Ars
El verso es vaso santo. Poned en él tan sólo,
un pensamiento puro,
¡en cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes
como burbujas de oro de un viejo vino oscuro!
Allí verted las flores que en la continua lucha,
ajó del mundo el frío,
recuerdos deliciosos de tiempos que no vuelven,
y nardos empapados en gotas de rocío
para que la existencia mísera se embalsame
cual de una esencia ignota,
¡quemándose en el fuego del alma enternecida
de aquel supremo bálsamo basta una sola gota!
Nocturno
Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos,
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso…
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras dormida a aquel con quien tú sueñas,
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en tu lascivia loca
besar tus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñar de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡Oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?
Nocturno I
A veces, cuando en alta noche tranquila,
Sobre las teclas vuela tu mano blanca,
Como una mariposa sobre una lila
Y al teclado sonoro notas arranca,
Cruzando del espacio la negra sombra
Filtran por la ventana rayos de luna,
Que trazan luces largas sobre la alfombra,
Y en alas de las notas a otros lugares,
Vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
Y en gótico castillo donde en las piedras
Musgosas por los siglos, crecen las yedras,
Puestos de codos ambos en tu ventana
Miramos en las sombras morir el día
Y subir de los valles la noche umbría
Y soy tu paje rubio, mi castellana,
Y cuando en los espacios la noche cierra,
El fuego de tu estancia los muebles dora,
Y los dos nos miramos y sonreímos
Mientras que el viento afuera suspira y llora!
.
¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan tus manos!
Nocturno II
¡Poeta!, di paso
¡Los furtivos besos!…
¡La sombra! Los recuerdos! La luna no vertía
allí ni un solo rayo… Temblabas y eras mía.
Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
el contacto furtivo de tus labios de seda…
La selva negra y mística fue la alcoba sombría…
En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda…
Filtró luz por las ramas cual si llegara el día,
entre las nieblas pálidas la luna aparecía…
¡Poeta, di paso
los íntimos besos!
¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
En señorial alcoba, do la tapicería
amortiguaba el ruido con sus hilos espesos
desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos;
tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
tus cabellos dorados y tu melancolía
tus frescuras de virgen y tu olor de reseda…
Apenas alumbraba la lámpara sombría
los desteñidos hilos de la tapicería.
¡Poeta, di paso
el último beso!
¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!
El ataúd heráldico en el salón yacía,
mi oído fatigado por vigilias y excesos,
sintió como a distancia los monótonos rezos!
Tú mustia yerta y pálida entre la negra seda,
la llama de los cirios temblaba y se movía,
perfumaba la atmósfera un olor de reseda,
un crucifijo pálido los brazos extendía
y estaba helada y cárdena tu boca fue mía!
Nocturno III
Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de älas,
una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mi ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida,
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban
y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
era el frío de la nada…
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se juntan y se buscan en las noches de negruras y de lágrimas!…
Infancia
Esos recuerdos con olor de helecho
Son el idilio de la edad primera.
G.G.G.
Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas,
cual bandadas de blancas mariposas,
los plácidos recuerdos de la infancia.
¡Caperucita, Barba Azul, pequeños
liliputienses, Gulliver gigante
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al ratoncito Pérez y a Urdimalas!
¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano,
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo.
En alas de la brisa
del luminoso Agosto, blanca, inquieta
a la región de las errantes nubes
hacer que se levante la cometa
en húmeda mañana;
con el vestido nuevo hecho jirones,
en las ramas gomosas del cerezo
el nido sorprender de copetones;
escuchar de la abuela
las sencillas historias peregrinas;
perseguir las errantes golondrinas,
abandonar la escuela
y organizar horrísona batalla
en donde hacen las piedras de metralla
y el ajado pañuelo de bandera;
componer el pesebre
de los silos del monte levantados;
tras el largo paseo bullicioso
traer la grama leve,
los corales, el musgo codiciado,
y en extraños paisajes peregrinos
y perspectivas nunca imaginadas,
hacer de áureas arenas los caminos
y del talco brillante las cascadas.
Los Reyes colocar en la colina
y colgada del techo
la estrella que sus pasos encamina,
y en el portal el Niño-Dios riente
sobre el mullido lecho
de musgo gris y verdecino helecho.
¡Alma blanca, mejillas sonrosadas,
cutis de níveo armiño,
cabellera de oro,
ojos vivos de plácidas miradas,
cuán bello hacéis al inocente niño!…
Infancia, valle ameno,
de calma y de frescura bendecida
donde es süave el rayo
del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
cómo tus breves dichas transitorias,
cómo es de dulce en horas de amargura
dirigir al pasado la mirada
y evocar tus memorias!
Avant-propos
Prescriben los facultativos
cuando el estómago se estraga,
al paciente, pobre dispéptico,
dieta sin grasas.
Le prohíben las cosas dulces,
le aconsejan la carne asada
y le hacen tomar como tónico
gotas amargas.
Pobre estómago literario
que lo trivial fatiga y cansa,
no sigas leyendo poemas
llenos de lágrimas.
Deja las comidas que llenan,
historias, leyendas y dramas
y todas las sensiblerías
semirománticas.
Y para completar el régimen
que fortifica y que levanta,
ensaya una dosis de estas
gotas amargas.
De :Gotas amargas
Madrigal
Tu tez rosada y pura, tu formas gráciles
de estatuas de Tanagra, tu olor de lilas,
el carmín de tu boca, de labios tersos;
Las miradas ardientes de tus pupilas,
el ritmo de tu paso, tu voz velada,
tus cabellos que suelen, si los despeina
tu mano blanca y fina toda hoyuelada,
cubrirte como fino manto de reina;
Tu voz, tus ademanes, tú no te asombres;
Todo eso está ya a gritos pidiendo un hombre.
Psicopatía
El parque se despierta, ríe y canta
en la frescura matinal… La niebla
donde saltan aéreos surtidores,
de arco iris se puebla
y en luminosos velos se levanta.
Su olor esparcen entreabiertas flores,
suena en las ramas verdes el pío, pío,
de los alados huéspedes cantores,
brilla en el césped húmedo el rocío…
¡Azul el cielo! ¡Azul!… Y la süave
brisa que pasa, dice:
¡Reíd! ¡Cantad! ¡Amad! ¡La vida es fiesta!
¡Es calor, es pasión, es movimiento!
Y forjando en las ramas una orquesta,
con voz grave lo mismo dice el viento,
y por entre el sutil encantamiento,
de la mañana sonrosada y fresca,
de la luz, de las yerbas y las flores,
pálido, descuidado, soñoliento,
sin tener en la boca una sonrisa,
y de negro vestido
un filósofo joven se pasea,
olvida luz y olor primaverales,
e impertérrito sigue en su tarea
¡de pensar en la muerte, en la conciencia
y en las causas finales!
Lo sacuden las ramas de azalea,
dándole al aire el aromado aliento
de las rosadas flores,
lo llaman unos pájaros, del nido
do cantan sus amores,
y los cantos risueños
van por entre el follaje estremecido,
a suscitar voluptüosos sueños,
y él sigue su camino, triste, serio,
pensando en Fichte, en Kant, en Vogt, en Hegel,
¡y del yo complicado en el misterio!
La chicuela del médico que pasa,
una rubia adorable, cuyos ojos
arden como una brasa,
abre los labios húmedos y rojos
y le pregunta al padre, enternecida…
—¿Aquel señor, papá, de qué está enfermo,
qué tristeza le anubla así la vida?
Cuando va a casa a verle a usted, me duermo,
tan silencioso y triste… ¿Qué mal sufre?…
… Una sonrisa el profesor contiene,
mira luego una flor, color de azufre,
oye el canto de un pájaro que viene,
y comienza de pronto, con descaro…
—¡Ese señor padece un mal muy raro,
que ataca rara vez a las mujeres
y pocas a los hombres…, hija mía!
Sufre este mal…: pensar…, esa es la causa
de su grave y sutil melancolía…
El profesor después hace una pausa
y sigue… —En las edades
de bárbaras naciones,
serias autoridades
curaban ese mal dando cicuta,
encerrando al enfermo en las prisiones
o quemándolo vivo… ¡Buen remedio!
Curación decisiva y absoluta
que cortaba de lleno la disputa
y sanaba al paciente… mira el medio…
la profilaxia, en fin… Antes, ahora
el mal reviste tantas formas graves,
la invasión se dilata aterradora
y no lo curan polvos ni jarabes;
en vez de prevenirlo los Gobiernos
lo riegan y estimulan,
tomos gruesos, revistas y cuadernos
revuelan y circulan
y dispersan el germen homicida…
El mal, gracias a Dios, no es contagioso
y lo adquieren muy pocos: en mi vida,
sólo he curado a dos… Les dije:
/ «Mozo,
váyase usted a trabajar, de lleno,
en una fragua negra y encendida
o en un bosque espesísimo y sereno;
machaque hierro hasta arrancarle chispas,
o tumbe viejos troncos seculares
y logre que lo piquen las avispas,
si lo prefiere usted, cruce los mares
de grumete en un buque, duerma, coma
muévase, grite, forcejee y sude,
mire la tempestad cuando se asoma,
y los cables de popa ate y anude,
¡hasta hacerse diez callos en las manos
y limpiarse de ideas el cerebro!…
Ellos lo hicieron y volvieron sanos…».
«Estoy tan bien, doctor…». —¡Pues lo celebro!
Pero el joven aquel es caso grave,
como conozco pocos,
más que cuantos nacieron piensa y sabe,
irá a pasar diez años con los locos,
y no se curará sino hasta el día
en que duerma a sus anchas
en una angosta sepultura fría,
lejos del mundo y de la vida loca,
¡entre un negro ataúd de cuatro planchas,
con un montón de tierra entre la boca!
De: El libro de versos
La respuesta de la tierra
Era un poeta lírico, grandioso y sibilino
que le hablaba a la tierra una tarde de invierno,
frente a una posada y al volver de un camino:
-¡Oh madre, oh tierra! -díjole-, en tu girar eterno
nuestra existencia efímera tal parece que ignoras.
Nosotros esperamos un cielo o un infierno,
sufrimos o gozamos en nuestras breves horas,
e indiferente y muda tú, madre sin entrañas,
de acuerdo con los hombres no sufres y no lloras.
¿No sabes el secreto misterioso que entrañas?
¿Por qué las noches negras, las diáfanas auroras?
Las sombras vagarosas y tenues de unas cañas
que se reflejan lívidas en los estanques yertos,
¿no son como conciencias fantásticas y extrañas
que les copian sus vidas en espejos inciertos?
¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?
¿Conocen los secretos del más allá los muertos?
¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?
¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?
¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?
¿Por qué? -Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.
Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,
en estas soledades aguardo la respuesta.
La tierra, como siempre, displicente y callada,
al gran poeta lírico no le contestó nada.
Taller moderno
Por el aire del cuarto, saturado
de un olor de vejeces peregrino,
del crepúsculo el rayo vespertino
va a desteñir los muebles de brocado.
El piano está del caballete al lado
y de un busto del Dante el perfil fino,
del arabesco azul de un jarrón chino,
medio oculta el dibujo complicado.
Junto al rojizo orín de una armadura,
hay un viejo retablo, donde inquieta,
brilla la luz del marco en la moldura,
y parecen clamar por un poeta
que improvise del cuarto la pintura
las manchas de color de la paleta.
Un poema
Soñaba en ese entonces en forjar un poema,
de arte nervioso y nuevo obra audaz y suprema,
escogí entre un asunto grotesco y otro trágico
llamé a todos los ritmos con un conjuro mágico
Y los ritmos indóciles vinieron acercándose,
juntándose en las sombras, huyéndose y buscándose,
ritmos sonoros, ritmos potentes, ritmos graves,
unos cual choques de armas, otros cual cantos de aves,
de Oriente hasta Occidente, desde el Sur hasta el Norte
de metros y de formas se presentó la corte.
Tascando frenos áureos bajo las riendas frágiles
cruzaron los tercetos, como corceles ágiles
abriéndose ancho paso por entre aquella grey
vestido de oro y púrpura llegó el soneto rey,
y allí cantaron todos… Entre la algarabía,
me fascinó el espíritu, por su coquetería
alguna estrofa aguda que excitó mi deseo,
con el retintín claro de su campanilleo.
Y la escogí entre todas… Por regalo nupcial
le di unas rimas ricas, de plata y de cristal.
En ella conté un cuento, que huyendo lo servil
tomó un carácter trágico, fantástico y sutil,
era la historia triste, desprestigiada y cierta
de una mujer hermosa, idolatrada y muerta,
y para que sintieran la amargura, exprofeso
junté sílabas dulces como el sabor de un beso,
bordé las frases de oro, les di música extraña
como de mandolinas que un laúd acompaña,
dejé en una luz vaga las hondas lejanías
llenas de nieblas húmedas y de melancolías
y por el fondo oscuro, como en mundana fiesta,
cruzan ágiles máscaras al compás de la orquesta,
envueltas en palabras que ocultan como un velo,
y con caretas negras de raso y terciopelo,
cruzar hice en el fondo las vagas sugestiones
de sentimientos místicos y humanas tentaciones…
Complacido en mis versos, con orgullo de artista,
les di olor de heliotropos y color de amatista…
Le mostré mi poema a un crítico estupendo…
Y lo leyó seis veces y me dijo… «¡No entiendo!».
a A. de W.
Si en tus recuerdos ves algún día
entre la niebla de lo pasado
surgir la triste memoria mía
medio borrada ya por los años,
piensa que fuiste siempre mi anhelo
y si el recuerdo de amor tan santo
mueve tu pecho; nubla tu cielo,
llena de lágrimas tus ojos garzos;
¡ah! ¡no me busques aquí en la tierra
donde he vivido, donde he luchado,
sino en el reino de los sepulcros
donde se encuentran paz y descanso!
Vejeces
Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
sin voz y sin color, saben secretos
de las épocas muertas, de las vidas
que ya nadie conserva en la memoria,
y a veces a los hombres, cuando inquietos
las miran y las palpan, con extrañas
voces de agonizante dicen, paso,
casi al oído, alguna rara historia
que tiene oscuridad de telarañas,
són de laúd, y suavidad de raso.
¡Colores de anticuada miniatura,
hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
cincelado puñal; carta borrosa,
tabla en que se deshace la pintura
por el tiempo y el polvo ennegrecida;
histórico blasón, donde se pierde
la divisa latina, presuntuosa,
medio borrada por el liquen verde;
misales de las viejas sacristías;
de otros siglos fantásticos espejos
que en el azogue de las lunas frías
guardáis de lo pasado los reflejos;
arca, en un tiempo de ducados llena,
crucifijo que tanto moribundo,
humedeció con lágrimas de pena
y besó con amor grave y profundo;
negro sillón de Córdoba; alacena
que guardaba un tesoro peregrino
y donde anida la polilla sola;
sortija que adornaste el dedo fino
de algún hidalgo de espadín y gola;
mayúsculas del viejo pergamino;
batista tenue que a vainilla hueles;
seda que te deshaces en la trama
confusa de los ricos brocateles;
arpa olvidada que al sonar, te quejas;
barrotes que formáis un monograma
incomprensible en las antiguas rejas,
el vulgo os huye, el soñador os ama
y en vuestra muda sociedad reclama
las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
con esencias fantásticas y añejas
y nos lleva a lugares halagüeños
en épocas distantes y mejores,
por eso a los poetas soñadores,
les son dulces, gratísimas y caras,
las crónicas, historias y consejas,
las formas, los estilos, los colores
las sugestiones místicas y raras
y los perfumes de las cosas viejas.
Versión impresa del perfil de José Asunción Silva, publicado el 24 de mayo de 1924. Foto: Archivo El Espectador
Filosofías
De placeres carnales el abuso,
de caricias y besos,
goza, y ama con toda tu alma, iluso;
agótate en excesos.
Y si de la avariosis te librara
la sabia profilaxia,
al llegar los cuarenta, irás sintiendo
un principio de ataxia.
De la copa que guarda los olvidos
bebe el néctar que agota:
perderás el magín y los sentidos
con la última gota.
Trabaja sin cesar, batalla, suda,
vende vida por oro:
conseguirás una dispepsia aguda
mucho antes que un tesoro.
Y tendrás ¡oh placer! de la pesada
digestión en el lance,
ante la vista ansiosa y fatigada
las cifras de un balance.
Al arte sacrifícate: ¡combina,
pule, esculpe, extrema!
¡Lucha, y en la labor que te asesina,
-lienzo, bronce o poema-
pon tu esencia, tus nervios, tu alma toda!
¡Terrible empresa vana!
pues que tu obra no estará a la moda
de pasado mañana.
No: sé creyente, fiel, toma otro giro
y la razón prosterna
a los pies del absurdo: ¡compra un giro
contra la vida eterna!
Págalo con tus goces; la fe aviva;
ora, metida, impetra;
y al morir pensarás: ¿Y si allá arriba
no me cubren la letra?
Mas si acaso el orgullo se resiste
a tanta abdicación,
si la fe ciega te parece triste,
confía en la razón.
Desprecia los placeres y, severo,
a la filosofía,
loco por encontrar lo verdadero,
consagra noche y día.
Compara religiones y sistemas
de la Biblia a Stuart Mill,
desde los escolásticos problemas
hasta lo más sutil.
De Spencer y de Wundt, y consagrado
a sondear ese abismo
lograrás este hermoso resultado:
no creer ni en ti mismo.
No pienses en la paz desconocida.
¡Mira! al fin, lo mejor
en el tumulto inmenso de la vida
es la faz interior.
Deja el estudio y los placeres; deja
la estéril lucha vana,
y, como Çakia-Muni lo aconseja
húndete en el Nirvana.
Excita del vivir los desengaños
y en soledad contigo
como un yogui senil pasa los años
mirándote el ombligo.
De la vida del siglo ponte aparte;
del placer y el amigo,
escoge para ti la mejor parte
y métete contigo.
Y cuando llegues en postrera hora
a la última morada,
sentirás una angustia matadora
de no haber hecho nada…
José Asunción Salustiano Facundo Silva Gómez (Bogotá, Colombia, 27 de noviembre de 1865- Bogotá, 23 de mayo de 1896). Poeta y escritor. Uno de los poetas más importantes e influyentes de su tiempo. Suele reconocérsele como el gran iniciador del modernismo hispanoamericano.
Hijo de Vicenta Gómez y del escritor y comerciante Ricardo Silva. Su niñez transcurrió entre los libros y las veladas literarias de los escritores del grupo El Mosaico, realizadas con frecuencia en su casa, y de la que era integrante su padre.
En enero de 1869 José Asunción ingresó al Liceo de la Infancia, dirigido por don Ricardo Carrasquilla. Como el niño de tres años recién cumplidos ya sabía leer y escribir, no entró al primer curso sino a dos más avanzados donde le pusieron el mote de «José Presunción». En febrero de 1871 ingresó en el Colegio de San José. A los diez años, con motivo de su primera comunión, escribió el poema “Primera comunión”.
Cuenta con diez años cuando muere su hermano Andrés Guillermo a causa de una epidemia de sarampión. Un año más tarde, en 1875, fallece su hermano Alfonso, a los 52 días de nacido y cuando el futuro poeta está cercano a cumplir sus trece años de edad muere su hermana Inés Soledad de seis años. Podemos imaginar el impacto de todas esas muertes en un niño. Posteriormente José Asunción Silva escribirá “Crisálidas”, poema que luego se incluyó en el apartado “Infancia” de El libro de versos, y que parece hablar de la muerte de Ines. “Unos días después, en el momento/ en que ella expiraba, / y todos la veían, con los ojos/ nublados por las lágrimas, /en el instante en que murió, sentimos/ leve rumor de alas/ y vimos escapar, tender al vuelo/ por la antigua ventana/ que da sobre el jardín, una pequeña/ mariposa dorada…”.
En 1877 Silva ingresó al Liceo de la Infancia, regentado por el presbítero Tomás Escobar, pariente de su madre Vicenta Gómez; tres años más tarde, concluidos sus estudios, abandonó el colegio. Terminado el bachillerato, el futuro poeta hubo de atender el almacén familiar ya que la situación económica de la familia se había deteriorado. Según narra su biógrafo Enrique Santos Molano : «José Asunción Silva armó detrás del mostrador un laboratorio imponderable de observación social y psicológica. Examinaba con penetración rigurosa las personas que entraban de compras, de mirones o de visitantes a Ricardo Silva; espiaba sus gestos, estudiaba sus gustos, procesaba sus opiniones, acechaba sus peculiaridades, sus virtudes, sus defectos, y los anotaba en su memoria de ordenador y en un cuaderno. Detrás del mostrador acrecentó sus conocimientos, devoró cantidades de libros y procuró mantenerse informado de los movimientos literarios, artísticos y políticos de Europa».
A los 19 años, sin cumplir todavía la mayoría de edad (para entonces estaba fijada a los 21), aparece como socio en las empresas de su padre y viaja a París, a pedido de éste, con el fin de establecer contactos con casas comerciales en Europa y de obtener la experiencia necesaria en dichos asuntos para cuando don Ricardo -quien sufre entonces de una enfermedad crónica, tiflitis- no esté al frente de la firma comercial ni del cuidado de la familia. Su estadía en París será definitiva en la formación de su sensibilidad como escritor. Lee a los autores renombrados del momento Charles Baudelaire, Anatole France, Guy de Maupassant, Paúl Régnard, Émile Zola, Stéphane Mallarmé, a quien visitó en su casa del número 87 de la Rue de Rome y le regaló una orquídea colombiana. Lee también sobre filosofía, política y sociología. Adquiriendo modales y costumbres de dandy, asiste con frecuencia a los mejores restaurantes, salones, galerías, museos y salas de concierto. Desde París viaja a Londres y a Suiza, y cuando regresa a Colombia, en 1885 presume de su experiencia parisina y vive como un europeo en medio de la pequeña Bogotá de entonces, lo que lo hace ser blanco de la mofa de sus coterráneos.
En 1886, Silva se relacionó con un grupo de jóvenes poetas liderados por José María Rivas Groot, quienes, deseosos de conquistar un horizonte diferente para la poesía colombiana, concibieron la idea de publicar una antología poética titulada La Lira Nueva. Dicha antología representó un hito en la historia literaria del país; apareció en 1886 con ocho composiciones de Silva: “Estrofas” (luego “Ars”), “Voz de marcha”, “Estrellas fijas”, “El recluta”, “Resurrecciones”, “Obra humana”, “La calavera” y “A Diego Fallon” (luego “La musa eterna”). También participo en la antología Parnaso Colombiano(1886-87) con “Las crisálidas” y “Las golondrinas”. Simultáneamente empieza a publicar en La Miscelánea de Medellín con el seudónimo de José Luis Ríos y comienza a escribir una novela que titulará De sobremesa.
En 1887 muere el padre, Ricardo Silva, dejando a José Asunción a cargo de los negocios de la familia.
El poeta tiene 21 años de edad y debe hacer frente a la quiebra inminente de su firma comercial proponiéndose en adelante dejar en limpio el nombre de su padre y conseguir el sustento para su madre y sus hermanas. Silva conoció una corta tregua de prosperidad que le permitió reorganizar sus almacenes y abrir una sola gran tienda inspirada en los almacenes europeos, en el que vendía productos importados y mercancías nuevas pensadas para la Exposición Universal de París. Estas innovaciones hicieron que la sociedad bogotana lo llegara considerar como uno de los pioneros del modernismo social en el país. Durante cinco años, el escritor luchó por salvar de la ruina los negocios de su padre, mientras ocultaba ante su familia y la sociedad el grave estado de las finanzas familiares. Le preocupa sobremanera su honra y la de su familia ante la sociedad bogotana.
Entre 1889 y 1891, José Asunción Silva escribió “Ronda”, más conocido como “Nocturno II”, y “La protesta de la musa”, un texto en prosa.
El 11 de enero de 1891, muere su hermana Elvira, a los 19 años de edad: «Mi vida queda apenas alumbrada por otras luces y no volverá a tener nunca la claridad triunfal de mediodía con que ella la iluminaba», comentaría a Eduardo Villa en una de sus cartas. Con Elvira son cuatro los hermanos que ve fallecer, pero ni la muerte de los tres primeros, ni la de su padre, debilitaron tanto al poeta como la de su hermana preferida. En 1892, la revista Lectura para todos de Cartagena publicaría el «Nocturno» dedicado a su hermana. Publicó, también, “Los maderos de San Juan”, en homenaje a su abuela, María Jesús Frade, que también murió ese año, y las prosas líricas que agrupó bajo el nombre de “Transposiciones”.
A pesar de sus reveses económicos, siempre tiene presente la escritura: avanza en la composición de la colección de poemas Gotas Amargas y de El Libro de Versos, y en la redacción de los Cuentos Negros. Publica, además, textos en prosa y notas literarias en revistas y en periódicos bogotanos. Escribe, también, cartas a sus mejores amigos, entre éstos, a Rufino José Cuervo en París, en las que le comenta acerca de sus trabajos intelectuales.
Agobiado por las deudas y la falta de respaldo de los fiadores de su firma, en especial el de su principal apoyo, Guillermo Uribe, su quiebra comercial se hace definitiva a finales de 1892. En 1893, Silva abandonó la casa paterna ubicada en el distinguido barrio de La Catedral, para trasladarse a una mucho más modesta en el barrio de Las Aguas. Trabajó como periodista de tiempo completo en El Telegrama, redactando con Sanín Cano la columna “Casos y cosas”. Para ese entonces, Silva ya era reconocido en el país como un gran poeta e intelectual. Durante esos meses, además, tradujo “Las voces silenciosas”, del poeta inglés Alfred Tennyson, y relatos de Anatole France y Paul Marguerite. Sus estudios y traducciones de Edgar Allan Poe, León Tolstoi, Pierre Loti y Anatole France aparecen en la serie Biblioteca Popular, que dirigió Jorge Roa.
En 1894 acepta el nombramiento de secretario de la Legación de Colombia en Caracas. José Asunción Silva llegó a esta ciudad reconocido como un hombre de letras: las páginas de El cojo ilustrado y Cosmópolis publicaron varios textos suyos. Durante su estadía en Venezuela distribuyó su tiempo entre sus labores diplomáticas, y la escritura.
El 28 de enero de 1895, el barco a vapor Amérique, que lo trae desde Venezuela en viaje de permiso vacacional, naufraga frente a Barranquilla. Se hunden con él los manuscritos de su obra. El Libro de Versos y los Cuentos Negros, que pensaba publicar. No continúa su viaje a Bogotá; regresa a Caracas para cumplir con su período diplomático, pero las fricciones con el ministro de la Legación el general José del Carmen Villa y su liquidez frustran su deseo de reiniciar un nuevo período en el cargo; dos meses más tarde está de nuevo en Colombia. De regreso trajo una fórmula de su invención para elaborar y colorear baldosines, la patentó en Bogotá, y en 1896 el aporte efectivo de diez socios capitalistas le permitió iniciar el ensamblaje de la fábrica y adelantar las gestiones de importación de maquinaria.
La noche del 23 de mayo (o la madrugada del día 24, según otras versiones) de 1896, tras una pequeña velada con algunos amigos, José Asunción Silva muere de un tiro en el corazón. Se da por supuesto que se ha suicidado.
Un suicidio, aceptó la Bogotá de entonces. Un asesinato, se atrevieron a sugerir otros. El debate sigue hasta hoy. Enrique Santos Molano, el más importante de sus biógrafos, defiende la hipótesis del homicidio por líos políticos y enredos con la falsificación de papel moneda.
Desde entonces, el mito alrededor de Silva se ha expandido con no pocas versiones, hipótesis, malentendidos y aclaraciones que se han acumulado a lo largo del tiempo. Su cuerpo, que no cupo en el ataúd por la rigidez del cuello tras el fallecimiento, permaneció cerca de 40 años en el cementerio de suicidas, y sólo hasta 1937 fue trasladado al Cementerio Central, donde reposa junto a su hermana Elvira.
Doce años después de su muerte aparecieron las primeras antologías y recopilaciones de la obra de José Asunción Silva, dispersa hasta entonces en periódicos, revistas y cajones. En 1908 aparecieron en España las Poesías de Silva con un breve prólogo de Miguel de Unamuno que se reprodujo en varios tomos posteriores.
Valorado y aplaudido, entre otros, por los escritores Rubén Darío, Miguel de Unamuno, Pablo Neruda y Amado Nervo, Silva es considerado por buena parte de la crítica como el poeta más importante de Colombia.
Sobre él, el ensayista mexicano Alfonso Reyes escribió: «era un doncel hermoso y torturado, noble y romano el continente, los tristes ojos de perro-nazareno”.
Como dijo Rubén Darío, fue “entre los modernos de lengua española, uno de los primeros que han iniciado la innovación métrica”.
Obra publicada
Poesía
- Intimidades
- El libro de versos
- Gotas amargas
- Poesías varias
Novela
- De sobremesa
Enlaces de interes:
https://enciclopedia.banrepcultural.org/index.php?title=José_Asunción_Silva
http://historico.presidencia.gov.co/asiescolombia/cultura_escr_4.htm
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