo

de mazazos que derraman harina

en toda la alacena. Marcas dejan,

como las caricias del hombre de la casa.

Cocerla y ver su forma 

henchiéndose caliente, torturada

por perder su condición de cosa cruda.

Por la tarde, servirla en un plato con flores

pintadas en la losa blanca. El té

hirviente sobre el mantel de lino.

Y que admiren mis serenos modos 

de revolver 

con la cuchara el azúcar.

Alicia Salinas.( Rosario, Santa Fe, Argentina, 21 de septiembre de 1976). Poeta, periodista y docente. Licenciada en Comunicación Social por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario.

Trabaja en el área de Comunicación del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe, en el Instituto de Periodismo Rosario (ex TEA Taller Escuela Agencia de Periodismo), donde está a cargo de la cátedra de Taller de Redacción II, y colabora con el suplemento Cultura y Libros del diario “La Capital” de Rosario. Se ha formado en dramaturgia y actuación. Es autora de obras de teatro, monólogos y piezas breves, algunas de las cuales fueron representadas. 

Participó en el Festival Internacional de Poesí­a de Rosario en 1997 y 2005. Sus poemas aparecieron por primera vez en Colombia en la Revista Arquitrave (No. 38, Agosto, 2008), selección de la noví­sima poesí­a argentina a cargo de los poetas Graciela Ester Zanini y César Bisso. Como cronista escribió Crisis social, medios y violencia. A 10 aí±os de los saqueos en Rosario (1999).

Poemarios publicados: La sumergida” (2003; 2ª edición, en formato electrónico, 2016), Gallina ciega” (2009) y “Tierra” (2017).

Ha sido publicada en diversas antologí­as y traducida al Inglés y Francés.

Enlaces de interés :

Alicia Salinas: “Nací bajo el halo de la dictadura argentina más sangrienta”

https://www.lexia.com.ar/Reportaje_Alicia_Salinas.html

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