14 Poemas de Eunice Odio

“Que otra cosa es la poesía, sino la Faz del Prodigio”

Eunice Odio

Nube y cielo mayor

  A los milicianos de dentro y fuera

Porque en España ardía la voz,

ardía el vientre floral de la mujer
encinta con el mundo,

ardía la arteria triste desnuda

Ardía el humus conciso de los hombres,

ardía el húmedo estuario de tu daga
total y coronada.

Porque en España
se cubrían de lujosos cadáveres
los párpados de las muchachas

y el alba cercenada
soñaba con obispos y medusas,
y murmuraba el hombre su cándida estatura
más allá de su muerte conquistada

Porque en España
Miliciano español
encubierto de escombros doloridos,
y tu cielo veloz acuchillado,

Mientras los enlutados
perdían tu ancha jornada de magnolias,
y revolvían
hasta variarla toda,
la gracia popular de las tahonas,
tú estabas en la época lluviosa de tu sangre,

y tu cuerpo,
en aire de paloma entrecortada,
recorría este suave desorden de ecuadores,
esta fácil ternura de los rostros de América.

Salud
Miliciano Español
a tu frente miliar
y a la turbia excelencia de tu sangre,

Salud a tu mejilla levantada,

salud
Miliciano Español

Discípulo tatuado
en la cubierta extraña de Guernica

Salud al espinazo de tu espada,

porque en España,
cuando los enlutados
pacían en tu dulzor enrojecido,
y comían de tu carne derramada,
tú eras como un ángel escolar
en la esquina del mundo,

como un sol destapado con tu herida

Salud
Miliciano Español
griterío original de días degollados,

herida desplomada en las puertas del hombre,

para que el hombre oyera
tu iracunda fragancia
y acogiera
el alto decaer de tu cintura,
el cálido color de tu armonía,

Salud a tu lacónica silueta
melancólico el gesto entre las rocas,
y la mirada envuelta en una lágrima,

Salud
hasta tu corazón más íntimo,
y en tu sudor más íntimo,
y hasta en el dorso
más olvidado de tu hueso,
desordenado y alto,

Salud a esa tu muerte tan desechada,
tu muerte aun húmeda y sola
al socaire del olivo,

Salud
Miliciano Español,

dinamitero que ardes
con tu boca en amas
y tu fragor al cinto,

Salud hasta en tu niño fusilado
que deslinda su ombligo entre tu frente,

Salud
Miliciano Español

Porque cuando en España
los arzobispos desfondaban a Cristo
y le pateaban el muslo y los dedos largos,
tú estabas con el rostro dividido
y con el sexo lleno de semanas
eternamente oscuras.
Porque cuando los militares de medio rostro
mutilaban la era embarazada
y se masturbaban la mente con un paraguas,
tú estabas cerrado a todas las sangres,
parado sobre todos los asaltos,
y tu cuerpo de suave corola destituida
tenía una voz para tu mismo cuerpo,

Salud
huésped funeral y hermoso

Salud
entre tu frente que está al socaire del olivo
aun sola;

porque aún
entre los relojes de los bufetes
y de los tocadores,
los arzobispos y los medios rostros de los traidores,
se masturbaban la mente con un paraguas,
y en tu España,
en la mía,
en la de todos,
aún arde tu cuerpo como un clavel de asalto.

Aquí,
amigo,

Miliciano español
poblado hermano nuestro,
sobre tu corazón de polvo y estampido
nosotros estamos parados al pie de las cosechas,

sobre lo que parece que se ha roto en el llanto

Estamos todos,
mostrando el tanto de brillo de una lágrima.

Somos los apasionados magníficos,
los pequeños exaltados
siempre floridos,

los de rostro transitable,

Estamos todos
esperando sobre la piedra erguida,
somos los de dentro y los de fuera,

somos todos los americanos

Natalia, la niña del pintor Granell 

Ahora estoy en esta ciudad
peligrosamente armada de riesgo
y llenos de accidentes la voz,
el traje claro,
el pulso de amor.

Uno de estos días en que andaba callada
y recorriendo para siempre mi espalda,
de pronto resbalé sin fin,
mi caída atravesada por un astro.

Por todo eso:

peligro,

gracia,

riesgo,

me es grato recordar su casa instalada en el mundo
para que su mujer se aclare las trenzas
que le suben como árbolas;

para que su mujer agrupe la miel
y la apretada harina
en altos signos cotidianos.

Su casa instalada en el mundo
donde violentamente armándose de lámparas,
corazón al cinto,
pinceles al alma,
secreta la memoria,
se reorganiza su salida al sueño.

Aparte de todo eso
recuerdo a la muchacha de los peces impalpables
a quien con otra voz, con otra cifra,
espera el mar sentado en su banco de arena
o disfrazado de pez en el olivo;

y su desnudo de un caballo atormentado
cuyo balido de varón prematuro
reanuda el cielo más allá del aire

También,

y poco a poco,

como cuando en la infancia
yo soñaba que un sueño me dolía
recuerdo al muchacho que yo amaba:

una tarde íbamos por mi cuerpo
con alegría de arpas cosechadas,

cortadas en la mañana,
y húmedas.

Entre tanto, a treinta mil kilómetros de mi alma
y mientras yo recuerdo,

Amparo, su mujer, vestida a la moda de las amapolas,
canta una canción.

Luego dice: (el silencio le pica las venas
como un pájaro):

-¡Qué hermosa está la niña.
Es ya la piel azul de las jardinerías!

Yo me miro por dentro,

preparo lentamente
un acto de terciopelo…

…De súbito,
en la ventana,
sin que nadie lo sienta,
un ángel se desviste de río pequeño,
pone a secar la brisa
y se derrama.

Después quieren que yo no escuche,
que no salte la niña,

(la niña da un salto de lámpara que se abre,
de norte a sur recorre una azucena)

¡que nadie la vea!
La niña se me acerca allá en mi pecho,
la oigo perder su paladar sin venas.

(Cerca de la ventana,
con poco pie de barco distraído
ha caído un deseo de irse volando a nácar

el mar,

todo verde).

Pero dice la niña allá en mi oído:

-El mar ha salido de paseo por las playas,
¡qué dirían los viejos cocodrilos si lo vieran!

(¡qué nadie lo sepa!)

La niña tiene un retrato del mar

(¡Qué nadie lo vea!)

Recepción a un amigo

Lo sigo,
lo precedo en la voz
porque tengo,
como el humo en despoblado,
vocación de acuarela.

Cuénteme
cómo son ahí las cosas de consumo:

libros,
rosas,
tintineos de golondrina.

Aparte de todo eso
le pregunto

por los mangos geológicos
bordeándolo de pulpa,

y por un río nuevo,
sin mirarlo,

con pueblos de sonido
y longitud de Arcángel.

Dígame algo también sobre el pequeño litoral
donde recientemente el día,
como un celeste animal bifronte,
acampó en dos acuarios
y se llenó de peces.

O si lo recibieron unánimes los árboles
como cuando eligieron a la primera alondra del año
y el día de florecer.

Resúmame ahora que tiemblo
benignamente
detrás de una golondrina,

ahora que me proponen públicamente
para desnudo de mariposa

y estoy como las rosas
desordenando el aire.

Satchmo Liroforo

¿Te acuerdas, Louis Armstrong,
del día en que viajamos por un corredor de sonidos
que amábamos hasta la muerte?
¿Recuerdas la onomatopeya que no salió al paso
y que nos dio un trono de un solo golpe?
Parece mentira, Louis, amor mío,
que hayamos compartido tantas cosas,
tantas ramas
y tan gran número de espumas.
Parece imposible, Louis,
que entre nosotros se deshagan
las formas del azul que nos acompañaban;
que tú, dardo, arma del ángel vivo,
te lances a donde nadie podrá reconocerte sino por tu alegría,
por tu voz de durazno,
por tu manera de prolongarte en la luz
y crecer en el aire.
No creo que haya desaparecido del mundo
la manada de resplandores que nos seguía.
Más bien creo que se ocultan en el tiempo
y que no será consumidos.

Tú, continuación del fuego,
pedestal de la nube,
desinencia de mariposa,
andas hoy al garete entre harinas
y entre otras materias incorruptibles que te guardan
como guardan a todos los justos,
a todos los hermosos
cuya hermosura viene de lejos y no se va nunca,
y se incendia cada día
igual que la altura.

Satchmo, querido hasta la música,
soñado hasta el arpegio,
las arpas de David y sus graves de cobre
te están tocando el alma
y los clavicémbalos el cabello sin fin.

Ricardo Wagner está de pie, aguardándote en una azotea tetralógica,
lleno de flores que andan y crecen continuamente.
Ricardo Wagner está en sí mismo
viendo que llegas al dominio de los cristales,
armado de la trompeta bastarda y de la baja
tocando un son del viento,
sonando como un trueno
recién nacido, y húmedo y perfecto.

Y yo, sombra sonora del futuro
también estoy allí,
soñada por dos cuerpos transparentes
que se besan y funden y confunden
en la gran azotea tetralógica
donde todo es tan claro como Dios
y el amor 
y los árboles. 

Poema primero    (Posesión en el sueño)

Ven
Amado

Te probaré con alegría.
Te soñaré conmigo esta noche.

Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.

Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.

Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo.

Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,

Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.

Ven

Te probaré con alegría.

Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.

Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total , sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.

Ven
te probaré con alegría.

Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarás aromas caídos nuestras bocas.

Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.

De “Los elementos terrestres”

Poema segundo   (Ausencia de amor)

Amado
en cuyo cuerpo yo reposo,

cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte.

Oh,
Amado mío, dulcísimo
como alusión de nardo
entre aromas morenos y distantes,

Cómo será tu pecho cuando te amo.

Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo
y tu voz,
un manojo de lámparas.

Amado,
hoy te he buscado
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
donde los edificios
no se alegran al sol,
como frutales conchas
y celestes cabañas.

Y andaba yo
con un crepúsculo enredado entre la lengua,

Con aire de laguna
y ropa de peligro.

Me vió desde su torre
un auriga de jaspe,

yo te andaba buscando
por entre el verde olor de sus caballos,

Por entre las matronas
con pañales y pájaros;

Y pensando en tu boca
reposaban mis ojos,
como palomas diurnas
entre hierbas amargas.

Y te buscaba entonces
por las inmediaciones de mi cuerpo.

Tú me podías llegar
desde el suceso cálido.

II
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,

Junto a alquerías errantes
guardadas por el campo
y de agitado pasto vencidas y entornadas.

Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblé de islas
con tu brillante dádiva.

Desde la brisa fresca llegaste
como un niño con un pañuelo blanco

y la noche voló de sueño entre las ramas,
junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.

Amado,
en cuyo cuerpo yo reposo
y en cuyos brazos desemboca mi alma,

Cómo será no hallarte en la distancia,
y llegar a tu cuerpo como los alimentos
reanudados al calor de la gracia
necesaria y perdida.

Estar donde no estoy más que de paso,
no estar donde tu aliento me contiene
y me desgarra
como una piedra el alma.

Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón entre las manos
congregado y solo.
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,
y no te he hallado.

Cómo será buscarte en la distancia.

Poema tercero  (Consumación)

Tus brazos
como blancos animales nocturnos
afluyen donde mi alma suavemente golpea.

A mi lado,
como un piano de plata profunda
parpadea tu voz,
sencilla como el mar cuando está solo
y organiza naufragios de peces y de vino
para la próxima estación del agua.

Luego,
mi amor bajo tu voz resbala,

Mi sexo como el mundo
diluvia y tiene pájaros,

Y me estallan al pecho palomas y desnudos.

Y ya dentro de ti
yo no puedo encontrarme,
cayendo en el camino de mi cuerpo,

Con sumergida y tierna
vocación de espesura,

Con derrumbado aliento
y forma última.

Tú me conduces a mi cuerpo,
y llego,
extiendo el vientre
y su humedad vastísima,
donde crecen benignos pesebres y azucenas
y un animal pequeño,
doliente y transitivo.

II

Ah,
si yo siquiera te encontrara un día
plácidamente al borde de mi muerte,
soliviantando con tu amor mi oído
y no retoñe…

Si yo siquiera te encontrara un día
al borde de esta falda
tan cerca de morir, y tan celeste
que me queda de pronto con la tarde.

Ah,
Camarada,

Cómo te amo a veces
por tu nombre de hombre

Y por mi cuello en que reposa tu alma.


Poema cuarto  (Canción del Esposo a su Amada)

Asomada a mi pecho
tatuada en él como la edad
y el daño.

Como una suave grey de colinas
cuyo rumbo retorna con el alba,

Habla mi amada
con su amor que tiene
apenas pecho diurno y voz descalza.

A mi sombra
se bordearon de pulpa su caderas.

Por mí arrea con sus pechos
el ganado del alba,

Y la tarde a su paso se quebranta,
como de junco herido
y laurel entornado.

Párpados transitados
de nieve y mediodía,

Pozo donde mi boca
desmedida resbala
como torrente de paloma
y sal humedecida.

Sobre los muslos te pusieron
racimos de ira y vocación de besos.

Yo haré que de tus muslos
bajen manojos de agua,
y entrecortada espuma,
y rebaños secretos.

Ven,
Amada.

Los árboles
todos tienen tu cándida estatura,
y tu párpado caído,
y tu gesto mojado,

Edificio de alondras
habitado de climas
donde legisla el sol
sobre viñedos de oro.

A tu sombra
me encontrarán los pájaros salvajes.

Tu voz de aire caído
entre cuatro azucenas,
desfilará en mi oído
como acude la tarde.

Ven,
te probaré con alegría,
tú soñaras conmigo
esta noche.

 Poema quinto    (Esterilidad)

                                                                                    El hombre
                                                                       nacido de mujer,
                                corto de días y harto de sinsabores;
                              que sale como una flor, y es cortado,
                     y huye como la sombra, y no permanece.
                                                                               Job 14, 1 y 2.


Tal como flor que sale
y es cortada,

Con la piel por donde huye
la risa de los niños,

Y llena hasta los muslos
de tristeza;
así es nuestra hermana
en cuyo umbral
naufraga el cuerpo de uso eterno.

Golpe de viento nuevo
inexperto en aromas,
y sin rubor azul ya despreciada sombra,
escombro de oro en sueños por las ramas.

Carne en que tropezara de costado
la gracia del alumbramiento,

Fácil como los signos en reposo
por donde llega de la mano el niño;

Asomada al arrimo,
con media flor y apenas
medio rostro,

Y con el vientre en que tembló
una piedra.

Con un desfiladero en cada pecho,
sola,
venas arriba por los ojos,

Sola
como el primer hombre cuando descubrió
la primera sonrisa
y se volvió,
de pronto,
con todo el cuerpo
a flor de fabuloso labio estremecido,
más solo que antes,
cuando no tenía sonrisa cotidiana
que dividir en dos pedazos triunfales;
cuando no pensaba en el otro
y descendía junto a su piel profunda,
roto entre los sonidos venideros
como pájaro en proyecto por los árboles:
júbilo de vacío jubiloso.

Como huella que cae
clara y sin cuerpo
y no levanta hoja
que al volver por el suelo,
alta de días,
instale al humus su unidad primera,

Así es nuestra hermana.

Secreto cauce
quieto,
agua sin ruido.

Nacida de mujer,
corta de días, y harta de sinsabores;
que sale como una flor, y es cortada,
y huye como la sombra, y no permanece.

Poema sexto    (Creación)

Proposiciones de Prometeo
       
                                                                    Y la tierra estaba desordenada y vacía,
                                                                             y las tinieblas estaban sobre la haz
                                                             del abismo, y el espíritu de Dios empollaba
                                                                                                  sobre la haz de las aguas.
                                                                                                            Génesis, 1-2


I
Altas proposiciones de lo estéril
por cuyo rastro voy sangrando a media altura
y buscándome,
palpándome,
por detrás de la rosa edificada,
sobre lo que no tiene orilla ni regreso
y es, como lo descubierto recobrado
que acaba el que siga y me revele.

Me apoyo en ti,
clima desenterrado de lo estéril
para fundar el aire de la gracia y el asombro;
y el metaloide aciago y desmentido,
primero en rama llega,
y luego en flor el metaloide oscuro,
y en fruto de sabor martirizado,
baja junto a la lengua enajenada,
pasa de mano en mano hasta la altura.

Porque no es lo posible lo seguro
sino lo que inseguro se doblega,
lo que hay que abrir y sojuzgar por dentro,
y es como polvo en cantidad de sombra.

Porque el fruto no es puerto
sin rumbo entre las aguas,
sino estación secreta de la carne;
íntima paz de cotidiana guerra
donde reposa el vientre silvestre y revestido
de accidentes geológicos y espesos.

Y la alegría purísima,
la honda grace presente y madurada,
que rebota hasta el fondo de la sangre,
que hace correr y madrugar en pájaros,
y equivocarse de pecho y ponerse,
como ciertas flores
un corazón de pana en la mañana.

La alegría de caer en inocencia de sí mismo
y disfrutarse junto a otras criaturas
en el descubrimiento de su nombre,
madrugando de pecho para arriba
donde los alimentos perseveran
hallados para el cielo.

II
Y será como el árbol plantado
junto a arroyos de aguas,
que da su fruto en su tiempo,
y su hoja no cae; y todo lo que
hace, prosperará.
                             Salmo 1-3


Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora que le propongo al polvo una ecuación
para el deslizamiento de la garganta,

Ahora que inauguro mi regreso
junto a mi pequeñez iluminada,

Ahora que me busco revelada
y transida en otros nombres,

Cuando por mí descienden y se agrupan
anchas temperaturas matinales,

Y han gran fiesta cerval en los caminos.

III
Pasa mi corazón
con su pastosa identidad doliente.

Mi aliento transitivo que enarbolo
y el niño cuyos pasos me prolongan.

Pero la sangre está ya en marcha,
repercute,
hacia un país recóndito y anclado,
entre pasados hierros con nombre de muchacho,
y extensos materiales fuera del pulso mío.

La sangre está ya en marcha
hacia una parte mía donde llego de pronto,
y me conoce el pecho en que tropiezo,
y mis extensas, pálidas, boreales coronarias.

El cuerpo es ya contagio de azucena,
estación de la rama y su eficacia;
palacio solitario en cuya orilla
crece el suelo y afluye entre rebaños
y entre sueños secretos y pacíficos.

IV
Puede pasar mi pecho errante,
mi instantáneo cabello
y mi atroz rapidez que no me alcanza,

Pero se ha vuelto inaugural
mi peso de habitante recobrado.
Y aires de nacimiento me convocan,

¡Ah, feliz muchedumbre de huesos en reposo!

Refluyen a mi forma y se congregan
los elementos suaves y terrestres
y la pulpa negada y transcurrida.

Los pájaros me cambian
a traslados mayores del sonido,

Y la tierra a empujones de llanura.

Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora que me lleno de retoños y párpados tranquilos,

Cuando tengo costumbre de nacer
donde bajan los huesos temporales,

Cuando me llamo para mí, callada,
y alguien que no soy yo ya recuerda,

Sollozante y sangrando a media altura,
sobre lo detenido
descubierto
y recobrado.


Poema séptimo     (Germinación)

Introducción

I
Oh don,
oh don de sí, tu pelo,
albo discurso,
designio azul,
futuro de jacinto.

Yo podría cantar una canción
para que me sospechen de humo, en aire,
y de animal tallado entre la espuma,
en larga, leve, carcajada de arpa

Yo podría traer al corazón recuerdos
como uñas cayéndose del alma.

Pero estoy casi al borde de tu cuerpo,

Pero está al pie del surco tu desnudo
en traje de profundidad;

Piensa en tu edad el mar y palidecen
delfines ciegos cielo arriba, en rama,
pesando más el cielo menos aire
mar con sólo las olas y sin agua.

Y tú a la orilla del paisaje tiemblas
ah, intramarino pescador de espumas
cuya cadera crece entre corales,

Crepúsculo manchado de violines,
compañero fugaz de mi costado.

II
Alguien pasa rozándome las venas
y se abre el surco entre la flor y el labio.

Es que llega la noche
en columna de amor y ruiseñores;
su casco azul, lacustre, enjuga el alba,
baja la niebla por su piel y huyen
roces de pluma herida y madrugada.

Y antes de ser,
para futuro arribo de planeta
tiniebla inaugural,
cristal esquivo,
quietud de sumergidos resplandores,
la noche es de aire y tallo oscurecido.


Poema octavo      (Mi Amado)

I
Pregunté a las mujeres del campo
por el Hombre;

Pregunté a la mujer
cuya insepulta frente deteníase
al cabo de su niño infecundo
y sollozaba.

-Mujer
has visto tú a mi Amado,

Has visto al huésped mío,
al camarada hermoso?

Su carne que el verano
golpea de amapolas,

Su nariz de poniente,

Y el pecho de oro náufrago
como los litorales.

¿Lo conoces?

Puede pasar de pronto
con la piel soñolienta
y alegres las axilas retumbantes
y frescas.

Oh,
el camarada hermoso
con los talones ágiles
y pálido el peinado candoroso,

Saturada de clima nocturno
su garganta,

Y la mano en que estalla la angustia
como el mar.

¿Lo reconoces
reposando al borde de mis inmediaciones
como torrente de islas y pájaros cautivos?

II
Yo lo busco.

Él es mi Camarada;

Junto a su mano dejan
su olor las golondrinas

Y una ola de mineral oculto
lo recorre.

Queréis hallarlo conmigo

¡Oh, mujeres de vientre madurado
en cuya piel antigua desfallece el tiempo del desnudo
y se hace honda en la frente
la señal de parir
y sollozar!
¡Oh, doncellas alegres
en cuya boca estalla el primer ruiseñor
y el agua masculina
es recogida en cauce estremecido!

¡Oh, niños de marfil y nácar fugitivo
por cuyo salto de jazmín
resbalan las mañanas escolares!

Busco a mi Camarada
y por su origen inocente
avanzo
sin saberlo;
y me detengo.
Buscadlo cuando el trueno,
cuando las manos de Dios vienen rodando
como suaves árboles enfurecidos,

Por entre los sepulcros invasores,

Entre semanas llenas de ovejas
y enramadas.

Queréis buscarlo conmigo,
y exaltarlo,
A Él, al Hombre,

Al que camina en parte
con mi alma,

Al del muslo entornado
cuya daga sumergida en la noche
ya no tiembla en el aire,
ni secará en su diestra
cortada a pico
y sola con el miedo.

Y al otro,
desamado sollozo de mi frente
que apenas tiene un trozo de hierba
para posar su oído
y es señor de arboledas y ciudades.

Al Hombre, al Camarada.

Bendito sea su vientre
que comparto en el seno de mi madre

Queréis buscarlo
y exaltarlo conmigo,

Al Amado del día transitorio
cuya angustia se detiene
en mis pechos como el mar.

Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos
como semilla de éxtasis,

Que le lleve mi cuerpo
reclinado entre palomas,

Y que llene su boca
de sol y mediodía

Oh niños,

Oh doncellas alegres,

Oh mujeres de vientre madurado,

Glorificadlo
y exaltadlo conmigo.

Hasta que nuestras bocas sagradas
se detengan

Así sea.

Declinaciones del monólogo

  I

Estoy sola, 
muy sola, 
entre mi cintura y mi vestido, 
sola entre mi voz entera, 
con una carga de ángeles menudos 
como esas caricias 
que se desploman solas en los dedos. 
Entre mi pelo, a la deriva, 
un remero azul, 
confundido, 
busca un niño de arena. 
Sosteniendo sus tribus de olores 
con un hilo pálido, 
contra un perfil de rosa, 
en el rincón más quieto de mis párpados 
trece peregrinos se agolpan.

            II

Arqueándome ligeramente 
sobre mi corazón de piedra en flor 
para verlo, 
para calzarme sus arterias y mi voz 
en un momento dado 
en que alguien venga, 
y me llame… 
pero ahora que no me llame nadie, 
que no quepo en la voz de nadie, 
que no me llamen, 
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez, 
a la raíz complacida de mi sombra, 
porque ahora estoy bajando al agónico 
tacto de un minero, con su media flor al hombro, 
y una gran letra de te quiero al cinto. 
Y bajo más, 
a las inmediaciones del aire 
que aligerado espera las letras de su nombre 
para nacer perfecto y habitable. 
Bajo, 
desciendo mucho más, 
¿quién me encontrará? 
Me calzo mis arterias 
(qué gran prisa tengo), 
me calzo mis arterias y mi voz, 
me pongo mi corazón de piedra en flor, 
para que en un momento dado 
alguien venga, 
y me llame, 
y no esté yo 
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo. 
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz, 
y mi alto corazón 
de piedra en flor.

Si pudiera abrir mi gruesa flor

Yo no me dejaré humillar por las cosas irracionales:
penetraré lo que haya en ellas de sarcasmo hacia mí
haré que las ciudades y civilizaciones se me rindan.
Whitman

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme…
Cervantes

Eunice andaba en el sueño
con zapatos de vigilia,
¡ay, Eunice, por tus pies
te van a negar el día!
Eunice Odio

Si pudiera abrir mi gruesa flor
para ver su geografía íntima,

su dulce orografía de gruesa flor:
si pudiera saltar desde los ojos

para verme, abierta al sol,
si no me golpeara de pronto, en la mejilla,

esta reunida sombra,
esta orilla de silencio

que es lo que ciertos pañuelos a la lágrima,
un aposento blanco, descubierto.

Si pudiera quedarme abierta al sol
como el sencillo mar

y alta, recién nacida hija del agua,
creciera mi color al pie del agua.

Por qué no he de poder desnudarme los pies
en una casa en que los alfabetos ascienden

por el labio a la palabra, y en que duendes de menta,
sirven té verde y florecida sombra.

Por qué no he de poder
desnudarme los pies en una casa

en que todos los días
un año desviste su estatura melancólica,

y en que la costa azul de un relicario
guarda el retrato de un vecino de mayo que se ha ido.

Sin embargo

no puedo desnudarme los pies en esta casa
ni poner sobre la mesa el corazón.

Pero puedo abrirme como una flor
y saltar desde los ojos para verme,

abierta al sol.


Granada, Nicaragua,  Junio 12 de 1946

Yolanda Eunice Odio Infante (San José de Costa Rica, 18 de octubre de 1919 – Ciudad de México, 23 de marzo de 1974). Poeta, ensayista, traductora y articulista.

Su madre, Graciela Infante Álvarez, de gran belleza física, era de orígenes humildes y tan solo tenía diecisiete años cuando quedó embarazada. Aniceto Odio, el padre, no se casó con ella. Por lo tanto, en el acta de nacimiento la poeta aparece como “hija natural” y solo con los apellidos maternos.

     La madre murió cuando Eunice tenía casi quince años y fue entonces cuando su padre la reconoció como hija legítima. Sin embargo, mientras su padre vivía solo y soltero, la joven fue acogida por temporadas en las casas de sus tíos paternos y de una prima mayor. Al terminar la escuela tuvo que ponerse a trabajar y a los dieciocho años fue contratada por la Oficina de Correos.

     No obstante, Eunice admiró siempre a su padre quien se mostró abierto a la singularidad y la creatividad de la futura poeta y la acompañó muchas veces en sus expediciones por los bares, las calles y las plazas de aquel San José provinciano. Así, en sus cartas a Liscano destaca la imagen del padre protector y poderoso.

     Hacia mediados de 1943, con veinticuatro años, Eunice ya se había divorciado de su primer marido, Enrique Coto Conde, un hombre que le doblaba la edad y con quien solo llegó a convivir poco más de dos años. La poeta aseguró después que había sido casada a la fuerza y que decidió separarse cuando adquirió conciencia de que vivía con un “desconocido”, con alguien ajeno a sus intereses. Sin querer conformarse con una vida de mujer casada, que incluía la seguridad material y social, tomó otro rumbo y se embarcó con pasión en la búsqueda poética.

     En 1945, la célebre revista fundada por Joaquín García Monge, Repertorio Americano, publicó sus primeros poemas. En esos años Eunice también se relacionó con los principales artistas costarricenses que cultivaron con fervor las estéticas vanguardistas, como Max Jiménez y Francisco Amighetti. También estableció amistad con mujeres paradigmáticas de la cultura costarricense: Yolanda Oreamuno, Margarita Bertheau Odio y Emilia Prieto.

Eunice escribió, en menos de diez años, tres libros importantes dentro de la poesía vanguardista latinoamericana: Los elementos terrestres (1948), Zona en territorio del alba (1953) y El tránsito de fuego (1957).

Los ocho poemas que componen su primer libro, Los elementos terrestres (1948), son de un erotismo explícito, un canto a la entrega física entre «amado y amada», con ecos léxicos de Juan de la Cruz, del Cantar de los cantares y otras influencias bíblicas. Este libro se publicó en Guatemala, donde obtuvo el Premio Centroamericano 15 de Septiembre y, ante la indiferencia que se le prodigó en Costa Rica, Eunice Odio decidió nacionalizarse guatemalteca.

Su siguiente poemario, Territorio del alba (escrito entre 1946 y 1948 y publicado en 1953 en Argentina) contiene mayores audacias léxicas e imágenes rompedoras, con pinceladas de surrealismo.

Su tercer libro, Tránsito de fuego (1957, su mayor logro), se publicó en El Salvador, después de presentarlo a un concurso. Practica en este poemario una inteligencia creadora capaz de convocar lo nombrado mediante la palabra escrita a través de un largo poema dialogado.

En 1955 tuvo que salir de Guatemala por problemas personales y se afincó en México y, salvo dos años largos que residió en Estados Unidos, ya no abandonaría nunca el país centroamericano, donde se nacionalizó en 1962 y donde trabajó como traductora para diversas editoriales, y como periodista cultural en El Diario de Hoy, además de escribir cuentos, ensayos, artículos y reseñas para revistas literarias de todas partes.
     En México se instaló en su famoso apartamento de la calle de Río Neva 16, donde solía celebrar cenas y fiestas a las que acudían José Revueltas, Carlos Pellicer, Alí Chumacero, Otto-Raúl González, Ernesto Mejía Sánchez, Augusto Monterroso, Abigael Bohórquez, Gonzalo Ceja, Dionicio Morales, Beatriz Zamora, Olga Kochen, entre otros. También estuvieron, alguna vez, el escritor costarricense Alfonso Chase, el rumano Stefan Baciu y el poeta español Tomás Segovia.

 En 1967 ingresó a la Orden Rosacruz, donde alcanzó el 2º Grado Superior del Templo a finales de 1968. También fue una estudiosa de la Kábala.

Eunice evolucionó hacia una poesía más difícil si cabe a partir de Pasto de sueños (1953-1971), más metafísica y conceptual, con poemas más extensos. Sus Últimos poemas están fechados entre 1967-1972.

Entre los intelectuales y escritores de su época, la poeta tuvo fama de femme fatale: excéntrica, bella, polémica, condimentada por una risa sonora. Sin embargo, aunque su belleza física fuera venerada, su forma de ser libre y extravagante no cuadraba dentro de las costumbres y las convenciones de la época, por lo que no faltaron los juicios constantes. 

En los años sesenta se había peleado con la intelectualidad de izquierda, ámbito en el que, con pasión, había militado en su juventud durante sus años en Guatemala. Comenzaron sus constantes ataques a la intelligentzia mexicana, la mayoría simpatizantes del régimen de Fidel Castro quien, para entonces, ya estaba fuertemente instalado en el poder. El antiestalinismo y anticastrismo de Eunice, expresados en artículos publicados en la revista Respuesta, provocaron su marginación por parte de sectores que controlaban gran parte de la actividad cultural y artística de México, lugar donde seguía predominando el “mito de la Revolución”. Fue entonces cuando se vio obligada a vivir de artículos firmados con seudónimo.

Su última década fue una amalgama de días solitarios, alcohol, pobreza económica, desengaño amoroso . Se refugió en sus experiencias esotéricas y en su sentimiento místico y creencias espirituales.

     Para entonces, el artista Rodolfo Zanabria, con quien se casó en 1966, ya se había marchado a París con la promesa de que, cuando tuviera el dinero suficiente, la llevaría a su lado. Eunice confió en él y durante cuatro años le escribió largas cartas, y le enviaba dinero.

     En 1970 sufrió un fuerte desengaño amoroso: Zanabria dejó de contactarla por completo. Ese abandono incidió en su estado de ánimo de forma devastadora y violenta, especialmente porque concidió con el momento en que el pintor recibió una beca Guggenheim. Eunice se sintió traicionada, utilizada, y cayó en el alcoholismo. Cada vez fueron más escasos los trabajos y entonces padeció también de hambre. En los primeros meses de 1974, Eunice se aisló aun mas al cortarle el teléfono. El escritor costarricense José León Sánchez, quien la visitó semanas antes de que ella muriera, asegura en una crónica publicada en La República (8 de junio de 1974), que el apartamento de Eunice estaba lleno de libros, cuadros y de botellas del licor más barato de México.Como otras mujeres valientes a contrapelo de su tiempo, destacó por ser crítica de las convenciones sociales y de género, rompiendo con los estereotipos sobre la mujer escritora domesticada y subrayando el potencial de libertad inherente a todo oficio literario.

Eunice murió sola un día de mayo de 1974, a los 54 años. Su cuerpo fue encontrado en la bañera en estado de descomposición después de más de una semana de haber muerto.

En una de sus cartas, Eunice comentó, con cierta amargura , que Octavio Paz le dijo “en el colmo de la solemnidad”, que su poesía, como la de Blake, Saint John o Pound, al crear una mitología propia, es de la que nadie entiende hasta años, o incluso siglos, después de que los autores han muerto.

 Eunice Odio, un tiempo olvidada, ha llegado a ser considerada una de las grandes figuras de la literatura costarricense. Como otras mujeres valientes a contrapelo de su tiempo, destacó por ser librepensadora, crítica de las convenciones sociales y de género, rompiendo con los estereotipos sobre la mujer escritora domesticada y subrayando el potencial de libertad inherente a todo oficio literario.

Obra publicada:

  • Los elementos terrestres (Premio centroamericano 15 de septiembre de 1947). Guatemala: Editorial El libro de Guatemala, 1948.
  • Zona en Territorio del alba. Argentina: Brigadas Líricas, 1953.
  • El tránsito de fuego. El Salvador: Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, Col. Poesía, Núm. 5, 1957.
  • El rastro de la mariposa. México: Finisterre, s.f.
  • Territorio del alba y otros poemas [Antología póstuma, incluye Pasto de sueños (1953-1971) y Últimos poemas (1967-1972)]. San José: Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), 1974.
  • Antología. Caracas: Monte Ávila Editores, 1975.
  • Obras completas en tres tomos. Edición de Peggy von Mayer. Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica-Editorial de la Universidad Nacional, 1996.

Enlaces de interés :

https://www.ranle.us/site/assets/files/1198/vol1_num1_2_el_pasado_presente_eunice_odio.pdf

https://mislibrosconnotas.blogspot.com/2017/08/obra-en-prosa-de-Eunice-Odio.html

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