9 Poemas de Robert Frost 

El camino

Dos caminos se separaban en un bosque amarillo
y, lamentando no poder recorrer ambos
al ser un único viajero, me detuve durante un tiempo
para contemplar el primero esforzando la vista
hasta el punto en que se doblaba sobre la maleza;
tomé después el otro, juzgándolo igualmente atractivo,
pero dueño de un más poderoso reclamo:
su manto de hierba intacta y sus ansias de ser recorrido;
aunque a ese respecto, el acto del tránsito en sí
los había ocupado a ambos en la misma medida,
y los dos yacían igualmente aquella mañana
cubiertos de hojas no pisadas, hojas sin mancillar.
¡Oh, conservé el primero para otro momento!
Aunque, sabiendo que un camino conduce a otro,
dudé sobre si algún día podría volver atrás.
Deberé contar esto suspirando
en algún lugar del futuro, a años de distancia:
dos caminos se separaban en un bosque, y yo—

elegí el menos transitado,
ese acto lo cambió todo.

Fuego y hielo

Unos dicen que el mundo terminará en fuego,

otros dicen que en hielo.

Por lo que he gustado del deseo,

estoy con los partidarios del fuego.

Pero si tuviera que sucumbir dos veces,

creo saber bastante acerca del odio

como para decir que en la destrucción el hielo

también es poderoso.

Y bastaría.

 Acquainted with the Night

I have been one acquainted with the night.
I have walked out in rain — and back in rain.
I have outwalked the furthest city light.

I have looked down the saddest city lane.
I have passed by the watchman on his beat
And dropped my eyes, unwilling to explain.

I have stood still and stopped the sound of feet
When far away an interrupted cry
Came over houses from another street,

But not to call me back or say good-bye;
And further still at an unearthly height,
One luminary clock against the sky

Proclaimed the time was neither wrong nor right.
I have been one acquainted with the night.

He conocido la noche

He sido uno de los que conoció la noche.
He salido a caminar bajo la lluvia y bajo la lluvia he vuelto.
He caminado hasta más allá el último farol de la ciudad.

Mi mirada se ha fijado hasta en el callejón más triste.
He pasado junto al vigilante que hacía su ronda.
Y he bajado la vista, sin ganas de explicar.

Me he detenido, apagando el ruido de mis pasos,
cuando un grito, sofocado y lejano,
llegaba sobre las casas desde otra calle,

no para llamarme ni para decirme adiós;
Y más lejos aún, a una altura sobrenatural,
un reloj luminoso contra el cielo

proclamaba que el tiempo no estaba mal ni bien.
He sido uno de los que conoció la noche.

Birches

When I see birches bend to left and right

Across the lines of straighter darker trees,

I like to think some boy’s been swinging them.

But swinging doesn’t bend them down to stay

As ice-storms do. Often you must have seen them

Loaded with ice a sunny winter morning

After a rain. They click upon themselves

As the breeze rises, and turn many-colored

As the stir cracks and crazes their enamel.

Soon the sun’s warmth makes them shed crystal shells

Shattering and avalanching on the snow-crust –

Such heaps of broken glass to sweep away

You’d think the inner dome of heaven had fallen.

They are dragged to the withered bracken by the load,

And they seem not to break; though once they are bowed

So low for long, they never right themselves:

You may see their trunks arching in the woods

Years afterwards, trailing their leaves on the ground

Like girls on hands and knees that throw their hair

Before them over their heads to dry in the sun.

But I was going to say when Truth broke in

With all her matter-of-fact about the ice-storm

I should prefer to have some boy bend them

As he went out and in to fetch the cow –

Some boy too far from town to learn baseball,

Whose only play was what he found himself,

Summer or winter, and could play alone.

One by one he subdued his father’s trees

By riding them down over and over again

Until he took the stiffness out of them,

And not one but hung limp, not one was left

For him to conquer. He learned all there was

To learn about not launching out too soon

And so not carrying the tree away

Clear to the ground. He always kept his poise

To the top branches, climbing carefully

With the same pains you use to fill a cup

Up to the brim, and even above the brim.

Then he flung outward, feet first, with a swish,

Kicking his way down through the air to the ground.

So was I once myself a swinger of birches.

And so I dream of going back to be.

It’s when I’m weary of considerations,

And life is too much like a pathless wood

Where your face burns and tickles with the cobwebs

Broken across it, and one eye is weeping

From a twig’s having lashed across it open.

I’d like to get away from earth awhile

And then come back to it and begin over.

May no fate willfully misunderstand me

And half grant what I wish and snatch me away

Not to return. Earth’s the right place for love:

I don’t know where it’s likely to go better.

I’d like to go by climbing a birch tree,

And climb black branches up a snow-white trunk

Toward heaven, till the tree could bear no more,

But dipped its top and set me down again.

That would be good both going and coming back.

One could do worse than be a swinger of birches

Abedules

Cuando veo abedules oscilar a derecha

y a izquierda, ante una hilera de árboles más oscuros,

me complace pensar que un muchacho los mece.

Pero no es un muchacho quien los deja curvados,

sino las tempestades. A menudo hemos visto

los árboles cargados de hielo, en claros días

invernales, después de un aguacero.

Cuando sopla la brisa se les oye crujir,

se vuelven irisados cuando se resquebraja

su esmaltada corteza. 

Pronto el sol les arranca

sus conchas cristalinas, que mezcla con la nieve…

Esas pilas de conchas esparcidas diríase

que son la rota cúpula interior de los cielos.

La carga los doblega hacia los mustios

matorrales cercanos, pero nunca se quiebran,

aunque jamás podrán enderezarse solos:

durante muchos años las ramas de sus troncos

curvadas barrerán con sus hojas el suelo,

igual que arrodilladas doncellas con los sueltos

cabellos hacia atrás y secándose al sol.

Mas cuando la Verdad se me interpuso

en la forma de un hecho como la tempestad,

iba a decir que quizás un muchacho,

yendo a buscar las vacas, inclinaba los árboles…

Un muchacho que por vivir lejos del pueblo

sólo sabe jugar, en invierno o en verano,

a juegos que ha inventado para jugar él solo.

Ha domado los árboles de su padre uno a uno

pasando por encima de ellos tan a menudo

que nada les dejó de su tiesura.

A todos doblegó; no dejó ni uno solo

sin conquistar. Aprendió la manera

de no saltar de un árbol sin haber conseguido

doblarlo contra el suelo. Conservó el equilibrio

hasta llegar arriba, trepando con cuidado,

con la misma destreza que uno emplea al llenar

la copa hasta el borde, y aun arriba del borde.

Entonces, de un envión, disparaba los pies

hacia afuera y saltaba del aire hasta la tierra.

Yo fui también, antaño, un columpiador de árboles;

muy a menudo sueño en que volveré a serlo,

cuando me hallo cansado de mis meditaciones,

y la vida parece un bosque sin caminos

donde, al vagar por él, sentirnos en la cara

ardiente el cosquilleo de rotas telarañas,

y un ojo lagrimea a causa de una brizna,

y quisiera alejarme de la tierra algún tiempo,

para luego volver y empezar otra vez.

Que jamás el destino, comprendiéndome mal,

me otorgue la mitad de lo que anhelo

y me niegue el regreso. Nada hay, para el amor,

como la tierra; ignoro si existe mejor sitio.

Quisiera encaramarme a un abedul, trepar,

por las ramas oscuras del blanquecino tronco55

y subir hacia el cielo, hasta que el abedul,

doblándose vencido, me volviese a la tierra.

Subir y regresar sería muy hermoso.

Pues hay cosas peores en la vida que ser

un columpiador de árboles.

Dust of Snow

The way a crow

Shook down on me

The dust of snow

From a hemlock tree

Has given my heart

A change of mood

And saved some part

Of a day I had rued.

Copos de nieve

La forma en que un cuervo

sacudía sobre mí

copos de nieve

desde un tsuga 

le cambió el humor

a mi alma

y salvó una parte

de un día que había lamentado.

Ghost House

I dwell in a lonely house I know

that vanished many a summer ago,

and left no trace but the cellar walls,

and a cellar in which the daylight falls,

and the purple-stemmed wild raspberries grow.

O’er ruined fences the grape-vines shield

the woods come back to the mowing field;

The orchard tree has grown one copse

of new wood and old where the woodpecker chops;

The footpath down to the well is healed.

I dwell with a strangely aching heart

in that vanished abode there far apart

on that disused and forgotten road

that has no dust-bath now for the toad.

Night comes; the black bats tumble and dart;

The whippoorwill is coming to shout

and hush and cluck and flutter about:

I hear him begin far enough away

full many a time to say his say

before he arrives to say it out.

It is under the small, dim, summer star.

I know not who these mute folk are

who share the unlit place with me–

Those stones out under the low-limbed tree

doubtless bear names that the mosses mar.

They are tireless folk, but slow and sad,

though two, close-keeping, are lass and lad,–

With none among them that ever sings,

and yet, in view of how many things,

as sweet companions as might be had.

La casa fantasma

Habito una casa solitaria que sé

que desapareció hace muchos veranos,

y no dejó rastro salvo los muros del sótano,

y un sótano en el que cae la luz del día,

y en el que crecen las purpúreas frambuesas salvajes.

Sobre el cercado arruinado las parras se protegen

los bosques vuelven al campo segado;

Del árbol del huerto creció una arboleda

de nueva madera y vieja donde tala el pájaro carpintero;

La vereda hasta el pozo ha sanado.

Habito con un corazón extrañamente dolorido

en aquella morada desaparecida allá a lo lejos

en aquel desusado y olvidado sendero

que no tiene ya baños de polvo para el sapo.

Llega la noche; los negros murciélagos revolotean y saltan;

Viene el chotacabras a aullar

y a callarse y a cacarear y a agitarse:

Le escucho empezar a distancia suficiente

colmado muchas veces para decir su palabra

antes de llegar a decirla.

Es bajo la pequeña, tenue, estrella de verano.

No sé quiénes son estas gentes silenciosas

que comparten el sombrío lugar conmigo—

Esas piedras afuera bajo el árbol sin ramas

sin duda cargan los nombres que el musgo estropea.

Son gente incansable, pero lenta y triste,

aunque dos, vistos de cerca, son dos jóvenes,–

Con nadie que entre ambos haya cantado,

y aún así, en vista de tantas cosas,

como los dulces compañeros que pueden llegar a ser.

Mowing

There was never a sound beside the wood but one,

And that was my long scythe whispering to the ground.

What was it it whispered? I knew not well myself;

Perhaps it was something about the heat of the sun,

Something, perhaps, about the lack of sound—

And that was why it whispered and did not speak.

It was no dream of the gift of idle hours,

Or easy gold at the hand of fay or elf:

Anything more than the truth would have seemed too weak

To the earnest love that laid the swale in rows,

Not without feeble-pointed spikes of flowers

(Pale orchises), and scared a bright green snake.

The fact is the sweetest dream that labor knows.

My long scythe whispered and left the hay to make.

Siega

En la linde del bosque no había más sonido

que el leve cuchicheo de una larga guadaña

hablando con la tierra.

No sé qué le diría.

Quizás le contaba algo sobre el calor del sol,

o quizás algo acerca de aquel vasto silencio,

y por esto su voz no era más que susurro.

No le hablaba de un sueño nacido de los ocios,

ni de oro regalado por algún hada o duende:9

fuera de la verdad, todo parece frágil

para el ferviente amor que alineó gavillas,

no sin dejar algunas flores (blancas orquídeas),

y asustó a una serpiente de un verde coruscante.

El sueño más hermoso que el trabajo conoce

son los hechos.

Mi larga guadaña susurró,

y olvidóse del heno.

Reparar el muro

Algo hay que no es amigo de los muros,
que hincha la tierra helada a sus cimientos,
que arroja al sol las piedras desde el borde
y abre brechas por donde caben dos.
Lo que hace el cazador es otra cosa:
Lo he reparado tras seguirlo a donde
no ha dejado ni piedra sobre piedra
persiguiendo al conejo a su guarida
para animar al perro. Éstas son brechas
que nadie ve formarse –no hay ni pista–
pero en la primavera hay que enmendar.
Se lo anuncio al vecino tras la cuesta;
Luego, un día, en la línea divisoria,
nos encontramos a rehacer el muro.
El muro nos separa mientras vamos.
A cada cual las piedras que le tocan.
Unas, óvalos, otras, casi esferas,
las hechizamos para balancearlas:
“¡Quédense ahí hasta que nos demos vuelta!”
Nuestros dedos se agrietan al asirlas.
Cierto, es juego campestre, como tantos,
uno contra otro. Para más no da:
Donde vivimos no hace falta muro:
Él es de pinos, yo de manzanares.
Mis manzanos no van a ir a comerse
las piñas de tus pinos, le señalo.
Él responde, “Buen muro, buen vecino”.
La primavera es travesura, y pienso
qué podría meterle en la cabeza:
“¿Por qué «buen muro, buen vecino»? ¿No es
eso una pauta para donde hay vacas?
Pero aquí no tenemos ni una vaca.
Antes de repararlo hay que plantearse
a quién uno va a incluir, a quién excluir,
y quién puede acabar con un disgusto.
Algo hay que no es amigo de los muros,
que los derriba”. Quiero decir “duendes”
Pero no son exactamente duendes,
y prefiero que él sea quien lo diga.
Lo veo con una piedra en cada mano,
como un salvaje troglodita armado.
La sombra en que se mueve me parece
más que sombra de ramas o de selva.
No indaga el estribillo de su padre
y tanto le complace recordarlo
que repite, “Buen muro, buen vecino”.

Noche invernal de un anciano

Más allá de las puertas, a través de la helada
que cubre la ventana formando unas estrellas
dispersas—, en la sombra, el mundo esta mirando
su cara: está vacía la habitación. Y duerme.
La lámpara inclinada muy cerca de su rostro
le impide ver el mundo. Ya no recuerda nada.
Y la vejez le impide recordar en qué tiempo
llegó hasta estos lugares, y por qué está aquí solo.
Rodeado de toneles se encuentra aquí perdido.
Sus pasos temblorosos hacen temblar el sótano:
lo asusta con sus pasos temblorosos: y asusta
otra vez a la noche (la noche de sonidos
familiares). Los árboles aúllan allá afuera;
todas las ramas crujen. Una luz hay tan sólo
para su rostro, quieta, una luz en la noche.
A la Luna confía —en esa Luna rota
que por ahora vale más que el sol— el cuidado
de velar por la nieve que yace sobre el techo,
de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro.
Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa.
Despierta con el ruido. Sobresaltado cambia
de lugar. Es la noche. Respira suavemente.
No puede un viejo solo llenar toda una casa,
un rincón de los campos, una granja. No puede.
Así un anciano guarda la casa solitaria,
en la noche de invierno. Y está solo. Está solo.

Robert Lee Frost (San Francisco, 26 de marzo de 1874 – Boston, 29 de enero de 1963) Poeta, considerado uno de los fundadores de la poesía moderna estadounidense.

Era hijo de una maestra de escuela,Isabelle Moodle y de William Prescott Frost junior, maestro y posteriormente editor del San Francisco Evening Bulletin. Su padre murió por tuberculosis, cuando Frost tenía once años. En 1980 su familia se trasladó a Lawrence, Massachusetts, y Robert como hijo mayor tuvo que contribuir a la economía familiar. Cuando fué posible se inscribió en el Dartmouth College.Conoció a Elinor Miriam White, con quien se casaría tiempo después.

Robert desempeñó varios oficios, tales como maestro, hilandero, zapatero, granjero, editor de un periódico rural y escritor.En el año de 1897 asistió a la Universidad de Harvard, allí conoció al profesor, poeta y filósofo George Santayana. 

En 1912 viajó a Inglaterra, donde contactó con poetas como Lascelles Abercrombie y Edward Thomas, su primer libro, A Boy’s Will, La voluntad de un jovense publicó en Londres en 1913 —el autor estaba a punto de cumplir 40 años, y obtuvo un éxito inmediato. En 1914 publica North of Boston, Al norte de Boston, su segundo libro, el que lo haría célebre en Estados Unidos. 

En 1915 regresó a Estados Unidos, donde ya era reconocido. Dio a conocer posteriormente Mountain Interval, Intervalos en la montaña(1916), West-Running Brook , El arroyo que fluye al oeste (1928), Una cordillera de más allá (1936).

 La muerte de su esposa en 1938 y el suicidio de su hijo Carol en 1940 causaron un impacto profundísimo en la estabilidad emocional del poeta y estuvo cerca de volverse alcohólico.

En 1941 marchó a Cambridge y allí vivió el resto de su vida acompañado por su secretaria Kathleen Morrison, a la que pediría en matrimonio poco tiempo después de la muerte de su esposa, si bien ella rehusó. Publica Máscara de la razón (1945). Visita Brasil en agosto de 1954 y en 1957 volvió a Europa, lo que aprovecha para conocer a W. H. Auden, E. M. Forster, Cecil Day Lewis y Graham Greene. En 1962 publica En el calvero, entre otros muchos libros.

Recibió cuatro veces el Premio Pulitzer y ha sido reconocido como uno de los poetas nacionales, además de gozar de una amplia popularidad en varias generaciones de lectores. Junto con Walt Whitman, y  Emily Dickinson, está considerado el mayor poeta de Estados Unidos.

Hola, 👋
Bienvenid@s a PoetryAlquimia.org. Un espacio donde las voces poéticas del mundo resuenan con fuerza.

Suscríbete a nuestro boletín para recibir las nuevas aportaciones poéticas.

Deja un comentario

Proudly powered by WordPress | Theme: Baskerville 2 by Anders Noren.

Up ↑

Descubre más desde Poiesis/ποίησις

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo