Esta página es de poesía pero también queremos dar presencia a algunas mujeres que, aunque no escribieron poesía, o no destacaron por ser poetas, su voz como mujeres, pioneras y/o escritoras es tan importante que creemos deben ser incluidas.
Este es el caso de Jenny von Westphalen. Escritora y pensadora política prusiana. Fue esposa del filósofo Karl Marx y la mujer que hizo posible la publicación de los escritos de Marx.
Una de nuestras Imprescindibles.

I. Carta de Jenny a Joseph Weydemeyer, en Francfort del Main
Londres, 20 de mayo [de 1850]
Querido Señor Weydemeyer [1]:
Ha transcurrido casi un año desde que hallé, por parte de usted y de su querida esposa, una acogida tan amistosa y cordial, desde que me sentí tan bien y tan a mis anchas en su casa, y en todo ese prolongado lapso no he dado señal de vida alguna; callé cuando su esposa me escribió una carta tan amable, y permanecí muda cuando recibimos la noticia del nacimiento de su niño. Esa mudez a menudo ha llegado a oprimirse, pero la mayor parte de las veces era incapaz de escribir, y aún hoy me resulta difícil, muy difícil.
Pero la situación me obliga a tomar pluma en mano; le ruego que nos envíe lo más pronto posible el dinero ingresado o por ingresar de la Revue. Lo necesitamos mucho, muchísimo. Seguramente nadie podrá reprocharnos que jamás hayamos dado mucha importancia a cuanto hemos sacrificado y padecido desde hace años; al público se le ha molestado poco o casi nunca con nuestras cuestiones personales, ya que mi marido es sumamente sensible en estos asuntos, y prefiere sacrificar lo último antes de entregarse a la mendicidad democrática, como los grandes hombres oficiales. Pero lo que sí podía esperar de sus amigos, en especial los de Colonia, era una actividad diligente y enérgica en favor de su Revue. Podía esperar dicha actividad, sobre todo siendo conocidos sus sacrificios por el Rh. Ztg [2]. Pero en cambio, el negocio resultó arruinado en virtud de un manejo descuidado y desordenado, y no se sabe si lo que más daño causó fue la demanda del librero o la de los gerentes y conocidos en Colonia, o bien toda la conducta de la democracia en general.
Mi marido casi fue aplastado aquí por las más mezquinas preocupaciones de la vida cotidiana, y ello en una forma tan indignante que fueron necesarias toda la energía, toda la seguridad calma, clara y silenciosa en sí mismo de que es capaz, para mantenerle en pie en estas luchas de todos los días y todas las horas. Usted sabe, querido señor Weydemeyer, qué sacrificios realizó mi marido en esa época; invirtió miles en efectivo, se hizo cargo de la propiedad del periódico, persuadido por los honestos demócratas, quienes de otro modo hubiesen debido responder personalmente por las deudas, en una época en la cual quedaban ya pocas probabilidades de llevar la tarea a cabo. A fin de salvar el honor político del periódico, el honor civil de los conocidos de Colonia, dejó que echasen sobre sus hombros todas las cargas, entregó su máquina, entregó todos los ingresos, y hasta al partir prestó 300 táleros [3] para abonar el alquiler del local recién arrendado, los honorarios atrasados de redactores, etc…. y se le expulsó violentamente.
Usted sabe que no nos hemos quedado con nada de todo ello; viajé a Francfort para empeñar mi platería, lo último que nos quedaba; en Colonia hice vender mis muebles, porque corría peligro de ver embargada la ropa y todo lo demás. Al iniciarse la infausta época de la contrarrevolución, mi marido viajó a París, y yo le seguí con mis tres hijos [4]. Apenas aclimatado en París, fue expulsado, y a mí misma y a mis hijos se nos negó una permanencia más prolongada. Volví a seguirle allende el mar. Un mes más tarde nació nuestro cuarto hijo [5]. Usted debería conocer Londres y las condiciones en que se vive aquí, para saber qué significa tener tres hijos y el nacimiento de un cuarto. Solamente en concepto de alquiler debíamos pagar 42 táleros mensuales. Estábamos en condiciones de solventar todo ello con nuestro propio peculio. Pero nuestros pequeños recursos se agotaron cuando apareció la Revue. A pesar de lo convenido, el dinero no llegaba, y cuando lo hizo fueron sólo pequeñas sumas aisladas, de modo que caímos aquí en las situaciones más terribles.
Le relataré solamente un día de esta vida, tal como fue, y usted verá que acaso pocos refugiados hayan pasado por situaciones similares. Puesto que las amas de leche son prohibitivas aquí, decidí, a pesar de constantes y terribles dolores de pecho y espalda, alimentar yo misma a mi hijo. Pero el pobre angelito mamaba de mí tantas preocupaciones y disgustos silenciosos, que se hallaba constantemente enfermo, padeciendo dolores día y noche. Desde que ha llegado a este mundo jamás ha dormido aún toda una noche, a lo sumo de dos a tres horas. Últimamente se sumaron aún a ello violentos espasmos, de modo que el niño fluctuaba constantemente entre la muerte y una vida mísera. Presa de esos dolores, mamaba con tal fuerza que mi pecho quedó lastimado y agrietado; a menudo la sangre manaba dentro de su trémula boquita. Así me hallaba yo sentada un día, cuando entró de repente nuestra casera -a quien en el curso del invierno habíamos pagado más de 250 táleros, y con quien habíamos convenido por contrato que el dinero de fecha posterior le sería abonado no a ella, sino a su propietario, quien le había trabado embargo con anterioridad-, negó el contrato, exigió las 5 libras que aún le adeudábamos, y puesto que no disponíamos de las mismas en el acto (la carta de Naut llegó demasiado tarde), entraron dos embargadores en la casa, trabaron embargo sobre todas mis pequeñas pertenencias, las camas, la ropa, los vestidos, todo, hasta la cuna de mi pobre niño, los mejores juguetes de las niñas, quienes se hallaban arrasadas en ardientes lágrimas. Amenazaron con llevárselo todo en un plazo de dos horas; yo yacía en el suelo, con mis hijos ateridos de frío y mi pecho dolorido. Schramm, nuestro amigo, acudió de prisa a la ciudad para procurarnos auxilio. Ascendió a un cabriolé, cuyos caballos se desbocaron; él saltó del coche, y nos lo trajeron sangrante a nuestra casa, donde yo gemía con mis pobres niños temblorosos.
Al día siguiente debimos abandonar la casa; el día era frío, lluvioso y encapotado, mi marido buscaba una casa para nosotros, pero nadie quería aceptarnos cuando hablaba de los cuatro niños. Finalmente nos ayudó un amigo; pagamos, y yo vendí rápidamente todas mis camas para pagar al boticario, al panadero, al carnicero y al lechero, quienes habían comenzado a temer a causa del escándalo del embargo, y que súbitamente se abalanzaron sobre mí con sus cuentas. Las camas vendidas fueron llevadas ante la puerta y cargadas en un carro, y ¿qué sucedió entonces? Ya había pasado mucho tiempo después de la caída del sol, y la ley inglesa prohíbe eso; apareció el casero con agentes de po- licía, afirmando que también podrían haber objetos suyos entre ellos, y que nosotros querríamos fugarnos a algún país extranjero. En menos de 5 minutos había más de 2 ó 3 centenares de personas observando atentamente frente a nuestra puerta, toda la chusma de Chelsea. Las camas volvieron, y se nos dijo que sólo a la mañana siguiente, después de la salida del sol, podrían serles entregadas al com- prador; cuando de este modo, mediante la venta de todas nuestras pertenencias, estuvimos en condiciones de pagar hasta el último céntimo, me mudé con mis pequeños amores a nuestras actuales pequeñas dos habitaciones del Hotel Alemán, 1 Leicester Street, Leicester Square, donde por 51/2 libras semanales, hallamos una acogida humanitaria.
Perdóneme usted, querido amigo, el que el haya descrito con tanta amplitud y detalle tan sólo un día de nuestra vida aquí; es inmodesto, lo sé, pero esta noche mi corazón fluía en torrentes hacia mis trémulas manos, y alguna vez debía desnudar mi corazón ante uno de nuestros amigos más antiguos, mejores y más fieles. No crea usted que estas mezquinas penurias me han doblegado; demasiado bien sé que nuestra lucha no es una lucha aislada, y que aún pertenezco, en lo esencial, a los seres escogidos que han sido favorecidos por la fortuna, puesto que mi querido esposo, apoyo de mi vida, aún se halla a mi lado. Pero lo que realmente me aniquila hasta en lo más íntimo, lo que hace sangrar mi corazón, es que mi marido tenga que pasar por tantas mezquindades, que hubiese podido ayudársele con tan poco, y que él, que de buena gana y con alegría ayudó a tantos, haya estado aquí sin que se le prestase ayuda. Pero, como ya le he dicho, no crea usted, querido señor Weydemeyer, que le reclamamos nada a nadie, y si recibimos adelantos de alguien, mi marido aún se halla en condiciones de reembolsarlos con su fortuna. Lo único que podía reclamarle mi marido a quienes habían recibido de él más de un pensamiento, más de un enaltecimiento, más de un sustento, era que desplegasen mayor energía comercial y mayor actividad en su Revue. Tengo el orgullo y la audacia de afirmar que se le debía ese poco. Tampoco sé si mi marido no ha ganado con toda la justicia 10 Sgr. [groschen de plata] con sus trabajos. Creo que con ello no se engañó a nadie. Eso me duele. Pero mi marido piensa de otro modo. Jamás, ni siquiera en los momentos más terribles, ha perdido la seguridad en el futuro, ni siquiera el más alegre humor, y estaba totalmente satisfecho cuando me veía alegre y cuando nuestros encantadores niños rodeaban, sonrientes, a su querida mamaíta. Él no sabe, querido señor Weydemeyer, que yo le he escrito a usted con tanta amplitud acerca de nuestra situación, y por ello no haga usted uso de estas líneas. Él sólo sabe que yo le he pedido, en su nombre, que acelere en lo posible la distribución y envío del dinero. Sé que usted sólo dará a estas líneas el uso que le inspirará a usted su amistad, discreta y plena de tacto, por nosotros.
Adiós, querido amigo. Transmítale a su esposa mis saludos más cordiales, y bese usted a sus angelitos de parte de una madre que ha vertido más de una lágrima sobre su bebé. Si su mujer estuviera dando el pecho, no le comunique usted nada acerca de esta carta. Sé hasta qué punto afectan todos los disgustos, y causan daño a la pequeña criatura. Nuestros tres niños mayores crecen magníficos, a pesar de todo. Las niñas son bonitas, florecientes, alegres y de buen humor, y nuestro gordito es un dechado de humor cómico y de las ocurrencias más graciosas. El duendecillo canta todo el día canciones cómicas con descomunal pathos y una voz de gigante, y cuando hace retumbar, con voz tremenda, las palabras de la Marsellesa de Freiligrath , Oh, junio, ven y tráenos acciones, que nuevas acciones ansía nuestro corazón, resuena toda la casa.
Acaso sea el destino histórico de este mes, como el de sus dos desdichados predecesores, el de inaugurar esa lucha titánica en la cual todos habremos de volver a estrecharnos las manos.
Que le vaya a usted bien.
Jenny Marx.
1- Joseph Arnold Weydemeyer (2 de febrero de 1818, Münster –26 de agosto de 1866, St. Louis, Misuri) fue un oficial militar de Prusia y en Estados Unidos; también periodista , político y revolucionario marxista . Miembro de la Liga de los Comunistas , participó en la revolución de 1848.
2- Neue Rheinische Zeitung, Nueva Gaceta Renana
3-Una antigua moneda de plata de Alemania .
4-Jenny, Laura y Edgar
5-Heinrich Guido

Jenny y Marx
Carta de Carlos Marx a Jenny von Westphalen
34 Butler Street, Greenheys, Manchester, 21 de junio de 1856
Querida mía:
Te escribo otra vez porque me encuentro solo y porque me apena conversar contigo siempre sin que lo sepas ni me oigas, ni puedas contestarme. Aunque tu retrato es malo, me sirve perfectamente, y ahora entiendo cómo es que aun los retratos menos lisonjeros de la madre de Dios, las “vírgenes negras”, tienen sus más celosos admiradores, y más admiradores aun que los buenos retratos. Por lo menos, ninguno de aquellos oscuros retratos de las “vírgenes negras” ha sido tan besado, ninguno mirado con tanta veneración y adorado como la foto tuya, que aunque no es lóbrega, sí es sombría y de ninguna manera refleja a su querido, encantador, besable y dulce rostro. Pero al poner en derecho lo que los rayos del sol mal han representado, descubro que mis ojos, estropeados por la luz del quinqué y el humo de tabaco, son capaces de verte no sólo en sueños, sino también en la realidad. Y allí estás, delante de mí, grande como en la realidad, y te puedo levantar con mis brazos y te beso el cuerpo entero, y caigo sobre mis rodillas delante de ti y lloro: “Querida, te amo”, y te amo de veras, con el amor más grande que jamás se haya sentido en los páramos de Venecia. Falsa y asquerosamente, el mundo forma imágenes superficiales. ¿Quién de mis muchos calumniadores y enemigos de lengua venenosa alguna vez me ha reprochado por hacer el papel de galán en un teatro de segunda categoría? Y es verdad. Si los sinvergüenzas hubiesen tenido algo de ingenio, habrían trazado el cuadro: por un lado, “las relaciones productivas y sociales” y, por el otro, yo mismo a tus pies. Debajo habrían escrito: “Contemple este cuadro y el otro”. Pero estúpidos son esos sinvergüenzas y estúpidos permanecerán, en seculum seculorum [para toda la eternidad].
La ausencia momentánea hace bien, pues vistas de cerca, las cosas parecen demasiado iguales para que podamos distinguirlas. Hasta las torres, vistas de cerca, parecen enanas, mientras que lo pequeño y lo cotidiano, cuando lo tenemos delante, crece en demasía. Lo mismo ocurre con las pasiones. Los pequeños hábitos, en la cercanía, cuando los sentimos encima, toman forma pasional, y desaparecen tan pronto como su objeto escapa a nuestra vista. Y las grandes pasiones, a las que la cercanía del objeto convierte en pequeños hábitos, se agigantan y cobran de nuevo su forma natural por el efecto mágico de la lejanía. Eso es lo que sucede con mi amor. Basta que te alejes de mí simplemente cuando te sueño, y en seguida me doy cuenta de que el tiempo sólo le ha servido para lo que el sol y la lluvia sirven a las plantas; para crecer. Mi amor por ti, en cuanto te alejas de mi lado, se revela como lo que es, como un gigante en el que se concentra toda la energía de mi espíritu y todas las fuerzas de mi corazón. Vuelvo a sentirme hombre, porque siento una gran pasión, y la variedad en que nos embrollan el estudio y la cultura moderna, y el escepticismo con el que inevitablemente enfrentamos todas las impresiones subjetivas y objetivas, tienden a hacernos a todos pequeños y débiles, y quisquillosos e indecisos. Pero el amor, no por el hombre feuerbachiano, ni por el metabolismo de Moleschott, ni por el proletariado, sino el amor por la amada, el amor por ti, vuelve a hacer hombre al hombre.
Reirás, mi corazón querido, y te preguntarás “¿por qué esta retórica de repente?”. Pero si yo pudiese presionar tu pecho dulce contra el mío, yo quedaría mudo y no pronunciaría ni una palabra. Ya que no puedo besarte con mis labios, lo haré con mi lengua y mis palabras. Yo podría, en verdad, aun armar versos, de los Libros sobre las penas alemanes, al estilo del Libri Tristium de Ovidio. Él, sin embargo, sólo había sido desterrado por el Emperador Augusto; en cambio, yo he sido desterrado de usted, y eso es algo que Ovidio no podría entender.
Hay, en verdad, muchas mujeres en el mundo, y algunas de ellas son hermosas. ¿Pero dónde más encontraré una cara de la cual cada gesto, cada arruguilla aún, logre recordarme las mejores y más dulces memorias de mi vida? En tu dulce rostro puedo aún leer mis infinitas penas, mis irreemplazables pérdidas, pero cuando beso tu dulce cara alejo mi dolor. “Enterrado en sus brazos, revivido por sus besos” -en tus brazos, así es, y por tus besos- y dejen a los brahmanes y a los pitagóricos conservar su doctrina de la reencarnación, y al cristianismo su doctrina sobre la resurrección. (…)
Adiós mi querido corazón. Mil besos para vos, y para los niños también, de
Tu Carlos.

II. Carta de Jenny a Ludwig Kugelmann, en Hannover
Londres, 24 de diciembre de 1867 1, Modena Villas, Maitland Park
Mi querido señor Kugelmann: [1]
No puede haberse imaginado usted qué gran sorpresa y alegría nos propinó ayer, y realmente no sé cómo he de agradecerle por toda su amistad y su interés, y ahora, además, por la última, visible señal de su recuerdo, el divino Padre Zeus, que ocupa ahora entre nosotros el lugar del «Niñito dios” [2]. Nuestra fiesta de Navidad este año es nuevamente bastante triste, porque mi pobre marcado yace nuevamente postrado por su antigua dolencia. Se han mostrado de nuevo dos erupciones, una de las cuales es de importancia y está en un lugar penoso, de manera que Karl está obligado a estar tendido sobre un costado. Ojalá que logremos pronto dominar la enfermedad, y que en la próxima carta no aparezca ya delante de usted el secretario privado interino.
Ayer por la noche estuvimos todos juntos sentados en las habitaciones inferiores de la casa, la región de la cocina conforme a la distribución inglesa, de donde salen todas los «creature conforts” [3] para las regiones superiores, ocupados en preparar con escrupuloso rigor el christmas pudding. Se despepaban allí pasas (trabajo harto repugnante y pegajoso), se desmenuzaban almendras y cáscaras de naranjas y limones, se atomizaba la grasa de los riñones y, con huevos y harina, se amasaba de toda esta mezcolanza un notable potpurri; y en ese momento tocaron a la puerta, un carruaje se detuvo delante, hubo pasos misteriosos que subían y bajaban, un murmullo, un susurro corrió por toda la casa; por último, se escuchó de arriba una voz: «una gran estatua ha llegado». Si hubiese dicho: «Fuego, fuego, se quema la casa», han llegado los «Fenians” [4] no nos habríamos parado más atónitos, más desconcertados; y ahí estaba él en su colosal magnificencia, en su pureza ideal, el viejo Júpiter tonans, intacto, sin daño alguno (un pequeño canto del pedestal se ha desmoronado un poco), ante nuestros ojos sorprendidos y entusiasmados. En el entretanto y luego que se hubo calmado un tanto la confusión, leímos también el amistoso escrito de acompañamiento que nos había hecho llegar usted en la más cordial labor de gracias, comenzaron de inmediato los debates sobre cuál sería el nicho más digno para el nuevo «buen Dios que está en el cielo y en la Tierra». Respecto a esta gran cuestión todavía nos hemos llegado a resultado alguno y todavía habrá que hacer muchos intentos antes que la orgullosa cabeza haya encontrado su lugar de honor.
También le agradezco yo de corazón su gran interés y sus afanes incansables por el libro de Karl [5]. Parece ser que los alemanes prefieren con mucho expresar su aplauso a través del silencio y la mudez total. Han puesto todos valientemente enmarca la cachaza.
Puede creerme usted, querido Sr. Kugelmann, que con certeza rara vez he sido un libro escrito bajo circunstancias más difíciles, y bien podría yo escribirle una historia secreta, que descubriría las muchas, infinitamente muchas penas silenciosas, y el miedo y los sufrimientos. Si los obreros tuviesen una idea del sacrificio que ha sido necesario para terminar esta obra, que ha sido escrita sólo para ellos y en su interés, quizás sí mostrarían ellos más interés.
Los lassalleanos parecen haber sido los más rápidos en acapararse para sí el libro, para traducirlo debidamente. Pero esto no daña.
Bueno, al final tengo yo que desplumar un pollito con usted. ¿Por qué se dirige usted a mí de manera tan formal, incluso con «graciosa», a mí, un veterano tan viejo, una cabeza tan cubierta de musgo en el movimiento, un compañero de ruta y de lucha tan honrado? Me habría gustado tanto visitarle este verano a usted y su querida esposa y a Fränzchen, de las cuales mi marido no puede parar de decir tanta cosa amable y tanta cosa buena, me habría gustado tanto volver a ver Alemania después de once años. El año pasado estuve muy achacosa, y he perdido también, por desgracia, en este último tiempo, mucho de mi «fe», de mi valor para la vida. Muchas veces me ha resultado difícil mantenerme de pie. Pero como mis muchachas hicieron un largo viaje –estuvieron invitadas con los padres de Lafargue en Burdeos- no se pudo hacer al mismo tiempo mi escapada, y ahora tengo, pues, la hermosa esperanza delante de mí, para este año que viene.
Karl le envía a su esposa y a usted los más cordiales saludos, a los que se adhieren sinceramente las muchachas, y yo le tiendo, a usted y a su querida esposa, desde la distancia mi mano.
Su
Jenny Marx
ni graciosa ni por la gracia de Dios.
1- Ludwig Kugelmann ( Osnabrück , 19 de febrero de 1828 – Hannover , 9 de enero de 1902 ) fue un médico alemán especializado en ginecología, amigo y confidente de Marx y Engels . Mantuvo una extensa relación epistolar con Marx , que fue hecha pública después de su muerte.
2-Como regalo de Navidad, Kugelmann había hecho llegar a la familia Marx un busto de Zeus que había decorado anteriormente su sa- lón y tenía, a su parecer, un parecido con Marx
3-El sustento corporal.
4-Grupo irlandés.
5-Das Kapital, primera edición en alemán en 1867.

Engels (izquierda) y Marx con sus tres hijas que sobrevivieron. Todas fueron nombradas en honor a su madre: Jenny Caroline (1844-1883), Jenny Julia Eleanor (1855-1898) y Jenny Laura (1845-1911). Las tres continuaron con la obra de su padre.

Johanna Bertha Julie von Westphalen, «Jenny”, (12 de febrero de 1814, Salzwedel, Alemania-2 de diciembre de 1881, Londres, Reino Unido). Escritora y pensadora política prusiana. Fue esposa del filósofo Karl Marx y primera miembro de la Liga de los Comunistas.
La baronesa Johanna Bertha Julie von Westphalen nació en el seno de una familia reaccionaria y de
la aristocracia prusiana con líneas familiares que se distribuían por toda la alta nobleza e incluso llegaban hasta Escocia y a alguna que otra línea directa hereditaria monárquica. Se decía además que representaba los cánones de belleza nobiliaria de la época. El número de pretendientes de la nobleza que tuvo era altísimo. Entre la nobleza era conocida como «la reina de los bailes de Tréveris». Sin embargo, ella no acabó de simpatizar con ese ambiente y pronto llegó a cuestionar las ideas y acciones de la aristocracia prusiana. Desde temprana edad mostró interés por el romanticismo alemán, el socialismo francés y simpatizó con la “fiesta de Hambach”, una manifestación de 1832 en la que estudiantes, liberales, intelectuales y campesinos proclamaron la unidad de Alemania.
Sabemos que Jenny tuvo un tutor de inglés que solamente hablaba francés, entonces como mínimo hablaba y leía alemán, inglés y francés. También, leyendo sus cartas y especialmente su obra más famosa, Breve esbozo de una vida agitada, vemos que también usa frases en latín, entonces podemos asumir que o leía filosofía donde abundan o pudo leer y escribir latín.
En 1831, con 17 años, Jenny conoció a un teniente segundo Karl von Pannewitz y quedaron prendados a pesar de que él era 11 años mayor. El joven pidió su mano en matrimonio y, saltando el protocolo social de época, ella aceptó; sin embargo la boda no se llevó a cabo pues ella misma rompió el acuerdo matrimonial.
La amistad de los padres de Jenny y de Marx –un reconocido abogado- hizo que se conocieran desde la infancia y se hicieran amigos, a pesar de que Jenny era cuatro años mayor que Karl.
Ya en la adolescencia compartieron algunas aficiones, como la lectura, de la cual los dos eran grandes apasionados, y su amistad fue haciéndose íntima. Tanto que poco más tarde comienzan una relación secreta de pareja ya que no era permisible que una baronesa entablara lazos con alguien de fuera de su círculo aristócrata ni bien establecido económicamente. No les debió dar mucho resultado lo del secretismo ya que al final la familia de Johanna acabó enterándose y no dando el visto bueno a la relación por lo que aunque se e comprometieron en 1836, cuando Jenny tenía 22 años y Karl apenas 18 y comenzaba a estudiar abogacía. Su pretendiente no estaba estabilizado económicamente ni tenía títulos nobiliarios, lo cual era socialmente inaceptable en la época, pero no le importó.
El sentimiento amoroso que sentía por Marx no impedía que la joven marcara, con la ironía que la caracterizaba, lo que le molestaba. Después de que Marx se graduara como doctor en Filosofía a los 23 años, con una tesis sobre Demócrito y Epicuro, ella le escribió irónicamente: “Qué contenta estoy de que estés feliz, de que mi carta te haya alegrado (…) y de que estés tomando champaña en Colonia y que haya clubs hegelianos. Pero, a pesar de todo eso, hay algo que falta: Podrías haber reconocido un poco mis conocimientos del griego y dedicado unas líneas laudatorias a mi erudición. Pero es típico de ustedes, caballeros hegelianos, no reconocen nada, aunque sea de excelencia, si no concuerda exactamente con su punto de vista, así que debo ser modesta y descansar en mis propios laureles”.
Karl Marx y Jenny Westphalen se casaron el 19 de junio de 1843 en la iglesia de San Pablo en Kreuznach pronto se mudaron a París, donde conocerían a Federico Engels. Tuvieron siete hijos, cuatro mujeres y tres varones. Cuatro de ellos murieron a muy corta edad, Edgar vivió apenas 7 años, mientras que sus hermanos Henry, Jenny Eveline y otro niño al que no llegaron a ponerle nombre no alcanzaron el año de vida.
En 1844 Jenny viajó sola a la casa de su madre con su primera hija , estando ahí el rey de Prusia sufre un atentado y ella le escribe una carta a Marx con su lectura de la situación, la cual fue tan buena que se publicó en el periódico en el que Marx trabaja bajo el nombre “Carta de una mujer alemana”.
En 1845 fueron expulsados de Francia por su participación con periódicos radicales y se mudaron a Bruselas, mientras que Jenny estaba embarazada de su segunda hija. Aquí vemos una de las facetas con las que esta gran mujer es usualmente identificada: ella se hizo cargo de las deudas que dejan en Paris, pero también fue en Bruselas donde la participación y la pluma de Jenny fue más activa. En este periodo Marx comenzó a dictar y Jenny a editar obras como La ideología Alemana, La miseria de la filosofía y la obra más famosa del trio: El Manifiesto del Partido Comunista, obra que ella terminó en 1848. También, en ese periodo, nacía la segunda hija y el primer varón del matrimonio, así mismo, llega Helena Demuth, una chica sirviente enviada por la madre de Jenny. Mientras que Helena se encargaba de las labores del hogar, Jenny se dedicaba a copiar manuscritos, transcribir notas, editar y preparar para publicación todos los escritos.
Para 1846 forma parte del Comité Comunista de Correspondencia como Secretaria pero, poco a poco se van quedando pobres, su última acción en Bruselas fue cuando celebraron el año nuevo de 1847 a 1848 con los trabajadores de la Unión de Trabajadores Alemanes y ella participó recitando para sus compatriotas, en el reporte se deja por escrito que tiene “un brillante talento para recitar”.
El 4 de marzo de 1848, Marx es arrestado y, en su afán de búsqueda, Jenny también es arrestada aunque consigue ser liberada tras una sola noche y sin dar información de ningún tipo. Al final de todo, los Marx son expulsados de Bruselas y regresan a Paris. Donde fundan el Club de Obreros Alemanes y donde ella vuelve a tomar su papel de secretaria, además de organizar eventos y conferencias.
En 1851 Jenny descubre que Marx tenía un amorío con Helena Demuth, la asistente que fue enviada por la madre de Jenny muchos años atrás. De esta relación nació un niño que se llamó Frederic y fue adoptado por Engels, quien se ofreció a hacerse cargo del hijo de Marx como si fuera suyo. Esto ocurrió en 1851 y sin embargo Helene siguió durante algunos años más con los Marx. El caso es que Helene terminó marchándose y esto fue fatal para los nuevos hijos que los Marx trajeron al mundo. Por si no fuera poco, en 1852, Jenny contrae viruela que la deja marcada de por vida, además su madre muere en esta época aunque le deja una cantidad de dinero que les permite comprar una modesta casita en las afueras de Londres. Sus esperanzas quedaban en la publicación de la obra cumbre de los Marx: El Capital, que fue publicada en 1867 y que pasó mayormente desapercibida en su momento, como siempre, Jenny fue la principal editora del libro. La familia esperaba que su éxito no solo comprara comida y pagara deudas, sino que encendiera a las masas. Cuando el libro no fue reconocido, se sintieron aplastados. Los sacrificios que exigía el trabajo habían dejado a los Marx agotados.
Jenny escribio:
«Créanme cuando les digo que hay pocos libros que se hayan escrito en circunstancias más difíciles, y yo podría escribir una historia secreta que contaría muchos, muchísimos, problemas, angustias y tormentos no mencionados. Si los trabajadores tuvieran una idea de los sacrificios que fueron necesarios para que esta obra, que fue escrita sólo para ellos y por su bien, se completara, tal vez mostrarían un poco más de interés».
Con la revolución que llevaría a la Primera Comuna de Paris los Marx regresaron a las andadas y en su casa dieron refugio a inmigrantes; mientras el trabajo no cesa y Jenny traduce y transcribe un nuevo texto: Herr Vogt o Señor Vogt. Con el despido de Marx del periódico Tribune la preocupación económica regresa pero por suerte un gran amigo, Wilhelm Wolff, les lega una herencia y eso les permite mantenerse a flote.

La vida de Jenny y Marx siempre estuvo llena de dificultades. Debido a su activismo político Marx fue expulsado de varios países, incluyendo Prusia, y la familia terminó viviendo en el Reino Unido, exiliada, perseguida y en situación de pobreza.
No ayudó que Karl -experto en teoría económica- manejaba pésimamente el dinero de la familia, lo que los obligó a depender de la ayuda de Engels. Marx siempre estaba en deuda con una larga lista de acreedores, pero cuando ganaba una pequeña cantidad de dinero lo gastaba imprudentemente. Incluso cuando Jenny heredó dinero de su familia.
Usualmente cuando se habla de Karl Marx, lo primero que nos viene en mente es El Capital o El Manifiesto Comunista, pero pocas personas conocen la figura de la mujer que estuvo al lado de Marx en todo momento.
Puede que los textos menos conocidos de Marx, aparte de algunos de ficción y poemas que escribió, sean las cartas de amor que escribió a Jenny, apodo por el cual era conocida Johanna, y según Marx «la más linda de Tréveris«.
El caso es que a Marx no le entendía nadie la letra de lo pésima que era. Nadie salvo Johanna. Ella aparte de ser la primera en leer todos los textos de Marx, fue la encargada de pasarlos a limpio y transcribir los textos de su puño y letra. El Capital incluido, el cual sin la labor de Johanna ninguna editorial hubiera aceptado, al resultar indescifrable. Jenny fue la primera mujer en entrar a la Liga Comunista, la organización revolucionaria fundada por su esposo y Federico Engels en 1847, que se convertiría en el Partido Comunista. Factor clave a la hora de tejer contactos que iban dando cuerpo a una red internacional, Muchas de sus cartas terminaban con su firma característica: «Ni graciosa ni por la gracia de Dios».
No sabremos nunca hasta dónde llega la mano de Jenny en numerosos textos considerados clásicos, (el manifiesto comunista fue redactado bajo su supervisión) pero era bien sabido que no solo se dedicaba a traducirlos sino que su opinión constaba regularmente. Reducir su importancia histórica e influencia a su papel como «traductora» de Marx sería una injusticia. Johanna Von Westphalen era una pensadora política y escritora que participaba activamente en discusiones con políticos y filósofos, a la par de su marido. Ella estaba segura que El Capital desenmascararía definitivamente a la burguesía y ayudaría explicar la condición de la clase obrera, y se dedicó en cuerpo y alma a promocionarlo mediante cartas a innumerables redactores de periódicos y editoriales.
Marx en vida no fue excesivamente conocido salvo en círculos clandestinos militantes y en las redes policiales internacionales. Tanto El Capital como el resto de obras fueron escritas a sangre. En condiciones de miseria y pobreza, de persecución y exilio. No fueron las obras de un mero intelectual sino fruto de la intensa actividad militante colectiva en plena desdicha. Nada de ello hubiera sido posible sin Jenny que no solo fue el soporte sino parte activa en toda la obra y el proceso. Ella misma como escritora, cuenta con ensayos críticos destacados, además de que era la encargada de la correspondencia de la I internacional. Tampoco hubiera sido posible sin mujeres como Helene Demuth, la criada de la familia Von Westphalen, que marchó junto con Jenny y sería uno de los pilares que sostuvo todo aun en los peores momentos de desgracia.
Jenny abandonó la vida acomodada, palaciega de un futuro de lujo asegurado y nunca miró atrás. Se fundió con la clase obrera y sus mismas condiciones, sufrió la pérdida temprana de tres de sus siete hijas con Marx: Jennychen, Laura y Eleanor. Sin embargo, el ardor revolucionario de esta mujer que traicionó a la aristocracia nunca le abandonaría hasta su lecho de muerte. Lo que más padeció, según consignó en su diario, fueron las afecciones y muertes de cuatro de sus siete hijos. El primero falleció en 1850. “Mi pena era enorme. Fue el primer hijo que perdí. No podía imaginar entonces qué otras tristezas me esperaban, que harían que todas las demás parecieran nimias”, escribió al respecto. Luego llegaría el turno de Franziska. Nuevamente, el relato personal y político se fundían en uno. “Al final de 1851, Luis Napoleón llevó a cabo su coup d’état y la primavera siguiente Carlos terminó El 18 brumario (…). Escribió el libro en nuestro pequeño apartamento de Dean Street, entre el ruido de los niños y la agitación del hogar. En marzo, terminé de copiar el manuscrito y fue enviado, pero no apareció impreso hasta mucho después y no supuso ningún ingreso. En la Semana Santa de 1852, nuestra pobrecita Franziska contrajo una bronquitis grave. Durante casi tres días la pobre niña luchó contra la muerte. (…) Hicimos nuestras camas sobre el suelo y los tres niños con vida se acostaron junto a nosotros, y todos lloramos por el angelito que yacía fría y exánime al lado”. En 1855, con solo ocho años, cayó Edgard. “Disfrutamos de nuestras primeras navidades felices desde que llegamos a Londres. El contacto de Carlos con el Tribune [un diario que lo había contratado] puso fin a nuestras necesidades urgentes y diarias. (…) Una semana después, nuestro querido Edgar mostró los primeros síntomas de una enfermedad incurable que se lo llevaría de nuestro lado un año más tarde. Si hubiéramos podido salir de aquel apartamento pequeño e insalubre y llevar al niño a la costa quizás podríamos haberlo salvado”. El último, murió dos años más tarde. No llegaron a ponerle nombre. “Solo vivió lo suficiente para respirar un poco y después fue a reunirse con sus otros tres hermanos y hermanas muertos”, se lamentaría Jenny. También hablaba de “las cadenas y ligaduras con las que el carnicero, el panadero, el lechero, el verdulero y el vendedor de té” tenían atada a la pareja y sus tres hijas sobrevivientes: Jenny, Laura y Eleanor.
Jenny murió el 2 de diciembre de 1881, a los 67 años, después de una larga y penosa enfermedad causada por el cáncer de hígado que padecía y eso hizo que Karl cayera en una terrible depresión, de hecho, falleció 2 años más tarde.
Ante la tumba de Jenny dijo Engels: ―»…De sus cualidades personales no tengo nada que hablar, sus amigos que la conocen no la olvidarán jamás. Si ha habido en el mundo alguna mujer que pusiese su mayor dicha en hacer dichosos a otros, era ésta a quien hoy enterramos. Los aportes de esta mujer, con tan aguda inteligencia crítica, con tal tacto político, un personaje de tanta energía y pasión, con tanta dedicación a sus compañeros de lucha, su contribución al movimiento durante casi cuarenta años, no es de público conocimiento; no está inscrito en los anales de la prensa contemporánea. Es algo que uno debe haber experimentado de primera mano. Pero de una cosa estoy seguro: así como las esposas de los refugiados de la Comuna la recordarán a menudo, también nosotros tenemos ocasión de añorar sus consejos audaces y sabios, audaces sin ostentación, sabios sin comprometer nunca su honor ni en lo más mínimo. No necesito hablar de sus cualidades personales, sus amigos las conocen y no las olvidarán. Si alguna vez hubo una mujer cuya mayor felicidad fue hacer felices a los demás, esa fue esta mujer».
Hoy Jenny y Karl siguen enterrados en el cementerio de Highgate, en el norte de Londres.
En la lápida que comparten hay una enorme escultura de la cabeza de Marx y el nombre de él está escrito en grandes letras doradas. El nombre de ella es casi invisible.
Johanna Bertha Julie von Westphalen dejó pocas obras propias (sí algunas críticas literarias y teatrales), pero, en general su figura es relegada por los historiadores. Para conocerla, hay que acudir a los testimonios de quienes la trataron, a su correspondencia y a los apuntes autobiográficos escritos en 1865 -reunidos bajo el título Breves escenas de una vida agitada-. Los años que pasó como asistente “en la diminuta habitación de Karl” -más bien, como interlocutora activa de las nacientes ideas comunistas- representaron, en sus propias palabras, “los más felices de su vida”. Sin embargo, era consciente del trabajo invisible -productivo y reproductivo- que cargaba sobre su espalda.
“Es una pena que no haya perspectiva de conseguir una pensión tras mis largos años de labores secretariales”, le transmitió a Engels, en 1859. En 1871, luego de acoger a los exiliados que sobrevivieron a la Comuna de París (el primer gobierno obrero de la historia, derrotado a sangre y fuego) y entablar relación con varias de las mujeres que participaron de la experiencia, concluyó: “En todas estas luchas, nosotras, las mujeres, aguantamos siempre la parte más dura (…). Un hombre saca fuerzas de su lucha con el mundo exterior y se ve fortalecido ante la visión del enemigo (…). Nosotras nos quedamos en casa, zurciendo calcetines. (…) Hablo desde mis treinta años de experiencia”.
Enlaces de interés :
https://www.meer.com/es/73484-las-mujeres-de-karl-marx
https://www.eldiario.es/cultura/jenny-marx-luchadora-pensadora-peso-propio_130_7234612.html
https://jacobin.com/2016/02/jenny-karl-marx-mary-gabriel-love-and-capital
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